Sábado, 04 Junio 2011 05:46

Un avenidazo lleno de reflexión …

En la conciencia que estoy tratando de crear ante los inminentes aumentos en el costo de los combustibles y ante la necesidad de sacar de circulación muchos más carros de los que ya moviliza la restricción vehicular,  me fui a dar mis clases de sábado a San José en bus.
Despuntando el alba, caminé desde mi casa en Cartago a la Parada y de allí en bus hasta San José, donde recorrí la Avenida 4, desde el Liceo de Señoritas hasta el Parque La Merced.
La belleza del bulevar no se cuestiona, como tan poco se puede cuestionar el tamaño de la economía subterránea o informal que allí se mueve.  Fue inevitable, que saliera la faceta de profesor y me cuestionara cuántos recursos se movilizan allí sin el más mínimo control de las autoridades tributarias del país.
¡Es tal el contraste en esas pocas cuadras!. Desde la presencia mañanera de personas con guitarras, que al son de melodiosos instrumentos y sus voces, buscan como sortearse unas monedas para poder enfrentar la pobreza a la que han estado condenados. Tal vez por la existencia de una discapacidad, pero ante todo, por la indiferencia de una sociedad en la que la atención de los discapacitados se ha quedado muchas veces en el papel de una ley.
Lo anterior, se entrelaza con la vos del predicador que a primera hora lanza sus consignas que amenazan con la venida de un Dios castigador y terrorífico; profecías que terminan por diluirse  entre los gritos de gran cantidad de nicaragüenses, colombianos y también ticos, que ofrecen nacatamales, medias, discos piratas  que anuncian lo último del cine y de la música cristiana, jabones, tamales asados y  toda suerte de “chunches”.  Incluso, para mi absoluto estupor, se escucha la oferta de celulares usados (posiblemente robados), sin la menor pena ni preocupación,  sin factura y por supuesto, sin ninguna garantía.
En ese recorrido,  logran verse las empleadas municipales barriendo el bulevar, policías municipales en carros, bicicletas y a pie; pasando indiferentes y aunque inquietando levemente a los vendedores, estos rápidamente se reorganizan y continúan con su colosal comercio.
Al final del bulevar,  muy cerca de la Iglesia La Merced; está el bar, que al sonido de música ensordecedora, impide a sus animados ocupantes, darse cuenta de que  el viernes ha concluido, que ya amanecido y que sus escasos salarios han sido dilapidados en aquella prisión de alcohol que los condena a ellos y a sus familias a una pobreza angustiante.  Mientras tanto, el camión cervecero está al frente del local, abasteciendo para la misma rutina en la noche de aquel sábado que apenas inicia.
Ya en el propio Parque La Merced, pululan los nicaragüenses que lo copan diariamente y donde el café, el vigorón, las tarjetas telefónicas viajeras, las raspaditas, los nacatamales y el tamal asado,  concurren como la oferta primordial para los participantes de aquel encuentro tan particular.
Allí, entre la empleada doméstica oriunda de Chinandega y el peón de construcción que vino de Masaya, emerge el concubinato del que nacerá luego un hijo de inmigrantes ilegales,  quienes prolongan su pobreza viviendo en la cuartería de aquel tico inconsciente que luego de recibir el bono de vivienda convirtió su casa en un negocio de cuartería.  Es el mismo tico, que luego fue premiado con una placa de taxi  por sus servicios en alguna campaña política y es el mismo, al que posiblemente luego, le darán otra placa u otro bono de vivienda.
Llego a mis clases e inicio,  contándoles a mis estudiantes sobre mi peculiar recorrido y reflexionando con ellos sobre las particularidades de esta Costa Rica de hoy.  Un país tomado por la ilegalidad de una economía informal de la que viven una enorme cantidad de familias ticas y también extranjeras ilegales,   de la que se enriquece alguien que no sabemos quién o quiénes son y con la que se condena al estado,  a asumir cargas sociales enormes sobre gentes que no tributan, no se formalizan,  que perpetúan su pobreza y que nos encadenan al subdesarrollo a todos.
El objetivo esbozado al inicio de mi comentario se cumplió, pues he ahorrado un poquito de combustible al país, pero he quedado inquieto y preocupado. Ha sido, sin lugar a dudas, un avenidazo lleno de reflexión…
En la conciencia que estoy tratando de crear ante los inminentes aumentos en el costo de los combustibles y ante la necesidad de sacar de circulación muchos más carros de los que ya moviliza la restricción vehicular,  me fui a dar mis clases de sábado a San José en bus.
Despuntando el alba, caminé desde mi casa en Cartago a la Parada y de allí en bus hasta San José, donde recorrí la Avenida 4, desde el Liceo de Señoritas hasta el Parque La Merced.
La belleza del bulevar no se cuestiona, como tan poco se puede cuestionar el tamaño de la economía subterránea o informal que allí se mueve.  Fue inevitable, que saliera la faceta de profesor y me cuestionara cuántos recursos se movilizan allí sin el más mínimo control de las autoridades tributarias del país.
¡Es tal el contraste en esas pocas cuadras!. Desde la presencia mañanera de personas con guitarras, que al son de melodiosos instrumentos y sus voces, buscan como sortearse unas monedas para poder enfrentar la pobreza a la que han estado condenados. Tal vez por la existencia de una discapacidad, pero ante todo, por la indiferencia de una sociedad en la que la atención de los discapacitados se ha quedado muchas veces en el papel de una ley.
Lo anterior, se entrelaza con la vos del predicador que a primera hora lanza sus consignas que amenazan con la venida de un Dios castigador y terrorífico; profecías que terminan por diluirse  entre los gritos de gran cantidad de nicaragüenses, colombianos y también ticos, que ofrecen nacatamales, medias, discos piratas  que anuncian lo último del cine y de la música cristiana, jabones, tamales asados y  toda suerte de “chunches”.  Incluso, para mi absoluto estupor, se escucha la oferta de celulares usados (posiblemente robados), sin la menor pena ni preocupación,  sin factura y por supuesto, sin ninguna garantía.
En ese recorrido,  logran verse las empleadas municipales barriendo el bulevar, policías municipales en carros, bicicletas y a pie; pasando indiferentes y aunque inquietando levemente a los vendedores, estos rápidamente se reorganizan y continúan con su colosal comercio.
Al final del bulevar,  muy cerca de la Iglesia La Merced; está el bar, que al sonido de música ensordecedora, impide a sus animados ocupantes, darse cuenta de que  el viernes ha concluido, que ya amanecido y que sus escasos salarios han sido dilapidados en aquella prisión de alcohol que los condena a ellos y a sus familias a una pobreza angustiante.  Mientras tanto, el camión cervecero está al frente del local, abasteciendo para la misma rutina en la noche de aquel sábado que apenas inicia.
Ya en el propio Parque La Merced, pululan los nicaragüenses que lo copan diariamente y donde el café, el vigorón, las tarjetas telefónicas viajeras, las raspaditas, los nacatamales y el tamal asado,  concurren como la oferta primordial para los participantes de aquel encuentro tan particular.
Allí, entre la empleada doméstica oriunda de Chinandega y el peón de construcción que vino de Masaya, emerge el concubinato del que nacerá luego un hijo de inmigrantes ilegales,  quienes prolongan su pobreza viviendo en la cuartería de aquel tico inconsciente que luego de recibir el bono de vivienda convirtió su casa en un negocio de cuartería.  Es el mismo tico, que luego fue premiado con una placa de taxi  por sus servicios en alguna campaña política y es el mismo, al que posiblemente luego, le darán otra placa u otro bono de vivienda.
Llego a mis clases e inicio,  contándoles a mis estudiantes sobre mi peculiar recorrido y reflexionando con ellos sobre las particularidades de esta Costa Rica de hoy.  Un país tomado por la ilegalidad de una economía informal de la que viven una enorme cantidad de familias ticas y también extranjeras ilegales,   de la que se enriquece alguien que no sabemos quién o quiénes son y con la que se condena al estado,  a asumir cargas sociales enormes sobre gentes que no tributan, no se formalizan,  que perpetúan su pobreza y que nos encadenan al subdesarrollo a todos.
El objetivo esbozado al inicio de mi comentario se cumplió, pues he ahorrado un poquito de combustible al país, pero he quedado inquieto y preocupado. Ha sido, sin lugar a dudas, un avenidazo lleno de reflexión…