Con frecuencia y ya ello desde hace decenios, el Magisterio y la teología pastoral vienen insistiendo en lo sano que es explicar y promover esa sana laicidad. Curiosamente, una y otra vez, hay laicistas que, a la par que dicen entender la distinción conceptual anotada, insisten en confundirla en su discurso cayendo así en tremendas incoherencias.
Recientemente, el 23 de agosto, en Foro de La Nación, Yashin Castillo es uno de esos casos. Esto es, saltos lógicos en el discurso que llevan, como resulta claro a la hora de realizar la lectura de esa nota, a contrastes argumentativos inaceptables.
El articulo “Relaciones Estado-Iglesia” a la par de su planteamiento que dice comprender la noción de sana laicidad y de afirmar que es falsa la pretensión de algunos de reducir la vida religiosa a lo privado o la vida católica a la sacristía, pasa a afirmaciones asombrosas que, justamente, contradicen lo inicialmente afirmado y que, aparentemente, la teoría de los derechos humanos y nuestra jurisprudencia nunca avalarían.
Me asaltan algunas dudas: ¿Cómo en el marco de una celebración litúrgica católica, celebrada por un ministro ordenado católico y para católicos, éste va a limitar su discurso exhortativo solo porque es exigente y toca asuntos de interés nacional? ¿Cómo en el marco de una celebración católica y con presencia de católicos, algunos de ellos y en ese marco, deben reprimir su deber-derecho de expresar sus sentimientos y convicciones solo por el hecho de ejercer accidentalmente un cargo público? ¿Cómo un pastor católico al dirigirse a sus fieles va a dejar de hablar de temas bioéticos solo porque a algunos no católicos el tema les resulta incómodo? ¿Cómo insistir en que una invitación a la vigilancia siempre es pretensión de que la misma llegue a ser sancionada como ley por el legislador?
Todo ministro católico, que habla a católicos en contexto católico, aun si el acto es trasmitido por algún medio de comunicación, confesional o no, puede y debe decir, afirmar o pedir lo que el dato revelado y la ley natural le exige hacer ver a su grey. Nadie se lo puede impedir de modo alguno sin violentar el derecho a la libre expresión y a la libertad religiosa.
En el caso de que una persona no católica se sienta ofendida o molesta o sencillamente no comparte la exhortación o instrucción, puede obviarla. Si le parece interesante, puede tener allí ocasión para meditar. Al que no comparte la fe católica el mensaje de la Iglesia se le propone, no se le impone y ello parece que algunos no lo comprenden a la fecha.
Eso sí, es necesario, que el que no se considera católico evite hacer el papel de quien dice a los ministros de la Iglesia cómo hacer su labor a la hora de guiar y exhortar a sus fieles. Sencillamente no le corresponde. Y menos aún si se trata de amenazas o de advertencias ligadas con una legislación que roza, mas que peligrosamente, el derecho humano a la libertad religiosa y ello en el contexto de este terruño tan secularizado y venido a menos en su identidad cristiana.