Asesor2

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Ha habido y hay, grupos, personas, empresas que ven los presupuestos estatales con ojos de ave de rapiña y se viven buscando las vías más fáciles y directas para meterles sus garras y saciar su voracidad.
Por otra parte hemos tenido y seguimos teniendo funcionarios que ven esos presupuestos como bienes de difunto, y pese a tener como responsabilidad su cuido, o se hacen los tontos o peor aun, hacen fiesta con ellos o ayudan a que otros, desde afuera, hagan su fiesta.
El asunto es histórico y se da en todos los campos, y aunque algunos se rasguen las vestiduras cuando la prensa los agarra con las manos en la masa, lo cierto es que esto es cosa de todos los días y de todos los colores políticos y de todas las posiciones ideológicas. Porque vividor de la hacienda pública lo es desde el que cobra un salario y no cumple las responsabilidades para las que se le paga, hasta el que estafa a una institución estatal incumpliendo los términos de un determinado contrato con el ánimo de sacarle un mayor provecho económico a aquella relación contractual.
Y por supuesto que el manjar de los manjares en esto es la obra pública. Ya desde el siglo XIX muchos millones de colones perdieron su rumbo, no encontraron nunca las obras para las que estaban dispuestos y fueron a parar a bolsillos privados. Con el tiempo, con un mayor desarrollo educativo y de los medios de comunicación, se fueron teniendo paulatinamente más noticias sobre esos festines, hasta que cayeron los peces grandes – según parece como consecuencia de una especie de onda provocada por la caída de las torres gemelas-. La citada pesca vino a corroborar el secreto a voces del enriquecimiento de algunas familias y grupos gracias al manoseo de los bienes públicos, y algo importante, nos dio luz acerca de los montos que se mueven en ese tráfico de influencias del mundo político-empresarial.
Con este panorama no debiera extrañarnos lo que pasa hoy con la trocha de las tinieblas, pero es tan exagerado el mal manejo y el descaro con que se plantea este caso, que realmente mueve a la reflexión, como un ejemplo, seguramente el mejor, en donde la rapiña externa y la indolencia interna, para decir lo menos –habrá que esperar los resultados de la investigación ordenada por la señora presidenta-, se han juntado para “regalarnos” una criatura que asustaría a la segua.
Ha habido y hay, grupos, personas, empresas que ven los presupuestos estatales con ojos de ave de rapiña y se viven buscando las vías más fáciles y directas para meterles sus garras y saciar su voracidad.
Por otra parte hemos tenido y seguimos teniendo funcionarios que ven esos presupuestos como bienes de difunto, y pese a tener como responsabilidad su cuido, o se hacen los tontos o peor aun, hacen fiesta con ellos o ayudan a que otros, desde afuera, hagan su fiesta.
Una de nuestras metas prioritarias como sociedad debe ser brindarle oportunidades a las nuevas generaciones para que desarrollen sus dotes científicos, artísticos, deportivos y de cualquier otra índole.
Por eso complace tanto la existencia de programas como el que han desarrollado la Escuela de Música de la Universidad Nacional y el Instituto Superior de Artes, para promover y consolidar jóvenes talentos musicales, concretamente en lo que es la interpretación pianística.
Hace unos años, cuando laboraba en la Universidad Nacional, pude constatar los maravillosos productos de este esfuerzo interinstitucional que ha sido posible gracias a un calificado equipo de trabajo, inspirado y liderado por el maestro Alexandr Sklioutovsky que, como corresponde a los grandes, hace su trabajo de manera eficiente y sin ostentaciones. Así, cada vez que aparecía en escena algún niño o alguna niña que hacía las delicias del público con sus interpretaciones al piano, uno sabía que detrás de aquella joya estaban don Alexandr y su programa con jóvenes pianistas.
Dichosamente, gracias al apoyo de don Guido Sáenz, aquellas muestras de talento salieron del claustro universitario para que mucha más gente pudiera apreciarla, hasta llegar adonde correspondía, al Teatro Nacional.
En el año 2003, bajo el nombre de Una noche de piano, se inició un proyecto que se llamaría luego Temporada Pianística y que desde entonces se ganó merecidamente un lugar en el máximo escenario artístico del país y en los amantes de la buena música. Estas presentaciones, que oscilan entre seis y diez por año, son compartidas por connotados pianistas, exalumnos de las citadas instituciones, que brillan en escenarios mundiales, con actuales alumnos, pequeños genios musicales que a su corta edad ya han cosechado laureles en importantes recitales de nivel internacional.
Ejemplo de esto son Carlos Quesada, Sergio Sandi, Daniela Rodó, Daniela Navarro, Mijail Tumanov y Pablo Quesada, exalumnos que hoy siguen estudios de posgrado en prestigiosas universidades e institutos de Rusia, Inglaterra y Estados Unidos; así como los laureados pianistas Josué González y William Gómez, aun alumnos del programa.
Con semejantes credenciales, este programa tiene ganado de sobra el derecho a que se le mantenga ese espacio en el Teatro Nacional y estamos seguros de que las autoridades de cultura así se lo garantizarán, para bien del programa, del cumplimiento de sus objetivos y el deleite de los amantes del buen piano.
En el mes de la Patria demos las gracias a estas instituciones por ser tan visionarias, a estos niños y jóvenes por su talento y constancia, a sus familias que realizan grandes sacrificios para que aprovechen tan valiosas oportunidades, y a sus maestros por guiarles con calidad y disciplina hacia metas cada vez más altas. Gracias a todos porque así se construye un país mejor.
Una de nuestras metas prioritarias como sociedad debe ser brindarle oportunidades a las nuevas generaciones para que desarrollen sus dotes científicos, artísticos, deportivos y de cualquier otra índole.
Por eso complace tanto la existencia de programas como el que han desarrollado la Escuela de Música de la Universidad Nacional y el Instituto Superior de Artes, para promover y consolidar jóvenes talentos musicales, concretamente en lo que es la interpretación pianística.
Ser responsable es cumplir con los deberes, con los propios, con los personales, cuyo cumplimiento o incumplimiento afectan de manera directa a la propia persona, y con aquellos de alcance social: familiares, vecinales, comunales y de toda una sociedad. Ser responsable es cumplir con los deberes, cualesquiera que estos sean, desde los elementales de un niño de preparatoria hasta las complejas tareas que enfrenta nuestra presidenta, desde los humildes quehaceres de un trabajador de la limpieza hasta las delicadas decisiones de un juez o una jueza del mayor tribunal de la República.
Y en esa lista de deberes sociales se pasa por dos mundos muy importantes a los que me quiero referir: el de las empresas y el de los profesionales. Me mueve a esto algunos recientes pasajes de la vida nacional. Uno de ellos es el reconocimiento brindado a varias empresas por parte de la Cámara Costarricense-Norteamericana de Comercio, por haber desarrollado sostenidamente prácticas sociales responsables en diversos campos de la vida nacional, así como a algunos periodistas y medios de comunicación, por la divulgación y promoción de esas prácticas sociales responsables.
Otro hecho, de signo totalmente contrario al anterior, lo constituye la información emanada del ministerio de Hacienda acerca de la multimillonaria evasión fiscal (en algunos casos vestida de morosidad) de una gran cantidad de empresas y de profesionales en el ejercicio de lo que se denominan profesiones liberales.
Hablamos en consecuencia de dos temas, el de la responsabilidad social empresarial (RSE), que poco a poco va ganando terreno en el sector empresarial más serio del país y que entre otros aspectos,  contempla el apego a la legalidad y la colaboración con el desarrollo integral de la sociedad costarricense -lo cual incluye por supuesto el debido y oportuno tributo-; prácticas ambientales amigables en los procesos de producción, industrialización y comercio; promoción de calidad de vida para sus colaboradores internos, sus familias y comunidades y exigencias similares a las propias para con sus clientes, proveedores y colaboradores externos en general.
El otro tópico es el de la responsabilidad social profesional (RSP), del que ignoro algún planteamiento teórico –y si no lo hay habrá que elaborarlo- porque lo más cercano que conozco es el de la ética profesional que se desarrolla en la mayoría de los programas de formación universitaria; aunque por supuesto como praxis esto ha estado ligado por siempre a quienes desde una profesión cumplen sus deberes con la sociedad que les ha dado su formación y les brinda fuentes de trabajo para su desarrollo profesional.
A propósito de estas reflexiones, es fácil observar y valorar todo el bien que le ha traído y le trae al país la práctica de la responsabilidad social por parte de empresas y profesionales. También es fácil percibir –para muchos sería más bien, fácil sentir y sufrir- las consecuencias que ha tenido y sigue teniendo para todos los habitantes y en especial para los grupos más vulnerables, el alejamiento de empresarios y profesionales  de sus deberes sociales, entre ellos, la debida y oportuna tributación fiscal.
Así las cosas, vale la pena que los medios de comunicación y quienes tenemos acceso a ellos insistamos en estos dos asuntos hasta ponerlos en la agenda nacional, en la conciencia social y sobre todo en las conciencias de aquellos que son actores principales de los desvíos antes señalados.
Ser responsable es cumplir con los deberes, con los propios, con los personales, cuyo cumplimiento o incumplimiento afectan de manera directa a la propia persona, y con aquellos de alcance social: familiares, vecinales, comunales y de toda una sociedad. Ser responsable es cumplir con los deberes, cualesquiera que estos sean, desde los elementales de un niño de preparatoria hasta las complejas tareas que enfrenta nuestra presidenta, desde los humildes quehaceres de un trabajador de la limpieza hasta las delicadas decisiones de un juez o una jueza del mayor tribunal de la República.
Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
No fue fácil su misión, como no lo es para nadie que deba guiar una guerra –aun en tiempos de paz-  contra fuerzas tan poderosas, las de los filibusteros, los de adentro y los de afuera, con los más diversos nombres y calidades pero que tenían y tienen por meta común socavar los cimientos de la Patria, de la institucionalidad, de la legalidad, de la funcionalidad y de la eficiencia de un estado democrático que esté, de verdad, al servicio de los intereses de las mayorías, sin prebendas para algunos, sin exclusiones para nadie.
No fue fácil en aquellos tiempos, difíciles por muchas circunstancias específicas pero similares algunas a las de hoy, cuando la Patria sigue amenazada y enfrentando las acciones del filibusterismo en los diversos campos de acción, desde quienes asentados fuera –y con sus acólitos acá dentro- pretenden suplantar sus valores y comprar voluntades  para imponer sus oscuros negocios, hasta quienes desde adentro, con diferentes motivaciones, ya sea por representar esos intereses mezquinos o promover los propios, por creer bienintencionadamente que oponiéndose a todo ayudan al país, por ser parte del crimen organizado o de la ineficiencia estatal, por vivir atados a las prebendas que proporcionan el poder político, el poder económico, el poder gremial y la burocracia, por obstaculizar la unidad nacional en la lucha contra los grandes problemas que son nuestro enemigo común,  a veces escondiéndose hasta tras la sagrada lucha por los derechos humanos, en fin, por todas esas conductas y omisiones que socaban desde diferentes ámbitos, públicos y privados, la construcción de la Patria por la que han luchado los Mora, los Santamaría  y tantos otros héroes y heroínas a lo largo de nuestra historia.
De allí que la inmortalidad de don Juanito le venga por doble razón. Primero por sus extraordinarias y ejemplares acciones patrióticas; segundo porque necesitamos su permanente inspiración para mantener viva la lucha contra esas diversas formas de filibusterismo que siguen, como en 1856, amenazando la hacienda, los valores y a la familia costarricense.
De allí también la oportunidad y la trascendencia  del homenaje que le ha hecho el pueblo costarricense, a través del Congreso, al declararlo  Libertador y Héroe Nacional; sobre todo porque el haberlo aprobado con la unanimidad de los partidos allí representados es signo de esperanza y de compromiso.
Y la verdadera trascendencia de ese homenaje radicará en lograr esa unidad nacional, a partir del diálogo, el respeto y el desprendimiento, para enfrentar juntos los problemas que hoy, como en tiempos de Santamaría, Mora y Cañas, nos impiden alcanzar el sueño de una Patria en la que todos tengamos cabida y podamos vivir una vida digna, con progreso y en armonía.
Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
MINAS VERDES ENTRE MONTES DE ORO
Heriberto Valverde Castro
“Oro no es, plata no es”, nos decían las abuelas en aquella adivinanza
cuya sabiduría solo el tiempo vino a poner en evidencia. Sí, el oro y
la plata no fueron ni son nuestra riqueza; el verdor de nuestros
valles y montañas es el verdadero tesoro que impresionó en el pasado a
los conquistadores y hoy conquista los corazones de los visitantes
nacionales y extranjeros, brindándonos desde sus entrañas la más
preciada riqueza.
Y si hay un cantón cuya población con el paso del tiempo ha debido
valorar esa realidad, ese es Montes de Oro, más conocido por su
cabecera Miramar; porque allí, a un alto costo inmediato, la gente ha
sabido escoger, frente al oro fácil, el verdor de la naturaleza, la
preservación de las montañas y de sus milenarios habitantes: flora,
fauna y agua.
Laguna, Palmital, Cedral, Zapotal y algunas otras pequeñas
poblaciones, conforman ese norte del cantón de Montes de Oro, un
verdadero paraíso, un emporio de belleza y de riquezas naturales que
los habitantes se han propuesto cuidar para compartir con los
visitantes y en muchos casos convertirlos en una fuente sostenible de
ingresos y bienestar.
Varios proyectos turísticos se han ido desarrollando en aquella zona
con el esfuerzo de algunas familias y grupos cooperativos. La belleza
escénica del lugar, el verdor de las montañas, la abundancia de
quebradas, ríos, pequeñas lagunas, flora y fauna diversa, todo  invita
a ir a aquella región y complacerse con la estadía en ella.
Existe un proyecto de carretera denominado la ruta del quetzal, que va
desde el cantón de San Ramón, concretamente de la zona de La Paz,
atravesando todo el norte del cantón de Montes de Oro, hasta
Arancibia, en el norte del cantón central de Puntarenas, en las faldas
sureñas de las montañas de Santa Elena y Monteverde. Su nombre
sintetiza la belleza de los pasajes por los que transcurre esa vía que
ya está debidamente trazada, y en verano se puede recorrer en vehículo
de doble tracción. El principal obstáculo lo constituye la falta de
puentes.
Pero pese al despunte turístico, la actividad agrícola y lechera sigue
siendo la base de la actividad socioeconómica en aquella región. Por
ello, al hablar de caminos y carreteras el asunto se vuelve urgente.
La carretera que une el norte del cantón con su cabecera, Miramar, es
la única vía que tienen los productores para sacar sus productos y
para acarrear los insumos tanto para sus familias como para sus
sembradíos. Pero dicha vía, principalmente a partir de Palmital, está
prácticamente destruida. Y ni qué decir de los caminos de penetración
de las localidades más pequeñas. ¿De qué les vale a estos sacrificados
campesinos lograr que la tierra y el ganado lechero les dé buenos
frutos si luego no pueden sacarlos al mercado?
Y además de los caminos hay otros apartados en los que estas
comunidades necesitan apoyo, especialmente en asesoramiento agrícola y
búsqueda de mercados. Por eso urge que la municipalidad de Montes de
Oro, el MOPT, el MAG y el CNP acudan en auxilio de estos campesinos.
De lo contrario ellos perderán sus tierras, sus proyectos familiares
se derrumbarán y como país nos ganaremos otro grave problema social
“Oro no es, plata no es”, nos decían las abuelas en aquella adivinanza cuya sabiduría solo el tiempo vino a poner en evidencia. Sí, el oro y
la plata no fueron ni son nuestra riqueza; el verdor de nuestros valles y montañas es el verdadero tesoro que impresionó en el pasado a
los conquistadores y hoy conquista los corazones de los visitantes nacionales y extranjeros, brindándonos desde sus entrañas la más
preciada riqueza.
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Trabajé en el campo cuando era muy joven, tanto que incluso me temo que la palabra trabajar, para mi caso, sea un poco exagerada. Pero bueno, en algo ayudaba a mi papá y a mis hermanos mayores y al menos aprendí cómo era que se llevaban a cabo las labores básicas de nuestra agricultura: sembrar maíz, frijoles, café, caña, yuca, piña; limpiar a machete los sembradíos: las milpas, los frijolares, los cafetales, los cañales, los yucales, los piñales; coger el maíz –tapizcar como llaman algunos- arrancar frijoles, coger café, arrancar yuca, cortar piñas. (Nótese los diferentes verbos que se utilizan según el producto cosechado).
También aprendí con papá a cuidar las vacas: arrearlas de un potrero a otro, regarles cogollos de caña en el potrero y picarles vástagos de guineo para complementar el alimento de los pastos, sobre todo en verano; prepararles agua con miel de purga y algún concentrado; llevarlas al ordeño.
Con mamá aprendí a ordeñar. Recuerdo que amarrábamos la vaca a un árbol de guachipelín, cerca de la casa; después había que manearla, es decir, atar sus piernas cerca de las patas con un mecate corto para evitar que patearan al ordeñador o al recipiente donde se echaba la leche. Luego había que ir a traer al ternero que dormía en un pequeño encierro, soltarlo y arrimarlo a la ubre de la vaca para que lo estimulara y bajara la leche. Era necesario calcular el tiempo apropiado para esta maniobra pues si se dejaba más de la cuenta el ternero nos dejaba sin leche. Lo que seguía, apartar la cría de la ubre para proceder al ordeño, era asunto serio, sobre todo si se trataba ya de un mamulón de tres o más meses que no quería soltar la teta.
Mi papá fue boyero, un consumado boyero. Tuvo bueyes lindos, animales hermosos que él se esmeraba en atender bien para el trabajo y para lucirlos, porque le encantaba que la gente los admirara. Y ni qué decir de su esmero con las carretas, los yugos y el resto de aperos: las fajas, las testeras, los barzones, los chuzos. Con él aprendí los fundamentos del boyeo pero nunca llegué a practicarlo solo, aunque de vez en cuando me dejaba que llamara los bueyes –guiarlos yendo delante de ellos- o los arriara desde la carreta, después de haber entregado la carga de caña en el trapiche o de café en el recibidor, o de haber vaciado la leña en la galera.
En los últimos tres años, luego de jubilado después de casi cuarenta años como profesor, he regresado a poquitos al surco.
Es un trabajo muy duro. A las manos, desacostumbradas a esos menesteres, se les hacen ampollas por el roce con el espeque, la macana o el machete. El sol inclemente, la humedad que brota de la tierra. Los dolores musculares por el esfuerzo también desacostumbrado. Todo cuenta, todo pesa. Pero qué trabajo tan reparador. Después de unas horas uno está empapado de pies a cabeza, con el cuerpo adolorido pero rejuvenecido y el espíritu pleno de satisfacción. Después de unos meses de espera, llega la cosecha y se siente por dentro una emoción.
Brota entonces, desde el fondo del alma, una oración para dar gracias a Dios por la vida, por la salud y por esa tierra bendita que nos alimenta cada día.
Trabajé en el campo cuando era muy joven, tanto que incluso me temo que la palabra trabajar, para mi caso, sea un poco exagerada. Pero bueno, en algo ayudaba a mi papá y a mis hermanos mayores y al menos aprendí cómo era que se llevaban a cabo las labores básicas de nuestra agricultura: sembrar maíz, frijoles, café, caña, yuca, piña; limpiar a machete los sembradíos: las milpas, los frijolares, los cafetales, los cañales, los yucales, los piñales; coger el maíz –tapizcar como llaman algunos- arrancar frijoles, coger café, arrancar yuca, cortar piñas. (Nótese los diferentes verbos que se utilizan según el producto cosechado).

 

Sí, en trance de muerte tiene la dirigencia futbolística al balompié nacional con la serie de desaciertos que se ha venido acumulando en los últimos años.

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