Viernes, 11 Noviembre 2011 04:35

Policías que no lo son

A inicios del mes de octubre, Víctor Manuel Medina Medina, un policía de La Cruz, Guanacaste, se hizo acreedor al premio Nacional de Valores “Rogelio Fernández Güell”, galardón anual conferido por la Comisión Nacional de Rescate de Valores, como un reconocimiento a quien se haya distinguido por su conducta social apegada a la ética y los valores más preciados de nuestra sociedad.
Medina, en cumplimiento del deber, detuvo a dos sospechosos de narcotráfico cuando se aprestaban a huir por la frontera norte y, lejos de aceptar el soborno ofrecido, los entregó a la justicia. Pero además su carrera policial es ejemplar.
Qué bueno y significativo este premio que es, como sucede con esta clase de reconocimientos, algo representativo de acciones y actores semejantes que todos los días se destacan por su responsabilidad y honestidad, sobre todo aquellos que forman parte de los diferentes grupos encargados de velar por la seguridad de la ciudadanía. Son muchos los hombres y las mujeres que día a día lo arriesgan todo, su integridad, la tranquilidad de sus familias, sus vidas. Y eso merece el reconocimiento social, muy bien representado por el premio mencionado.
Sin embargo, tenemos que decirlo, frente a esta destacable realidad, o más bien dándole la espalda a esa realidad ejemplar y a su deber social, tenemos policías, lamentablemente no tan pocos, en los que la conducta imperante es la indolencia, la comodidad del no comprometerse, el hacerse de la vista gorda ante los asuntos que son de su plena incumbencia.
Desdichadamente este fenómeno se repite mucho sobre todo entre las fuerzas encargadas de la seguridad en comunidades pequeñas y medianas, me comentaba un amigo un día de estos cuando hablábamos de cómo había crecido la criminalidad en los barrios, particularmente el robo que podríamos denominar de bajo monto pero que golpea duro a los afectados: por ejemplo el robo de herramientas en el pequeño taller de un mecánico, de un motor a un pescador artesanal, de las gallinas a una familia pobre, de la cosecha de maíz a un pequeño agricultor, de una vaca, de un televisor, de una bicicleta.
Lo más triste de esto, me dijo haciendo hincapié en que lo había vivido en carne propia, es que uno va a la delegación policial a poner la denuncia, con nombres y apellidos, pidiéndoles que actúen, y la respuesta es “eso no vale la pena, tenemos que vivir y dejar vivir”, o cosas por el estilo.
Esa clase de policías está a media distancia entre los honestos y valientes, que cumplen a diario su deber, y los traidores que se unen a las mafias para facilitarles sus crímenes; pero son tan corruptos como estos y el daño que hacen es enorme pues drenan la confianza de la población en sus guardianes, promueven la impunidad y facilitan la consolidación de individuos y grupos criminales.
Ojalá los jerarcas de la seguridad nacional le pongan atención a este cáncer social
A inicios del mes de octubre, Víctor Manuel Medina Medina, un policía de La Cruz, Guanacaste, se hizo acreedor al premio Nacional de Valores “Rogelio Fernández Güell”, galardón anual conferido por la Comisión Nacional de Rescate de Valores, como un reconocimiento a quien se haya distinguido por su conducta social apegada a la ética y los valores más preciados de nuestra sociedad.
Medina, en cumplimiento del deber, detuvo a dos sospechosos de narcotráfico cuando se aprestaban a huir por la frontera norte y, lejos de aceptar el soborno ofrecido, los entregó a la justicia. Pero además su carrera policial es ejemplar.
Qué bueno y significativo este premio que es, como sucede con esta clase de reconocimientos, algo representativo de acciones y actores semejantes que todos los días se destacan por su responsabilidad y honestidad, sobre todo aquellos que forman parte de los diferentes grupos encargados de velar por la seguridad de la ciudadanía. Son muchos los hombres y las mujeres que día a día lo arriesgan todo, su integridad, la tranquilidad de sus familias, sus vidas. Y eso merece el reconocimiento social, muy bien representado por el premio mencionado.
Sin embargo, tenemos que decirlo, frente a esta destacable realidad, o más bien dándole la espalda a esa realidad ejemplar y a su deber social, tenemos policías, lamentablemente no tan pocos, en los que la conducta imperante es la indolencia, la comodidad del no comprometerse, el hacerse de la vista gorda ante los asuntos que son de su plena incumbencia.
Desdichadamente este fenómeno se repite mucho sobre todo entre las fuerzas encargadas de la seguridad en comunidades pequeñas y medianas, me comentaba un amigo un día de estos cuando hablábamos de cómo había crecido la criminalidad en los barrios, particularmente el robo que podríamos denominar de bajo monto pero que golpea duro a los afectados: por ejemplo el robo de herramientas en el pequeño taller de un mecánico, de un motor a un pescador artesanal, de las gallinas a una familia pobre, de la cosecha de maíz a un pequeño agricultor, de una vaca, de un televisor, de una bicicleta.
Lo más triste de esto, me dijo haciendo hincapié en que lo había vivido en carne propia, es que uno va a la delegación policial a poner la denuncia, con nombres y apellidos, pidiéndoles que actúen, y la respuesta es “eso no vale la pena, tenemos que vivir y dejar vivir”, o cosas por el estilo.
Esa clase de policías está a media distancia entre los honestos y valientes, que cumplen a diario su deber, y los traidores que se unen a las mafias para facilitarles sus crímenes; pero son tan corruptos como estos y el daño que hacen es enorme pues drenan la confianza de la población en sus guardianes, promueven la impunidad y facilitan la consolidación de individuos y grupos criminales.
Ojalá los jerarcas de la seguridad nacional le pongan atención a este cáncer social