Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva. Pero ¿realmente nos estamos preocupando por lograr estándares eficaces de conocimiento?, ¿acaso el ambiente en que nos desenvolvemos nos está permitiendo develar esa ceguera intelectual que tanto está agobiando a la población?, ¿estarán siendo nuestros ámbitos educativos espacios propicios para el fomento de habilidades cognitivas como el análisis, la interpretación, la evaluación o autorregulación?...
Ciertamente muchas veces la sociedad se enfoca más en resolver conflictos de índole físico, como por ejemplo las ya conocidas crisis económicas, sin embargo los aspectos intelectuales, esas crisis de conocimiento tan abundantes en nuestro entorno, se dejan de lado. Y no es que no existan maneras para erradicar esta carencia o apatía al conocimiento porque sí las hay, y una realmente efectiva es la lectura. Porque con respecto a la lectura es realmente preocupante que muchas personas, por apatía intelectual, no hayan comprendido a cabalidad, o no lo quieran hacer, que leer es una de las habilidades intelectuales más asequibles, sencillas y productivas.
¿Cuántas de las personas quienes conocemos, o nosotros mismos, realmente le dedicamos tiempo a la lectura?... Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado. Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae. Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva. Pero ¿realmente nos estamos preocupando por lograr estándares eficaces de conocimiento?, ¿acaso el ambiente en que nos desenvolvemos nos está permitiendo develar esa ceguera intelectual que tanto está agobiando a la población?, ¿estarán siendo nuestros ámbitos educativos espacios propicios para el fomento de habilidades cognitivas como el análisis, la interpretación, la evaluación o autorregulación?...
Ciertamente muchas veces la sociedad se enfoca más en resolver conflictos de índole físico, como por ejemplo las ya conocidas crisis económicas, sin embargo los aspectos intelectuales, esas crisis de conocimiento tan abundantes en nuestro entorno, se dejan de lado. Y no es que no existan maneras para erradicar esta carencia o apatía al conocimiento porque sí las hay, y una realmente efectiva es la lectura. Porque con respecto a la lectura es realmente preocupante que muchas personas, por apatía intelectual, no hayan comprendido a cabalidad, o no lo quieran hacer, que leer es una de las habilidades intelectuales más asequibles, sencillas y productivas.
¿Cuántas de las personas quienes conocemos, o nosotros mismos, realmente le dedicamos tiempo a la lectura?... Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado. Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae. Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.
Aunque algunos lo pretendan ocultar; lo cierto es que nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños y mujeres,  la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto hacia quienes no piensan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
Dada estas dificultades,  sería lógico pensar que el desánimo o el descontento podrían aflorar en el sentir, y actuar, ciudadano.  No obstante, ante esta situación, claramente se nos podrían presentar dos caminos: o transitamos, como sujetos pasivos, por la vía de la desesperanza, la apatía y el conformismo; o recorremos, de forma activa e inteligente, un trecho de fortalecida entereza, esperanza y un positivo compromiso de cambio.
Deseo creer que todos somos conscientes de que es, evidentemente, el camino de la entereza, la esperanza, fortaleza y raciocinio, el más acertado para evitar que estos males sociales le sigan poniendo una soga al cuello a nuestro país. Definitivamente nuestra sociedad debe anteponer los valores de la entereza, la razón y la confianza como las principales armas que le ayude a sobrellevar aquellos conflictos políticos, económicos y sociales existentes, y le dé la energía requerida para seguir en la búsqueda de una Costa Rica más depurada.
Por ejemplo, actualmente se habla mucho sobre la violencia generada en centros educativos, en las calles o casos de corrupción política, pero habría que ver si, realmente, la población es conciente de esta problemática y qué está haciendo para contribuir, junto con el Gobierno, a contrarrestar tal situación. ¡No basta con hablar, con sorprenderse o enjuiciar!, se trata también de proponer soluciones y de actuar para plasmarlas.
En esta época no se justifican las quejas, las críticas destructivas, la pasividad, el egoísmo, el “simple choteo” y menos la idea de que los conflictos nacionales deben ser resueltos, exclusivamente, por el Gobierno. Requerimos una sociedad unida, activa, comprometida y pensante, en donde todos los costarricenses, con entereza e inteligencia, demos nuestro aporte en la construcción de una Patria más saludable.
Pues en el tanto mantengamos nuestra entereza en que podemos luchar, diariamente, por actuar de la manera más positiva por este país;  mientras tengamos la esperanza en que todavía existen quienes respetan el ejercicio de la política; si abrigamos la confianza en que nuestra sociedad es aún capaz de emanar  justicia, respeto, solidaridad  y paz; y cultivemos la esperanza en que los costarricenses seremos asiduos vigilantes de la democracia y el bien común, estaremos alimentando la conquista de un país con  mayor progreso humano.
En nuestras manos está el actuar con entereza, con inteligencia, el apostar a la esperanza, el contribuir y el comprometerse a  actuar. Sencillamente el hacer nuestras aquellas célebres palabras expresadas por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “No pregunten qué puede hacer vuestro país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”.  Solamente así podemos procurar mantener transparente el océano social de nuestra Costa Rica.
Aunque algunos lo pretendan ocultar; lo cierto es que nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños y mujeres,  la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto hacia quienes no piensan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
Aunque algunos lo pretendan ocultar; lo cierto es que nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños y mujeres,  la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto hacia quienes no piensan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
Dada estas dificultades,  sería lógico pensar que el desánimo o el descontento podrían aflorar en el sentir, y actuar, ciudadano.  No obstante, ante esta situación, claramente se nos podrían presentar dos caminos: o transitamos, como sujetos pasivos, por la vía de la desesperanza, la apatía y el conformismo; o recorremos, de forma activa e inteligente, un trecho de fortalecida entereza, esperanza y un positivo compromiso de cambio.
Deseo creer que todos somos conscientes de que es, evidentemente, el camino de la entereza, la esperanza, fortaleza y raciocinio, el más acertado para evitar que estos males sociales le sigan poniendo una soga al cuello a nuestro país. Definitivamente nuestra sociedad debe anteponer los valores de la entereza, la razón y la confianza como las principales armas que le ayude a sobrellevar aquellos conflictos políticos, económicos y sociales existentes, y le dé la energía requerida para seguir en la búsqueda de una Costa Rica más depurada.
Por ejemplo, actualmente se habla mucho sobre la violencia generada en centros educativos, en las calles o casos de corrupción política, pero habría que ver si, realmente, la población es conciente de esta problemática y qué está haciendo para contribuir, junto con el Gobierno, a contrarrestar tal situación. ¡No basta con hablar, con sorprenderse o enjuiciar!, se trata también de proponer soluciones y de actuar para plasmarlas.
En esta época no se justifican las quejas, las críticas destructivas, la pasividad, el egoísmo, el “simple choteo” y menos la idea de que los conflictos nacionales deben ser resueltos, exclusivamente, por el Gobierno. Requerimos una sociedad unida, activa, comprometida y pensante, en donde todos los costarricenses, con entereza e inteligencia, demos nuestro aporte en la construcción de una Patria más saludable.
Pues en el tanto mantengamos nuestra entereza en que podemos luchar, diariamente, por actuar de la manera más positiva por este país;  mientras tengamos la esperanza en que todavía existen quienes respetan el ejercicio de la política; si abrigamos la confianza en que nuestra sociedad es aún capaz de emanar  justicia, respeto, solidaridad  y paz; y cultivemos la esperanza en que los costarricenses seremos asiduos vigilantes de la democracia y el bien común, estaremos alimentando la conquista de un país con  mayor progreso humano.
En nuestras manos está el actuar con entereza, con inteligencia, el apostar a la esperanza, el contribuir y el comprometerse a  actuar. Sencillamente el hacer nuestras aquellas célebres palabras expresadas por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “No pregunten qué puede hacer vuestro país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”.  Solamente así podemos procurar mantener transparente el océano social de nuestra Costa Rica.
Aunque algunos lo pretendan ocultar; lo cierto es que nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños y mujeres,  la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto hacia quienes no piensan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
En este sentido, la política democrática debería hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas expuestas, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar proactivamente la política, ostentar un espacio para exponer razones y llegar a consensos con los opositores para llevar a cabo un sano intercambio de opiniones.
Pese a que pareciera idílico el lograr una democracia con esta esencia racional, sin duda hay que tener claro que la democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez.  Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces, sino las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.
En una democracia racional el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos y administrar los conflictos. El asunto no se sujeta a partir de un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo de diferentes actores sociales,
Claro hay que tener en cuenta que el diálogo posee sus propias leyes. En primer lugar amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido. En segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo. En tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos. Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan solamente letra muerta.
Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a ningún lado. Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro. La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político nacional, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente. Quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error. Evidentemente debemos apostar a la fortaleza, las propuestas y las acciones, no a las ofensas, las revueltas sociales o las excusas.
Ante este panorama ojalá el equipo de notables designado por la señora presidenta logre plasmar ese eficaz diálogo que tanto demanda la ciudadanía costarricense; confiemos en que sea la razón, la vocación de servicio y la toma de consensos las que prevalezcan en este proceso de mejora de la gobernabilidad y calidad de nuestra democracia. Pero, especialmente, confiemos en que la plasmación de propuestas, si responden a las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, sí se lleven a la práctica.
Si la misma doña Laura señaló que espera que las recomendaciones del grupo de notables puedan traducirse en propuestas concretas, ojalá se mantenga firme y congruente en esta idea porque el triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo  inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. Ya se ha esperado mucho, ya por años nos ha invadido bastante la falta de respuestas gubernamentales, como para quedarse solo “en buenas intenciones”…
En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
En este sentido, la política democrática debería hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas expuestas, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar proactivamente la política, ostentar un espacio para exponer razones y llegar a consensos con los opositores para llevar a cabo un sano intercambio de opiniones.
Pese a que pareciera idílico el lograr una democracia con esta esencia racional, sin duda hay que tener claro que la democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez.  Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces, sino las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.
En una democracia racional el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos y administrar los conflictos. El asunto no se sujeta a partir de un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo de diferentes actores sociales,
Claro hay que tener en cuenta que el diálogo posee sus propias leyes. En primer lugar amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido. En segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo. En tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos. Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan solamente letra muerta.
Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a ningún lado. Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro. La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político nacional, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente. Quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error. Evidentemente debemos apostar a la fortaleza, las propuestas y las acciones, no a las ofensas, las revueltas sociales o las excusas.
Ante este panorama ojalá el equipo de notables designado por la señora presidenta logre plasmar ese eficaz diálogo que tanto demanda la ciudadanía costarricense; confiemos en que sea la razón, la vocación de servicio y la toma de consensos las que prevalezcan en este proceso de mejora de la gobernabilidad y calidad de nuestra democracia. Pero, especialmente, confiemos en que la plasmación de propuestas, si responden a las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, sí se lleven a la práctica.
Si la misma doña Laura señaló que espera que las recomendaciones del grupo de notables puedan traducirse en propuestas concretas, ojalá se mantenga firme y congruente en esta idea porque el triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo  inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. Ya se ha esperado mucho, ya por años nos ha invadido bastante la falta de respuestas gubernamentales, como para quedarse solo “en buenas intenciones”…
En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.