Carlos Díaz Chavarría
Ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica y de diversidades étnicas, económicas y culturales, en este sentido, definitivamente los centros universitarios, tanto públicos como privados, deben incorporarse a la vida social con un evidente signo de cambio que sea congruente con las innovaciones, requerimientos, necesidades y demandas de los alumnos.
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Si hay un medio de comunicación que se arraiga, de manera más efectiva, íntima y profunda en el pensamiento y el corazón de la gente, es la Radio. Sencillamente porque la Radio ha sido valorada positivamente por la ciudadanía en diversas encuestas como un medio de gran confiabilidad, honestidad, cercanía, sencillez y credibilidad, esto aunado al hecho de que está más segmentada respecto del público a quien va dirigida, es un medio económicamente más accesible para adquirirlo y posee cualidades como la inmediatez, la simultaneidad y el alcance, que la hacen un medio idóneo para el entretenimiento, la información o la función educativa.
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El 31 de octubre se celebró en nuestro país el Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense, decretado así en 1997 durante el gobierno del ex presidente José María Figueres.
Sin duda, constituye una fecha que es digna de que la tengamos presente pues nos permite brindarle un reconocimiento a una práctica que simboliza una de las más auténticas y pintorescas celebraciones culturales que han colmado, y lo siguen haciendo, de colorido, vitalidad y esencia las calles y rincones de los poblados, en especial porque nos encontramos en una época en donde este mundo globalizado nos impone una variedad de valores externos para imitar y, por ende, ha mermado el sentido de nuestra identidad.
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En su concepto tradicional, educar implica ayudar a otra persona a desarrollar al máximo sus facultades intelectuales y morales. Ello significa que quien proporciona educación a un tercero no se limita a transmitirle conocimientos o a iniciarlo en la práctica de un arte, un oficio o una profesión, sino que debe brindarle, fundamentalmente, una enseñanza humanista. Es decir, debe enseñarle a adoptar una conducta responsable ante la vida.
Esa ha sido, históricamente, la tarea o la misión de los padres de familia, considerados, con razón, los primeros educadores de sus hijos. No obstante, la enseñanza brindada en el hogar se prolonga luego en la escuela, pero siempre teniendo en cuenta que el educador no debe limitarse a desarrollar en el alumno capacidades intelectuales, sino que debe enseñarle también a hacerse moral y éticamente responsable de sus propios actos.
Ahora bien, en los últimos tiempos esa tarea de formar a los alumnos en la responsabilidad integral, es decir, intelectual, humanista y ética, se ha complicado por el embate de ciertas metodologías de enseñanza que tienden a imponer en una gran mayoría de centros de enseñanza conceptos y pautas que conducen al imperio de un desolador sistema educativo memorístico.
Desde la antigüedad se sostenía una enseñanza en donde al alumno, con la guía del mentor, se le invitaba a desarrollar el conocimiento por sí mismo, a estimular su deber ético y, por lo tanto, su sentido de responsabilidad individual y social.
Esa postura, desgraciadamente, muchos docentes la han considerado un grave riesgo para su misión educativa, pues ello implica establecer un diálogo y un fomento de pensamiento crítico en el aula a partir de la opinión de cada estudiante. Cuando, en realidad, para muchos es más fácil dictar una clase magistral y que el alumno, como un robot, escriba todo lo que el profesor dice para después, simplemente, repetirlo en un examen.
Desgraciadamente casi todo lo que reclama trabajo, esfuerzo, dedicación, cambio, adecuación y responsabilidad, ha ido generando, en muchos docentes, rechazos, quejas, protestas y apatía. Es decir, se ha debilitado la conciencia de los deberes y de los compromisos, a menudo considerados una carga injusta.
Es también cierto que, con frecuencia, los padres han contribuido directa o indirectamente a ese ablandamiento de las conductas. Pedir un comportamiento verosímilmente responsable al hijo o al alumno obliga al adulto a un procedimiento a la altura de sus exigencias, si no existe esa correspondencia de conductas, los padres pierden autoridad.
Este es un punto sobre el cual deben reflexionar severamente los mayores, tanto aquellos padres ausentes de sus compromisos quienes contribuyen a dar pésimos ejemplos respecto de lo que representa el ejercicio de la responsabilidad, como aquellos docentes quienes, por variedad de motivos como por ejemplo las aparentes incapacidades, dejan de cumplir su obligación cardinal de formadores frente a los alumnos.
A su vez, la falta de responsabilidad moral de los gobernantes repercute también en el comportamiento de los ciudadanos e incita a los jóvenes a conductas de escepticismo y de liberación de obligaciones.
En suma, como dijera Arnold Glasow, “uno de los principales objetivos de la educación debe ser ampliar las ventanas por las cuales vemos el mundo”, en este sentido la conducta responsable ante la vida demanda a nuestros jóvenes, a nuestros estudiantes, tantas veces reclamada, pero tantas veces violentada, demanda también firmeza, coherencia y compromiso por parte de todos aquellos quienes, de alguna u otra manera, tenemos en nuestras manos el educarlos dignamente.
En su concepto tradicional, educar implica ayudar a otra persona a desarrollar al máximo sus facultades intelectuales y morales. Ello significa que quien proporciona educación a un tercero no se limita a transmitirle conocimientos o a iniciarlo en la práctica de un arte, un oficio o una profesión, sino que debe brindarle, fundamentalmente, una enseñanza humanista. Es decir, debe enseñarle a adoptar una conducta responsable ante la vida.
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Dado el claro reconocimiento de la importancia que la enseñanza universitaria reviste para el desarrollo económico y social de los pueblos, existe, actualmente, una básica preocupación por el mejoramiento de la calidad en las funciones de docencia e investigación, difusión de la cultura, y extensión de la proyección social de las instituciones de educación superior.
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Este mes, llamado de la Patria, en el que celebramos un aniversario más de nuestra Independencia, es una buena ocasión para comprender que el ser independiente es mucho más que sumergirse en faroles, banderas, marchas o tambores. Más que tener la obligación de asistir a algún acto cívico, o más que entonar: ¡Salve, oh tierra gentil! ¡Salve, oh Madre de amor!, en el hermoso canto de nuestro Himno Nacional.
Conmemorar nuestra Independencia es, básicamente, el ejercicio de la capacidad de rememorar los momentos más significativos del pasado de nuestra sociedad, mediante el cultivo de la memoria y por la conciencia de la fuerza de los aciertos y los errores pasados.
Conmemorar el Mes de la Patria es transmitirles a las futuras generaciones, y al pueblo en general, una memoria común de fidelidad, orgullo y herencia por los principios de la libertad, justicia y soberanía que hagan de nuestra Patria una Nación más humana y generosa.
Conmemorar nuestra vida independiente, desde nuestro presente, es reflexionar sobre el valor de la autodeterminación, el peligro de las luchas por intereses personalistas y la importancia de contar con un orden jurídico-social razonable y estable sobre el que se sustente el progreso de la Nación.
Pues aunque en la actualidad Costa Rica está enfrentando, indudablemente, duros desafíos, al conmemorar nuestra independencia debemos hacer conciencia de que, ante las situaciones difíciles, hay que luchar con más unidad y fuerza para continuar siendo firmes e independientes en la sana construcción de nuestra Patria.
La mortal violencia vivida en calles y hogares, una corrupción que ha minado los principios éticos de nuestra sociedad, una burocracia que ha aprisionado la función pública, o las injusticias sufridas por aquellas personas que se hallan sumidas en la pobreza, son tan sólo unas de las muchas cadenas que atan a Costa Rica a una realidad ciertamente problemática.
Por lo tanto, si queremos que nuestra Patria sea efectivamente democrática, pacífica y libre, debemos transformar este Mes de la Patria en un sentimiento por la verdadera democracia, la libertad, el respeto a los derechos humanos y una vida digna con paz y justicia para todos los costarricenses, la cual vaya más allá de una etapa cronológica, para convertirse en una permanente celebración grabada en la historia de Costa Rica y en el corazón de sus hijas e hijos.
Bajo esta perspectiva, comprometámonos, pues, a conmemorar esta vida independiente por el enaltecimiento y la inmortalidad de nuestra Nación. Porque ciertamente nuestra Patria ha sido forjada para que sus habitantes puedan espiritualizarse en ella, pero no será inmortal si entre todos no la hacemos servir efectivamente a la justicia y al bien común de la humanidad. Tal era el pensamiento del gran maestro del patriotismo San Agustín cuando manifestaba que “vivir para la Patria y engendrar hijos para ella es un deber de virtud”.
Entonces que este Mes de la Patria sirva para que cada ciudadano reflexione si realmente sabe responder a ese compromiso que implica el ser independientes, pues solamente podemos sentirnos orgullosos de decir que Costa Rica progresa en democracia, libertad y paz, cuando cada uno de nosotros, en el presente y en el futuro, seamos partícipes de los procesos de reconstrucción y engrandecimiento de nuestra Patria.
Este mes, llamado de la Patria, en el que celebramos un aniversario más de nuestra Independencia, es una buena ocasión para comprender que el ser independiente es mucho más que sumergirse en faroles, banderas, marchas o tambores. Más que tener la obligación de asistir a algún acto cívico, o más que entonar: ¡Salve, oh tierra gentil! ¡Salve, oh Madre de amor!, en el hermoso canto de nuestro Himno Nacional.
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En mil novecientos cincuenta y nueve, la Organización de Naciones Unidas, reconoció la importancia de la niñez al crear la Declaración de los derechos del Niño, en donde se estipulan las garantías necesarias que procuran tanto el bienestar de los pequeños, como la protección que sufren en relación con los abusos y vejaciones que se someten en su contra.
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