Cuando yo era niño, en las paredes de la escuela Carlos J. Peralta de Guadalupe de Cartago, se dejaban ver unos afiches con leyendas que decían algo así como “Solo los animales destruyen lo que es útil”. Con el tiempo, empezó a hablarse en el país un poco más sobre los derechos de los niños y no faltó quien argumentara que ese tipo de afiches en las escuelas violentaban los derechos de los infantes y que mantener ese tipo de campañas podría ocasionar afecciones sicológicas en los pobrecitos chiquitos y en consecuencia, su autoestima podría verse alterada y ello a su vez, produciría un deterioro en su desarrollo. Fue entonces el inicio de la extrema alcahuetería.
Luego, cuando empezaron a proliferar en el país organizaciones que defendían los derechos de los animales, hubo que eliminar tales afiches, pues con sobrada razón, se argumentó como injusto, el hecho de que a los pobres animales les compararan con la bajeza de destruir obras que eran útiles para todos.
Cuando uno ve el deterioro de muchísimas instalaciones públicas y los relatos en la prensa sobre la repugnante costumbre que tienen algunas personas, de poner su nombre en los baños y paredes del nuevo estadio o pegar goma de mascar debajo de alguna butaca; se llena uno de rabia y de una alta dosis de frustración de ver cómo hay personas con tan bajos niveles de cultura y educación, que solo sirven para destruir.
Las notas periodísticas en estos primeros días de uso del nuevo y hermosísimo estadio, dan cuenta de actos vandálicos que van desde paredes rayadas hasta un descomunal basurero de más de 50 toneladas en un solo día. Es claro, que un lugar al que ingresan 35.000 personas, experimente algún deterioro, pero justificar acciones como estas escudándose –como hizo una periodista- en que no hay cámaras que vigilen o que no hay suficientes basureros, ofende la inteligencia.
Yo, doy lecciones en un centro universitario público y he leído en las paredes de los baños, las obscenidades y groserías más repugnantes que ser humano alguno pueda ver. Las paredes de edificios públicos, puentes y carreteras muestran todo tipo de leyendas y solo basta darse una vueltita por cualquier ministerio, hospital o clínica del seguro, para darse cuenta de la facilidad con que los usuarios de estos bienes destruyen y no guardan la mínima conciencia de que los recursos allí invertidos, los hemos puesto todos y que su preservación solo nos beneficia a nosotros mismos.
En Costa Rica, hay gentes que creen que la cosa pública no es de nadie, pero les recuerdo que existe un grupo de ciudadanos responsables, que con nuestros aportes hemos hecho que tales bienes estén allí para disfrute de todos. Su descuido y deterioro es una responsabilidad tanto de los funcionarios públicos que los ocupan, como de los usuarios que los pagamos y que además, requerimos y exigimos que estén en perfecto estado.
El día que aquí, todos entremos en razón de que los bienes del estado NO son bienes de difunto sino propiedad y responsabilidad de todos y que el estado no es el Gobierno de turno sino que lo componemos TODOS, tal vez corrijamos la cultura de la destrucción y del afeamiento de lo que con tanto esfuerzo hemos pagado los que pagamos impuestos.
El nuevo Estadio Nacional es de TODOS los costarricenses, debe ser administrado con criterio técnico y si de paso, ese manejo es con visión empresarial, podemos convertirlo además en un proyecto altamente rentable. Olvidemos ya esa falacia de que nos lo regalaron, pues hasta el último de los centavos fue canjeado por el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, y algunas otras concesiones de las que no fuimos enterados, han servido de paga por esa hermosa joya.
Mi esposa les enseña a mis hijos una frase que aprendió de su papá: “Quien su nombre escribió en tabla, pared o mesa, da a conocer la bajeza con que sus padres le han criado”.
Tal vez este slogan y volver a aquel que exhibía mi escuela en los años 70, nos ayude a reformar a los delincuentes que destruyen las cosas útiles. Es en la escuela y en la casa, donde estas cosas se aprenden y es allí donde hay que hacer los esfuerzos más urgentes. La destrucción de lo que es útil para todos, es un acto repugnante que no caracteriza ni siquiera al más salvaje de los animales.
Cuando yo era niño, en las paredes de la escuela Carlos J. Peralta de Guadalupe de Cartago, se dejaban ver unos afiches con leyendas que decían algo así como “Solo los animales destruyen lo que es útil”. Con el tiempo, empezó a hablarse en el país un poco más sobre los derechos de los niños y no faltó quien argumentara que ese tipo de afiches en las escuelas violentaban los derechos de los infantes y que mantener ese tipo de campañas podría ocasionar afecciones sicológicas en los pobrecitos chiquitos y en consecuencia, su autoestima podría verse alterada y ello a su vez, produciría un deterioro en su desarrollo. Fue entonces el inicio de la extrema alcahuetería.
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Luego, cuando empezaron a proliferar en el país organizaciones que defendían los derechos de los animales, hubo que eliminar tales afiches, pues con sobrada razón, se argumentó como injusto, el hecho de que a los pobres animales les compararan con la bajeza de destruir obras que eran útiles para todos.
Cuando uno ve el deterioro de muchísimas instalaciones públicas y los relatos en la prensa sobre la repugnante costumbre que tienen algunas personas, de poner su nombre en los baños y paredes del nuevo estadio o pegar goma de mascar debajo de alguna butaca; se llena uno de rabia y de una alta dosis de frustración de ver cómo hay personas con tan bajos niveles de cultura y educación, que solo sirven para destruir.
Las notas periodísticas en estos primeros días de uso del nuevo y hermosísimo estadio, dan cuenta de actos vandálicos que van desde paredes rayadas hasta un descomunal basurero de más de 50 toneladas en un solo día. Es claro, que un lugar al que ingresan 35.000 personas, experimente algún deterioro, pero justificar acciones como estas escudándose –como hizo una periodista- en que no hay cámaras que vigilen o que no hay suficientes basureros, ofende la inteligencia.
Yo, doy lecciones en un centro universitario público y he leído en las paredes de los baños, las obscenidades y groserías más repugnantes que ser humano alguno pueda ver. Las paredes de edificios públicos, puentes y carreteras muestran todo tipo de leyendas y solo basta darse una vueltita por cualquier ministerio, hospital o clínica del seguro, para darse cuenta de la facilidad con que los usuarios de estos bienes destruyen y no guardan la mínima conciencia de que los recursos allí invertidos, los hemos puesto todos y que su preservación solo nos beneficia a nosotros mismos.
En Costa Rica, hay gentes que creen que la cosa pública no es de nadie, pero les recuerdo que existe un grupo de ciudadanos responsables, que con nuestros aportes hemos hecho que tales bienes estén allí para disfrute de todos. Su descuido y deterioro es una responsabilidad tanto de los funcionarios públicos que los ocupan, como de los usuarios que los pagamos y que además, requerimos y exigimos que estén en perfecto estado.
El día que aquí, todos entremos en razón de que los bienes del estado NO son bienes de difunto sino propiedad y responsabilidad de todos y que el estado no es el Gobierno de turno sino que lo componemos TODOS, tal vez corrijamos la cultura de la destrucción y del afeamiento de lo que con tanto esfuerzo hemos pagado los que pagamos impuestos.
El nuevo Estadio Nacional es de TODOS los costarricenses, debe ser administrado con criterio técnico y si de paso, ese manejo es con visión empresarial, podemos convertirlo además en un proyecto altamente rentable. Olvidemos ya esa falacia de que nos lo regalaron, pues hasta el último de los centavos fue canjeado por el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, y algunas otras concesiones de las que no fuimos enterados, han servido de paga por esa hermosa joya.
Mi esposa les enseña a mis hijos una frase que aprendió de su papá: “Quien su nombre escribió en tabla, pared o mesa, da a conocer la bajeza con que sus padres le han criado”.
Tal vez este slogan y volver a aquel que exhibía mi escuela en los años 70, nos ayude a reformar a los delincuentes que destruyen las cosas útiles. Es en la escuela y en la casa, donde estas cosas se aprenden y es allí donde hay que hacer los esfuerzos más urgentes. La destrucción de lo que es útil para todos, es un acto repugnante que no caracteriza ni siquiera al más salvaje de los animales.