Comentarios

 

Jueves, 31 Mayo 2012 05:52

¡Mayo inolvidable!

El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
Sí, ese valor que nace desde el interior del corazón, que se construye a cada instante desde nuestros hogares, nuestros barrios en nuestro trabajo.
El valor de mi país, inicia cuando comienzo a creer en mi mismo, en lo que puedo alcanzar con voluntad, con honestidad y me convierto en un eslabón importante, sin importar la actividad que realice desde la más simple a la más compleja.
En medio de la corrupción, de la ineficiencia burocrática, de la mediocridad, del “pobrecito aquel”, yo sigo adelante porque es fascinante lo que puedo y podemos lograr cuando aprendemos a creer. Sí a creer en nosotros mismos y saber que aunque el camino pueda ser difícil y resbaladizo, como dijo en algún momento, Abraham Lincoln, nos caímos, pero nos pusimos en pie con mayor fuerza para seguir adelante.
Sigo pensando que mi país, ese pedazo de tierra verde, fértil y próspera, en donde en muchas partes aún huele a boñiga y a lechería, y el viento te abraza para recordarte que estás vivo, es una tierra bendecida por Dios, donde son más las personas buenas y trabajadoras, que generan valor, que las que no suman ni siquiera un ápice a su historia de vida.
Aunque tengamos cientos de problemas que nos pueden acechar como nación, usted y yo con nuestro trabajo podemos cambiar el rumbo de las cosas. Al igual que lo han hecho cientos de hombres, mujeres, jóvenes y niños ...¡Lo que falta es creer!.
Mayo ha sido un mes de resultados fascinantes que nos deben hacer recuperar la fe en nuestro país.  Reflexione, piense que cuando nos atrevemos lo logramos y comenzamos a cambiar el rumbo de nuestra historia, porque tenemos la firmeza y el coraje para obtener resultados positivos.
Olvídese, por un momento, de todo lo que le afecta a diario como empresario, como ciudadano. Piense en un momento en que cuando comienza a creérsela, las posibilidades comienzan a alinearse a su favor y solo van en una dirección.  Hacia delante.
Recientemente, el Dr. Franklin Chang fue homenajeado como miembro en el Salón de la Fama de la NASA; Luis Gerardo León y José Miguel González, dos jóvenes en edad pero grandes en sus logros, brillaron con sus innovaciones en la Feria Mundial de Intel y ganaron importantes premios, con inventos que ayudan a la humanidad. Un deportista que apunta de esfuerzo y perseverancia se trazó un objetivo y llegó a la meta. Shirley Cruz, una futbolista que rompió esquemas y acaba de ganar junto a su equipo, su segunda copa de Campeones de Europa. Andrey Amador, obtuvo un tercer lugar y no satisfecho, luego ganó una etapa del Giro de Italia, una de las tres grandes competencias de ciclismo del mundo. Un caminante, un amante de la naturaleza, Warner Rojas, se trazó un objetivo y llegó a la cima del mundo. Al igual que ellos, usted y yo podemos marcar la diferencia en un mundo que aunque está lleno de contrastes, con su trabajo y esfuerzo diario, podemos marcar la diferencia.
Lo que necesitamos es creer.
María Martha Mesén Cepeda
El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
Jueves, 31 Mayo 2012 05:52

¡Mayo inolvidable!

El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
Sí, ese valor que nace desde el interior del corazón, que se construye a cada instante desde nuestros hogares, nuestros barrios en nuestro trabajo.
El valor de mi país, inicia cuando comienzo a creer en mi mismo, en lo que puedo alcanzar con voluntad, con honestidad y me convierto en un eslabón importante, sin importar la actividad que realice desde la más simple a la más compleja.
En medio de la corrupción, de la ineficiencia burocrática, de la mediocridad, del “pobrecito aquel”, yo sigo adelante porque es fascinante lo que puedo y podemos lograr cuando aprendemos a creer. Sí a creer en nosotros mismos y saber que aunque el camino pueda ser difícil y resbaladizo, como dijo en algún momento, Abraham Lincoln, nos caímos, pero nos pusimos en pie con mayor fuerza para seguir adelante.
Sigo pensando que mi país, ese pedazo de tierra verde, fértil y próspera, en donde en muchas partes aún huele a boñiga y a lechería, y el viento te abraza para recordarte que estás vivo, es una tierra bendecida por Dios, donde son más las personas buenas y trabajadoras, que generan valor, que las que no suman ni siquiera un ápice a su historia de vida.
Aunque tengamos cientos de problemas que nos pueden acechar como nación, usted y yo con nuestro trabajo podemos cambiar el rumbo de las cosas. Al igual que lo han hecho cientos de hombres, mujeres, jóvenes y niños ...¡Lo que falta es creer!.
Mayo ha sido un mes de resultados fascinantes que nos deben hacer recuperar la fe en nuestro país.  Reflexione, piense que cuando nos atrevemos lo logramos y comenzamos a cambiar el rumbo de nuestra historia, porque tenemos la firmeza y el coraje para obtener resultados positivos.
Olvídese, por un momento, de todo lo que le afecta a diario como empresario, como ciudadano. Piense en un momento en que cuando comienza a creérsela, las posibilidades comienzan a alinearse a su favor y solo van en una dirección.  Hacia delante.
Recientemente, el Dr. Franklin Chang fue homenajeado como miembro en el Salón de la Fama de la NASA; Luis Gerardo León y José Miguel González, dos jóvenes en edad pero grandes en sus logros, brillaron con sus innovaciones en la Feria Mundial de Intel y ganaron importantes premios, con inventos que ayudan a la humanidad. Un deportista que apunta de esfuerzo y perseverancia se trazó un objetivo y llegó a la meta. Shirley Cruz, una futbolista que rompió esquemas y acaba de ganar junto a su equipo, su segunda copa de Campeones de Europa. Andrey Amador, obtuvo un tercer lugar y no satisfecho, luego ganó una etapa del Giro de Italia, una de las tres grandes competencias de ciclismo del mundo. Un caminante, un amante de la naturaleza, Warner Rojas, se trazó un objetivo y llegó a la cima del mundo. Al igual que ellos, usted y yo podemos marcar la diferencia en un mundo que aunque está lleno de contrastes, con su trabajo y esfuerzo diario, podemos marcar la diferencia.
Lo que necesitamos es creer.
María Martha Mesén Cepeda
El valor de mi país lo construye mi vecino, un familiar, un amigo, el señor de la esquina, yo mismo. Personas que al igual que yo, se esfuerzan a diario y que saben que las cosas buenas comienzan con el primer paso, en un viaje de mil millas donde la fe y la actitud, me hacen grande, me mantienen en pie, porque yo puedo generar valor.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Estamos siempre pendientes de decir “eso no es nada”, para después introducir la historia que superará la de la persona que habló antes.
¿Para qué hacemos esto? me pregunto, sin llegar a una respuesta satisfactoria. ¿Será el animal que habita dentro de nosotros y debe superar a su adversario para comer más o lograr aparearse? ¿Será la envidia o el gusto por el reconocimiento? ¿Será el intento de dejar boquiabiertos a nuestros interlocutores, o simplemente la forma en que se nos enseñó a relacionarnos?
Me atrevo a sugerir que quizá lo que buscamos es dejar constancia de nosotros mismos. Cada vez que nos golpeamos el pecho con más fuerza, subimos una rama más alta, presumimos tener más cosas o las mayores miserias, lo que buscamos es recordarle al otro que estamos aquí y queremos ser tomados en cuenta.
Tal vez creemos, sin notarlo, que si estamos en el promedio (ni el más, ni el menos) las demás personas no se percatarán de nuestra existencia. Es decir, en el bosque sobresale el árbol más alto o el que hace ruido al caer al suelo, el resto son solo parte del paisaje.
En algunas especies, ese instinto competitivo puede ser el propulsor de la selección natural que permite a los ejemplares más adaptados perpetuarse.
En nuestro caso, ese instinto se manifiesta claramente en las faenas deportivas tanto como en el manejo de los negocios, pero también se vuelve en opositor de nuestra propia supervivencia cuando inspira guerras y conflictos, solo por demostrar la superioridad de unos sobre otros.
Competimos, por primitivo que parezca. Es un motor que nos mueve siempre hacia delante. Lo que conviene es canalizar ese instinto hacia algo que sea útil y recordar que tener éxito y pisotear a las otras personas, son cosas diferentes.
Rafael León Hernández
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Estamos siempre pendientes de decir “eso no es nada”, para después introducir la historia que superará la de la persona que habló antes.
¿Para qué hacemos esto? me pregunto, sin llegar a una respuesta satisfactoria. ¿Será el animal que habita dentro de nosotros y debe superar a su adversario para comer más o lograr aparearse? ¿Será la envidia o el gusto por el reconocimiento? ¿Será el intento de dejar boquiabiertos a nuestros interlocutores, o simplemente la forma en que se nos enseñó a relacionarnos?
Me atrevo a sugerir que quizá lo que buscamos es dejar constancia de nosotros mismos. Cada vez que nos golpeamos el pecho con más fuerza, subimos una rama más alta, presumimos tener más cosas o las mayores miserias, lo que buscamos es recordarle al otro que estamos aquí y queremos ser tomados en cuenta.
Tal vez creemos, sin notarlo, que si estamos en el promedio (ni el más, ni el menos) las demás personas no se percatarán de nuestra existencia. Es decir, en el bosque sobresale el árbol más alto o el que hace ruido al caer al suelo, el resto son solo parte del paisaje.
En algunas especies, ese instinto competitivo puede ser el propulsor de la selección natural que permite a los ejemplares más adaptados perpetuarse.
En nuestro caso, ese instinto se manifiesta claramente en las faenas deportivas tanto como en el manejo de los negocios, pero también se vuelve en opositor de nuestra propia supervivencia cuando inspira guerras y conflictos, solo por demostrar la superioridad de unos sobre otros.
Competimos, por primitivo que parezca. Es un motor que nos mueve siempre hacia delante. Lo que conviene es canalizar ese instinto hacia algo que sea útil y recordar que tener éxito y pisotear a las otras personas, son cosas diferentes.
Rafael León Hernández
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Es importante saber a dónde se dirigen los fondos públicos, por las manifestaciones del Gerente del BANHVI Manuel Párraga realizadas a la Ministra de Vivienda “no puedo ver como una simple casualidad, que como telón de fondo de nuestro almuerzo de ayer, en el que el tema central fue “los eventuales actos de corrupción” en el manejo de los fondos FOSUVI” y además agregó “no tengo una sola prueba contundente contra nadie, si la tuviera inmediatamente hubiera interpuesto la demanda respectiva.
Sin embargo,  usted y yo tenemos suficientes indicios como para pedir actuar inmediatamente en la prevención de actos de corrupción, tomando las medidas para descentralizar el exceso de poder que otras administraciones le han dado a FOSUVI”.
Si se hubieran atendido a tiempo los indicios de corrupción del Conavi con el proyecto de la Trocha Fronteriza, hoy no estaríamos dudando del costo aproximado de ¢43.000 millones de la obra.
Hoy en Control Político esta Diputada solicita a la Presidenta de la República Laura Chinquilla aplicar el tan mencionado Decreto de Anticorrupción, dado a conocer el viernes 11 de mayo, con el objetivo de sepultar los actos corruptivos que se han venido dando de la mano de funcionarios gubernamentales.
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Es importante saber a dónde se dirigen los fondos públicos, por las manifestaciones del Gerente del BANHVI Manuel Párraga realizadas a la Ministra de Vivienda “no puedo ver como una simple casualidad, que como telón de fondo de nuestro almuerzo de ayer, en el que el tema central fue “los eventuales actos de corrupción” en el manejo de los fondos FOSUVI” y además agregó “no tengo una sola prueba contundente contra nadie, si la tuviera inmediatamente hubiera interpuesto la demanda respectiva.
Sin embargo,  usted y yo tenemos suficientes indicios como para pedir actuar inmediatamente en la prevención de actos de corrupción, tomando las medidas para descentralizar el exceso de poder que otras administraciones le han dado a FOSUVI”.
Si se hubieran atendido a tiempo los indicios de corrupción del Conavi con el proyecto de la Trocha Fronteriza, hoy no estaríamos dudando del costo aproximado de ¢43.000 millones de la obra.
Hoy en Control Político esta Diputada solicita a la Presidenta de la República Laura Chinquilla aplicar el tan mencionado Decreto de Anticorrupción, dado a conocer el viernes 11 de mayo, con el objetivo de sepultar los actos corruptivos que se han venido dando de la mano de funcionarios gubernamentales.
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Jueves, 24 Mayo 2012 05:18

COCO

En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.
Como tantas personas que habitan en nuestro territorio, Coco lleva la sangre de dos naciones hermanas, Nicaragua y Costa Rica, su piel cobriza delata sus orígenes de los que ella se siente profundamente orgullosa.
Coco siempre se distinguió por muchas razones, su excepcional encanto físico y su incomparable belleza de espíritu, su aguda inteligencia, aderezada con la humildad, nos tocó compartir la enseñanza pública y las correrías de muchachos, de una Costa Rica, donde todos estábamos hermanados, el rico, el pobre, los pocos que tenían vehículo y los que andábamos a pie, el hijo del obrero y del intelectual, éramos una gran familia.
Coco era una mas del grupo, para entonces quien escribe era el presidente del segundo año y cuando no llegaba algún profesor, nos íbamos a bajar guabas, jocotes y a bañarnos en las incontables pozas de los afluentes del María Aguilar, para entonces limpio y lleno de mojarras, gupis, sardinas y olominas, entre toda aquella bola de mozalbetes, hombres y mujeres, no podía faltar Coco.
No exenta de vicisitudes se graduó de médica en la Universidad de Costa Rica, laboró para el Seguro Social hasta que se enroló en la OPS de la que ha sido representante en diversas naciones: República Dominicana y Nicaragua fueron sus últimos destinos, antes de recalar en la capital norteamericana, donde fue elevada hasta el cargo de segunda de a bordo de la Organización Panamericana que ahora aspira a dirigir.
La doctora Socorro Gross Galiano, guarda intactos los sentimientos de nobleza incubados en su familia y en su patria, ella aspira, no para vanagloria, sino; porque se sabe embajadora de un país, que cimentó en la salud las profundas raíces de su democracia.
En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.
Jueves, 24 Mayo 2012 05:18

COCO

En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.
Como tantas personas que habitan en nuestro territorio, Coco lleva la sangre de dos naciones hermanas, Nicaragua y Costa Rica, su piel cobriza delata sus orígenes de los que ella se siente profundamente orgullosa.
Coco siempre se distinguió por muchas razones, su excepcional encanto físico y su incomparable belleza de espíritu, su aguda inteligencia, aderezada con la humildad, nos tocó compartir la enseñanza pública y las correrías de muchachos, de una Costa Rica, donde todos estábamos hermanados, el rico, el pobre, los pocos que tenían vehículo y los que andábamos a pie, el hijo del obrero y del intelectual, éramos una gran familia.
Coco era una mas del grupo, para entonces quien escribe era el presidente del segundo año y cuando no llegaba algún profesor, nos íbamos a bajar guabas, jocotes y a bañarnos en las incontables pozas de los afluentes del María Aguilar, para entonces limpio y lleno de mojarras, gupis, sardinas y olominas, entre toda aquella bola de mozalbetes, hombres y mujeres, no podía faltar Coco.
No exenta de vicisitudes se graduó de médica en la Universidad de Costa Rica, laboró para el Seguro Social hasta que se enroló en la OPS de la que ha sido representante en diversas naciones: República Dominicana y Nicaragua fueron sus últimos destinos, antes de recalar en la capital norteamericana, donde fue elevada hasta el cargo de segunda de a bordo de la Organización Panamericana que ahora aspira a dirigir.
La doctora Socorro Gross Galiano, guarda intactos los sentimientos de nobleza incubados en su familia y en su patria, ella aspira, no para vanagloria, sino; porque se sabe embajadora de un país, que cimentó en la salud las profundas raíces de su democracia.
En la primera generación de estudiantes del Liceo de Escazú, mencionar a “Coco” basta para que sepamos que se trata de Socorro Gross Galiano, la compañera excepcional que un día abrazó la medicina como su profesión y fue propuesta por el gobierno de Costa Rica para el más alto cargo dentro de la Organización Panamericana de la Salud, elección prevista para setiembre en Washington D.C.