Asesor2
Ha habido y hay, grupos, personas, empresas que ven los presupuestos estatales con ojos de ave de rapiña y se viven buscando las vías más fáciles y directas para meterles sus garras y saciar su voracidad.
Por otra parte hemos tenido y seguimos teniendo funcionarios que ven esos presupuestos como bienes de difunto, y pese a tener como responsabilidad su cuido, o se hacen los tontos o peor aun, hacen fiesta con ellos o ayudan a que otros, desde afuera, hagan su fiesta.
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Una de nuestras metas prioritarias como sociedad debe ser brindarle oportunidades a las nuevas generaciones para que desarrollen sus dotes científicos, artísticos, deportivos y de cualquier otra índole.
Por eso complace tanto la existencia de programas como el que han desarrollado la Escuela de Música de la Universidad Nacional y el Instituto Superior de Artes, para promover y consolidar jóvenes talentos musicales, concretamente en lo que es la interpretación pianística.
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Ser responsable es cumplir con los deberes, con los propios, con los personales, cuyo cumplimiento o incumplimiento afectan de manera directa a la propia persona, y con aquellos de alcance social: familiares, vecinales, comunales y de toda una sociedad. Ser responsable es cumplir con los deberes, cualesquiera que estos sean, desde los elementales de un niño de preparatoria hasta las complejas tareas que enfrenta nuestra presidenta, desde los humildes quehaceres de un trabajador de la limpieza hasta las delicadas decisiones de un juez o una jueza del mayor tribunal de la República.
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Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
No fue fácil su misión, como no lo es para nadie que deba guiar una guerra –aun en tiempos de paz- contra fuerzas tan poderosas, las de los filibusteros, los de adentro y los de afuera, con los más diversos nombres y calidades pero que tenían y tienen por meta común socavar los cimientos de la Patria, de la institucionalidad, de la legalidad, de la funcionalidad y de la eficiencia de un estado democrático que esté, de verdad, al servicio de los intereses de las mayorías, sin prebendas para algunos, sin exclusiones para nadie.
No fue fácil en aquellos tiempos, difíciles por muchas circunstancias específicas pero similares algunas a las de hoy, cuando la Patria sigue amenazada y enfrentando las acciones del filibusterismo en los diversos campos de acción, desde quienes asentados fuera –y con sus acólitos acá dentro- pretenden suplantar sus valores y comprar voluntades para imponer sus oscuros negocios, hasta quienes desde adentro, con diferentes motivaciones, ya sea por representar esos intereses mezquinos o promover los propios, por creer bienintencionadamente que oponiéndose a todo ayudan al país, por ser parte del crimen organizado o de la ineficiencia estatal, por vivir atados a las prebendas que proporcionan el poder político, el poder económico, el poder gremial y la burocracia, por obstaculizar la unidad nacional en la lucha contra los grandes problemas que son nuestro enemigo común, a veces escondiéndose hasta tras la sagrada lucha por los derechos humanos, en fin, por todas esas conductas y omisiones que socaban desde diferentes ámbitos, públicos y privados, la construcción de la Patria por la que han luchado los Mora, los Santamaría y tantos otros héroes y heroínas a lo largo de nuestra historia.
De allí que la inmortalidad de don Juanito le venga por doble razón. Primero por sus extraordinarias y ejemplares acciones patrióticas; segundo porque necesitamos su permanente inspiración para mantener viva la lucha contra esas diversas formas de filibusterismo que siguen, como en 1856, amenazando la hacienda, los valores y a la familia costarricense.
De allí también la oportunidad y la trascendencia del homenaje que le ha hecho el pueblo costarricense, a través del Congreso, al declararlo Libertador y Héroe Nacional; sobre todo porque el haberlo aprobado con la unanimidad de los partidos allí representados es signo de esperanza y de compromiso.
Y la verdadera trascendencia de ese homenaje radicará en lograr esa unidad nacional, a partir del diálogo, el respeto y el desprendimiento, para enfrentar juntos los problemas que hoy, como en tiempos de Santamaría, Mora y Cañas, nos impiden alcanzar el sueño de una Patria en la que todos tengamos cabida y podamos vivir una vida digna, con progreso y en armonía.
Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
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MINAS VERDES ENTRE MONTES DE ORO
Heriberto Valverde Castro
“Oro no es, plata no es”, nos decían las abuelas en aquella adivinanza
cuya sabiduría solo el tiempo vino a poner en evidencia. Sí, el oro y
la plata no fueron ni son nuestra riqueza; el verdor de nuestros
valles y montañas es el verdadero tesoro que impresionó en el pasado a
los conquistadores y hoy conquista los corazones de los visitantes
nacionales y extranjeros, brindándonos desde sus entrañas la más
preciada riqueza.
Y si hay un cantón cuya población con el paso del tiempo ha debido
valorar esa realidad, ese es Montes de Oro, más conocido por su
cabecera Miramar; porque allí, a un alto costo inmediato, la gente ha
sabido escoger, frente al oro fácil, el verdor de la naturaleza, la
preservación de las montañas y de sus milenarios habitantes: flora,
fauna y agua.
Laguna, Palmital, Cedral, Zapotal y algunas otras pequeñas
poblaciones, conforman ese norte del cantón de Montes de Oro, un
verdadero paraíso, un emporio de belleza y de riquezas naturales que
los habitantes se han propuesto cuidar para compartir con los
visitantes y en muchos casos convertirlos en una fuente sostenible de
ingresos y bienestar.
Varios proyectos turísticos se han ido desarrollando en aquella zona
con el esfuerzo de algunas familias y grupos cooperativos. La belleza
escénica del lugar, el verdor de las montañas, la abundancia de
quebradas, ríos, pequeñas lagunas, flora y fauna diversa, todo invita
a ir a aquella región y complacerse con la estadía en ella.
Existe un proyecto de carretera denominado la ruta del quetzal, que va
desde el cantón de San Ramón, concretamente de la zona de La Paz,
atravesando todo el norte del cantón de Montes de Oro, hasta
Arancibia, en el norte del cantón central de Puntarenas, en las faldas
sureñas de las montañas de Santa Elena y Monteverde. Su nombre
sintetiza la belleza de los pasajes por los que transcurre esa vía que
ya está debidamente trazada, y en verano se puede recorrer en vehículo
de doble tracción. El principal obstáculo lo constituye la falta de
puentes.
Pero pese al despunte turístico, la actividad agrícola y lechera sigue
siendo la base de la actividad socioeconómica en aquella región. Por
ello, al hablar de caminos y carreteras el asunto se vuelve urgente.
La carretera que une el norte del cantón con su cabecera, Miramar, es
la única vía que tienen los productores para sacar sus productos y
para acarrear los insumos tanto para sus familias como para sus
sembradíos. Pero dicha vía, principalmente a partir de Palmital, está
prácticamente destruida. Y ni qué decir de los caminos de penetración
de las localidades más pequeñas. ¿De qué les vale a estos sacrificados
campesinos lograr que la tierra y el ganado lechero les dé buenos
frutos si luego no pueden sacarlos al mercado?
Y además de los caminos hay otros apartados en los que estas
comunidades necesitan apoyo, especialmente en asesoramiento agrícola y
búsqueda de mercados. Por eso urge que la municipalidad de Montes de
Oro, el MOPT, el MAG y el CNP acudan en auxilio de estos campesinos.
De lo contrario ellos perderán sus tierras, sus proyectos familiares
se derrumbarán y como país nos ganaremos otro grave problema social
“Oro no es, plata no es”, nos decían las abuelas en aquella adivinanza cuya sabiduría solo el tiempo vino a poner en evidencia. Sí, el oro y
la plata no fueron ni son nuestra riqueza; el verdor de nuestros valles y montañas es el verdadero tesoro que impresionó en el pasado a
los conquistadores y hoy conquista los corazones de los visitantes nacionales y extranjeros, brindándonos desde sus entrañas la más
preciada riqueza.
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Trabajé en el campo cuando era muy joven, tanto que incluso me temo que la palabra trabajar, para mi caso, sea un poco exagerada. Pero bueno, en algo ayudaba a mi papá y a mis hermanos mayores y al menos aprendí cómo era que se llevaban a cabo las labores básicas de nuestra agricultura: sembrar maíz, frijoles, café, caña, yuca, piña; limpiar a machete los sembradíos: las milpas, los frijolares, los cafetales, los cañales, los yucales, los piñales; coger el maíz –tapizcar como llaman algunos- arrancar frijoles, coger café, arrancar yuca, cortar piñas. (Nótese los diferentes verbos que se utilizan según el producto cosechado).
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Sí, en trance de muerte tiene la dirigencia futbolística al balompié nacional con la serie de desaciertos que se ha venido acumulando en los últimos años.
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