Alexander Hernández Camacho
Así hablaba el autor de un artículo que leí hace muchos años, refiriéndose al acto de educar. Eso de que sin pasión no hay convicción no puede ser; sin embargo, algo propio del acto de educar sino que debemos aplicarlo a todos los ámbitos de la vida.
Hace unos meses, mi amigo Laureano me pidió asesoría para invertir ¢40.0 millones que logró por la venta de una propiedad que una tía abuela suya le había heredado años atrás. Lo primero que le dije fue que tuviera cuidado de dónde guardar su platita, pues había gente en el mercado que ofrecía todo tipo de rendimientos y que no necesariamente esas opciones eran las más seguras. Le expliqué rápidamente sobre el principio de que a mayor rentabilidad, mayor riesgo y de que nada era mejor que nuestro sistema financiero regulado.
Estoy confundido. Escucha uno la forma en que los delincuentes preparan sus delitos, la organización que manejan y las formas tan creativas que usan para obtener vínculos para lograr sus objetivos y burlar la ley, que terminolamentándome sobre el desperdicio de cerebros, pues si esa capacidad creativa fuera canalizada a cosas positivas, seríamos una superpotencia.
Como presidente de la Comisión de Control de Ingreso y Gasto Público, mostré mi preocupación, luego de que el Ministro de Obras Públicas y Transportes (MOPT), Pedro Castro confirmara la vigencia y uso del decreto de emergencia para la segunda etapa de las obras en la trocha fronteriza.
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Mis papás cumplieron 63 años desde que, a las 6:00 am de aquel 11 de febrero, un sacerdote les pidió que sortearan todos los obstáculos que la vida les plantearía para sacar adelante a su familia. Les pidió comprometerse a cuidarse, respetarse, amarse y a recibir el don de la vida con la venida de los hijos. Les dijo que en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o la pobreza se mantuvieran unidos como en aquella posiblemente fría mañana del verano de 1950.
Siempre que de reflexionar sobre aspectos de diversa naturaleza se trata, la búsqueda de espacios propicios para ello es algo bueno y qué mejor que la Semana Santa para hacerlo; pues constituye un momento idóneo para la meditación y el descanso de la mente y el alma.