Sábado, 23 Junio 2012 05:35

¡No solo buenas intenciones!

En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
En este sentido, la política democrática debería hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas expuestas, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar proactivamente la política, ostentar un espacio para exponer razones y llegar a consensos con los opositores para llevar a cabo un sano intercambio de opiniones.
Pese a que pareciera idílico el lograr una democracia con esta esencia racional, sin duda hay que tener claro que la democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez.  Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces, sino las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.
En una democracia racional el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos y administrar los conflictos. El asunto no se sujeta a partir de un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo de diferentes actores sociales,
Claro hay que tener en cuenta que el diálogo posee sus propias leyes. En primer lugar amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido. En segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo. En tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos. Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan solamente letra muerta.
Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a ningún lado. Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro. La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político nacional, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente. Quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error. Evidentemente debemos apostar a la fortaleza, las propuestas y las acciones, no a las ofensas, las revueltas sociales o las excusas.
Ante este panorama ojalá el equipo de notables designado por la señora presidenta logre plasmar ese eficaz diálogo que tanto demanda la ciudadanía costarricense; confiemos en que sea la razón, la vocación de servicio y la toma de consensos las que prevalezcan en este proceso de mejora de la gobernabilidad y calidad de nuestra democracia. Pero, especialmente, confiemos en que la plasmación de propuestas, si responden a las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, sí se lleven a la práctica.
Si la misma doña Laura señaló que espera que las recomendaciones del grupo de notables puedan traducirse en propuestas concretas, ojalá se mantenga firme y congruente en esta idea porque el triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo  inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. Ya se ha esperado mucho, ya por años nos ha invadido bastante la falta de respuestas gubernamentales, como para quedarse solo “en buenas intenciones”…
En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado, de debatir y proponer, de aprender y acordar,  de argumentar y negociar. Tal y como lo señalaba Juan Pablo Segundo, “"El diálogo, basado en sólidas leyes de convivencia, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de toda vida humana, un triunfo de la razón y de la humanidad".
En este sentido, la política democrática debería hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas expuestas, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar proactivamente la política, ostentar un espacio para exponer razones y llegar a consensos con los opositores para llevar a cabo un sano intercambio de opiniones.
Pese a que pareciera idílico el lograr una democracia con esta esencia racional, sin duda hay que tener claro que la democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez.  Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces, sino las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.
En una democracia racional el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos y administrar los conflictos. El asunto no se sujeta a partir de un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo de diferentes actores sociales,
Claro hay que tener en cuenta que el diálogo posee sus propias leyes. En primer lugar amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido. En segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo. En tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos. Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan solamente letra muerta.
Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a ningún lado. Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro. La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político nacional, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente. Quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error. Evidentemente debemos apostar a la fortaleza, las propuestas y las acciones, no a las ofensas, las revueltas sociales o las excusas.
Ante este panorama ojalá el equipo de notables designado por la señora presidenta logre plasmar ese eficaz diálogo que tanto demanda la ciudadanía costarricense; confiemos en que sea la razón, la vocación de servicio y la toma de consensos las que prevalezcan en este proceso de mejora de la gobernabilidad y calidad de nuestra democracia. Pero, especialmente, confiemos en que la plasmación de propuestas, si responden a las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, sí se lleven a la práctica.
Si la misma doña Laura señaló que espera que las recomendaciones del grupo de notables puedan traducirse en propuestas concretas, ojalá se mantenga firme y congruente en esta idea porque el triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo  inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. Ya se ha esperado mucho, ya por años nos ha invadido bastante la falta de respuestas gubernamentales, como para quedarse solo “en buenas intenciones”…