Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
No fue fácil su misión, como no lo es para nadie que deba guiar una guerra –aun en tiempos de paz- contra fuerzas tan poderosas, las de los filibusteros, los de adentro y los de afuera, con los más diversos nombres y calidades pero que tenían y tienen por meta común socavar los cimientos de la Patria, de la institucionalidad, de la legalidad, de la funcionalidad y de la eficiencia de un estado democrático que esté, de verdad, al servicio de los intereses de las mayorías, sin prebendas para algunos, sin exclusiones para nadie.
No fue fácil en aquellos tiempos, difíciles por muchas circunstancias específicas pero similares algunas a las de hoy, cuando la Patria sigue amenazada y enfrentando las acciones del filibusterismo en los diversos campos de acción, desde quienes asentados fuera –y con sus acólitos acá dentro- pretenden suplantar sus valores y comprar voluntades para imponer sus oscuros negocios, hasta quienes desde adentro, con diferentes motivaciones, ya sea por representar esos intereses mezquinos o promover los propios, por creer bienintencionadamente que oponiéndose a todo ayudan al país, por ser parte del crimen organizado o de la ineficiencia estatal, por vivir atados a las prebendas que proporcionan el poder político, el poder económico, el poder gremial y la burocracia, por obstaculizar la unidad nacional en la lucha contra los grandes problemas que son nuestro enemigo común, a veces escondiéndose hasta tras la sagrada lucha por los derechos humanos, en fin, por todas esas conductas y omisiones que socaban desde diferentes ámbitos, públicos y privados, la construcción de la Patria por la que han luchado los Mora, los Santamaría y tantos otros héroes y heroínas a lo largo de nuestra historia.
De allí que la inmortalidad de don Juanito le venga por doble razón. Primero por sus extraordinarias y ejemplares acciones patrióticas; segundo porque necesitamos su permanente inspiración para mantener viva la lucha contra esas diversas formas de filibusterismo que siguen, como en 1856, amenazando la hacienda, los valores y a la familia costarricense.
De allí también la oportunidad y la trascendencia del homenaje que le ha hecho el pueblo costarricense, a través del Congreso, al declararlo Libertador y Héroe Nacional; sobre todo porque el haberlo aprobado con la unanimidad de los partidos allí representados es signo de esperanza y de compromiso.
Y la verdadera trascendencia de ese homenaje radicará en lograr esa unidad nacional, a partir del diálogo, el respeto y el desprendimiento, para enfrentar juntos los problemas que hoy, como en tiempos de Santamaría, Mora y Cañas, nos impiden alcanzar el sueño de una Patria en la que todos tengamos cabida y podamos vivir una vida digna, con progreso y en armonía.
Juan Rafael Mora Porras, don Juanito, por cariño bien ganado, fue nuestro guía en los días seguramente más aciagos de la historia republicana. No se limitó este egregio gobernante a alertar a la ciudadanía del peligro que se cernía sobre la Patria, tampoco se limitó a motivar a sus compatriotas para que tomaran las armas y defendieran nuestra soberanía y nuestro honor. Él, como presidente, asumió la jefatura de nuestras fuerzas armadas y las dirigió incluso más allá de nuestras fronteras.
No fue fácil su misión, como no lo es para nadie que deba guiar una guerra –aun en tiempos de paz- contra fuerzas tan poderosas, las de los filibusteros, los de adentro y los de afuera, con los más diversos nombres y calidades pero que tenían y tienen por meta común socavar los cimientos de la Patria, de la institucionalidad, de la legalidad, de la funcionalidad y de la eficiencia de un estado democrático que esté, de verdad, al servicio de los intereses de las mayorías, sin prebendas para algunos, sin exclusiones para nadie.
No fue fácil en aquellos tiempos, difíciles por muchas circunstancias específicas pero similares algunas a las de hoy, cuando la Patria sigue amenazada y enfrentando las acciones del filibusterismo en los diversos campos de acción, desde quienes asentados fuera –y con sus acólitos acá dentro- pretenden suplantar sus valores y comprar voluntades para imponer sus oscuros negocios, hasta quienes desde adentro, con diferentes motivaciones, ya sea por representar esos intereses mezquinos o promover los propios, por creer bienintencionadamente que oponiéndose a todo ayudan al país, por ser parte del crimen organizado o de la ineficiencia estatal, por vivir atados a las prebendas que proporcionan el poder político, el poder económico, el poder gremial y la burocracia, por obstaculizar la unidad nacional en la lucha contra los grandes problemas que son nuestro enemigo común, a veces escondiéndose hasta tras la sagrada lucha por los derechos humanos, en fin, por todas esas conductas y omisiones que socaban desde diferentes ámbitos, públicos y privados, la construcción de la Patria por la que han luchado los Mora, los Santamaría y tantos otros héroes y heroínas a lo largo de nuestra historia.
De allí que la inmortalidad de don Juanito le venga por doble razón. Primero por sus extraordinarias y ejemplares acciones patrióticas; segundo porque necesitamos su permanente inspiración para mantener viva la lucha contra esas diversas formas de filibusterismo que siguen, como en 1856, amenazando la hacienda, los valores y a la familia costarricense.
De allí también la oportunidad y la trascendencia del homenaje que le ha hecho el pueblo costarricense, a través del Congreso, al declararlo Libertador y Héroe Nacional; sobre todo porque el haberlo aprobado con la unanimidad de los partidos allí representados es signo de esperanza y de compromiso.
Y la verdadera trascendencia de ese homenaje radicará en lograr esa unidad nacional, a partir del diálogo, el respeto y el desprendimiento, para enfrentar juntos los problemas que hoy, como en tiempos de Santamaría, Mora y Cañas, nos impiden alcanzar el sueño de una Patria en la que todos tengamos cabida y podamos vivir una vida digna, con progreso y en armonía.