Dado el claro reconocimiento de la importancia que la enseñanza universitaria reviste para el desarrollo económico y social de los pueblos, existe, actualmente, una básica preocupación por el mejoramiento de la calidad en las funciones de docencia e investigación, difusión de la cultura, y extensión de la proyección social de las instituciones de educación superior.
Valga decir que las sociedades enfrentan nuevas circunstancias que exigen instituciones educativas efectivas para los propósitos que el país demanda; eficaces en su gestión; y con el nivel de calidad necesario para formar individuos con una educación flexible que los capacite para adaptarse a un mundo socialmente cambiante y competitivo.
El entorno actual es caracterizado por un mercado turbulento, donde los esquemas de competitividad han cambiado la manera de pensar y actuar. Actualmente, estos procesos de dinámica global exigen la demanda de profesionales altamente competitivos, multiculturales, interdisciplinarios, críticos, creativos, con gran sentido de iniciativa, emprendedores, insatisfechos, motivados, y con una marcada capacidad para adaptarse a las variaciones constantes del entorno.
Es clave comprender que estamos sirviendo a sociedades muy diferentes de las de hace unos años. Ellas exigen que la educación universitaria, tanto pública como privada, se modernice y transforme según los retos que la época plantea.
En este sentido, los diversos mecanismos de evaluación del desempeño y la calidad de la enseñanza e investigación; en particular, los procesos destinados a la acreditación de programas e instituciones de educación superior, adquieren, cada vez más, una particular relevancia en el contexto de la globalización de las naciones.
Entonces resulta imperativa una visión renovada de modelos educativos que permitan conciliar una educación de calidad para todos, con clara pertinencia en las distintas realidades socioculturales de los educandos. No como una moda académica, sino como una herramienta indispensable de política, planificación y gestión universitaria para verificar la calidad de la educación, garantizar la confiabilidad institucional ante la sociedad, otorgar un reconocimiento social, y sustentar la correspondencia entre la misión, los propósitos y los resultados universitarios.
Por ello cada vez es más satisfactorio que de las mil ochocientos diez carreras impartidas en universidades públicas y privadas del país, poco a poco muchas de ellas vayan obteniendo un certificado de excelencia; sobre todo porque el proceso de acreditación no significa ningún estímulo para el graduado pues no conlleva el recibir un mejor salario.
Asociar la excelencia académica con un beneficio económico, es enlodar el sistema educativo universitario. La calidad debe medirse en términos del logro de los objetivos establecidos por cada institución; esto implica el esfuerzo de una comunidad institucional obligada con su entorno social, y un continuo proceso de auto-evaluación, que genere graduados comprometidos con la ética profesional más que con fines lucrativos.
La universidad es una entidad en donde su misión, quehacer y sus resultados, deben estar al servicio del desarrollo armónico e integral de la sociedad; por lo cual, debe responderle, y rendirle cuenta, a la comunidad que la sustenta.
Esto implica, necesariamente, la urgencia de enfocar mayores esfuerzos que fomenten la excelencia universitaria como un eficaz medio para garantizar el progreso nacional y enfrentar los retos del entorno global. Pues como dijera el gran político mexicano Benito Juárez: “La educación es el principio en el que descansa la libertad y el engrandecimiento de los pueblos”.
Dado el claro reconocimiento de la importancia que la enseñanza universitaria reviste para el desarrollo económico y social de los pueblos, existe, actualmente, una básica preocupación por el mejoramiento de la calidad en las funciones de docencia e investigación, difusión de la cultura, y extensión de la proyección social de las instituciones de educación superior.