Ha habido y hay, grupos, personas, empresas que ven los presupuestos estatales con ojos de ave de rapiña y se viven buscando las vías más fáciles y directas para meterles sus garras y saciar su voracidad.
Por otra parte hemos tenido y seguimos teniendo funcionarios que ven esos presupuestos como bienes de difunto, y pese a tener como responsabilidad su cuido, o se hacen los tontos o peor aun, hacen fiesta con ellos o ayudan a que otros, desde afuera, hagan su fiesta.
El asunto es histórico y se da en todos los campos, y aunque algunos se rasguen las vestiduras cuando la prensa los agarra con las manos en la masa, lo cierto es que esto es cosa de todos los días y de todos los colores políticos y de todas las posiciones ideológicas. Porque vividor de la hacienda pública lo es desde el que cobra un salario y no cumple las responsabilidades para las que se le paga, hasta el que estafa a una institución estatal incumpliendo los términos de un determinado contrato con el ánimo de sacarle un mayor provecho económico a aquella relación contractual.
Y por supuesto que el manjar de los manjares en esto es la obra pública. Ya desde el siglo XIX muchos millones de colones perdieron su rumbo, no encontraron nunca las obras para las que estaban dispuestos y fueron a parar a bolsillos privados. Con el tiempo, con un mayor desarrollo educativo y de los medios de comunicación, se fueron teniendo paulatinamente más noticias sobre esos festines, hasta que cayeron los peces grandes – según parece como consecuencia de una especie de onda provocada por la caída de las torres gemelas-. La citada pesca vino a corroborar el secreto a voces del enriquecimiento de algunas familias y grupos gracias al manoseo de los bienes públicos, y algo importante, nos dio luz acerca de los montos que se mueven en ese tráfico de influencias del mundo político-empresarial.
Con este panorama no debiera extrañarnos lo que pasa hoy con la trocha de las tinieblas, pero es tan exagerado el mal manejo y el descaro con que se plantea este caso, que realmente mueve a la reflexión, como un ejemplo, seguramente el mejor, en donde la rapiña externa y la indolencia interna, para decir lo menos –habrá que esperar los resultados de la investigación ordenada por la señora presidenta-, se han juntado para “regalarnos” una criatura que asustaría a la segua.
Ha habido y hay, grupos, personas, empresas que ven los presupuestos estatales con ojos de ave de rapiña y se viven buscando las vías más fáciles y directas para meterles sus garras y saciar su voracidad.
Por otra parte hemos tenido y seguimos teniendo funcionarios que ven esos presupuestos como bienes de difunto, y pese a tener como responsabilidad su cuido, o se hacen los tontos o peor aun, hacen fiesta con ellos o ayudan a que otros, desde afuera, hagan su fiesta.
El asunto es histórico y se da en todos los campos, y aunque algunos se rasguen las vestiduras cuando la prensa los agarra con las manos en la masa, lo cierto es que esto es cosa de todos los días y de todos los colores políticos y de todas las posiciones ideológicas. Porque vividor de la hacienda pública lo es desde el que cobra un salario y no cumple las responsabilidades para las que se le paga, hasta el que estafa a una institución estatal incumpliendo los términos de un determinado contrato con el ánimo de sacarle un mayor provecho económico a aquella relación contractual.
Y por supuesto que el manjar de los manjares en esto es la obra pública. Ya desde el siglo XIX muchos millones de colones perdieron su rumbo, no encontraron nunca las obras para las que estaban dispuestos y fueron a parar a bolsillos privados. Con el tiempo, con un mayor desarrollo educativo y de los medios de comunicación, se fueron teniendo paulatinamente más noticias sobre esos festines, hasta que cayeron los peces grandes – según parece como consecuencia de una especie de onda provocada por la caída de las torres gemelas-. La citada pesca vino a corroborar el secreto a voces del enriquecimiento de algunas familias y grupos gracias al manoseo de los bienes públicos, y algo importante, nos dio luz acerca de los montos que se mueven en ese tráfico de influencias del mundo político-empresarial.
Con este panorama no debiera extrañarnos lo que pasa hoy con la trocha de las tinieblas, pero es tan exagerado el mal manejo y el descaro con que se plantea este caso, que realmente mueve a la reflexión, como un ejemplo, seguramente el mejor, en donde la rapiña externa y la indolencia interna, para decir lo menos –habrá que esperar los resultados de la investigación ordenada por la señora presidenta-, se han juntado para “regalarnos” una criatura que asustaría a la segua.