Es innegable que a toda época corresponde un perfil de líder; ya sea desde la óptica de quien se considera capaz de enfrentar las dificultades y proponer como realizarlo, o desde la perspectiva de la sociedad, la cual percibe quién efectivamente tiene las características y la vocación para llevarlo a cabo.
Ahora bien, inmersos como estamos en una etapa particularmente compleja de nuestra historia en donde se es parte de un mundo que ha hecho de la globalización una apabullante realidad y en donde no es una exageración afirmar que, pese a esto, la democratización de la sociedad no ha caminado tan aprisa, es imperioso decidir, con buen tacto, el tipo de líder necesario que deseamos, o que deseamos ser, para el bienestar de la Patria.
Pues ha resultado evidente que el plano en que se despliegan muchas de las acciones humanas tan fundamentales como la educación o la política, y quienes en su interior operan, no corresponde con lo que el país ha esperado o ha aspirado para un pertinente avance democrático. El país está sediento de contar con líderes educativos y políticos que puedan proponer soluciones a los problemas concretos que a diario se viven, llámense la excelencia educativa, el evitar la deserción, lograr una mayor seguridad ciudadana, fomento de un trabajo digno, telecomunicaciones, salud, infraestructura vial, pobreza o situación fiscal.
Es fundamental, entonces, que quienes asuman el rol de líderes educativos o políticos tengan en cuenta que el verdadero enemigo no es un partido opositor, ni menos el compañero que pretende también ostentar un puesto, sino los tremendos problemas que nos agobian y que exigen una pronta y efectiva solución. El liderazgo no puede limitarse a su simple obtención de poder; el poder es, según palabras del político español Ernesto Giménez Caballero, “un deber y no un derecho. Un servicio y no un favor. Un acto de humildad y no de orgullo”.
Por ello quien quiera aspirar a ser el líder de nuestro progreso, quien crea que cuenta con esta habilidad, deberá hacer de su capacidad el instrumento que genere, a partir de grandes decisiones, las necesarias transformaciones de nuestra Costa Rica. Porque, en la medida que la oferta del líder se dirija a este punto, no sólo será capaz de ubicar a la política y a la educación en su perspectiva concreta; sino que estará más cerca de asumir, con mayor conciencia, la necesidad de que la gente tenga, por el avance nacional, una mayor participación en la vida democrática.
Si nuestros líderes educativos y políticos no brindan planteamientos puntuales, sin duda, la desconfianza imperante se seguirá incrementando. Pero, a la vez, si los ciudadanos no les exigimos a los líderes un mensaje coherente y honesto, seremos nosotros los que les estaremos haciendo, directamente, un gran daño a nuestra democracia.
Por tanto, es el momento para declararle la pelea a esas actitudes cargadas de palabrería empalagosa y sin sentido que han sustentado, en muchas ocasiones, a nuestro entorno político y educativo por años, ha llegado el momento de pasar del dicho al hecho, quizás ese es el mayor desafío de quienes desean, o tienen ya en sus manos, el liderar el bienestar de nuestra Nación.
Definitivamente nuestra educación, nuestra política, en fin, Costa Rica, requiere líderes con valores, actitudes y habilidades que les permita ser agentes de cambio, que coadyuven al desarrollo de su comunidad y que contribuyan a forjar nuevas generaciones de líderes quienes forjen una nueva cultura de visión, valentía y empatía en permanente crecimiento. Líderes cuyos pensamientos, palabras y acciones estén en plena armonía, concordancia, transparencia y honestidad, pues, precisamente, el secreto para liderar reside en hacer lo que se predica.
Es innegable que a toda época corresponde un perfil de líder; ya sea desde la óptica de quien se considera capaz de enfrentar las dificultades y proponer como realizarlo, o desde la perspectiva de la sociedad, la cual percibe quién efectivamente tiene las características y la vocación para llevarlo a cabo.
Ahora bien, inmersos como estamos en una etapa particularmente compleja de nuestra historia en donde se es parte de un mundo que ha hecho de la globalización una apabullante realidad y en donde no es una exageración afirmar que, pese a esto, la democratización de la sociedad no ha caminado tan aprisa, es imperioso decidir, con buen tacto, el tipo de líder necesario que deseamos, o que deseamos ser, para el bienestar de la Patria.
Pues ha resultado evidente que el plano en que se despliegan muchas de las acciones humanas tan fundamentales como la educación o la política, y quienes en su interior operan, no corresponde con lo que el país ha esperado o ha aspirado para un pertinente avance democrático. El país está sediento de contar con líderes educativos y políticos que puedan proponer soluciones a los problemas concretos que a diario se viven, llámense la excelencia educativa, el evitar la deserción, lograr una mayor seguridad ciudadana, fomento de un trabajo digno, telecomunicaciones, salud, infraestructura vial, pobreza o situación fiscal.
Es fundamental, entonces, que quienes asuman el rol de líderes educativos o políticos tengan en cuenta que el verdadero enemigo no es un partido opositor, ni menos el compañero que pretende también ostentar un puesto, sino los tremendos problemas que nos agobian y que exigen una pronta y efectiva solución. El liderazgo no puede limitarse a su simple obtención de poder; el poder es, según palabras del político español Ernesto Giménez Caballero, “un deber y no un derecho. Un servicio y no un favor. Un acto de humildad y no de orgullo”.
Por ello quien quiera aspirar a ser el líder de nuestro progreso, quien crea que cuenta con esta habilidad, deberá hacer de su capacidad el instrumento que genere, a partir de grandes decisiones, las necesarias transformaciones de nuestra Costa Rica. Porque, en la medida que la oferta del líder se dirija a este punto, no sólo será capaz de ubicar a la política y a la educación en su perspectiva concreta; sino que estará más cerca de asumir, con mayor conciencia, la necesidad de que la gente tenga, por el avance nacional, una mayor participación en la vida democrática.
Si nuestros líderes educativos y políticos no brindan planteamientos puntuales, sin duda, la desconfianza imperante se seguirá incrementando. Pero, a la vez, si los ciudadanos no les exigimos a los líderes un mensaje coherente y honesto, seremos nosotros los que les estaremos haciendo, directamente, un gran daño a nuestra democracia.
Por tanto, es el momento para declararle la pelea a esas actitudes cargadas de palabrería empalagosa y sin sentido que han sustentado, en muchas ocasiones, a nuestro entorno político y educativo por años, ha llegado el momento de pasar del dicho al hecho, quizás ese es el mayor desafío de quienes desean, o tienen ya en sus manos, el liderar el bienestar de nuestra Nación.
Definitivamente nuestra educación, nuestra política, en fin, Costa Rica, requiere líderes con valores, actitudes y habilidades que les permita ser agentes de cambio, que coadyuven al desarrollo de su comunidad y que contribuyan a forjar nuevas generaciones de líderes quienes forjen una nueva cultura de visión, valentía y empatía en permanente crecimiento. Líderes cuyos pensamientos, palabras y acciones estén en plena armonía, concordancia, transparencia y honestidad, pues, precisamente, el secreto para liderar reside en hacer lo que se predica.