Y esto no sólo podría constituir una limitante en nuestro crecimiento personal en la medida en que nos hace individuos monótonos, apáticos y poco creativos, sino que representa una barrera para el desarrollo educativo y profesional. Hoy está más que aceptado que la innovación es vital para que los centros de enseñanza, las empresas e instituciones subsistan.
Cuando las ideas y los proyectos quedan obsoletos, bien porque se hacen comunes o porque se quedan técnicamente desfasados, se hacen necesarios estudiantes, profesionales o trabajadores innovadores, con sentido común, con actitudes de cambio y fuentes de inspiración en pro del crecimiento académico y laboral.
No obstante, el cómo innovar se convierte en la pregunta del millón. Y aunque la respuesta, según los expertos, es que la innovación está dentro de los centros educativos y de trabajo, entre sus estudiantes y personal, en la práctica coinciden en que, salvo algunas excepciones, es difícil que se fomente la innovación.
La razón de que no exista este proceso radica en que la innovación implica reglas muy distintas a los procesos establecidos, supone romper con los quehaceres cotidianos, exige experimentar y probar. Y es muy difícil que los trabajadores y estudiantes rompan con su saber hacer pues el día a día, la costumbre y la misma pereza son factores que ahogan la innovación.
Ante este hecho, se hace una condición imprescindible el crear una cultura de la innovación… Y para ello se debe impregnar a toda empresa, toda institución pública o privada, escuelas, colegios o universidades de un sólido y constante fomento e incentivo de la innovación.
El aportar ideas para la mejora del trabajo o el estudio, generar creatividad en las labores realizadas, dar un sello personal a lo que realizamos, debería ser una competencia universal de todo trabajador o estudiante.
En este sentido no se debería penalizar a quién se equivoca, pese a que en nuestra sociedad muchas veces se piensa que quien se falla es un fracasado, debe aceptarse el error y dar libertad para experimentar, recordemos que los errores, si los asumimos inteligentemente, pueden resultarnos grandes lecciones de vida.
Educar en innovación es educar para el cambio y formar personas ricas en originalidad, flexibilidad, visión futura, iniciativa, confianza, amantes de los desafíos y listas para afrontar los obstáculos y problemas que se les van presentado en su vida.
Por ello, en un mundo en el que el conocimiento tiende a infinito y se desarrolla a una velocidad insospechada, debemos desechar la pasividad, la costumbre y las actitudes conformistas, para darle paso, definitivamente, a la innovación y al cambio social para generar soluciones a muchos de los aspectos más complejos de nuestro planeta tales como salud, sostenibilidad ambiental y autonomía económica.
En definitiva, si no queremos correr el riesgo de ser, finalmente, descartados por esta competitiva sociedad, la solución es bastante sencilla: debemos constituirnos en personas con capacidad de pensar, de proponer ideas, creativas y productivamente innovadoras. ¡Usted decide!...