Hace poco un estudiante me comentaba que estaba indignado porque diariamente, cuando toma el autobús hacia la universidad, debe viajar con un chofer que tiene como costumbre no hacerles la parada a los adultos mayores, o que cuando la gente se sube la trata mal porque no llevan el pase completo o les grita groseramente porque se quedan entre las barras eléctricas.
Y claro que es motivo de indignación observar como nuestra sociedad se ha vuelto tan descortés, pero también le mencioné que habría que determinar si él es producto de una carencia de educación, de un hogar violento o de la tensión que implica lidiar todos los días con diferentes personas, y no es que se justifique tal comportamiento, pero me parece más preocupante que alguien, con un nivel educativo y una formación profesional, cimienten sus acciones en la descortesía.
Conozco muchas personas quienes viven en contextos privilegiados, quienes estudian en instituciones de renombre, quienes hacen alarde de sus apellidos u ostentan altos cargos, pero cuyo actuar es, muchas veces, más descortés y menos agradecido que el de este chofer. Desgraciadamente, la descortesía hoy ha llegado a tal penetración social que ya trasciende género, edad, educación, oficio o clase social.
Por ello, el lograr que las personas den las gracias, saluden amablemente, soliciten o pidan ayuda con un por favor, den la bienvenida, cedan el paso a otra persona, se disculpen, hablen con un tono de voz adecuado o pidan permiso, se ha vuelto una misión casi imposible. Y lo grave es que se va generando una actitud de rechazo ante quienes poseen tal comportamiento.
Pese a esto, las personas quienes hacen de la cortesía una máxima de vida, en realidad pueden tener grandes posibilidades de quedar grabadas en nuestra memoria. Por ejemplo, como docente, el grato recuerdo que dejan aquellos estudiantes quienes han pasado por mi vida siendo amables, gentiles, empáticos y respetuosos, se ha quedado para siempre.
Es decir, aquellos alumnos quienes me han generado una impresión positiva de buena educación al saber esperar su turno, que respetan la opinión o postura de sus compañeros, que están atentos a los comentarios del profesor o de los otros estudiantes, que presentan argumentos contrarios sin faltar al respeto a sus interlocutores, que saludan cada mañana o que se despiden o dan las gracias al final de una clase.
Sin duda sus comportamientos se convierten en una llave que les podría abrir puertas laborales más fácilmente, ya que ninguna sociedad puede constituirse, funcionar y perpetuarse si sus miembros no asumen, de manera reflexionada, un compromiso con las reglas mínimas de cortesía. Pues desde el momento en que todo individuo nace y vive en el seno de una comunidad, se ve afectado por una forma de participación social que determina, en gran medida, una parte de su ser.
Por lo tanto, por hallarse naturalmente integrado en una comunidad, todo humano influye en ella con sus actos, la pregunta es: ¿queremos influir de manera tal que nuestras acciones sean coherentes con un entorno civilizado, o de forma que nuestro comportamiento sea un artífice de la desatención, la incultura, la desconsideración o la grosería?... Definitivamente en la medida en que desechemos la cortesía, como por desgracia suele suceder en nuestra moderna sociedad individualista, la sana interacción social resultaría infructuosa. ¿Queremos esto para nuestro país?... ¡Por favor!, no permitamos más descortesía con nuestra Patria.
Hace poco un estudiante me comentaba que estaba indignado porque diariamente, cuando toma el autobús hacia la universidad, debe viajar con un chofer que tiene como costumbre no hacerles la parada a los adultos mayores, o que cuando la gente se sube la trata mal porque no llevan el pase completo o les grita groseramente porque se quedan entre las barras eléctricas.
Y claro que es motivo de indignación observar como nuestra sociedad se ha vuelto tan descortés, pero también le mencioné que habría que determinar si él es producto de una carencia de educación, de un hogar violento o de la tensión que implica lidiar todos los días con diferentes personas, y no es que se justifique tal comportamiento, pero me parece más preocupante que alguien, con un nivel educativo y una formación profesional, cimienten sus acciones en la descortesía.
Conozco muchas personas quienes viven en contextos privilegiados, quienes estudian en instituciones de renombre, quienes hacen alarde de sus apellidos u ostentan altos cargos, pero cuyo actuar es, muchas veces, más descortés y menos agradecido que el de este chofer. Desgraciadamente, la descortesía hoy ha llegado a tal penetración social que ya trasciende género, edad, educación, oficio o clase social.
Por ello, el lograr que las personas den las gracias, saluden amablemente, soliciten o pidan ayuda con un por favor, den la bienvenida, cedan el paso a otra persona, se disculpen, hablen con un tono de voz adecuado o pidan permiso, se ha vuelto una misión casi imposible. Y lo grave es que se va generando una actitud de rechazo ante quienes poseen tal comportamiento.
Pese a esto, las personas quienes hacen de la cortesía una máxima de vida, en realidad pueden tener grandes posibilidades de quedar grabadas en nuestra memoria. Por ejemplo, como docente, el grato recuerdo que dejan aquellos estudiantes quienes han pasado por mi vida siendo amables, gentiles, empáticos y respetuosos, se ha quedado para siempre.
Es decir, aquellos alumnos quienes me han generado una impresión positiva de buena educación al saber esperar su turno, que respetan la opinión o postura de sus compañeros, que están atentos a los comentarios del profesor o de los otros estudiantes, que presentan argumentos contrarios sin faltar al respeto a sus interlocutores, que saludan cada mañana o que se despiden o dan las gracias al final de una clase.
Sin duda sus comportamientos se convierten en una llave que les podría abrir puertas laborales más fácilmente, ya que ninguna sociedad puede constituirse, funcionar y perpetuarse si sus miembros no asumen, de manera reflexionada, un compromiso con las reglas mínimas de cortesía. Pues desde el momento en que todo individuo nace y vive en el seno de una comunidad, se ve afectado por una forma de participación social que determina, en gran medida, una parte de su ser.
Por lo tanto, por hallarse naturalmente integrado en una comunidad, todo humano influye en ella con sus actos, la pregunta es: ¿queremos influir de manera tal que nuestras acciones sean coherentes con un entorno civilizado, o de forma que nuestro comportamiento sea un artífice de la desatención, la incultura, la desconsideración o la grosería?... Definitivamente en la medida en que desechemos la cortesía, como por desgracia suele suceder en nuestra moderna sociedad individualista, la sana interacción social resultaría infructuosa. ¿Queremos esto para nuestro país?... ¡Por favor!, no permitamos más descortesía con nuestra Patria.