Ya llegó la Navidad, y pese a lo que pese, nadie se queda indiferente ante ella: a unos les encanta, otros la rechazan porque les evoca recuerdos tristes, pero está ahí, coincidiendo, además, con el final de un año y el comienzo de otro, aspecto que obliga a fijar, aún más, la vista en ella…
No obstante lo que deberíamos tener claro es que la Navidad va más allá de signos externos como los árboles, las decoraciones o los regalos, este período santo se debe aprovechar también para generar un espacio de reflexión, pues para nadie es un secreto que este mundo está plagado de pobreza, guerras y enfermedades, y que mientras unos disfrutamos a plenitud esta época tan consumista por medio de vacaciones o manjares en las mesas de los hogares, otros la miran con tristeza, hambre y desesperanza.
Ello nos debería obligar a pensar en los más necesitados, en los que están sufriendo, en los marginados…, no se trata de caer en el tópico de querer más a los demás en esta fecha, ni en intentar ser mejor persona solamente durante las celebraciones navideñas, de lo que se trata es de potenciar esa virtud de ser más solidarios brindándoles un trozo de ayuda a quienes más lo necesitan…
Recordemos, en este sentido, las palabras expresadas por el Papa Juan XXIII, a los estudiantes de Loyola en su última audiencia pública: “Las dos cosas más importantes que ustedes poseen son sus mentes y sus corazones, con una aprenden, con la otra aman. Les ruego que aprendan y amen a su más grande capacidad. La gente en este mundo necesita todo el amor que tú y yo podamos darles”.
Entonces no nos equivoquemos, la Navidad no es sólo descanso, solamente vacaciones, no es sólo conmemorar mecánicamente el nacimiento de Jesucristo ni bonitas palabras en los púlpitos o medios de comunicación, ni solamente buenas intenciones. A pesar de que tanto se promueva y tanto se nos la recuerde en la publicidad, debemos evitar correr el riesgo de diluir o, peor aún, olvidar su verdadero significado. Vale la pena recordar que esta fecha simboliza un tiempo para la reconciliación, el fomento de la paz, la sana convivencia, y en esto todos podemos hacer una contribución…, un niño, un anciano, un pobre más que sonría, gracias a nuestro aporte, ya es importante para nuestro crecimiento personal y social.
Por lo tanto, para honrar esta celebración, deberíamos buscar un espacio para aprovechar esta oportunidad de recogimiento interior que nos brinda la Navidad haciendo un alto en las labores cotidianas, para contemplar detenidamente el gran regalo de amor que se nos dio mediante el nacimiento del Hijo de Dios -no con una actitud pasiva- sino con el corazón dispuesto a volver la mirada a la esperanza, con el ánimo de lograr un verdadero cambio espiritual en nuestras vidas y un sincero propósito de enmienda para corresponder a todas las bendiciones obtenidas.
En este sentido no estaría mal dar las gracias por lo que tenemos, y en ocasiones, por lo mucho que la vida nos ha dado, especialmente porque, por desgracia, vivimos en una sociedad en la cual “creemos que tenemos que tenerlo todo” y en donde los disgustos, los rencores, los egoísmos y la indiferencia consumen más nuestras energías, nuestro tiempo y pensamientos.
Entonces el nacimiento de Cristo nos invita a nacer también, no físicamente, sino a luchar por alejar de nuestra alma el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la apatía y la falta de solidaridad. Nunca es tarde para un cambio positivo, para recordar que la paciencia, la comprensión, la paz y la generosidad para con nuestros semejantes, son fuente de vida. Por eso, desde hoy, y más allá de la época navideña, comprometámonos a nacer en Jesús constantemente.
Ya llegó la Navidad, y pese a lo que pese, nadie se queda indiferente ante ella: a unos les encanta, otros la rechazan porque les evoca recuerdos tristes, pero está ahí, coincidiendo, además, con el final de un año y el comienzo de otro, aspecto que obliga a fijar, aún más, la vista en ella…