Asesor2

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Hace unos días tuvimos una linda tertulia en el Colegio de Periodistas, teniendo como invitados especiales a don Álvar Antillón, ex director de Política Exterior y a su esposa, doña Flora Muñoz, periodista, una de las primeras profesionales graduadas en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica.
La riqueza cultural y la basta experiencia política de don Álvar, unidas a su facilidad de palabra y fino humor, hacen de él un contertulio de lujo, y de verdad que las y los colegas que participamos de aquel convivio, acompañado de café y tamales, disfrutamos una tarde-noche memorable.
El encuentro debe haberse extendido unas tres horas y nos permitió viajar por la realidad nacional y mundial de las décadas meridianas del siglo pasado, tiempo en el que don Álvar se formó y empezó su carrera de servicio en nuestra Cancillería, a la vez que algunos de los colegas allí presentes también daban los primeros pasos en el periodismo.
Como se comprenderá, los temas fueron y vinieron en bocas de los presentes, a veces con ese grado de desorden que aviva y hace más rica una tertulia.
De mis apuntes rescato y comparto con ustedes algunos. La segunda guerra mundial y sus ecos en nuestro país fue un asunto del que se habló bastante. Yo sabía que Costa Rica tuvo su importancia estratégica en los planes estadounidenses de sumarse activamente a la contienda de los aliados contra el eje, sobre todo por nuestra cercanía con el canal de Panamá. Pero no sabía de la reunión Roosevelt-Calderón, de los compromisos que los dos países adquirieron allí y de las consecuencias posteriores de aquel acuerdo en la vida nacional.
En el campo de la cultura fue interesante saber que don Álvar es sobrino nieto de Melico Salazar.  Nos contó de la vez que, a sus seis años, fue a recibir a su tío abuelo al que entonces era nuestro aeropuerto internacional, en Lindora, Santa Ana; y de allí derivó un largo capítulo acerca de los aeropuertos, lo que nos permitió conocer entre otras cosas, como el gobierno estadounidense ofreció a don Otilio Ulate la construcción del aeropuerto El Coco, ofrecimiento que nuestro mandatario declinó amablemente prefiriendo que se construyera echando mano de nuestras escuálidas reservas … y así se hizo.
Pero volvimos a la cultura, al éxito internacional de Melico Salazar que lo llevó incluso a suplir al gran Caruzo en un concierto al que éste no pudo asistir por enfermedad. Y a sus presentaciones en el Teatro Nacional junto a Lola Castegnaro, Ofelia Quirós y Ligia Castro de Armijo (soprano que fue contratada en Hollywood para que hiciera la voz de Blancanieves. En aquellos años se vivía un gran auge del gusto por las artes y mucha gente asistía al Teatro Nacional. Para garantizar la apertura democrática del Teatro y a la vez mantener su nivel, en el vestíbulo se les facilitaban sacos y corbatas a quienes no podían llevarlos.
¿Anécdotas? Muchas, muy buenas, pero ya no quedó espacio.
Hace unos días tuvimos una linda tertulia en el Colegio de Periodistas, teniendo como invitados especiales a don Álvar Antillón, ex director de Política Exterior y a su esposa, doña Flora Muñoz, periodista, una de las primeras profesionales graduadas en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica.
A inicios del mes de octubre, Víctor Manuel Medina Medina, un policía de La Cruz, Guanacaste, se hizo acreedor al premio Nacional de Valores “Rogelio Fernández Güell”, galardón anual conferido por la Comisión Nacional de Rescate de Valores, como un reconocimiento a quien se haya distinguido por su conducta social apegada a la ética y los valores más preciados de nuestra sociedad.
Medina, en cumplimiento del deber, detuvo a dos sospechosos de narcotráfico cuando se aprestaban a huir por la frontera norte y, lejos de aceptar el soborno ofrecido, los entregó a la justicia. Pero además su carrera policial es ejemplar.
Qué bueno y significativo este premio que es, como sucede con esta clase de reconocimientos, algo representativo de acciones y actores semejantes que todos los días se destacan por su responsabilidad y honestidad, sobre todo aquellos que forman parte de los diferentes grupos encargados de velar por la seguridad de la ciudadanía. Son muchos los hombres y las mujeres que día a día lo arriesgan todo, su integridad, la tranquilidad de sus familias, sus vidas. Y eso merece el reconocimiento social, muy bien representado por el premio mencionado.
Sin embargo, tenemos que decirlo, frente a esta destacable realidad, o más bien dándole la espalda a esa realidad ejemplar y a su deber social, tenemos policías, lamentablemente no tan pocos, en los que la conducta imperante es la indolencia, la comodidad del no comprometerse, el hacerse de la vista gorda ante los asuntos que son de su plena incumbencia.
Desdichadamente este fenómeno se repite mucho sobre todo entre las fuerzas encargadas de la seguridad en comunidades pequeñas y medianas, me comentaba un amigo un día de estos cuando hablábamos de cómo había crecido la criminalidad en los barrios, particularmente el robo que podríamos denominar de bajo monto pero que golpea duro a los afectados: por ejemplo el robo de herramientas en el pequeño taller de un mecánico, de un motor a un pescador artesanal, de las gallinas a una familia pobre, de la cosecha de maíz a un pequeño agricultor, de una vaca, de un televisor, de una bicicleta.
Lo más triste de esto, me dijo haciendo hincapié en que lo había vivido en carne propia, es que uno va a la delegación policial a poner la denuncia, con nombres y apellidos, pidiéndoles que actúen, y la respuesta es “eso no vale la pena, tenemos que vivir y dejar vivir”, o cosas por el estilo.
Esa clase de policías está a media distancia entre los honestos y valientes, que cumplen a diario su deber, y los traidores que se unen a las mafias para facilitarles sus crímenes; pero son tan corruptos como estos y el daño que hacen es enorme pues drenan la confianza de la población en sus guardianes, promueven la impunidad y facilitan la consolidación de individuos y grupos criminales.
Ojalá los jerarcas de la seguridad nacional le pongan atención a este cáncer social
A inicios del mes de octubre, Víctor Manuel Medina Medina, un policía de La Cruz, Guanacaste, se hizo acreedor al premio Nacional de Valores “Rogelio Fernández Güell”, galardón anual conferido por la Comisión Nacional de Rescate de Valores, como un reconocimiento a quien se haya distinguido por su conducta social apegada a la ética y los valores más preciados de nuestra sociedad.
El pasado domingo, 24 de julio, después de haber disfrutado del Desfile de caballos –porque en Guanacaste los topes son con arreo de ganado- y de un sabroso arroz de maíz, nos fuimos al parque “Mario Cañas” en busca de alguna actividad cultural. Allí un pequeño grupo entretenía a la poca asistencia con variados sones de música popular, y lo hacían bien.
Pero muy pronto el “show” cambió de escenario y la atención del público se fue trasladando del quiosco donde actuaban los músicos a la pequeña explanada que lo rodea, adonde, atraídos por la bulla, fueron llegando indigentes, personas atrapadas por el alcohol y otras drogas, a bailar, a hacer piruetas o hasta a pelearse a ratos por ganarse la atención de los espectadores y ser la estrella del espectáculo.
Me resulta difícil calificar aquello. Ciertamente tenía algo de > gracioso, pero por supuesto era grotesco y de alguna manera, tan solo > siendo espectador, sin siquiera reír las payasadas y mucho menos > aplaudirlas, resultaba imposible dejar de sentir cierta culpabilidad ante aquella tragicomedia.
Le comenté a mis acompañantes que me preocupaba ver la rapidez con que el lugar se había llenado de semejantes personajes y que cuidado si eso no era una muestra más de la situación social que viven Liberia y Guanacaste en general. Salieron entonces a relucir otros aportes sobre el desmejoramiento social que ha venido sufriendo la provincia: la extensión del problema de las drogas y el alcoholismo, de la prostitución y los embarazos infantiles, de la falta de oportunidades para los jóvenes, del desempleo, de la pobreza, de la miseria que ya es perceptible en una parte importante de la población, del crecimiento de la criminalidad, en fin.
Personalmente recalqué el caso de muchas familias de las zonas litorales y de algunas ciudadelas marginales en las que es evidente la situación de necesidad en que viven.
Como lo escribí antes, eso fue domingo por la noche; el lunes, al leer La Nación, me encontré un amplio reportaje bajo el título de “Riqueza guanacasteca aun no baña a sus pobladores”. Allí, cuadros, cifras y entrevistas demuestran el realismo de nuestros. El desempleo (9,6 %) es más de dos puntos mayor al del promedio nacional (7,3 %). La pobreza es del 24 % y la pobreza extrema del 13,7 %. Esos porcentajes adquieren más cuerpo cuando hablamos de casi 120 mil personas en condición de pobreza y cerca de 70 mil que ya viven –o más bien subsisten- en extrema pobreza, es decir, que día a día padecen hambre > y otras privaciones vitale.
Sí esa Guanacaste a la que se le cantan loas y se les gritan piropos, padece de hambre; y la peor enfermedad que aqueja hoy al país, la inequidad, se ha ensañado con una buena parte de sus pobladores.
El pasado domingo, 24 de julio, después de haber disfrutado del Desfile de caballos –porque en Guanacaste los topes son con arreo de ganado- y de un sabroso arroz de maíz, nos fuimos al parque “Mario Cañas” en busca de alguna actividad cultural. Allí un pequeño grupo entretenía a la poca asistencia con variados sones de música popular, y lo hacían bien.
No hay duda, la Caja es la institución emblema del ideal de solidaridad y de seguridad social que en la pasada década de los cuarenta, muchos costarricenses, bajo el liderazgo de ilustres conciudadanos, echaron a andar. En aquel entonces y hoy, hubo y hay mentes torcidas por el egoísmo y la ambición, que vieron y siguen viendo en la Caja un estorbo a su mezquindad. Unos, porque carecen de visión social y por tanto son incapaces de valorar lo estratégico de su existencia como herramienta de paz y armonía, de tranquilidad para todos. Esos, desde entonces, ven en sus aportes financieros a la Caja, única y exclusivamente un gasto y nunca una inversión social que redunda en su propio bienestar y el de sus familias.
Por eso cada mes lloran a lágrima tendida por el pago de cuotas al Seguro, o, preferiblemente, se las ingenian para no pagarlas y entonces, suponemos, lejos de llorar, cada fin de mes celebran a lo grande tan pírricos triunfos.
Otros, que sí tienen visión pero toda puesta al servicio de sus desmedidas ambiciones, ven en la Caja una competencia a esos macros negocios que siempre han existido alrededor de la salud y que últimamente se han acrecentado y por tanto, pareciera ser una ley de la riqueza, quieren más y más y más. Y como parte de su estrategia, algunos de esos enemigos mantienen lucrativas relaciones empresariales o profesionales con esa institución, otra vez, apadrinados por el poder económico-político. Todos lo vemos y muchos lo sentimos e irónicamente, ayudamos a que semejante proceso siga su marcha ascendente.
Pero además pareciera que algunas instituciones nacen con el germen de su propia destrucción, y si no nacen con él, para no parecer fatalista, más temprano que tarde lo adquieren. Tal es el caso, innegablemente, de la Caja del Seguro. Así las cosas, a la par del servicio humanitario, profesional, abnegado, eficiente que por setenta años han brindado funcionarios de la Caja, de todos los niveles, un servicio del que todos somos testigo y muchos, cientos de miles de habitantes de este país, directos beneficiarios, a la par, se han venido desarrollando y consolidando una cantidad de vicios, encubados allí mismo, en el seno de la institución, algunos prohijados y hasta impulsados por la administración, y por supuesto palanqueados por funcionarios que encontraron en esta buena madre una inmejorable fuente para satisfacción de sus insaciables apetitos.
Tan nefastos como aquellos que sueñan con destruir a la Caja desde afuera, estos parásitos, en algunos casos amparados en el poder político, en no pocas ocasiones vestidos de gabacha y muchas otras con el carné de sindicalistas, han drenado a la institución, algunos de ellos, ironía de ironías, dizque en nombre de los asegurados.
Por eso, ante la magnitud de la crisis a la que han llevado estos francotiradores externos y estos parásitos internos a nuestro Seguro Social, no dudo en señalarlos como responsables. Y a toda esa lacra, le sumo, sin dudarlo tampoco, a quienes abusan de los servicios de la Caja pues, por ignorancia o mala fe, también han atentado contra la solidez de que debiera gozar tan preciada y estratégica institución.
Veremos quienes asumen la responsabilidad histórica de defender a la CCSS, de liderar su reivindicación y de encarrilarla de nuevo por el camino que soñaron sus creadores. Ojalá sea pronto, y que todos quienes creemos en la Caja nos sumemos sin reparos a tan trascendental causa.
No hay duda, la Caja es la institución emblema del ideal de solidaridad y de seguridad social que en la pasada década de los cuarenta, muchos costarricenses, bajo el liderazgo de ilustres conciudadanos, echaron a andar. En aquel entonces y hoy, hubo y hay mentes torcidas por el egoísmo y la ambición, que vieron y siguen viendo en la Caja un estorbo a su mezquindad. Unos, porque carecen de visión social y por tanto son incapaces de valorar lo estratégico de su existencia como herramienta de paz y armonía, de tranquilidad para todos. Esos, desde entonces, ven en sus aportes financieros a la Caja, única y exclusivamente un gasto y nunca una inversión social que redunda en su propio bienestar y el de sus familias.
Hace unos días nos visitó desde Medellín Jorge Melguizo, comunicador social, funcionario de la Alcaldía de esa ciudad colombiana y candidato al puesto de alcalde.
Su visita se produjo en el marco de la promoción de la responsabilidad social empresarial que llevan a cabo la Cámara costarricense norteamericana de comercio –AmCham- y la Asociación empresarial para el desarrollo –AED- y de manera particular, para la promoción del premio periodístico “Alberto Martén Chavarría” que anualmente otorga AmCham a la mejor cobertura mediática del tema de la responsabilidad social empresarial.
Tres sesiones de trabajo cumplió el señor Melguizo en el país, la primera con alcaldes y personal de alcaldías, la segunda con profesionales de la comunicación y la tercera con empresarios. Asistí a las dos primeras y los siguientes apuntes se derivan de sus exposiciones.
Medellín, ciudad del departamento de Antioquía, tiene cerca de tres y medio millones de habitantes. Todavía hace algunos años su principal referente eran el narcotráfico y la violencia que, teniendo como estandarte el cartel de Pablo Escobar, hicieron de ella la ciudad más violenta de Colombia y de América Latina. Producto de ese y otros factores socio-económicos, la ciudad era un caos prácticamente en todos los campos.
Pero los cambios políticos y sociales vividos por aquel país, y sobre todo una nueva administración de la ciudad, hicieron posible un cambio radical cuyos resultados hacen hoy de Medellín un ejemplo hemisférico y mundial de organización civil en muchos aspectos de su vida citadina.
Nuevas ideas, decisión para ponerlas en marcha, transparencia, conjunción de fuerzas desde el sector público, el privado-empresarial y el civil, y apoyo nacional e internacional, entre otros factores, han hecho posible tan positivo cambio, cuyo principal éxito deviene del haberse focalizado en el ser humano, particularmente en el perteneciente a los grupos históricamente más desfavorecidos, haciendo valer los principios de equidad e igualdad  de oportunidades.
Algunos ejemplos entre mucho de los citados por el señor Melguizo. La principal inversión en infraestructura se ha llevado a cabo en los campos de la salud, la educación y la cultura. Las acciones en materia de transporte y de movilidad física en general han estado dirigidas a privilegiar al peatón y al uso del servicio público, a incorporar las diferentes barriadas a la vida de la ciudad, a recuperar para la ciudadanía los lugares ocupados por el crimen organizado y en general a hacer de la ciudad un lugar habitable y hasta enseñable a los visitantes.
Y a propósito del tema de la responsabilidad social empresarial, el involucramiento de cientos de empresas en proyectos de mejoramiento de las condiciones de las comunidades en las que están asentadas y en otros programas de mayor cobertura, sobe  todo en los campos de la educación y la cultura. Pero lo más importante es que ese involucramiento va mucho más allá del aporte financiero, incorporando a gerentes y funcionarios de diversos rangos a formar parte de las juntas directivas –el equivalente a nuestras juntas de educación- para asegurar así el éxito de las iniciativas.
Definitivamente un ejemplo a emular.
Hace unos días nos visitó desde Medellín Jorge Melguizo, comunicador social, funcionario de la Alcaldía de esa ciudad colombiana y candidato al puesto de alcalde.
Su visita se produjo en el marco de la promoción de la responsabilidad social empresarial que llevan a cabo la Cámara costarricense norteamericana de comercio –AmCham- y la Asociación empresarial para el desarrollo –AED- y de manera particular, para la promoción del premio periodístico “Alberto Martén Chavarría” que anualmente otorga AmCham a la mejor cobertura mediática del tema de la responsabilidad social empresarial.
Alajuela. Viernes por la noche. Una gran cantidad de gente, mayores, jóvenes, familias con sus niños, se aglomeran en la plazoleta de la iglesia La Agonía, para dar inicio al cierre de una semana muy especial en que Alajuela fue el centro de la cultura oral, la anfitriona de un nuevo encuentro de cuentacuentos que reunió artistas de España, Camerún, México y Colombia, aparte de los muchos compatriotas que poco a poco se han ido sumando a este bello arte de narrar historias de una manera muy amigable y participativa.
Luego de escuchar a la delegación mexicana narrar sus historias desde una de las torres de aquel hermoso templo, dirigido por una alegre cimarrona, arrancó el “Trolecuentos”, sí, así como suena, es decir, a trolear contando cuentos. ¿Donde más que en la ciudad de los mangos y los apodos para inventar semejante término?
Tres paradas tuvo el trolecuentos en el camino, y desde sendos balcones, un español, una venezolana y un colombiano hicieron las delicias del público que con gran regocijo y orden les siguió y les escuchó, para luego dirigirse hasta el viejo cuartel, hoy sede del Museo Juan Santamaría, donde un príncipe camerunés, como salido de uno de sus propios cuentos, simplemente encantó a los asistentes. Cerró la velada Juan cuentacuentos a nombre de los de Tiquicia y luego la cimarrona llenó el ambiente de parranderas que animaron a más de uno a bailar en media calle.
De esa manera llegó a feliz término un capítulo más, el sexto, de esta Fiesta Internacional de Cuentos que cada año, durante una semana, convierte a Alajuela en “Ciudad palabra”.
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Sarapiquí. Sábado, mediodía y tarde. En el plantel municipal, en El Mortero de Horquetas, se lleva a cabo el V Encuentro Nacional de Cantautores que reúne a artistas de la música –composición e interpretación- de diversos lugares del país.
Una velada exquisita para los amantes de la música popular y del folclor nacionales que se ha venido haciendo realidad cada año gracias al soporte de la Alcaldía de aquel cantón herediano y al entusiasmo y capacidad de organización de un grupo de sarapiqueños, encabezados por León Santana, un gran promotor de la cultura popular.
Por ese festival han pasado, en calidad de dedicados, consumados artistas como Lencho Salazar, Ernesto Alfaro,  Nago de Nicoya, Dionisio Cabal, Ronald Alfaro y el trío los Guacaleros de Acosta, entre otros. En esta quinta edición los homenajeados fueron el cantante internacional Rafa Pérez, el afamado requinto “Negro” Córdoba, miembro del extinto trío Alma de América, y el trío Los Josefinos que precisamente la noche anterior había compartido escenario con el trío Los Reyes, de México. Todos ellos nos regalaron una tarde musical inolvidable.
A estos artistas debemos sumar muchos otros, de gran calidad y sobre todo de un gran compromiso con el arte musical, ya sea como compositores o como intérpretes, y en no pocos casos, como ambos. Resalto por esos méritos y por su condición de anfitriona, a la marimba orquesta Sarapiquí que tiene la virtud de reunir en su elenco a adultos, jóvenes y niños.
El reconocimiento sincero a quienes con grandes sacrificios hacen posible este espacio de homenaje a nuestros cantautores, alma de nuestra cultura popular.
Alajuela. Viernes por la noche. Una gran cantidad de gente, mayores, jóvenes, familias con sus niños, se aglomeran en la plazoleta de la iglesia La Agonía, para dar inicio al cierre de una semana muy especial en que Alajuela fue el centro de la cultura oral, la anfitriona de un nuevo encuentro de cuentacuentos que reunió artistas de España, Camerún, México y Colombia, aparte de los muchos compatriotas que poco a poco se han ido sumando a este bello arte de narrar historias de una manera muy amigable y participativa.
Alajuela. Viernes por la noche. Una gran cantidad de gente, mayores, jóvenes, familias con sus niños, se aglomeran en la plazoleta de la iglesia La Agonía, para dar inicio al cierre de una semana muy especial en que Alajuela fue el centro de la cultura oral, la anfitriona de un nuevo encuentro de cuentacuentos que reunió artistas de España, Camerún, México y Colombia, aparte de los muchos compatriotas que poco a poco se han ido sumando a este bello arte de narrar historias de una manera muy amigable y participativa.
Luego de escuchar a la delegación mexicana narrar sus historias desde una de las torres de aquel hermoso templo, dirigido por una alegre cimarrona, arrancó el “Trolecuentos”, sí, así como suena, es decir, a trolear contando cuentos. ¿Donde más que en la ciudad de los mangos y los apodos para inventar semejante término?
Tres paradas tuvo el trolecuentos en el camino, y desde sendos balcones, un español, una venezolana y un colombiano hicieron las delicias del público que con gran regocijo y orden les siguió y les escuchó, para luego dirigirse hasta el viejo cuartel, hoy sede del Museo Juan Santamaría, donde un príncipe camerunés, como salido de uno de sus propios cuentos, simplemente encantó a los asistentes. Cerró la velada Juan cuentacuentos a nombre de los de Tiquicia y luego la cimarrona llenó el ambiente de parranderas que animaron a más de uno a bailar en media calle.
De esa manera llegó a feliz término un capítulo más, el sexto, de esta Fiesta Internacional de Cuentos que cada año, durante una semana, convierte a Alajuela en “Ciudad palabra”.
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Sarapiquí. Sábado, mediodía y tarde. En el plantel municipal, en El Mortero de Horquetas, se lleva a cabo el V Encuentro Nacional de Cantautores que reúne a artistas de la música –composición e interpretación- de diversos lugares del país.
Una velada exquisita para los amantes de la música popular y del folclor nacionales que se ha venido haciendo realidad cada año gracias al soporte de la Alcaldía de aquel cantón herediano y al entusiasmo y capacidad de organización de un grupo de sarapiqueños, encabezados por León Santana, un gran promotor de la cultura popular.
Por ese festival han pasado, en calidad de dedicados, consumados artistas como Lencho Salazar, Ernesto Alfaro,  Nago de Nicoya, Dionisio Cabal, Ronald Alfaro y el trío los Guacaleros de Acosta, entre otros. En esta quinta edición los homenajeados fueron el cantante internacional Rafa Pérez, el afamado requinto “Negro” Córdoba, miembro del extinto trío Alma de América, y el trío Los Josefinos que precisamente la noche anterior había compartido escenario con el trío Los Reyes, de México. Todos ellos nos regalaron una tarde musical inolvidable.
A estos artistas debemos sumar muchos otros, de gran calidad y sobre todo de un gran compromiso con el arte musical, ya sea como compositores o como intérpretes, y en no pocos casos, como ambos. Resalto por esos méritos y por su condición de anfitriona, a la marimba orquesta Sarapiquí que tiene la virtud de reunir en su elenco a adultos, jóvenes y niños.
El reconocimiento sincero a quienes con grandes sacrificios hacen posible este espacio de homenaje a nuestros cantautores, alma de nuestra cultura popular.
Alajuela. Viernes por la noche. Una gran cantidad de gente, mayores, jóvenes, familias con sus niños, se aglomeran en la plazoleta de la iglesia La Agonía, para dar inicio al cierre de una semana muy especial en que Alajuela fue el centro de la cultura oral, la anfitriona de un nuevo encuentro de cuentacuentos que reunió artistas de España, Camerún, México y Colombia, aparte de los muchos compatriotas que poco a poco se han ido sumando a este bello arte de narrar historias de una manera muy amigable y participativa.