La sociedad costarricense tiene grandes virtudes. Una de ellas es extraordinaria: hemos sabido zanjar nuestras diferencias mediante argumentos, no por medio de las armas. Pero junto a esa virtud, existen problemas que el Estado no ha resuelto y más bien se han agudizado, con las negativas consecuencias que tiene sobre la vida de las personas.
Por ejemplo, tenemos una creciente desigualdad social que agobia a la colectividad; no hemos avanzado en un sistema tributario progresivo que garantice justicia y equidad; enfrentamos obstáculos en la creación de empleo, que vuelve muy estrecho el horizonte de esperanza de nuestra juventud; la inversión en infraestructura ha sido postergada por décadas; la calidad de las instituciones de educación pública, primaria y secundaria, está sumida en una crisis cuyo fin no visualizamos; tampoco hemos conciliado nuestros requerimientos de desarrollo con la legítima vocación de preservar la diversidad biológica, a todo lo cual se suma el clamor por respetar la diversidad de género, étnica, sexual y cultural.
La responsabilidad de las fisuras de nuestra democracia se encuentra distribuida de manera diferenciada entre la población costarricense. No debemos esconder que hay personas y grupos con mayor responsabilidad que otros en los desvaríos y errores de nuestra sociedad. Empero, su futuro le incumbe a cada persona que habita este país, de manera que debemos comprometernos con su buen desarrollo.
Hoy trece partidos políticos aspiran a la presidencia de la República y, un número mayor, postula candidatos provinciales para diputaciones, con un verdadero arcoíris de posiciones ideológicas. Esto es expresión de nuestra diversidad ideológica.
A la luz de ese escenario, la referencia a la apatía política pierde sentido. Existe más bien una explosión de la participación ciudadana, la cual se lleva a cabo en otros circuitos de interrelación social, no necesariamente en el seno de los partidos.
La elección de gobernantes parece a ratos carecer de interés inmediato, pero lo cierto es que tiene consecuencias directas sobre la colectividad.
No es un giro del lenguaje decir que el voto es sagrado. Se trata de un derecho que tomó mucho tiempo lograr. Pensemos que el voto femenino se instauró en Costa Rica hace apenas 65 años, después de largas y arduas luchas. Salgamos entonces a votar este dos de febrero, con conciencia de que así definimos una parte de nuestro destino colectivo, a la vez que renovamos nuestro aprecio por quienes, durante siglos, lucharon porque el sufragio fuera una práctica libre y universal.
Dr. Henning Jensen Pennington
Rector, Universidad de Costa Rica