Nuevamente muchos estudiantes han vuelto a las aulas escolares y colegiales para enrumbarse, de la mano los docentes, en ese fascinante viaje de cultivarse y prepararse en pos de un futuro profesional. Precisamente son esos docentes quienes tienen a su cargo el que estas enseñanzas repercutan en buenos frutos; en sus manos está, en gran medida, el formar o deformar a sus alumnos.
Pues gran parte del adelanto, y mayor bienestar, de la educación, está fundamentado en la relación y cooperación plenas que los educandos establecen con sus estudiantes durante el proceso de enseñanza. Sin duda, una buena transferencia entre el grupo y el docente, permitirá una mayor y mejor producción académica; ya que el estudiante se podría comprometer más si el docente se implica también en la dinámica de clase con mayor regularidad.
Dado que los maestros y profesores tienen la crucial tarea de ser los sujetos activos más directos en la experiencia educativa, están llamados, por ética, a cultivar una responsable labor formativa que dote a los estudiantes de las habilidades, conocimientos y valores necesarios para darle cuerpo a su vida dentro y fuera de las aulas.
Toda persona que se dedique a la educación, debe hacer surgir el deseo de poner al servicio de los demás lo que él sabe, y enseñar los diversos caminos que se deben seguir para adquirirlo. Por tanto, como parte de esa buena educación que se desea cristalizar, es labor del docente transmitir, a los educandos, un entusiasta interés por el aprendizaje, mediante el fomento de su capacidad de iniciativa y protagonismo, que los promueva en el aprecio por la naturaleza, el arte, la imaginación, el raciocinio, lo espiritual y los valores humanísticos.
Un educador debe tener mucha capacidad de conducción e inducción, pues el educando espera que su maestro, de alguna manera, lo oriente, le aclare sus interrogantes o lo estimule a seguir adelante; que cuando tropiece, sea capaz de levantarlo e indicarle el camino por seguir. También, debe estar dispuesto a que sus alumnos lo busquen en tiempo fuera de trabajo. La disposición es una actitud loable y espiritual de un educador al servicio de los demás.
Además, se le debe brindar auxilio al estudiante para que conozca primero su realidad psicosocial, a fin de que pueda ubicarse, sanamente, en su entorno. A partir de este contacto con los alumnos y su medio, se podrá llevar a cabo su realización de acuerdo con sus posibilidades y necesidades sociales, procurándoles una mejor calidad de vida. Para ello, los educadores deben fomentar en sus clases la libertad de ideas, el flujo de reflexiones, el sentido del deber, la posibilidad de crítica y el impulso del pensamiento creativo en sus alumnos, para que se trasluzcan en fascinantes estímulos de convivencia social.
De modo que, en esta subrayada tarea de accionar efectiva y eficazmente la educación, resulte tan importante el conocimiento brindado a los estudiantes, como la vocación, recta conducta, justicia, tolerancia, honestidad, paciencia, sensibilidad y calidad humana, de quienes tienen a su cargo la titánica misión de formar ciudadanos de bien.
De ahí que el inicio de este nuevo curso lectivo sea fecha propicia para insistir en la urgencia de que aulas sean, cada vez más, espacios abiertos al pensamiento, la voz, el conocimiento, el diálogo, el aprendizaje y la creación. Mas los docentes deben recordar, constantemente, que para realizar esta valiosa labor formativa necesitan también creer y comprometerse con su apostolado, y en que es posible realizarlo bien, pues tales condiciones no sólo son indispensables, sino pasos trascendentales en la profesionalización de la docencia y en la construcción de una educación de calidad, ya que, con razón se ha dicho, desde hace mucho tiempo, que “los buenos docentes
hacen los buenos pueblos”.
Nuevamente muchos estudiantes han vuelto a las aulas escolares y colegiales para enrumbarse, de la mano los docentes, en ese fascinante viaje de cultivarse y prepararse en pos de un futuro profesional. Precisamente son esos docentes quienes tienen a su cargo el que estas enseñanzas repercutan en buenos frutos; en sus manos está, en gran medida, el formar o deformar a sus alumnos.
Pues gran parte del adelanto, y mayor bienestar, de la educación, está fundamentado en la relación y cooperación plenas que los educandos establecen con sus estudiantes durante el proceso de enseñanza. Sin duda, una buena transferencia entre el grupo y el docente, permitirá una mayor y mejor producción académica; ya que el estudiante se podría comprometer más si el docente se implica también en la dinámica de clase con mayor regularidad.
Dado que los maestros y profesores tienen la crucial tarea de ser los sujetos activos más directos en la experiencia educativa, están llamados, por ética, a cultivar una responsable labor formativa que dote a los estudiantes de las habilidades, conocimientos y valores necesarios para darle cuerpo a su vida dentro y fuera de las aulas.
Toda persona que se dedique a la educación, debe hacer surgir el deseo de poner al servicio de los demás lo que él sabe, y enseñar los diversos caminos que se deben seguir para adquirirlo. Por tanto, como parte de esa buena educación que se desea cristalizar, es labor del docente transmitir, a los educandos, un entusiasta interés por el aprendizaje, mediante el fomento de su capacidad de iniciativa y protagonismo, que los promueva en el aprecio por la naturaleza, el arte, la imaginación, el raciocinio, lo espiritual y los valores humanísticos.
Un educador debe tener mucha capacidad de conducción e inducción, pues el educando espera que su maestro, de alguna manera, lo oriente, le aclare sus interrogantes o lo estimule a seguir adelante; que cuando tropiece, sea capaz de levantarlo e indicarle el camino por seguir. También, debe estar dispuesto a que sus alumnos lo busquen en tiempo fuera de trabajo. La disposición es una actitud loable y espiritual de un educador al servicio de los demás.
Además, se le debe brindar auxilio al estudiante para que conozca primero su realidad psicosocial, a fin de que pueda ubicarse, sanamente, en su entorno. A partir de este contacto con los alumnos y su medio, se podrá llevar a cabo su realización de acuerdo con sus posibilidades y necesidades sociales, procurándoles una mejor calidad de vida. Para ello, los educadores deben fomentar en sus clases la libertad de ideas, el flujo de reflexiones, el sentido del deber, la posibilidad de crítica y el impulso del pensamiento creativo en sus alumnos, para que se trasluzcan en fascinantes estímulos de convivencia social.
De modo que, en esta subrayada tarea de accionar efectiva y eficazmente la educación, resulte tan importante el conocimiento brindado a los estudiantes, como la vocación, recta conducta, justicia, tolerancia, honestidad, paciencia, sensibilidad y calidad humana, de quienes tienen a su cargo la titánica misión de formar ciudadanos de bien.
De ahí que el inicio de este nuevo curso lectivo sea fecha propicia para insistir en la urgencia de que aulas sean, cada vez más, espacios abiertos al pensamiento, la voz, el conocimiento, el diálogo, el aprendizaje y la creación. Mas los docentes deben recordar, constantemente, que para realizar esta valiosa labor formativa necesitan también creer y comprometerse con su apostolado, y en que es posible realizarlo bien, pues tales condiciones no sólo son indispensables, sino pasos trascendentales en la profesionalización de la docencia y en la construcción de una educación de calidad, ya que, con razón se ha dicho, desde hace mucho tiempo, que “los buenos docentes
hacen los buenos pueblos”.