Carlos Díaz Chavarría
En mil novecientos cincuenta y nueve, la Organización de Naciones Unidas, reconoció la importancia de la niñez al crear la Declaración de los derechos del Niño, en donde se estipulan las garantías necesarias que procuran tanto el bienestar de los pequeños como la protección que sufren en relación con los abusos y vejaciones que se someten en su contra, por ejemplo su derecho a una nacionalidad, a una buena salud, a disfrutar de vivienda, alimentación y recreo adecuados, el amparo de sus padres y una educación que favorezca su cultura general y desarrolle su sentido de responsabilidad tanto moral como social.
No obstante, aunque se ha querido que dichos derechos pasaran a ser hechos más que ser simples palabras, las inminentes violaciones, maltratos físicos y emocionales, desnutrición, descuido de atenciones básicas, explotación o pobreza que siguen acechando al sector infantil, parecen constatar que es, en la actualidad, cuando los pequeños necesitan por parte de la sociedad de una mayor conciencia sobre la urgencia de protegerlos, amarlos y, ante todo, respetarlos.
En este sentido, hoy, más que nunca, se hace importante reafirmar los derechos universales de toda la población infantil para que gocen, realmente, de un nivel de vida adecuado mediante efectivos servicios de salud, protección contra el maltrato, una educación apropiada y dotación de un ambiente social, cultural y familiar ideal tanto para su desarrollo como para su bienestar. Recordemos que existen muchos niños que están sufriendo frío, explotación, hambre, golpes y desamor; que no asisten a la escuela, que jamás han tenido un juguete, que ignoran lo que es una caricia o que están expuestos a los peligros de la calle.
Por eso, si queremos una sociedad más justa, pacífica y solidaria, no podemos educar a nuestros pequeños con tanta violencia, del grado y del tipo que sea, esto por cuanto se sabe que todo tipo de maltrato, además de violar los derechos fundamentales de la infancia, tiene consecuencias a corto y a largo plazo como que el niño sea temeroso o inseguro; socialice poco o sea muy agresivo; sufra desnutrición; o presente un bajo rendimiento escolar; esto aunado a que, en el futuro, ellos o ellas podrían llegar a maltratar a sus propios hijos.
Por ello, el Día del Niño debe ser una fecha en la que las personas adultas generemos criterios en torno a la vigencia y respeto de los derechos de las niñas y de los niños, sin importar etnia, género, religión, creencias, condición social, idioma u origen. Debe ser un día para llamar la atención de la población en lo que se refiere a las necesidades infantiles y de las obligaciones que, también, se les debe requerir a la niñez como miembros de esta sociedad, pues como dijera María Montessori: “Si la ayuda y la salvación han de llegar, sólo puede ser a través de los niños. Porque los niños son los creadores de la humanidad”.
Sea este Día del Niño una propicia ocasión para abogar, una vez más, por un efectivo goce de los derechos humanos y las libertades fundamentales para la infancia; así como para hacer un llamado de manera que todos contribuyamos a que Costa Rica cuente con hombres y mujeres quienes vivan en dignidad y aporten al desarrollo y progreso del país. Porque en la medida en que se vea esta fecha como un estímulo y reconocimiento constante del valor de la infancia como un presente con demandas y necesidades, y como arquitectos de un futuro cercano, es que seremos capaces de forjar individuos capaces de brindar solidaridad, tolerancia y respeto por las demás generaciones.
Para todos los niños y las niñas de nuestra Patria, y para aquellos adultos quienes todavía hacen florecer su niño interno, ¡muy feliz Día del Niño!
En mil novecientos cincuenta y nueve, la Organización de Naciones Unidas, reconoció la importancia de la niñez al crear la Declaración de los derechos del Niño, en donde se estipulan las garantías necesarias que procuran tanto el bienestar de los pequeños como la protección que sufren en relación con los abusos y vejaciones que se someten en su contra, por ejemplo su derecho a una nacionalidad, a una buena salud, a disfrutar de vivienda, alimentación y recreo adecuados, el amparo de sus padres y una educación que favorezca su cultura general y desarrolle su sentido de responsabilidad tanto moral como social.
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Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se engendra directamente por la educación. Se engendra por la aplicación de la educación. Y la aplicación de la educación es acción, acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
Ciertamente la educación debe implicar un cambio hacia la liberación y el desarrollo de los humanos y los pueblos. Es requisito indispensable para hacer productivo el trabajo, es un medio privilegiado de movilidad social, una puerta a la información, al conocimiento y a la historia tanto individual y colectiva que afirma la identidad; es decir, el ser propio. Por ello fortalecer al sistema educativo es la inversión más noble, rentable y estratégica que el Estado y la sociedad pueden llevar a cabo pues invertir en la formación de las nuevas generaciones, en su capital humano, es concurrir a la riqueza social para colocarnos en la senda de un desarrollo humanista, democrático y sustentable.
Este perece ser el consenso más evidente en, prácticamente, todo espacio: lo mismo en una conversación familiar que en un seminario de académicos; en los medios de comunicación o en las reuniones de gabinetes especializados; en las aulas educativas como fuera de ellas..., definitivamente la educación es, a un tiempo, el principal problema del país y su esperanza más grande. Ante este panorama, es evidente que, en materia de educación, se deben multiplicar los espacios para que los docentes e investigadores, las autoridades educativas, los padres de familia, los alumnos, las organizaciones sociales o empresariales, y todas los agentes comprometidos con el fenómeno educativo, discutan, con sentido de urgencia, sobre avances, temas pendientes, problemas y retos, con una visión estratégica y una clara visión de cambio.
Por ejemplo, hay que avanzar firme y pronto sobra la calidad y la pertinencia de la educación; sobre los contenidos y los recursos; sobre el imperativo de fortalecer los valores cívicos como la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, al ambiente y a los derechos humanos, pero también a la diversidad étnica, cultural, religiosa, sexual y el respeto por la Patria. En definitiva, replantear la educación costarricense desde una visión más crítica, innovadora y activa se hace hoy una tarea imperiosa si lo que buscamos es la formación de alumnos con capacidad de liderazgo y ciudadanos con mayor participación social.
Por lo tanto, acompañar al nuevo tiempo político de equilibrio de poderes, de responsabilidades compartidas, de un sólido sustento democrático que tanto exige Costa Rica, con un esfuerzo inédito en el terreno educativo, será no sólo la mejor, sino, la única fórmula eficaz de sustentar, en bases firmes, un proyecto de nación en este siglo veintiuno. De esta manera podrá aclimatarse, en nuestra tierra, una pedagogía democrática que nos prevenga de intolerancias, inercias autoritarias y oposiciones absurdas, las cuales en nada ayudan a apuntalar el ejercicio de un proceso educativo de excelencia.
Como señalara el investigador alemán Derry Hannam, “la Educación Democrática se basa en el respeto a los alumnos; ocurre cuando se les honra y se les reconoce como individuos que participan activamente en su camino por la educación y la democracia; es, sencillamente, una educación basada en la sana convivencia, el diálogo y los derechos humanos".
Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se engendra directamente por la educación. Se engendra por la aplicación de la educación. Y la aplicación de la educación es acción, acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
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Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
Dada estas dificultades, sería lógico pensar que el desánimo o el descontento podrían aflorar en el sentir y actuar ciudadano. No obstante, ante esta situación, claramente se nos podrían presentar dos caminos: o transitamos, como sujetos pasivos, por la vía de la desesperanza, la apatía y el conformismo; o recorremos, de forma activa, un trecho de fortalecida entereza, esperanza y un positivo compromiso de cambio.
Deseo creer que todos somos conscientes de que es, evidentemente, el camino de la entereza, la esperanza o fortaleza, el más acertado para evitar que estos males sociales le sigan poniendo una soga al cuello a nuestro país. Definitivamente nuestra sociedad debe anteponer los valores de la firmeza y la confianza como las principales armas que le ayude a sobrellevar aquellos conflictos políticos, económicos y sociales existentes y le dé la energía requerida para seguir en la búsqueda de una Costa Rica más depurada.
Por ejemplo, en los últimos meses se habló, o se ha hablado mucho, sobre el famoso asunto de la Ley de Tránsito; el permanente dilema de la inseguridad ciudadana, o ahora sobre el conflicto presentado con la Caja Costarricense de Seguro Social, pero habría que ver si realmente la población ha sido, o es consciente, de estas problemáticas y qué hizo, o está haciendo para contribuir junto con el Gobierno, a contrarrestar tales situaciones.
Definitivamente no basta con hablar, con sorprenderse, quejarse o enjuiciar, se trata de proponer soluciones y de actuar para plasmarlas. En esta época no se justifican las quejas, las críticas destructivas, la pasividad, la desidia, la irresponsabilidad, el egoísmo y menos la idea de que los conflictos nacionales deben ser resueltos, exclusivamente, por el Gobierno. Requerimos una sociedad unida, activa, comprometida y pensante, en donde todos los costarricenses, con entereza, demos nuestro aporte tangible en la construcción de una Patria más saludable.
Pues en el tanto mantengamos nuestra confianza en que podemos luchar, diariamente, por actuar de la manera más positiva por este país; mientras tengamos la esperanza en que todavía existen quienes respetan el ejercicio de la política; si abrigamos la confianza en que nuestra sociedad es aún capaz de emanar justicia, respeto, solidaridad y paz; y cultivemos la esperanza en que los costarricenses seremos asiduos vigilantes de una saludable democracia y el bien común, estaremos alimentando la conquista de un país con mayor progreso humano y social.
En definitiva, la entereza puede sostener nuestra convicción de que, a pesar de los problemas existentes, siempre habrá destellos de actitudes racionales y humanistas que nos orienten a un renovado presente y un mejor mañana. Por lo tanto, en nuestras manos está, entonces, el conducirse con serenidad, el apostar a la esperanza, el contribuir y el comprometerse a actuar; el pensar y el proceder en grande…, sencillamente, el hacer nuestras aquellas célebres palabras expresadas por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “No pregunten qué puede hacer vuestro país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”. Valga entonces que nos preguntemos, ¿qué estamos haciendo, nosotros, por Costa Rica?...
Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía, la perseverancia y la tolerancia.
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El Beato Juan Pablo II, en su carta apostólica a los jóvenes del mundo en ocasión de mil novecientos ochenta y cinco como el Año Internacional de la Juventud, expresó: “Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad; todos miramos hacia vosotros, por eso, vuestra juventud es un bien especial de todos. En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro y el futuro os pertenece”. Ciertamente, como lo manifestó Su Santidad, nuestra juventud constituye una enorme riqueza social al ser, en este mundo cambiante y demandante, la encarnación de la expresión simbólica de los procesos de transformación social. También el reconocimiento de los aportes de los jóvenes ha quedado establecido por la Organización de Naciones Unidas al declarar el doce de agosto como el Día Internacional de la Juventud, y del doce de agosto del dos mil diez al doce de agosto del dos mil once el Año Internacional de la Juventud.
Por ello a los jóvenes en la actualidad se les debe formar, más allá del aspecto académico, como agentes creadores de liderazgo, quienes asuman un pensamiento crítico y propositivo sobre temas de desarrollo social, cultura de paz, derechos humanos, ecología, equidad de género, prevención de drogas, tolerancia o salud reproductiva, pues cada empeño y superación de los jóvenes por implantar y desarrollar proyectos liderados por ellos repercute en un ejemplo claro de voluntad, servicio, creatividad y proactividad. Ante este panorama, Costa Rica demanda jóvenes líderes, emprendedores, difusores y propulsores de progreso, para que actúen, de manera comprometida, como entes de cohesión social. Se trata de lograr que ellos formen parte como ciudadanos, para dejar de ser simplemente espectadores, con el propósito de que puedan convertirse, con la preparación y motivación adecuadas, en los principales protagonistas de los cambios transformadores de la humanidad; de ahí la necesidad de abrir, o aprovechar espacios ya existentes como las aulas, en donde los jóvenes conozcan bien su entorno para que busquen, de manera libre y reflexiva, la manera de agregarle valor a nuestra sociedad.
Por fortuna no son pocos los jóvenes quienes hoy, organizados en agrupaciones universitarias, políticas, cantonales, artísticas o religiosas, se están convirtiendo en actores sociales capaces de promover y coordinar la ejecución de políticas públicas dirigidas a incrementar las potencialidades del desarrollo integral de la sociedad. Por ejemplo, el presidente del Gobierno Estudiantil de la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología, Fabián Valenciano Góngora, explica que "en una sociedad tan competitiva, se requieren jóvenes emprendedores, ávidos de información y con un vasto espíritu investigativo, capaces de asumir retos y liderar movimientos. El emprendimiento debe pasar a ser el motor que motive a una juventud sin miedos y con mucha fuerza para impulsar y liderar grandes cambios". También Alejandro Rojas Martínez, representante estudiantil de la Universidad de Costa Rica, manifiesta que “la sociedad, en especial los centros educativos, deben procurar formar alumnos para enfrentar los diversos contextos del entorno nacional e internacional, es decir, personas con clara visión crítica y patente participación para lograr dar un impacto positivo en la sociedad y dar un ejemplo, como jóvenes, para que otros nos sigan y así puedan desarrollar, también, sus habilidades de liderazgo”.
Por ello, definitivamente, hay que creer en la juventud; en que ellos, junto con los adultos, pueden definir patrióticos y humanistas proyectos de vida acordes con las exigencias de los nuevos tiempos. Hoy, más que nunca, se requiere la renovación del liderazgo nacional juvenil pues los jóvenes deben participar, con libertad absoluta y con autonomía, en las nuevas propuestas de la transformación social. Porque jóvenes con creatividad, con valores, vocación laboral, solidaridad, capacidad de diálogo, trabajo en equipo, integridad, ética, juicio crítico e innovador, humanistas, en fin jóvenes con ansias y acciones de liderazgo, transformados en agentes de cambio, son quienes pueden coadyuvar al desarrollo de nuestra sociedad y contribuir a forjar nuevas generaciones de líderes que forjen una nueva cultura de visión, reflexión y competitividad con mayores niveles de exigencia y calidad para generar renovadas formas de desarrollo.
El Beato Juan Pablo II, en su carta apostólica a los jóvenes del mundo en ocasión de mil novecientos ochenta y cinco como el Año Internacional de la Juventud, expresó: “Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad; todos miramos hacia vosotros, por eso, vuestra juventud es un bien especial de todos.
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“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros. En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona, la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece, enaltece y complementa el desarrollo espiritual, personal y social de muchos habitantes de esta bendita tierra.
Además el modelo humano y la condición de discípula que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María nos muestra una mujer humilde, valiente, fuerte y con una evidente capacidad de comprensión, sensibilidad y de amor hacia su Hijo… Esto lo demostró a través de toda su vida al acompañar a Jesús con lealtad en muchos de los momentos de su estadía en la Tierra, desde su disponibilidad en la Anunciación hasta la fidelidad al pie de la cruz.
Por lo tanto, si María participó en el plan de Dios para nuestra salvación al ser Madre de Jesús, por qué no ver en ella entonces la ayuda necesaria para la disminución de los males que corroen a nuestra sociedad. María es nuestra Madre, la Madre de todos los hijos de Dios, en ella encontramos refugio, ayuda, protección e intercesión. Con esta María, tan humana, ya admitida dentro del ámbito de la divinidad, podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella, pues su característica principal no es el de ser una gran heroína sino su carácter lleno de sencillez. María es modelo de esperanza, entrega total por espíritu de fe y servicio por la fuerza del amor.
De ahí que cada vez que es celebrada esa figura tan amada como es la Virgen de los Ángeles por una gran cantidad de costarricenses, cada vez que observamos esos millones de pasos de amor que peregrinan hasta Cartago y cada vez que se escuchar a tanta gente manifestar sus relatos en relación con los milagros que la Negrita les ha cumplido, se nos confirma la importancia de María como Madre en la espiritualidad del creyente. Por eso el hecho de que en días cercanos a la celebración del dos de agosto millones de pasos de amor inicien la Romería, constituye una sorprendente y emotiva peregrinación de agradecimiento y amor hacia nuestra Madre del Cielo, a esa nuestra Bendita Patrona.
No obstante, se debe tener claro que la fe y el amor hacia la Reina del Cielo no se encuentra, exclusivamente, en una romería, aunque esta constituya una de las muestras populares más representativas de la fe. Desde nuestras comunidades, desde nuestros hogares, desde nuestros corazones, podemos celebrar a nuestra Negrita con la certeza de que, a pesar de los problemas, ella abrigará con su amor cada rincón de esta tierra y hará flamear, en el corazón de quienes la habitamos, la esperanza, paz, sabiduría y el afecto que alberga su alma. Porque ¿cuántas veces la ternura y la mano de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o desencanto de alguno de sus hijos?, ¿cuántas veces la fuerza de una madre es la que nos motiva a continuar el camino?, ¿en cuántas oportunidades hemos recurrido a la figura materna de María como intercesora ante Dios?...
Por ello si la Virgen María, nuestra venerada Negrita, constituye, a la vez, nuestra intercesora y mediadora Madre, es sumamente justo y propio de nuestra condición de hijos agradecidos que, diariamente, le correspondamos con un entrañable amor, tal y como su condición de Reina del Cielo y Patrona de Costa Rica lo merece. Por eso este dos de agosto es una excelente ocasión para volver a hacer germinar, con mayor ímpetu, en el corazón de miles de costarricenses, ese hermoso rezo de la Salve que versa “Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia...”, y unidos, en una sola voz y en un solo sentimiento, exclamar: ¡Bendita seas María!, ¡bendita Madre del Cielo!, ¡bienaventurada Reina de los Ángeles!..., te rogamos que tu sagrada luz prodigue de prosperidad esta bendita tierra costarricense. ¡Así sea!
“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros. En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona, la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece, enaltece y complementa el desarrollo espiritual, personal y social de muchos habitantes de esta bendita tierra.
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“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros. En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona, la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece, enaltece y complementa el desarrollo espiritual, personal y social de muchos habitantes de esta bendita tierra.
Además el modelo humano y la condición de discípula que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María nos muestra una mujer humilde, valiente, fuerte y con una evidente capacidad de comprensión, sensibilidad y de amor hacia su Hijo… Esto lo demostró a través de toda su vida al acompañar a Jesús con lealtad en muchos de los momentos de su estadía en la Tierra, desde su disponibilidad en la Anunciación hasta la fidelidad al pie de la cruz.
Por lo tanto, si María participó en el plan de Dios para nuestra salvación al ser Madre de Jesús, por qué no ver en ella entonces la ayuda necesaria para la disminución de los males que corroen a nuestra sociedad. María es nuestra Madre, la Madre de todos los hijos de Dios, en ella encontramos refugio, ayuda, protección e intercesión. Con esta María, tan humana, ya admitida dentro del ámbito de la divinidad, podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella, pues su característica principal no es el de ser una gran heroína sino su carácter lleno de sencillez. María es modelo de esperanza, entrega total por espíritu de fe y servicio por la fuerza del amor.
De ahí que cada vez que es celebrada esa figura tan amada como es la Virgen de los Ángeles por una gran cantidad de costarricenses, cada vez que observamos esos millones de pasos de amor que peregrinan hasta Cartago y cada vez que se escuchar a tanta gente manifestar sus relatos en relación con los milagros que la Negrita les ha cumplido, se nos confirma la importancia de María como Madre en la espiritualidad del creyente. Por eso el hecho de que en días cercanos a la celebración del dos de agosto millones de pasos de amor inicien la Romería, constituye una sorprendente y emotiva peregrinación de agradecimiento y amor hacia nuestra Madre del Cielo, a esa nuestra Bendita Patrona.
No obstante, se debe tener claro que la fe y el amor hacia la Reina del Cielo no se encuentra, exclusivamente, en una romería, aunque esta constituya una de las muestras populares más representativas de la fe. Desde nuestras comunidades, desde nuestros hogares, desde nuestros corazones, podemos celebrar a nuestra Negrita con la certeza de que, a pesar de los problemas, ella abrigará con su amor cada rincón de esta tierra y hará flamear, en el corazón de quienes la habitamos, la esperanza, paz, sabiduría y el afecto que alberga su alma. Porque ¿cuántas veces la ternura y la mano de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o desencanto de alguno de sus hijos?, ¿cuántas veces la fuerza de una madre es la que nos motiva a continuar el camino?, ¿en cuántas oportunidades hemos recurrido a la figura materna de María como intercesora ante Dios?...
Por ello si la Virgen María, nuestra venerada Negrita, constituye, a la vez, nuestra intercesora y mediadora Madre, es sumamente justo y propio de nuestra condición de hijos agradecidos que, diariamente, le correspondamos con un entrañable amor, tal y como su condición de Reina del Cielo y Patrona de Costa Rica lo merece. Por eso este dos de agosto es una excelente ocasión para volver a hacer germinar, con mayor ímpetu, en el corazón de miles de costarricenses, ese hermoso rezo de la Salve que versa “Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia...”, y unidos, en una sola voz y en un solo sentimiento, exclamar: ¡Bendita seas María!, ¡bendita Madre del Cielo!, ¡bienaventurada Reina de los Ángeles!..., te rogamos que tu sagrada luz prodigue de prosperidad esta bendita tierra costarricense. ¡Así sea!
“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros. En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona, la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece, enaltece y complementa el desarrollo espiritual, personal y social de muchos habitantes de esta bendita tierra.
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¡Cuánta inspiración!, ¡cuánta paz!, ¡cuántas enseñanzas!, ¡cuánta pasión!, ¡cuántas alegrías!, ¡cuántas lágrimas! y ¡cuánta belleza!, sembraron en mi vida la filosofía, la música, la poesía y las reflexiones del gran maestro Facundo Cabral. Hoy, como un homenaje para él en su nuevo recorrido, comparto parte de su arte con ustedes:
“No estás deprimido, estás distraído. Distraído de la vida que te puebla, distraído de la vida que te rodea delfines, bosques, mares, montañas, ríos. No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un ser humano, cuando en el mundo hay 5,600 millones. Además, no es tan malo vivir solo. Yo la paso bien, decidiendo a cada instante lo que quiero hacer y gracias a la soledad me conozco…, algo fundamental para vivir. No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90.
No estás deprimido, estás distraído. Por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible, porque todo te fue dado. Además, la vida no te quita cosas: te libera de cosas…; te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. De la cuna a la tumba es una escuela; por eso, lo que llamas problemas, son lecciones. No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además, lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Miguel Ángel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre.
Haz sólo lo que amas y serás feliz. El que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será y llegará naturalmente. No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor. Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible y sin esfuerzo, porque te mueve la fuerza natural de la vida, la que me levantó cuando se cayó el avión con mi mujer y mi hija; la que me mantuvo vivo cuando los médicos me diagnosticaban 3 ó 4 meses de vida. Dios te puso un ser humano a cargo y eres tú mismo. A ti debes hacerte libre y feliz. Después podrás compartir la vida verdadera con los demás. Reconcíliate contigo, ponte frente al espejo y piensa que esa criatura que estás viendo es obra de Dios y decide ahora mismo ser feliz, porque la felicidad es una adquisición.
Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto que sufrir es una pérdida de tiempo. Y si tienes cáncer o SIDA, pueden pasar dos cosas y las dos son buenas: si te gana, te libera del cuerpo que es tan molesto (tengo hambre, tengo frío, tengo sueño, tengo ganas, tengo razón, tengo dudas)…y si le ganas, serás más humilde, más agradecido…, por lo tanto, fácilmente feliz, libre del tremendo peso de la culpa, la responsabilidad y la vanidad, dispuesto a vivir cada instante profundamente, como debe ser. No estás deprimido, estás desocupado. Ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos y los jóvenes: te ayudarán cuando lo seas. Además, el servicio es una felicidad segura, como gozar a la naturaleza y cuidarla para el que vendrá. Da sin medida y te darán sin medida. Ama hasta convertirte en lo amado; más aún, hasta convertirte en el mismísimo Amor. El bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que alimentan a la vida.
No estás deprimido, estás distraído. Si escucharas al otro, al que llevas dentro, sabrías todo, en todo encontrarías algo para ti, entonces te elevarías constantemente, y ya no habría confusión sino matices, y en esa serenidad no buscarías nada, entonces encontrarías todo, y estando en el presente dirías y harías lo que hay que decir y hacer a cada momento, natural y graciosamente, sin esfuerzo, lo que haría que tu relación con los demás sería plena y al crecer en el amor serías más creativo, sin límites ni condiciones. La ignorancia nos hace sentir encerrados y mortales, es decir nos encerramos y limitamos solos, el miedo nos distrae del amor que es sabio y valiente, porque sabe que no hay medidas... No estás deprimido, estás distraído del todo, que es ahora mismo”.
Sí Facundo, “el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos”, mientras tanto tus aleccionadoras palabras seguirán siendo universales; porque fuiste del mundo, de la perpetua seducción de la música, de la protesta eterna del profundo pensamiento, de la perenne acuciosidad de la filosofía, del pálpito errante del sentimiento...; “ser feliz fue tu color de identidad”, tu voz fue inmortal, y lo seguirá siendo... Hoy, en nombre de muchos, y hasta el infinito, te rindo mi más vehemente, enérgico y cariñoso aplauso. ¡Buen viaje mi admirado maestro!, ¡mi admirado mensajero de paz!, gracias por regalarle al mundo tu inspirador talento hecho poesía...
¡Cuánta inspiración!, ¡cuánta paz!, ¡cuántas enseñanzas!, ¡cuánta pasión!, ¡cuántas alegrías!, ¡cuántas lágrimas! y ¡cuánta belleza!, sembraron en mi vida la filosofía, la música, la poesía y las reflexiones del gran maestro Facundo Cabral. Hoy, como un homenaje para él en su nuevo recorrido, comparto parte de su arte con ustedes:
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