Sábado, 18 Enero 2014 01:25

Armando Alfaro

Decir Armando Alfaro es decir muchas cosas en la historia de la Iglesia de este país, si deseamos mirarlo mas en particular y, ya mas en general, incluso si deseamos verlo de esa manera, en el mismo conjunto de la ruta histórica costarricense.

ESCUCHAR COMENTARIO

Referirse a él, como en algún momento don Javier Rojas me sugería, me obliga a pensar en prensa, radio, servicio público, educación técnica y un largo etcétera que lo convierte en un ciudadano de esos que, por imprescindibles, harán que su ausencia sea una realidad notoria por mucho tiempo hasta que, Dios así lo quiera, surja un nuevo costarricense que, desde su cosmovisión cristiana, logre aportar novedad y vigor a la comunicación, a la formación de las juventudes y a un clero que debe ser, en el marco de nuestra nueva realidad nacional, mas reflexivo, creativo y propositivo.

Desde su ordenación, el Padre Alfaro vivió un modo de servicio en la Iglesia un poco atípico. Estudió en un contexto no muy frecuentado en su tiempo por los que deseaban mejorar su formación teológica y luego allí mismo, en Estados Unidos, se dispuso para aportar al país la gran novedad de un modo de enseñar que capacitara a los jóvenes para el mercado laboral desde la misma conclusión de la secundaria. Las consecuencias de este aporte son aún, en estos días, mas que gigantes.

Cercano pero leal y crítico pero certero, Armando Alfaro llegó en la década de los cincuentas al Eco Católico, animó junto a Antonio Troyo la creación de Radio Fides y siempre fue una voz pionera en su tono, fondo y forma. Difícilmente callaba ante algo que le molestaba y siempre habló con claridad aún si ello producía resquemores o encendía reacciones en los sectores que se veía criticados por él.

Un poco atípico también fue el Padre Alfaro en su modo de servicio en el marco de lo público. Sin embargo, nadie puede decir que su aporte, refrendado siempre por sus superiores, halla pasado desapercibido. Tenía la virtud de dejar su impronta positiva e innovadora allí donde estaba y en las iniciativas que emprendía.

Una vez, en el marco de una fiesta patronal en la capilla que atendía por la zona de Desamparados, tuvimos la ocasión de conversar un poco. Lo mismo que me recibió en 1981 mi primer aporte para el Semanario que él dirigía, me animó en esa ocasión a escribir y a hacer ver mi forma de mirar la realidad desde los medios. Creo que ese día, además de una bella estola que me obsequió, también me llevé su consejo que, hasta la fecha, trato de hacer vida.

Queda despedir al Padre Alfaro. Su pluma, su voz y su capacidad creativa quedan como herencia y reto a las nuevas generaciones de clérigos de este país. Se le extrañará pero también su lugar queda disponible para que un sacerdote como él, formado, inquieto y reflexivo, se anime a decir y hacer lo que debe para aportar, como Armando Alfaro lo hizo, lo mejor de sí para gloria de Dios, bien de la Iglesia y el progreso de la Patria.