Se informaba en un diario nacional cómo la buena o mala actitud de un docente, en el proceso de enseñanza, puede influir en el progreso o retroceso del aprendizaje de los estudiantes.
Ciertamente los maestros y los profesores tienen un alto grado de responsabilidad en la buena o mala manera en que los alumnos asuman la enseñanza que se les brinda y la posterior participación en el ámbito laboral.
De ahí que en el tanto los docentes construyan un ambiente de clase caracterizado por la innovación, el dinamismo, la discusión, el trabajo en equipo, el fomento de la criticidad, o el intercambio de opiniones, seguramente los estudiantes verán incrementado su interés por el aprendizaje.
Esto significa que maestros y profesores deben estar muy conscientes de su labor como formadores, en el sentido de que ellos representan agentes de cambio que orientan, motivan e inspiran al alumno a tomar una postura activa, creativa e independiente, en su propio proceso de conocimiento.
Para ello, en el aula debe imperar un alto grado de responsabilidad por querer hacer bien los proyectos; de respeto por las diversas opiniones generadas; de tolerancia para no imponer verdades absolutas; de invitación a los estudiantes a investigar por su cuenta las posibles soluciones a un problema; y, ante todo, una evidente motivación que les produzca a los estudiantes el deseo por aprender.
Recordemos que el docente es también un modelo para los alumnos tanto en su rol profesional como en el personal, en este sentido no sólo enseñan conocimientos, sino, también, valores, actitudes y principios éticos.
Como explica el psicólogo y profesor universitario Edgar Salgado: “El profesor con su conducta transmite al estudiante los principios éticos de su profesión, la responsabilidad social, la tolerancia y el respeto. Como educador el profesor es consciente de su papel como formador; como académico, investiga y se actualiza constantemente; como profesional, ejerce su profesión con competencia y responsabilidad; y como inspirador, se asume como una persona que orienta a sus pupilos a ser críticos.”
Por ello, en esta época, al docente ya no se le puede ver como el poseedor absoluto de los conocimientos, este debe ser un compañero que también busque motivarse, activa, conjunta y democráticamente con los estudiantes, para generar un constructivo ambiente de enseñanza y aprendizaje mediante la retroalimentación generada dentro del aula. Porque como lo expresara el educador José Camón Aznar: “Sólo hay una manera de ser maestro: ser discípulo de sí mismo”.
Estos son tiempos en que los docentes ya no deben formar estudiantes solamente para hacer un examen; hoy requerimos modelar estudiantes con un gran sentido de responsabilidad y compromiso, capaces de darle utilidad a lo aprendido, tanto en el ámbito personal, como en el social. Por eso se hace tan necesario tomar muy en cuenta aquellas sabias palabras del historiador griego Plutarco: “El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender”.
Decisivamente la sociedad demanda de sus miembros una real y activa participación en los procesos de cambio que, diariamente, se generan. Ante esta perspectiva, las aulas deben representar, para los docentes, un asidero pertinente para formar esos hombres y esas mujeres quienes sean capaces de responderle, positivamente, a este país que les ha brindado la gran oportunidad de educarse.
Se informaba en un diario nacional cómo la buena o mala actitud de un docente, en el proceso de enseñanza, puede influir en el progreso o retroceso del aprendizaje de los estudiantes.
Ciertamente los maestros y los profesores tienen un alto grado de responsabilidad en la buena o mala manera en que los alumnos asuman la enseñanza que se les brinda y la posterior participación en el ámbito laboral.
De ahí que en el tanto los docentes construyan un ambiente de clase caracterizado por la innovación, el dinamismo, la discusión, el trabajo en equipo, el fomento de la criticidad, o el intercambio de opiniones, seguramente los estudiantes verán incrementado su interés por el aprendizaje.
Esto significa que maestros y profesores deben estar muy conscientes de su labor como formadores, en el sentido de que ellos representan agentes de cambio que orientan, motivan e inspiran al alumno a tomar una postura activa, creativa e independiente, en su propio proceso de conocimiento.
Para ello, en el aula debe imperar un alto grado de responsabilidad por querer hacer bien los proyectos; de respeto por las diversas opiniones generadas; de tolerancia para no imponer verdades absolutas; de invitación a los estudiantes a investigar por su cuenta las posibles soluciones a un problema; y, ante todo, una evidente motivación que les produzca a los estudiantes el deseo por aprender.
Recordemos que el docente es también un modelo para los alumnos tanto en su rol profesional como en el personal, en este sentido no sólo enseñan conocimientos, sino, también, valores, actitudes y principios éticos.
Como explica el psicólogo y profesor universitario Edgar Salgado: “El profesor con su conducta transmite al estudiante los principios éticos de su profesión, la responsabilidad social, la tolerancia y el respeto. Como educador el profesor es consciente de su papel como formador; como académico, investiga y se actualiza constantemente; como profesional, ejerce su profesión con competencia y responsabilidad; y como inspirador, se asume como una persona que orienta a sus pupilos a ser críticos.”
Por ello, en esta época, al docente ya no se le puede ver como el poseedor absoluto de los conocimientos, este debe ser un compañero que también busque motivarse, activa, conjunta y democráticamente con los estudiantes, para generar un constructivo ambiente de enseñanza y aprendizaje mediante la retroalimentación generada dentro del aula. Porque como lo expresara el educador José Camón Aznar: “Sólo hay una manera de ser maestro: ser discípulo de sí mismo”.
Estos son tiempos en que los docentes ya no deben formar estudiantes solamente para hacer un examen; hoy requerimos modelar estudiantes con un gran sentido de responsabilidad y compromiso, capaces de darle utilidad a lo aprendido, tanto en el ámbito personal, como en el social. Por eso se hace tan necesario tomar muy en cuenta aquellas sabias palabras del historiador griego Plutarco: “El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender”.
Decisivamente la sociedad demanda de sus miembros una real y activa participación en los procesos de cambio que, diariamente, se generan. Ante esta perspectiva, las aulas deben representar, para los docentes, un asidero pertinente para formar esos hombres y esas mujeres quienes sean capaces de responderle, positivamente, a este país que les ha brindado la gran oportunidad de educarse.