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El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
Martes, 29 Mayo 2012 04:52
¿Son las organizaciones públicas medios o fines en sí mismas?
Orlando Castro QuesadaHace unos días, leí el titular de primera página de La República que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Martes, 29 Mayo 2012 04:52
¿Son las organizaciones públicas medios o fines en sí mismas?
Orlando Castro QuesadaHace unos días, leí el titular de primera página de La República que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Viernes, 25 Mayo 2012 04:52
Solicito aplicar Decreto de Anticorrupción a Vivienda
Comentarista InvitadoEl BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Viernes, 25 Mayo 2012 04:52
Solicito aplicar Decreto de Anticorrupción a Vivienda
Comentarista InvitadoEl BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.
En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.