Alexander Hernández Camacho
En la conciencia que estoy tratando de crear ante los inminentes aumentos en el costo de los combustibles y ante la necesidad de sacar de circulación muchos más carros de los que ya moviliza la restricción vehicular, me fui a dar mis clases de sábado a San José en bus.
Despuntando el alba, caminé desde mi casa en Cartago a la Parada y de allí en bus hasta San José, donde recorrí la Avenida 4, desde el Liceo de Señoritas hasta el Parque La Merced.
La belleza del bulevar no se cuestiona, como tan poco se puede cuestionar el tamaño de la economía subterránea o informal que allí se mueve. Fue inevitable, que saliera la faceta de profesor y me cuestionara cuántos recursos se movilizan allí sin el más mínimo control de las autoridades tributarias del país.
¡Es tal el contraste en esas pocas cuadras!. Desde la presencia mañanera de personas con guitarras, que al son de melodiosos instrumentos y sus voces, buscan como sortearse unas monedas para poder enfrentar la pobreza a la que han estado condenados. Tal vez por la existencia de una discapacidad, pero ante todo, por la indiferencia de una sociedad en la que la atención de los discapacitados se ha quedado muchas veces en el papel de una ley.
Lo anterior, se entrelaza con la vos del predicador que a primera hora lanza sus consignas que amenazan con la venida de un Dios castigador y terrorífico; profecías que terminan por diluirse entre los gritos de gran cantidad de nicaragüenses, colombianos y también ticos, que ofrecen nacatamales, medias, discos piratas que anuncian lo último del cine y de la música cristiana, jabones, tamales asados y toda suerte de “chunches”. Incluso, para mi absoluto estupor, se escucha la oferta de celulares usados (posiblemente robados), sin la menor pena ni preocupación, sin factura y por supuesto, sin ninguna garantía.
En ese recorrido, logran verse las empleadas municipales barriendo el bulevar, policías municipales en carros, bicicletas y a pie; pasando indiferentes y aunque inquietando levemente a los vendedores, estos rápidamente se reorganizan y continúan con su colosal comercio.
Al final del bulevar, muy cerca de la Iglesia La Merced; está el bar, que al sonido de música ensordecedora, impide a sus animados ocupantes, darse cuenta de que el viernes ha concluido, que ya amanecido y que sus escasos salarios han sido dilapidados en aquella prisión de alcohol que los condena a ellos y a sus familias a una pobreza angustiante. Mientras tanto, el camión cervecero está al frente del local, abasteciendo para la misma rutina en la noche de aquel sábado que apenas inicia.
Ya en el propio Parque La Merced, pululan los nicaragüenses que lo copan diariamente y donde el café, el vigorón, las tarjetas telefónicas viajeras, las raspaditas, los nacatamales y el tamal asado, concurren como la oferta primordial para los participantes de aquel encuentro tan particular.
Allí, entre la empleada doméstica oriunda de Chinandega y el peón de construcción que vino de Masaya, emerge el concubinato del que nacerá luego un hijo de inmigrantes ilegales, quienes prolongan su pobreza viviendo en la cuartería de aquel tico inconsciente que luego de recibir el bono de vivienda convirtió su casa en un negocio de cuartería. Es el mismo tico, que luego fue premiado con una placa de taxi por sus servicios en alguna campaña política y es el mismo, al que posiblemente luego, le darán otra placa u otro bono de vivienda.
Llego a mis clases e inicio, contándoles a mis estudiantes sobre mi peculiar recorrido y reflexionando con ellos sobre las particularidades de esta Costa Rica de hoy. Un país tomado por la ilegalidad de una economía informal de la que viven una enorme cantidad de familias ticas y también extranjeras ilegales, de la que se enriquece alguien que no sabemos quién o quiénes son y con la que se condena al estado, a asumir cargas sociales enormes sobre gentes que no tributan, no se formalizan, que perpetúan su pobreza y que nos encadenan al subdesarrollo a todos.
El objetivo esbozado al inicio de mi comentario se cumplió, pues he ahorrado un poquito de combustible al país, pero he quedado inquieto y preocupado. Ha sido, sin lugar a dudas, un avenidazo lleno de reflexión…
En la conciencia que estoy tratando de crear ante los inminentes aumentos en el costo de los combustibles y ante la necesidad de sacar de circulación muchos más carros de los que ya moviliza la restricción vehicular, me fui a dar mis clases de sábado a San José en bus.
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Un principio de vida que he intentado siempre proteger, ha sido el de no cuestionar para nada los fallos judiciales en mis comentarios. De hecho, es ese un precepto fundamental de PANORAMA. El respeto a los mismos es la esencia de la independencia de los Tribunales y también es la garantía de que la confianza está depositada sin miramiento alguno sobre el sistema judicial y que la credibilidad de los ciudadanos es el principal garante de esa confianza.
Sin embargo, este principio de vida se ha visto estrechado en los últimos días, ante la vulnerabilidad que muestra el sistema carcelario y ante algunos fallos que crean en uno, una mezcla muy fea de consternación, frustración, preocupación y hasta temor.
La forma en que los reos de la supuesta cárcel “más segura” del país coordinan una fuga, compran funcionarios del penal, alquilan casas, coordinan rutas, fabrican bombas y se arman con mejores armas que las de la misma policía, lo dejan a uno perplejo de miedo, lleno de dudas respecto de la probidad de los que administran la justicia y avergonzado de ver a las cabezas del Ministerio de Seguridad y de Justicia que solo atinan en buscar excusas del por qué se dan estas cosas y achacan, de manera irresponsable, a la no aprobación de un plan fiscal los graves hechos acontecidos en La Reforma. Cuando falta el sentido común, no hay plata que alcance.
La liberación de dos peligrosísimos narcotraficantes, con argumentos bastante cuestionables, nos hacen preguntarnos ¿hacia dónde va nuestro país y hacia dónde navega nuestro estado de derecho?
Costarricenses todos. Ustedes y yo somos los responsables de elegir a los Diputados, estos nombran a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y estos a los jueces de la República. Hay algo en el sistema que no está funcionando. En alguna parte del proceso nos perdimos y la probidad quedó relegada a un plano inexistente. La mediocridad y las malas prácticas en la función pública se han hecho ya cosas comunes y la responsabilidad que la autoridad formal impone, no está siendo asumida por quienes deben hacerlo.
Hace unos pocos días escribía un comentario aquí mismo que hablaba sobre que el país está enfermo de muerte y es lamentable, que hoy no podamos decir que es algo que se dice en sentido figurado, sino que es una realidad y que el país vive un mal generalizado llamado negligencia, una cadena de errores e incoherencias que nos desprestigia y nos carcome en lo más hondo de la dignidad.
Me gusta escribir en positivo, pero lamentablemente los hechos de las últimas semanas no dan pie para pensar en que las cosas puedan mejorar y más bien se pregunta uno cuándo será el día en que veremos cosas más horrendas todavía, cosas como las que pasan en países no tan lejanos.
¿Cómo hacer para que se dé un cambio de actitud y que las cosas caminen por la vía correcta en este país hermoso? ¿Cómo hacemos, si los llamados a ejercer liderazgos de construcción en positivo no existen? ¿Cómo llenar el espíritu de entusiasmo y dejar esa apatía tan odiosa que nos aleja cada vez más de la convivencia armoniosa?
Cuidado, que el país agoniza entre la imprecisión y la desidia. Cuidado, que la principal muestra de ingobernabilidad que mostramos nace de nuestros desaciertos en la seguridad interna y en nuestro sistema de justicia. Cuidado señores, cuidado, que el caos impera, el país se espanta y la desesperanza nos persigue a todos.
Un principio de vida que he intentado siempre proteger, ha sido el de no cuestionar para nada los fallos judiciales en mis comentarios. De hecho, es ese un precepto fundamental de PANORAMA. El respeto a los mismos es la esencia de la independencia de los Tribunales y también es la garantía de que la confianza está depositada sin miramiento alguno sobre el sistema judicial y que la credibilidad de los ciudadanos es el principal garante de esa confianza.
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Cuando yo era niño, en las paredes de la escuela Carlos J. Peralta de Guadalupe de Cartago, se dejaban ver unos afiches con leyendas que decían algo así como “Solo los animales destruyen lo que es útil”. Con el tiempo, empezó a hablarse en el país un poco más sobre los derechos de los niños y no faltó quien argumentara que ese tipo de afiches en las escuelas violentaban los derechos de los infantes y que mantener ese tipo de campañas podría ocasionar afecciones sicológicas en los pobrecitos chiquitos y en consecuencia, su autoestima podría verse alterada y ello a su vez, produciría un deterioro en su desarrollo. Fue entonces el inicio de la extrema alcahuetería.
Luego, cuando empezaron a proliferar en el país organizaciones que defendían los derechos de los animales, hubo que eliminar tales afiches, pues con sobrada razón, se argumentó como injusto, el hecho de que a los pobres animales les compararan con la bajeza de destruir obras que eran útiles para todos.
Cuando uno ve el deterioro de muchísimas instalaciones públicas y los relatos en la prensa sobre la repugnante costumbre que tienen algunas personas, de poner su nombre en los baños y paredes del nuevo estadio o pegar goma de mascar debajo de alguna butaca; se llena uno de rabia y de una alta dosis de frustración de ver cómo hay personas con tan bajos niveles de cultura y educación, que solo sirven para destruir.
Las notas periodísticas en estos primeros días de uso del nuevo y hermosísimo estadio, dan cuenta de actos vandálicos que van desde paredes rayadas hasta un descomunal basurero de más de 50 toneladas en un solo día. Es claro, que un lugar al que ingresan 35.000 personas, experimente algún deterioro, pero justificar acciones como estas escudándose –como hizo una periodista- en que no hay cámaras que vigilen o que no hay suficientes basureros, ofende la inteligencia.
Yo, doy lecciones en un centro universitario público y he leído en las paredes de los baños, las obscenidades y groserías más repugnantes que ser humano alguno pueda ver. Las paredes de edificios públicos, puentes y carreteras muestran todo tipo de leyendas y solo basta darse una vueltita por cualquier ministerio, hospital o clínica del seguro, para darse cuenta de la facilidad con que los usuarios de estos bienes destruyen y no guardan la mínima conciencia de que los recursos allí invertidos, los hemos puesto todos y que su preservación solo nos beneficia a nosotros mismos.
En Costa Rica, hay gentes que creen que la cosa pública no es de nadie, pero les recuerdo que existe un grupo de ciudadanos responsables, que con nuestros aportes hemos hecho que tales bienes estén allí para disfrute de todos. Su descuido y deterioro es una responsabilidad tanto de los funcionarios públicos que los ocupan, como de los usuarios que los pagamos y que además, requerimos y exigimos que estén en perfecto estado.
El día que aquí, todos entremos en razón de que los bienes del estado NO son bienes de difunto sino propiedad y responsabilidad de todos y que el estado no es el Gobierno de turno sino que lo componemos TODOS, tal vez corrijamos la cultura de la destrucción y del afeamiento de lo que con tanto esfuerzo hemos pagado los que pagamos impuestos.
El nuevo Estadio Nacional es de TODOS los costarricenses, debe ser administrado con criterio técnico y si de paso, ese manejo es con visión empresarial, podemos convertirlo además en un proyecto altamente rentable. Olvidemos ya esa falacia de que nos lo regalaron, pues hasta el último de los centavos fue canjeado por el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, y algunas otras concesiones de las que no fuimos enterados, han servido de paga por esa hermosa joya.
Mi esposa les enseña a mis hijos una frase que aprendió de su papá: “Quien su nombre escribió en tabla, pared o mesa, da a conocer la bajeza con que sus padres le han criado”.
Tal vez este slogan y volver a aquel que exhibía mi escuela en los años 70, nos ayude a reformar a los delincuentes que destruyen las cosas útiles. Es en la escuela y en la casa, donde estas cosas se aprenden y es allí donde hay que hacer los esfuerzos más urgentes. La destrucción de lo que es útil para todos, es un acto repugnante que no caracteriza ni siquiera al más salvaje de los animales.
Cuando yo era niño, en las paredes de la escuela Carlos J. Peralta de Guadalupe de Cartago, se dejaban ver unos afiches con leyendas que decían algo así como “Solo los animales destruyen lo que es útil”. Con el tiempo, empezó a hablarse en el país un poco más sobre los derechos de los niños y no faltó quien argumentara que ese tipo de afiches en las escuelas violentaban los derechos de los infantes y que mantener ese tipo de campañas podría ocasionar afecciones sicológicas en los pobrecitos chiquitos y en consecuencia, su autoestima podría verse alterada y ello a su vez, produciría un deterioro en su desarrollo. Fue entonces el inicio de la extrema alcahuetería.
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Hay una canción de un popular cantante Guatemalteco que se llama “Se nos muere el amor”, que por supuesto escuché en la Radio y que narra los signos que hacen ver que el sentimiento entre una pareja se está muriendo. Afortunadamente, esa canción no se cumple para nada en mi relación con mi esposa, pero aunque les parezca un tanto pesimista, veo en el país, algunos signos que calzan a la perfección con algunas frases dichas por el autor y que yo me he atrevido intentar homologar, con lo que día a día veo en el país.
Bien podríamos decir que se nos muere el país, porque tiene fiebre de frío, porque se nos cayó de la cama cuando lo empujó la violencia, la impunidad y la postergación. Está enfermo de muerte, el mismo que era tan fuerte. Claro que este país tiene anemia de diálogo, tiene cáncer de cinismo y por si fuera poco, tiene funcionarios públicos y políticos corruptos, pero también una buena parte del sector privado, al que le gusta corromper ofreciendo mordidas por cuanto trámite debe hacerse.
Se nos muere el país, se nos mueren las ganas de cuidarlo y no ensuciarlo con tanta ejecución errática de obras públicas, lo vemos agonizando y convulsionando entre las leyes mal hechas y refritos legales plagados de inconsistencias. Lamentablemente, no existe un liderazgo que nos reviva el instinto, se nos muere la magia, la pasión, la ternura. Tanta mediocridad vino a jorobarnos el desarrollo y a sumirnos en el peor de los subdesarrollos, que es el de la mente.
Este país, con el tiempo se nos ha oxidado, se ha vuelto tan susceptible y tan delicado, que ya lo único que queda es pedirle a Dios para que NO siga muriéndose a poquitos, porque no hay peor agonía que la que es de paso en paso.
Se nos muere este país, porque se acabó la participación patriótica en elecciones y en actos cívicos en escuelas y colegios. Se nos muere porque a la libertad la convertimos en alcahuetería. La libertad y la democracia se contagiaron de costumbre, le falta fuego a la lumbre y se nos mueren los sueños de los niños de un país limpio y desarrollado. Hasta se nos han acabado los versos y no prestamos atención ya a los poetas. Se nos han muerto las instituciones baluartes de ayer que se convirtieron en cascarones sin rumbo de hoy, malversadas por políticos sin escrúpulo alguno.
Esta Costa Rica que antes se veía tan implacable en toda Centroamérica, hoy hasta se parece en mucho, al vecino del norte. Yo ya no sé qué prefiero, amar esta tierra de corazón o canalizar mi sentimiento de malestar por tanto político mentiroso, ambicioso y negligente de los muchos que dirigen instituciones sin la más mínima cuota de responsabilidad y dedicación.
¿Por qué? Si todo era tan bello aquí, qué es lo que ha pasado. Hoy ya no somos ni amigos, no cabemos en las carreteras mal diseñadas y peor construidas. Ya no somos vecinos y la violencia está destruyendo hasta las entrañas de las mismas familias.
Qué ha pasado con este país, qué cosa le hemos hecho a Costa Rica, que antes nos llamaban la Suiza Centroamericana y ahora nos supera un país como Panamá, que apenas 20 años atrás estaba en plena guerra. ¿Qué ha pasado con esta Costa Rica amante de la fe y defensora de la familia pero que ahora se deja impresionar por corrientes de pensamiento de una mal llamada liberación, que pretende crear modelos de familia antinaturales al amparo de la manipulación de la palabra libertad.
Está tan enfermo de muerte este país, que hacemos las carreteras mal, los puentes mal, reparamos una platina mal, educamos mal, comemos mal, manejamos mal... Lo único que teníamos que hacer del famoso estadio era pintar unas rayitas en el césped y lo hicimos mal...
Mi abuelito, a quien tanto extraño, diría que vivimos en el país de la CHAMBONADA y Ricardo Arjona, ha terminado su canción con una pregunta al amor que bien valdría hoy la pena que nos la hiciéramos todos y cada uno de los que vivimos en esta Costa Rica enferma.
Costa Rica amada, quítame solo una duda, si eres tú la que te mueres o soy yo el que te mato…
Hay una canción de un popular cantante Guatemalteco que se llama “Se nos muere el amor”, que por supuesto escuché en la Radio y que narra los signos que hacen ver que el sentimiento entre una pareja se está muriendo. Afortunadamente, esa canción no se cumple para nada en mi relación con mi esposa, pero aunque les parezca un tanto pesimista, veo en el país, algunos signos que calzan a la perfección con algunas frases dichas por el autor y que yo me he atrevido intentar homologar, con lo que día a día veo en el país.
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Vieran que yo no tengo ninguna duda de las intenciones de doña Laura, tampoco de su inteligencia ni su ímpetu de trabajo y energía para llevar adelante la tarea que la mayoría de costarricenses le encomendó. El título de mi comentario, lo sustento en que a veces, son los mismos en que ella confió, los que la dejan mal parada y terminan “zafándole” la tabla y exponiéndola a que alguna gente se refiera a ella con irrespeto, cosa que aprovecho por supuesto para deplorar.
En estos días, entre la noticia del trágico terremoto de Japón, la violencia en Libia y todo lo relacionado con el Plan Fiscal que el Gobierno intenta pasar en el Congreso, se publica una noticia en la que el Ministro de Hacienda reconoce como un error, la compra de dos automóviles último modelo y de una marca de esas cuyos precios son accesibles a un grupo muy pequeño de compatriotas.
El reconocimiento de un error siempre es algo digno de admirar en cualquier ser humano, pero cuando ese reconocimiento viene acompañado de una seguidilla de metidas de pata, hacen que uno termine cuestionándose si el poder genera alguna atrofia a las neuronas o si más bien, habrá algún interés oculto por hacer que la “zafadilla de tabla” se vea como algo premeditado.
Digo esto, porque cuando uno escucha soluciones como la de “subastar los carros”, las preguntas de no pocos mal pensados como yo son obvias ¿Quién va a estar dispuesto a pagar más del precio de venta de agencia, por un carro que no se ha usado pero que ya salió de la agencia y en consecuencia NADIE pagará como nuevo? ¿El hecho de que la vendedora de los carros diera un carro mejor que el licitado es una “cortesía” de esas de las que después se cobran o es un regalo genuino?
Decir que la presupuestación de esa compra suntuosa se hizo en el Gobierno anterior e intentar con ello huir a la responsabilidad de la ejecución, es en extremo grave, por cuanto hace ver la carencia absoluta del uso del sentido común. Bajo ese razonamiento, si hubiera una orden del gobierno anterior para que un ministro se suicide, ¿hay que hacerlo?. Por supuesto que NO. ¿Cómo, cuando se intenta vender la idea de gravar la educación y la salud privadas (de gran uso en la clase media), alguien ni siquiera se cuestionó si una compra de esta naturaleza era o no oportuna?
El tema aquí, es el uso de la mínima cuota de razonamiento para tomar una decisión como la que se tomó, en el momento que se tomó y la forma en que se lavan las manos tirándole el muerto al gobierno anterior.
La nota periodística, da cuenta de que la Sra. Presidenta al momento de ver los carros prohibió de inmediato su uso y pidió que se intentara devolver los carros. Eso se llama uso del sentido común, hacer uso de la lógica o simplemente tener vergüenza.
En la misa de domingo, cuando el sacerdote hablaba sobre las tentaciones, hacía ver que la más grande y peor de las que hoy podamos tener es la tentación de poder. Cuanta razón tenía el cura de mi pueblo, pues cuando el ejercicio del poder se hace de forma descuidada y torpe, da lugar a pobres argumentos y a justificaciones burdas. Clamo pues, para que la razón llegue a los servidores directos de doña Laura, para que no le sigan zafando la tabla.
Vieran que yo no tengo ninguna duda de las intenciones de doña Laura, tampoco de su inteligencia ni su ímpetu de trabajo y energía para llevar adelante la tarea que la mayoría de costarricenses le encomendó. El título de mi comentario, lo sustento en que a veces, son los mismos en que ella confió, los que la dejan mal parada y terminan “zafándole” la tabla y exponiéndola a que alguna gente se refiera a ella con irrespeto, cosa que aprovecho por supuesto para deplorar.
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Hace algunos años, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, sorprendió al mundo con un documental cargado de nefastas noticias sobre el futuro del planeta, consecuencia del sobrecalentamiento de los polos y de la reiterada negativa de los países industrializados por suscribir los tratados internacionales, que de alguna manera pudieran coadyuvar para que eso no pasara, o al menos se minimizaran sus impactos.
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En algún momento de nuestra vida, hemos escuchado a alguien decir que en este país, no hay escándalo que dure tres días. Sin duda, un triste diagnóstico, tan autóctono como nocivo, pues por esa estrechez de memoria, somos reincidentes en una larga lista de males, con los cuales nos hemos acostumbrado a vivir y, ni hacemos nada por resolverlos ni exigimos a quienes elegimos, para que hagan esfuerzos reales y definitivos por hacerlo.
La lista es enorme y por lo tanto es imposible abarcarla toda: Sobornos a policías y actos de corrupción de funcionarios públicos de todo nivel, que en el mejor de los casos son suspendidos por períodos de hasta 6 meses pero con goce de salario, biombos y listas de espera interminables en los hospitales de la Caja, el desmadre en nuestras carreteras donde mueren todos los días inocentes a manos de borrachos al volante, la oferta de drogas en escuelas y colegios de todo el país, el tráfico de influencias al más alto nivel, la inmigración por la libre de delincuentes de todas latitudes, la pésima gestión de la gran mayoría de diputados, la paupérrima participación en las elecciones municipales y lo que es peor la re-elección de gentes con gravísimos cuestionamientos.
Todos esos males no atendidos y todas las soluciones postergadas, retratan una parte del ser costarricense que es necesario cambiar. Olvidamos muy rápido los ticos y eso nos vuelve vulnerables.
Hay una dolencia que nos ha venido aquejando de manera grave en los últimos meses; pero como todo, en esta Costa Rica veraniega y pura vida, ya casi no nos acordamos y hasta hay quienes minimizan la violación a la soberanía de que estamos siendo objeto por ese camarilla de delincuentes y hasta dicen que el territorio que nos quieren robar es un “suampo”. NO señores, son humedales con vida en peligro de extinción, pero ante todo es un pedazo de suelo patrio.
Curiosamente, los que en el pasado han convocado a multitudinarias marchas para defender la soberanía nacional, en esta oportunidad no han dicho ni pío. Los que destruyen obra pública, bloquean calles, levantan barricadas y cubren sus rostros con pasamontañas en defensa de la patria; no se han pronunciado.
¿Qué nos pasa a los ticos, que somos tan olvidadizos? ¿Es acaso que la costumbre de vivir en paz y democracia, han lavado de nuestra memoria, las gestas heroicas que en el pasado libraron costarricenses deseosos de resguardar a la patria de malhechores extranjeros, mercenarios y delincuentes?
Es entendible que el alto grado de alfabetización y la dicha de no tener un ejército, nos hagan personas de paz, pero…¿Es posible que tengamos que aceptar que un delincuente, sin ninguna educación ni respeto por nada, se burle de nosotros y envenene a todo un pueblo sumido en la ignorancia y la miseria por décadas de dictadores y ladrones, y no pase nada?
¿Tendremos que resignarnos a que un pachuco de esta calaña, haga lo que le da la gana en el mismo jardín de nuestra casa, destruya un pedazo del pródigo suelo del que habla nuestro Himno Nacional y en este país sigamos más preocupados por la inauguración de un estadio, por un partido de fútbol y un concierto?. Perdonen que sea aguafiestas, pero mi memoria no puede ser tan corta.
Todavía tengo en mi recuerdo la imagen del comandante nada caminando por las calles de Cartago y todavía en este país, en el mismo Cartago, hay una familia que llora a su padre muerto en el atentado de La Penca, donde ese comandantillo se ocultaba del mismo dictador del que hoy es cómplice. Bajo este límpido cielo, el comandante que no comanda ni su dignidad, hoy se asocia con el maleante que ayer combatía para que lo inviten a la piñata.
El mundo debe entender y tiene la obligación de hacer que hasta el último milímetro de nuestro territorio debe ser respetado. Nuestra dignidad, nuestra vergüenza y nuestra memoria, deben ser resguardadas por nosotros los ticos.
En algún momento de nuestra vida, hemos escuchado a alguien decir que en este país, no hay escándalo que dure tres días. Sin duda, un triste diagnóstico, tan autóctono como nocivo, pues por esa estrechez de memoria, somos reincidentes en una larga lista de males, con los cuales nos hemos acostumbrado a vivir y, ni hacemos nada por resolverlos ni exigimos a quienes elegimos, para que hagan esfuerzos reales y definitivos por hacerlo.
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