Miércoles, 22 Enero 2014 05:17

Devolver el brillo a la silla presidencial

  Hemos salido recién del tiempo de Navidad y nos hemos adentrado una vez en las arenas políticas. La campaña se ha reanudado con tintes parecidos a su cierre: reacciones de temor de cara al voto protesta, candidatos poco hábiles para vender su imagen de confiables y eficaces, discursos camaleónicos según lo exijan las encuestas y peso de las redes sociales desde el choteo y la crítica con matices de burlas sin sustento.

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Los temas abordados en los debates no dejan de ser los que en algún momento los obispos habían planteado, esto es, temas de bioética y ecoética, la lucha contra la pobreza y la corrupción, lo mismo que la urgencia de atender asuntos desde el diálogo, el realismo político y la centralidad de la persona humana. Ni mas ni menos y, además, la cuestión del estado laico y conocer un poco de los niveles de increencia de este o aquel candidato.

Así es como se ha reiniciado esta ruta final hacia las elecciones del primer domingo de febrero.

Oyendo un día de estos a un ciudadano preocupado y estudioso, decía que estas serán las últimas elecciones de toda una etapa de la historia de este país. De ahora en adelante las cosas tendrán que ser diferentes de cara a una ciudadanía cada día mas informada y que siente desagrado por candidatos incapaces y grises, discursos huecos y con una ausencia total de grandeza.

En 1927 Omar Dengo hizo ver lo que esperaba del presidente de la República. Lo miraba como un costarricense en quien no solo se depositaba el poder sino el espíritu de la nación. Un gran ciudadano con plena claridad del sentido heroico de su misión presidencial, capaz de ir más allá de las concepciones estrechas de la vida, con una visión tal que lo pueda guiar y una capacidad de acción que le lleve a hacer realidad lo implicado en la responsabilidad de su casi sagrada envestidura.

Y agregaba Omar Dengo que todas las instituciones se han de apoyar en un sentimiento tenue a la vez que decisivo: el sentimiento del honor. El único sentimiento capaz de “hacer la grandeza definitiva de una nación”.

Es el perfil que hoy se espera y se esperará de quien desee ocupar la silla presidencial, de ser constructor de un pueblo y de apuntarse en un lugar de la historia grande, honroso y no rastrero.

El 8 de mayo de 1914, Alfredo González Flores, en su mensaje al Congreso dijo: “que cuando os devuelva el depósito que el país me ha confiado, mis conciudadanos me hagan justicia al decir de mí: ‘Ese ciudadano cumplió lo que prometió”. Esa sería para mí la mayor de las satisfacciones.” Don Alfredo no acabó su mandato por lo ruin de algunos pero cumplió cuanto prometió con grandeza, visión y honestidad.

Reto a quien desee, en el futuro y ahora, aspirar a la silla que don Alfredo ocupó a animarse a decir, con grandeza, lo mismo que él al tomar las riendas del país y a hacer vida el ideal presidencial que Omar Dengo consideraba como el deber ser mínimo de quien aspire a la silla presidencial para devolverle un brillo hoy por hoy más que opacado y ensombrecido.