Hoy se impone y dada esta realidad, asumir como reto salir de la presente crisis que, sin dejar de lado otros aspectos es, esencialmente, antropológica.
La gran pregunta que nos hacemos ante la barbarie, los extremismos, la insensibilidad y la insensatez es cómo construir un mundo más alto en moral. En otras palabras, cómo conseguir levantar de las cenizas una sociedad cada día más triste y perdida en su ruta de cara al fin último al que debería tender.
Solo en un mundo alto en moral podremos tener el ánimo y la ilusión de superar problemas, plantear soluciones y hacerlo desde un discurso lejano de lo fúnebre y empalagoso.
Destacar lo valorable, impulsar reformas desde la raíz de las cosas y construir algo mejor exige, como nunca antes, redescubrir la ética correctamente entendida. Alejándola, en la medida de lo posible y en la ruta de lo deseable, de todo código, tribunal u otras realidades afines demasiado cansinas y desmotivadoras para los seres humanos de hoy. Lo verdadero ético no necesita de estos instrumentos, le basta con la convicción y la opción de cara a lo irrenunciable en justicia.
Es muy probable que los tiempos de solo prohibir, juzgar, negar, señalar y suspirar por el pasado están donde deben, esto es, en el pasado.
Hoy se trata de ayudar al ser humano a redescubrirse, retomar valores olvidados o dejados de lado (como diálogo, respeto activo, igualdad y libertad), favorecer un espíritu democrático auténtico y sanamente laico, volver a nuestras raíces e idiosincrasia cristiana. Se trata, en pocas palabras, de empeñarnos en construir un mundo alto en moral porque en un mundo desmoralizado nadie quiere vivir, ni participar, ni aportar ni sembrar esperanza.
Perseverar en un contexto que insiste en ir por debajo del mínimo humano nos invita, a cada cristiano y cada mujer y hombre de buena voluntad, a la reacción.
Se impone hoy día el empeñarnos de cara a la crisis. El resultado será un ganar-ganar para todos. Es, como alguna vez dijo el papa Francisco, evitar “balconear” la vida. Tenemos que involucrarnos y construir. Una tarea en la que la familia, la escuela y las Iglesia deben aportar lo propio.
Con respecto al Estado, en coherencia con el principio de subsidiaridad, con que no estorbe pues ya estaría haciendo mucho como, sabiamente, enseña la doctrina social católica.
Cuando contemplamos la realidad es evidente que las cosas no andan demasiado bien. Hay un proceso de deshumanización progresivo, caen las certezas, la confusión cunde y los nortes están cada día más y más ausentes.
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