Viernes, 14 Enero 2011 05:23

A mayor empatía, mayor humanidad…

¿Cuántas veces hemos estado preocupados o angustiados, y nos hemos encontrado con alguien quien, simplemente con una mirada, un abrazo, con un gesto o una palabra oportuna, ha hecho que nos sintamos mejor?  En este caso, la capacidad empática de esta persona es la que ha contribuido a nuestra mejoría. Pero, ¿tenemos nosotros también esta capacidad de comprender los pensamientos y las emociones ajenas, de situarnos en el lugar de los demás y compartir sus sentimientos?
No se trata de un don especial con el que nacemos, sino de una cualidad que podemos desarrollar y potenciar. El problema es que la falta de empatía es quizás, actualmente, uno de los mayores males de la humanidad, esto por cuanto ella campea en los actos más cotidianos o trascendentes de la vida.
Por ejemplo se está incentivando la falta de empatía cuando tendemos a interrumpir mientras nos están hablando como si fuéramos expertos quienes nos dedicamos a dar consejos en lugar de intentar sentir lo que el otro; cuando en  los medios de comunicación cada día observamos como de las noticias trágicas se hace un espectáculo, o cuando en el ambiente educativo o laboral se busca el beneficio particular a sabiendas de que un trabajo en equipo podría generar mayores logros…
En fin, bajo esta posición, si el dolor es de los demás, si los problemas son de los otros, si las necesidades son del vecino, si las dificultades sociales no me perjudican directamente, si lo que tengo que hacer es esforzarme por conocer al otro, entonces no interesa.
Además algunas personas piensan que en un mundo como el actual, en donde la indiferencia se ha arraigado con fuerza y la sensibilidad social parece asunto de otro mundo, es imposible logar que todos sintamos empatía ante las circunstancias afectivas y sociales ajenas. Sin embargo, caer en esta posición extrema es incrementar, también, la apatía a la esperanza de lograr un cambio social positivo y ratificar la falta de empatía como un  cáncer social.
Aunque parezca una utopía, el logar fomentar la empatía en aquellos quienes han hecho del desprecio a la vida ajena su bandera, es una misión posible, pues siempre ha habido, y habrá, quienes quieran escuchar, quienes quieran cambiar, quienes deseen incrementar el respeto, la tolerancia y la solidaridad hacia los demás…
Por ello, debemos volver a hacer de cada uno de nosotros seres quienes se conmuevan de su entorno, reprueben los actos de violencia e injusticia, y se sensibilicen ante los padecimientos, dolor o las carencias del otro, pues la empatía nos vuelve más humanos, nos hace preocuparnos por nuestro entorno, nos permite vivir en sociedad más eficaz y  coherentemente y nos ayuda a reconocer una dignidad en la vida de cada humano pasando por el niño, el joven, el adulto y el anciano.
En consecuencia, debemos mirar con atención al mundo que nos rodea, a los seres quienes comparten nuestra vida, conocerlos, tratarlos…, de esa manera quizá lleguemos a amarlos o no, pero lo más importante, cuando logremos penetrar en su mundo, cuando aprendamos a ver con una mirada más empática a nuestros semejantes, quizás lleguemos a la conclusión de que lo único racional que nos queda por hacer es asumir, precisamente, nuestra condición de seres constituidos para la sana convivencia. ¡No lo olvidemos: a mayor empatía, mayor humanidad!
¿Cuántas veces hemos estado preocupados o angustiados, y nos hemos encontrado con alguien quien, simplemente con una mirada, un abrazo, con un gesto o una palabra oportuna, ha hecho que nos sintamos mejor?  En este caso, la capacidad empática de esta persona es la que ha contribuido a nuestra mejoría. Pero, ¿tenemos nosotros también esta capacidad de comprender los pensamientos y las emociones ajenas, de situarnos en el lugar de los demás y compartir sus sentimientos?
No se trata de un don especial con el que nacemos, sino de una cualidad que podemos desarrollar y potenciar. El problema es que la falta de empatía es quizás, actualmente, uno de los mayores males de la humanidad, esto por cuanto ella campea en los actos más cotidianos o trascendentes de la vida.
Por ejemplo se está incentivando la falta de empatía cuando tendemos a interrumpir mientras nos están hablando como si fuéramos expertos quienes nos dedicamos a dar consejos en lugar de intentar sentir lo que el otro; cuando en  los medios de comunicación cada día observamos como de las noticias trágicas se hace un espectáculo, o cuando en el ambiente educativo o laboral se busca el beneficio particular a sabiendas de que un trabajo en equipo podría generar mayores logros…
En fin, bajo esta posición, si el dolor es de los demás, si los problemas son de los otros, si las necesidades son del vecino, si las dificultades sociales no me perjudican directamente, si lo que tengo que hacer es esforzarme por conocer al otro, entonces no interesa.
Además algunas personas piensan que en un mundo como el actual, en donde la indiferencia se ha arraigado con fuerza y la sensibilidad social parece asunto de otro mundo, es imposible logar que todos sintamos empatía ante las circunstancias afectivas y sociales ajenas. Sin embargo, caer en esta posición extrema es incrementar, también, la apatía a la esperanza de lograr un cambio social positivo y ratificar la falta de empatía como un  cáncer social.
Aunque parezca una utopía, el logar fomentar la empatía en aquellos quienes han hecho del desprecio a la vida ajena su bandera, es una misión posible, pues siempre ha habido, y habrá, quienes quieran escuchar, quienes quieran cambiar, quienes deseen incrementar el respeto, la tolerancia y la solidaridad hacia los demás…
Por ello, debemos volver a hacer de cada uno de nosotros seres quienes se conmuevan de su entorno, reprueben los actos de violencia e injusticia, y se sensibilicen ante los padecimientos, dolor o las carencias del otro, pues la empatía nos vuelve más humanos, nos hace preocuparnos por nuestro entorno, nos permite vivir en sociedad más eficaz y  coherentemente y nos ayuda a reconocer una dignidad en la vida de cada humano pasando por el niño, el joven, el adulto y el anciano.
En consecuencia, debemos mirar con atención al mundo que nos rodea, a los seres quienes comparten nuestra vida, conocerlos, tratarlos…, de esa manera quizá lleguemos a amarlos o no, pero lo más importante, cuando logremos penetrar en su mundo, cuando aprendamos a ver con una mirada más empática a nuestros semejantes, quizás lleguemos a la conclusión de que lo único racional que nos queda por hacer es asumir, precisamente, nuestra condición de seres constituidos para la sana convivencia. ¡No lo olvidemos: a mayor empatía, mayor humanidad!