Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

Ni los brazos candentes del sol, ni el pesado abrigo del frío, merman la voluntad de trabajo de esos hombres y esas mujeres quienes están dedicando parte de su vida a transitar, los sábados, por los parques España y Morazán y el Jardín de Paz de nuestro país transmitiendo su arte como parte del proyecto del Ministerio de Cultura y Juventud, Enamórate de tu ciudad…
Así es. Dedicados en cuerpo y alma a su expresión cultural, y siempre en pie de lucha ante las adversidades, estos singulares y anónimos creadores mediante su música, bailes, representaciones teatrales, juegos tradicionales y de mesa, títeres, recitales, mímicas o comidas despiertan, en el sentimiento de su público, múltiples alegrías, vasta admiración y sinceros aplausos que hacen de su labor todo un banquete de arte.
Un arte que, ciertamente, no participa de los parámetros del arte de élite; es decir, aquel que se piensa le es propio a una minoría erudita quien, privilegiada por los dones de las Musas, es la única que puede producirlo, entenderlo y prolongarlo. El de ellos es un talento popular, un arte sencillo, nacido del espíritu y la sangre de esos creadores populares que trabajan por y para el pueblo sin distingos de clase, religión, género o edad.
¿Cada cuánto tenemos la oportunidad de ver congregada y disfrutar tanta creatividad popular en la zona capitalina?... Por ello representa una experiencia lúdica asistir a este tipo de encuentros culturales, máxime para permitirle a nuestra mente y espíritu descansar de tantas tensiones, de tantos noticias cargadas de sensacionalismo y de tantos distractores tecnológicos que, aunque necesarios, pueden sumergir a las personas en una peligrosa pasividad . Sencillamente me fue poético el observar cómo un adulto mayor con su nieto, o una madre con su hija estaban, al aire libre, jugando dominó o tablero, y fue mágico cómo por unos instantes mi niño interno afloró, a pleno disfrute, al unirme a unos pequeños para participar en los juegos tradicionales e interactivos.
Definitivamente el proyecto Enamórate de tu ciudad es una hermosa prueba de que Costa Rica aún tiene aspectos magníficos que ofrecerle a sus habitantes. Recordemos que si existe un aspecto que educa, enaltece y le permite a los humanos percatarse del ámbito social en el que están inmersos, es el arte. En este sentido, si realmente queremos comprender el arte como un horizonte abierto, y hacer de él un arquitecto de las condiciones espirituales, intelectuales y sociales de nuestro país, no debemos ignorar los esfuerzos que el Ministerio de Cultura y Juventud está llevando a cabo para reivindicarlo y hacerlo accesible a todos.
De ahí que sea fundamental que comprendamos que el arte popular también es creación y, por ende, sublimación, conocimiento y libertad. No apoyar y no dignificar este tipo de manifestaciones que están latiendo y deambulando los sábados en San José por nuestras calles o parques, equivaldría a renunciar a un valioso patrimonio. Por ello, contribuir, en la medida de lo posible, a fortalecerlas, procurar que la destreza y sabiduría de estos artistas no se pierda y que las entidades culturales y el pueblo les siga ofreciendo una base favorable para su desarrollo, son fines que deben imperar si es que, en realidad, deseamos conservar y difundir nuestra identidad cultural.
Brindo un reconocimiento al Ministerio de Cultura, a los respectivos patrocinadores y a cada uno de los integrantes de este enamoramiento cultural por ayudarnos a redescubrir la autenticidad y vigencia de nuestra fecunda cultura popular y, de esta manera, fortalecer el concepto de identidad nacional que es fundamental para reconquistar el alma cultural de nuestra Patria. Ya lo dijo el pintor Marc Chagall: “El arte es, sobre todo, un estado del alma”.
Ni los brazos candentes del sol, ni el pesado abrigo del frío, merman la voluntad de trabajo de esos hombres y esas mujeres quienes están dedicando parte de su vida a transitar, los sábados, por los parques España y Morazán y el Jardín de Paz de nuestro país transmitiendo su arte como parte del proyecto del Ministerio de Cultura y Juventud, Enamórate de tu ciudad…
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Es un hecho totalmente preocupante que, en los tiempos actuales, gran parte de los humanos esté asumiendo una férrea actitud de superficialidad, ligereza y monotonía ante la vida. Estos tipos de humanos, a quienes algunos expertos han llamado los humanos “light”, precisamente para relacionarlos con ese tipo de comida que es liviana y de bajo contenido calórico, son individuos quienes llevan una vida bastante pobre, es decir, una existencia en donde la esencia de las acciones carece de todo interés, pues sólo lo superficial, transitorio, el poder inmediato y lo material, son tomados en cuenta.
Se tiene así, entonces, un humano vacío, materialista, muy vulnerable, sin ideales ni compromisos, en quien existe un cansancio por vivir, pero no por hacer muchas actividades, sino por la falta de una proyección social personal coherente y constante. Estos humanos plasman su existencia en una sociedad triste, sin ilusión, distraída por cuestiones insustanciales. Son personas consumistas por excelencia: hace para tener; tiene para consumir más; consume más para aparentar una mejor imagen y disponer de una mejor imagen para hacer más. Ese es, sencillamente, el patético ciclo de lo banal y la conformidad.
Esto se debe, en gran parte, a que en Occidente existe todo en exceso; por lo tanto los humanos indiferentes no se aferran a nada ya que no tienen creencias firmes, o reciben toneladas de información aunque no sepan ni para qué sirve. La idea es, en este tipo de trivial sociedad, pasarla bien -como se diría en tiquicia pasarla “pura vida”-, y consumir todo, pero sin esfuerzos, luchas o compromisos, aunque ello sea a costa de la propia caída de los valores humanos.
Sin duda, tal posición es muy lamentable, pues hoy no se genera un franco y detallado debate sobre cuestiones que son relevantes social e individualmente, como el valor de la familia, el sentido de una sana democracia, la óptima educación y protección de nuestros niños, el respeto real a los adultos mayores, o la necesidad de desarrollar un pensamiento más crítico en la población o la excesiva xenofobia contra algunos hermanos extranjeros.
¿Cuál debería ser, entonces, nuestra actitud frente a esta problemática que genera, día con día, seres más solitarios y vacíos moral, cultural, emocional e intelectualmente?...
Considero que, a toda costa, se debe hacer un esfuerzo por vencer esta “vida liviana”, esta existencia superficial, mediante la recuperación un auténtico sentido de respeto y honra tanto hacia nuestra sociedad como hacia nuestra vida personal, el desarrollo de las capacidades emocionales e intelectuales y un estado permanente de reencuentro con el humanismo. Ello significa volver a sustentar nuestra vida en el compromiso, la sensatez, la esperanza, el entusiasmo, la justicia y la dignidad. Se trata de poseer una actitud de mayor conciencia social e individual que nos lleve por más sustanciales, productivos y prósperos derroteros.
Por lo tanto, si no queremos pertenecer a esa “vida sin propósito” en donde sólo reina la indiferencia, lo insustancial, la mediocridad y la conformidad, debemos tomar muy en cuenta aquellas palabras que, muy sabiamente, predicaba ese gran líder espiritual hindú Mahatma Gandhi: “Es con solidaridad humana, empatía, tesón y compromiso, no con lo banal, que se debe nutrir nuestra vida, y la del propio pueblo que nos vio nacer”.
Es un hecho totalmente preocupante que, en los tiempos actuales, gran parte de los humanos esté asumiendo una férrea actitud de superficialidad, ligereza y monotonía ante la vida. Estos tipos de humanos, a quienes algunos expertos han llamado los humanos “light”, precisamente para relacionarlos con ese tipo de comida que es liviana y de bajo contenido calórico, son individuos quienes llevan una vida bastante pobre, es decir, una existencia en donde la esencia de las acciones carece de todo interés, pues sólo lo superficial, transitorio, el poder inmediato y lo material, son tomados en cuenta.
Nuevamente muchos estudiantes han vuelto a las aulas escolares y colegiales para enrumbarse, de la mano los docentes, en ese fascinante viaje de cultivarse y prepararse en pos de un futuro profesional. Precisamente son esos docentes quienes tienen a su cargo el que estas enseñanzas repercutan en buenos frutos; en sus manos está, en gran medida, el formar o deformar a sus alumnos.
Pues gran parte del adelanto, y mayor bienestar, de la educación, está fundamentado en la relación y cooperación plenas que los educandos establecen con sus estudiantes durante el proceso de enseñanza. Sin duda, una buena transferencia entre el grupo y el docente, permitirá una mayor y mejor producción académica; ya que el estudiante se podría comprometer más si el docente se implica también en la dinámica de clase con mayor regularidad.
Dado que los maestros y profesores tienen la crucial tarea de ser los sujetos activos más directos en la experiencia educativa, están llamados, por ética, a cultivar una responsable labor formativa que dote a los estudiantes de las habilidades, conocimientos y valores necesarios para darle cuerpo a su vida dentro y fuera de las aulas.
Toda persona que se dedique a la educación, debe hacer surgir el deseo de poner al servicio de los demás lo que él sabe, y enseñar los diversos caminos que se deben seguir para adquirirlo. Por tanto, como parte de esa buena educación que se desea cristalizar, es labor del docente transmitir, a los educandos, un entusiasta interés por el aprendizaje, mediante el fomento de su capacidad de iniciativa y protagonismo, que los promueva en el aprecio por la naturaleza, el arte, la imaginación, el raciocinio, lo espiritual y los valores humanísticos.
Un educador debe tener mucha capacidad de conducción e inducción, pues el educando espera que su maestro, de alguna manera, lo oriente, le aclare sus interrogantes o lo estimule a seguir adelante; que cuando tropiece, sea capaz de levantarlo e indicarle el camino por seguir. También, debe estar dispuesto a que sus alumnos lo busquen en tiempo fuera de trabajo. La disposición es una actitud loable y espiritual de un educador al servicio de los demás.
Además, se le debe brindar auxilio al estudiante para que conozca primero su realidad psicosocial, a fin de que pueda ubicarse, sanamente, en su entorno. A partir de este contacto con los alumnos y su medio, se podrá llevar a cabo su realización de acuerdo con sus posibilidades y necesidades sociales, procurándoles una mejor calidad de vida. Para ello, los educadores deben fomentar en sus clases la libertad de ideas, el flujo de reflexiones, el sentido del deber, la posibilidad de crítica y el impulso del pensamiento creativo en sus alumnos, para que se trasluzcan en fascinantes estímulos de convivencia social.
De modo que, en esta subrayada tarea de accionar efectiva y eficazmente la educación, resulte tan importante el conocimiento brindado a los estudiantes, como la vocación, recta conducta, justicia, tolerancia, honestidad, paciencia, sensibilidad y calidad humana, de quienes tienen a su cargo la titánica misión de formar ciudadanos de bien.
De ahí que el inicio de este nuevo curso lectivo sea fecha propicia para insistir en la urgencia de que aulas sean, cada vez más, espacios abiertos al pensamiento, la voz, el conocimiento, el diálogo, el aprendizaje y la creación. Mas los docentes deben recordar, constantemente, que para realizar esta valiosa labor formativa necesitan también creer y comprometerse con su apostolado, y en que es posible realizarlo bien, pues tales condiciones no sólo son indispensables, sino pasos trascendentales en la profesionalización de la docencia y en la construcción de una educación de calidad, ya que, con razón se ha dicho, desde hace mucho tiempo, que “los buenos docentes
hacen los buenos pueblos”.
Nuevamente muchos estudiantes han vuelto a las aulas escolares y colegiales para enrumbarse, de la mano los docentes, en ese fascinante viaje de cultivarse y prepararse en pos de un futuro profesional. Precisamente son esos docentes quienes tienen a su cargo el que estas enseñanzas repercutan en buenos frutos; en sus manos está, en gran medida, el formar o deformar a sus alumnos.
Es innegable que a toda época corresponde un perfil de líder; ya sea desde la óptica de quien se considera capaz de enfrentar las dificultades y proponer como realizarlo, o desde la perspectiva de la sociedad, la cual percibe quién efectivamente tiene las características y la vocación para llevarlo a cabo.
Ahora bien, inmersos como estamos en una etapa particularmente compleja de nuestra historia en donde se es parte de un mundo que ha hecho de la globalización una apabullante realidad y en donde no es una exageración afirmar que, pese a esto, la democratización de la sociedad no ha caminado tan aprisa, es imperioso decidir, con buen tacto, el tipo de líder necesario que deseamos, o que deseamos ser, para el bienestar de la Patria.
Pues ha resultado evidente que el plano en que se despliegan muchas de las acciones humanas tan fundamentales como la educación o la política, y quienes en su interior operan, no corresponde con lo que el país ha esperado o ha aspirado para un pertinente avance democrático. El país está sediento de contar con líderes educativos y políticos que puedan proponer soluciones a los problemas concretos que a diario se viven, llámense la excelencia educativa, el evitar la deserción,  lograr una mayor seguridad ciudadana, fomento de un trabajo digno, telecomunicaciones, salud, infraestructura vial, pobreza o situación fiscal.
Es fundamental, entonces, que quienes asuman el rol de líderes educativos o políticos tengan en cuenta que el verdadero enemigo no es un partido opositor, ni menos el compañero que pretende también ostentar un puesto, sino los tremendos problemas que nos agobian y que exigen una pronta y efectiva solución. El liderazgo no puede limitarse a su simple obtención de poder; el poder es, según palabras del político español Ernesto Giménez Caballero, “un deber y no un derecho. Un servicio y no un favor. Un acto de humildad y no de orgullo”.
Por ello quien quiera aspirar a ser el líder de nuestro progreso, quien crea que cuenta con esta habilidad, deberá hacer de su capacidad el instrumento que genere, a partir de grandes decisiones, las necesarias transformaciones de nuestra Costa Rica. Porque, en la medida que la oferta del líder se dirija a este punto, no sólo será capaz de ubicar a la política y a la educación en su perspectiva concreta; sino que estará más cerca de asumir, con mayor conciencia, la necesidad de que la gente tenga, por el avance nacional, una mayor participación en la vida democrática.
Si nuestros líderes educativos y políticos no brindan planteamientos puntuales, sin duda, la desconfianza imperante se seguirá incrementando. Pero, a la vez, si los ciudadanos no les exigimos a los líderes un mensaje coherente y honesto, seremos nosotros los que les estaremos haciendo, directamente, un gran daño a nuestra democracia.
Por tanto, es el momento para declararle la pelea a esas actitudes cargadas de palabrería empalagosa y sin sentido que han sustentado, en muchas ocasiones, a nuestro entorno político y educativo por años, ha llegado el momento de pasar del dicho al hecho, quizás ese es el mayor desafío de quienes desean, o tienen ya en sus manos, el liderar el bienestar de nuestra Nación.
Definitivamente nuestra educación, nuestra política, en fin, Costa Rica, requiere líderes con valores, actitudes y habilidades que les permita ser agentes de cambio, que coadyuven al desarrollo de su comunidad y que contribuyan a forjar nuevas generaciones de líderes quienes forjen una nueva cultura de visión,  valentía y empatía en permanente crecimiento. Líderes cuyos pensamientos, palabras y acciones estén en plena armonía, concordancia, transparencia y honestidad, pues, precisamente, el secreto para liderar reside en hacer lo que se predica.
Es innegable que a toda época corresponde un perfil de líder; ya sea desde la óptica de quien se considera capaz de enfrentar las dificultades y proponer como realizarlo, o desde la perspectiva de la sociedad, la cual percibe quién efectivamente tiene las características y la vocación para llevarlo a cabo.
Ahora bien, inmersos como estamos en una etapa particularmente compleja de nuestra historia en donde se es parte de un mundo que ha hecho de la globalización una apabullante realidad y en donde no es una exageración afirmar que, pese a esto, la democratización de la sociedad no ha caminado tan aprisa, es imperioso decidir, con buen tacto, el tipo de líder necesario que deseamos, o que deseamos ser, para el bienestar de la Patria.
Las sociedades contemporáneas se enfrentan al reto de proyectarse y adaptarse a un proceso de cambio que viene avanzando muy rápidamente hacia la construcción de Sociedades del Conocimiento. Este proceso es dinamizado esencialmente por el desarrollo de nuevas tendencias en la generación, difusión y utilización del conocimiento, y está demandando la revisión y adecuación de muchas de las empresas y organizaciones sociales y la creación de otras nuevas con capacidad para asumir y orientar el cambio pues la sociedad del conocimiento ha de estar en la base de toda política de promoción económica, cultural o educativa.
Tengamos en cuenta que una Sociedad del Conocimiento es una sociedad con capacidad para generar, apropiar y utilizar el conocimiento para atender las necesidades de su desarrollo y así construir su propio futuro, convirtiendo la creación y trasferencia del conocimiento en herramienta de la sociedad para su propio beneficio.
En este sentido, en la sociedad del conocimiento y del aprendizaje, las comunidades, empresas y organizaciones avanzan gracias a la difusión, asimilación, aplicación y sistematización de conocimientos creados u obtenidos localmente, o accesados del exterior. El proceso de aprendizaje se potencia en común, a través de redes, empresas, gremios, comunicación inter e intrainstitucional, entre comunidades y países. Una sociedad del conocimiento significa una nación y unos agentes económicos más competitivos e innovadores y, además, eleva la calidad de vida a todo nivel.
Entonces, si el conocimiento se ha convertido en el factor crítico en cualquier actividad, es vital que los poderes públicos procuren su desarrollo y extensión. Pero ¿cómo hacerlo? Una buena fórmula sería favorecer los mismos factores que han contribuido a acelerar la implantación de la sociedad del conocimiento en los últimos años, por lo tanto un primer paso sería garantizar el acceso a internet y las nuevas tecnologías de la información a todas las personas, así como las competencias necesarias para poder utilizarlas. Posteriormente es importante asegurarse de que el conocimiento esté disponible, y ahí los poderes públicos poseen un importante papel que jugar, pues mucha información tiene su origen precisamente en la propia administración. Finalmente el conocimiento tiene que poder ser interpretado y asimilado, para que llegue a serlo realmente y pueda ser utilizado, la educación desempeña un papel fundamental en esta última fase.
Por ejemplo en lo que respecta a la transición de Latinoamérica hacia una sociedad del conocimiento en condiciones de eficiencia y equidad, se demandan nuevas formas de intervención del Estado y acciones público/privadas explícitamente dirigidas a una asignación óptima de recursos para alcanzar las metas deseables que las reglas del mercado, por sí solas, no aseguran.
Ante este contexto, Latinoamérica, entre otros desafíos, deberá buscar financiamiento para disminuir el rezago tecnológico; determinar el marco jurídico, regulatorio e institucional que asegure bajas barreras al ingreso y a la competencia entre proveedores de servicios de conexión a las redes de transmisión; disminuir la heterogeneidad en la difusión de las tecnologías de la información y la comunicación; lograr mayor participación en los contenidos de información y conocimiento que transmiten las redes digitales; contrarrestar la fuerte concentración de poder que la rápida informatización coloca en manos de países industrializados y obtener mayor cooperación internacional.
Definitivamente cambiar hacia la sociedad del conocimiento llevará su tiempo, y para conseguirlo es preciso comprender mejor por qué ahora el conocimiento es la clave del crecimiento y la riqueza, pero, especialmente, es preciso que la gente adquiera como valor personal la renovación intelectual; que esto no sea un patrimonio de ciertos grupos, sino que sea un valor extendido a todos los niveles de la sociedad.
Las sociedades contemporáneas se enfrentan al reto de proyectarse y adaptarse a un proceso de cambio que viene avanzando muy rápidamente hacia la construcción de Sociedades del Conocimiento. Este proceso es dinamizado esencialmente por el desarrollo de nuevas tendencias en la generación, difusión y utilización del conocimiento, y está demandando la revisión y adecuación de muchas de las empresas y organizaciones sociales y la creación de otras nuevas con capacidad para asumir y orientar el cambio pues la sociedad del conocimiento ha de estar en la base de toda política de promoción económica, cultural o educativa.
¿Cuántas veces hemos estado preocupados o angustiados, y nos hemos encontrado con alguien quien, simplemente con una mirada, un abrazo, con un gesto o una palabra oportuna, ha hecho que nos sintamos mejor?  En este caso, la capacidad empática de esta persona es la que ha contribuido a nuestra mejoría. Pero, ¿tenemos nosotros también esta capacidad de comprender los pensamientos y las emociones ajenas, de situarnos en el lugar de los demás y compartir sus sentimientos?
No se trata de un don especial con el que nacemos, sino de una cualidad que podemos desarrollar y potenciar. El problema es que la falta de empatía es quizás, actualmente, uno de los mayores males de la humanidad, esto por cuanto ella campea en los actos más cotidianos o trascendentes de la vida.
Por ejemplo se está incentivando la falta de empatía cuando tendemos a interrumpir mientras nos están hablando como si fuéramos expertos quienes nos dedicamos a dar consejos en lugar de intentar sentir lo que el otro; cuando en  los medios de comunicación cada día observamos como de las noticias trágicas se hace un espectáculo, o cuando en el ambiente educativo o laboral se busca el beneficio particular a sabiendas de que un trabajo en equipo podría generar mayores logros…
En fin, bajo esta posición, si el dolor es de los demás, si los problemas son de los otros, si las necesidades son del vecino, si las dificultades sociales no me perjudican directamente, si lo que tengo que hacer es esforzarme por conocer al otro, entonces no interesa.
Además algunas personas piensan que en un mundo como el actual, en donde la indiferencia se ha arraigado con fuerza y la sensibilidad social parece asunto de otro mundo, es imposible logar que todos sintamos empatía ante las circunstancias afectivas y sociales ajenas. Sin embargo, caer en esta posición extrema es incrementar, también, la apatía a la esperanza de lograr un cambio social positivo y ratificar la falta de empatía como un  cáncer social.
Aunque parezca una utopía, el logar fomentar la empatía en aquellos quienes han hecho del desprecio a la vida ajena su bandera, es una misión posible, pues siempre ha habido, y habrá, quienes quieran escuchar, quienes quieran cambiar, quienes deseen incrementar el respeto, la tolerancia y la solidaridad hacia los demás…
Por ello, debemos volver a hacer de cada uno de nosotros seres quienes se conmuevan de su entorno, reprueben los actos de violencia e injusticia, y se sensibilicen ante los padecimientos, dolor o las carencias del otro, pues la empatía nos vuelve más humanos, nos hace preocuparnos por nuestro entorno, nos permite vivir en sociedad más eficaz y  coherentemente y nos ayuda a reconocer una dignidad en la vida de cada humano pasando por el niño, el joven, el adulto y el anciano.
En consecuencia, debemos mirar con atención al mundo que nos rodea, a los seres quienes comparten nuestra vida, conocerlos, tratarlos…, de esa manera quizá lleguemos a amarlos o no, pero lo más importante, cuando logremos penetrar en su mundo, cuando aprendamos a ver con una mirada más empática a nuestros semejantes, quizás lleguemos a la conclusión de que lo único racional que nos queda por hacer es asumir, precisamente, nuestra condición de seres constituidos para la sana convivencia. ¡No lo olvidemos: a mayor empatía, mayor humanidad!
¿Cuántas veces hemos estado preocupados o angustiados, y nos hemos encontrado con alguien quien, simplemente con una mirada, un abrazo, con un gesto o una palabra oportuna, ha hecho que nos sintamos mejor?  En este caso, la capacidad empática de esta persona es la que ha contribuido a nuestra mejoría. Pero, ¿tenemos nosotros también esta capacidad de comprender los pensamientos y las emociones ajenas, de situarnos en el lugar de los demás y compartir sus sentimientos?
Precisamente la Responsabilidad Social Empresarial es la manera en la que una empresa o entidad se enfrenta a sus acciones relacionándose con los diferentes grupos con los que se mezcla, y esto es vital pues las empresas socialmente responsables deben orientar sus actividades a la satisfacción de las necesidades y expectativas de la sociedad, al beneficio de los que obtienen su actividad comercial, y, a la vez, cuidar y preservar el ambiente.
En este sentido, la habilidad para una buena aplicación de gestión empresarial debe desenvolverse dentro de diferentes campos como el normativo, donde se incluyen todo lo relacionado con las leyes del estado para regular a las empresas, su competencia y los mercados donde se comercia; el económico que recae en la producción de ingresos, inversiones o precios; el social que indica de qué manera se puede contribuir con la mejora de la calidad de vida y al bienestar de la sociedad; y la parte ambiental que marca la protección del medio ambiente, reducir el impacto ambiental y el desarrollo sostenible.
Es decir, a grandes rasgos se puede decir que la Responsabilidad Social Empresarial busca una meta de crecimiento económico, aunada con la productividad, para mejorar la calidad de vida actual, garantizar la libertad y el respeto para las personas, y, por medio de la economía, brindar estabilidad a la sociedad.
De ahí la importancia de que todas las empresas tengan una responsabilidad en donde sus procesos de producción y su comercio vayan de la mano con los fines sociales, se promueva el desarrollo humano sostenible y se protejan los derechos humanos, es decir, que exista una coordinación entre principios, valores y la toma de decisiones en las prácticas empresariales.
Desgraciadamente, en contraposición a tales ideales, muchas de las empresas no se han identificado con esta propuesta y, más bien, realizan sus acciones por encima de los derechos ajenos tomando decisiones empresariales basadas en el beneficio personal y de los suyos. Hecho que, en este competitivo mundo, pareciera ilógico que las empresas lo hagan, pues la responsabilidad social les sirve a las empresas para destacar el aumento de la productividad y la rentabilidad al buscar mejores procesos, además se podrán llevar a cabo lazos de fortalecimiento con el cliente o de pertenencia de los empleados hacia la empresa.
Ante este panorama, se hace imprescindible que las empresas reflexionen por qué la responsabilidad social empresarial es un instrumento esencial de las empresas en el mundo globalizado, destinen energías hacia faenas socialmente responsables, identifiquen las herramientas de la transparencia  y alianzas tanto públicas como privadas como instrumentos para el crecimiento económico en el marco de la responsabilidad social, revisen los procedimientos actuales y declaren planes estratégicos que incluyan la visión del bienestar de los demás.
Por tanto, la principal función de una empresa debería ser, no sólo la de crear valor y generar así beneficios para sus propietarios y accionistas sino, también, asumir el compromiso del fomento de la responsabilidad social como un aporte al avance nacional mediante la incorporación de valores y objetivos sociales a la estrategia empresarial. Recordemos que las empresas no pueden darse el lujo de quedarse al margen de su compromiso social, tienen la obligación de saber competir para adaptarse a este entorno, el asunto es que lo hagan de manera comprometida, inteligente y proactiva.
Precisamente la Responsabilidad Social Empresarial es la manera en la que una empresa o entidad se enfrenta a sus acciones relacionándose con los diferentes grupos con los que se mezcla, y esto es vital pues las empresas socialmente responsables deben orientar sus actividades a la satisfacción de las necesidades y expectativas de la sociedad, al beneficio de los que obtienen su actividad comercial, y, a la vez, cuidar y preservar el ambiente.