Sábado, 11 Septiembre 2010 08:54

¡Nuestra infancia no puede esperar!

En mil novecientos cincuenta y nueve, la Organización de Naciones Unidas, reconoció la importancia de la niñez al crear la Declaración de los derechos del Niño, en donde se estipulan las garantías necesarias que procuran tanto el bienestar de los pequeños, como la protección que sufren en relación con los abusos y vejaciones que se someten en su contra.
No obstante, aunque se quiso que dichos derechos más que ser palabras pasaran a ser hechos, las inminentes violaciones, maltratos físicos y emocionales, desnutrición, descuido de atenciones básicas, explotación, o pobreza que siguen acechando al sector infantil, parecen constatar que es en la actualidad cuando los pequeños necesitan, por parte de la sociedad, de una mayor conciencia sobre la urgencia de protegerlos, amarlos y, ante todo, respetarlos.
En este sentido hoy, más que nunca, se hace importante reafirmar los derechos universales de toda la población infantil para que gocen, realmente, de un nivel de vida adecuado mediante efectivos servicios de salud, protección contra el maltrato, una educación apropiada, y dotación de un ambiente social, cultural y familiar ideal tanto para su desarrollo como para su bienestar.
Por ello, el Día del Niño debe ser una fecha en la que las personas adultas generemos criterios en torno a la vigencia y respeto de los derechos de las niñas y de los niños, sin importar raza, sexo, religión, creencias, idioma, origen, o discapacidad.
Debe ser un día para llamar la atención de la población en lo que se refiere a las necesidades infantiles y de las obligaciones que también se les debe requerir a la niñez como miembros de esta sociedad, pues como dijera la educadora italiana María Montessori: “Si la ayuda y la salvación han de llegar, sólo puede ser a través de los niños. Porque los niños son los creadores de la humanidad”.
Claro está, este asunto va más allá de la estricta coordinación que las instancias gubernamentales, el sector privado y los organismos internacionales puedan llevar a cabo. Se trata, especialmente, de una verdadera actitud por parte de toda la población de proveer amor, educación de calidad, protección y respeto a nuestra infancia.
Sea este Día del Niño, entonces, una propicia ocasión para abogar una vez más por un efectivo goce de los derechos humanos y las libertades fundamentales para la infancia; así como para hacer un llamado de manera que todos contribuyamos a que Costa Rica cuente con hombres y mujeres quienes vivan en dignidad y aporten al desarrollo y progreso del país.
Porque en la medida en que se vea esta fecha como un estímulo y reconocimiento del valor de la infancia como arquitectos de un futuro cercano, es que seremos capaces de forjar individuos capaces de brindar solidaridad, tolerancia y amor por las demás generaciones, y labrar un camino con muchos frutos.
“Los niños no pueden esperar, su nombre es hoy”. Así lo manifestaba la escritora chilena Gabriela Mistral, y ello sigue siendo un gran hecho que todavía estamos a tiempo de emular y cristalizar, no sólo cada nueve de setiembre, sino cada día del año.
En mil novecientos cincuenta y nueve, la Organización de Naciones Unidas, reconoció la importancia de la niñez al crear la Declaración de los derechos del Niño, en donde se estipulan las garantías necesarias que procuran tanto el bienestar de los pequeños, como la protección que sufren en relación con los abusos y vejaciones que se someten en su contra.
No obstante, aunque se quiso que dichos derechos más que ser palabras pasaran a ser hechos, las inminentes violaciones, maltratos físicos y emocionales, desnutrición, descuido de atenciones básicas, explotación, o pobreza que siguen acechando al sector infantil, parecen constatar que es en la actualidad cuando los pequeños necesitan, por parte de la sociedad, de una mayor conciencia sobre la urgencia de protegerlos, amarlos y, ante todo, respetarlos.
En este sentido hoy, más que nunca, se hace importante reafirmar los derechos universales de toda la población infantil para que gocen, realmente, de un nivel de vida adecuado mediante efectivos servicios de salud, protección contra el maltrato, una educación apropiada, y dotación de un ambiente social, cultural y familiar ideal tanto para su desarrollo como para su bienestar.
Por ello, el Día del Niño debe ser una fecha en la que las personas adultas generemos criterios en torno a la vigencia y respeto de los derechos de las niñas y de los niños, sin importar raza, sexo, religión, creencias, idioma, origen, o discapacidad.
Debe ser un día para llamar la atención de la población en lo que se refiere a las necesidades infantiles y de las obligaciones que también se les debe requerir a la niñez como miembros de esta sociedad, pues como dijera la educadora italiana María Montessori: “Si la ayuda y la salvación han de llegar, sólo puede ser a través de los niños. Porque los niños son los creadores de la humanidad”.
Claro está, este asunto va más allá de la estricta coordinación que las instancias gubernamentales, el sector privado y los organismos internacionales puedan llevar a cabo. Se trata, especialmente, de una verdadera actitud por parte de toda la población de proveer amor, educación de calidad, protección y respeto a nuestra infancia.
Sea este Día del Niño, entonces, una propicia ocasión para abogar una vez más por un efectivo goce de los derechos humanos y las libertades fundamentales para la infancia; así como para hacer un llamado de manera que todos contribuyamos a que Costa Rica cuente con hombres y mujeres quienes vivan en dignidad y aporten al desarrollo y progreso del país.
Porque en la medida en que se vea esta fecha como un estímulo y reconocimiento del valor de la infancia como arquitectos de un futuro cercano, es que seremos capaces de forjar individuos capaces de brindar solidaridad, tolerancia y amor por las demás generaciones, y labrar un camino con muchos frutos.
“Los niños no pueden esperar, su nombre es hoy”. Así lo manifestaba la escritora chilena Gabriela Mistral, y ello sigue siendo un gran hecho que todavía estamos a tiempo de emular y cristalizar, no sólo cada nueve de setiembre, sino cada día del año.