Mauricio Víquez Lizano
Hemos salido recién del tiempo de Navidad y nos hemos adentrado una vez en las arenas políticas. La campaña se ha reanudado con tintes parecidos a su cierre: reacciones de temor de cara al voto protesta, candidatos poco hábiles para vender su imagen de confiables y eficaces, discursos camaleónicos según lo exijan las encuestas y peso de las redes sociales desde el choteo y la crítica con matices de burlas sin sustento.
Decir Armando Alfaro es decir muchas cosas en la historia de la Iglesia de este país, si deseamos mirarlo mas en particular y, ya mas en general, incluso si deseamos verlo de esa manera, en el mismo conjunto de la ruta histórica costarricense.
Desde el siglo IV el Adviento es un tiempo que permite al cristiano prepararse para vivir con intensidad, realismo y conciencia la fiesta de Navidad.
El pasado domingo 17 de los corrientes, presenciamos una de las manifestaciones masivas mas grandes que ha contemplado la historia de nuestro país. Desde todos los pueblos y rincones del país, invitados por los obispos, hombres, mujeres y niños decidieron dejar las comodidades dominicales para hacer presente en San José su opción por la familia, por la vida y por una patria mejor.
En estos días de nuevo se ha hablado entre nosotros acerca de qué tan felices somos los ticos. Independientemente del índice HappyPlanet, tenemos otro ranquin mundial, ahora de la ONU en que, si bien no somos el pueblo mas feliz del globo terráqueo, al menos somos los mas sonrientes de la América Latina.
A veces cuando se piensa que vivimos en una sociedad que está marcada por su historia y ascendencia cristiana pues se debería esperar que la vida en ella trascurriera de una manera mas armónica, amistosa y menos violenta. Sin embargo, ello no ocurre frecuentemente.
Hay un dato en el que todos estamos de acuerdo: el laicismo a nada constructivo puede llevar. La historia es clara y sangrienta al respecto. Otro dato marcado por un acuerdo claro: la sana laicidad abre la vía hacia rutas de reconocimiento mutuo y cooperación entre Iglesia y Estado. Ello en la línea, por ejemplo, de “Le République, les religions, l’espérance” de Nicolàs Sarkozy.