El pasado domingo, 24 de julio, después de haber disfrutado del Desfile de caballos –porque en Guanacaste los topes son con arreo de ganado- y de un sabroso arroz de maíz, nos fuimos al parque “Mario Cañas” en busca de alguna actividad cultural. Allí un pequeño grupo entretenía a la poca asistencia con variados sones de música popular, y lo hacían bien.
Pero muy pronto el “show” cambió de escenario y la atención del público se fue trasladando del quiosco donde actuaban los músicos a la pequeña explanada que lo rodea, adonde, atraídos por la bulla, fueron llegando indigentes, personas atrapadas por el alcohol y otras drogas, a bailar, a hacer piruetas o hasta a pelearse a ratos por ganarse la atención de los espectadores y ser la estrella del espectáculo.
Me resulta difícil calificar aquello. Ciertamente tenía algo de > gracioso, pero por supuesto era grotesco y de alguna manera, tan solo > siendo espectador, sin siquiera reír las payasadas y mucho menos > aplaudirlas, resultaba imposible dejar de sentir cierta culpabilidad ante aquella tragicomedia.
Le comenté a mis acompañantes que me preocupaba ver la rapidez con que el lugar se había llenado de semejantes personajes y que cuidado si eso no era una muestra más de la situación social que viven Liberia y Guanacaste en general. Salieron entonces a relucir otros aportes sobre el desmejoramiento social que ha venido sufriendo la provincia: la extensión del problema de las drogas y el alcoholismo, de la prostitución y los embarazos infantiles, de la falta de oportunidades para los jóvenes, del desempleo, de la pobreza, de la miseria que ya es perceptible en una parte importante de la población, del crecimiento de la criminalidad, en fin.
Personalmente recalqué el caso de muchas familias de las zonas litorales y de algunas ciudadelas marginales en las que es evidente la situación de necesidad en que viven.
Como lo escribí antes, eso fue domingo por la noche; el lunes, al leer La Nación, me encontré un amplio reportaje bajo el título de “Riqueza guanacasteca aun no baña a sus pobladores”. Allí, cuadros, cifras y entrevistas demuestran el realismo de nuestros. El desempleo (9,6 %) es más de dos puntos mayor al del promedio nacional (7,3 %). La pobreza es del 24 % y la pobreza extrema del 13,7 %. Esos porcentajes adquieren más cuerpo cuando hablamos de casi 120 mil personas en condición de pobreza y cerca de 70 mil que ya viven –o más bien subsisten- en extrema pobreza, es decir, que día a día padecen hambre > y otras privaciones vitale.
Sí esa Guanacaste a la que se le cantan loas y se les gritan piropos, padece de hambre; y la peor enfermedad que aqueja hoy al país, la inequidad, se ha ensañado con una buena parte de sus pobladores.
El pasado domingo, 24 de julio, después de haber disfrutado del Desfile de caballos –porque en Guanacaste los topes son con arreo de ganado- y de un sabroso arroz de maíz, nos fuimos al parque “Mario Cañas” en busca de alguna actividad cultural. Allí un pequeño grupo entretenía a la poca asistencia con variados sones de música popular, y lo hacían bien.
Pero muy pronto el “show” cambió de escenario y la atención del público se fue trasladando del quiosco donde actuaban los músicos a la pequeña explanada que lo rodea, adonde, atraídos por la bulla, fueron llegando indigentes, personas atrapadas por el alcohol y otras drogas, a bailar, a hacer piruetas o hasta a pelearse a ratos por ganarse la atención de los espectadores y ser la estrella del espectáculo.
Me resulta difícil calificar aquello. Ciertamente tenía algo de > gracioso, pero por supuesto era grotesco y de alguna manera, tan solo > siendo espectador, sin siquiera reír las payasadas y mucho menos > aplaudirlas, resultaba imposible dejar de sentir cierta culpabilidad ante aquella tragicomedia.
Le comenté a mis acompañantes que me preocupaba ver la rapidez con que el lugar se había llenado de semejantes personajes y que cuidado si eso no era una muestra más de la situación social que viven Liberia y Guanacaste en general. Salieron entonces a relucir otros aportes sobre el desmejoramiento social que ha venido sufriendo la provincia: la extensión del problema de las drogas y el alcoholismo, de la prostitución y los embarazos infantiles, de la falta de oportunidades para los jóvenes, del desempleo, de la pobreza, de la miseria que ya es perceptible en una parte importante de la población, del crecimiento de la criminalidad, en fin.
Personalmente recalqué el caso de muchas familias de las zonas litorales y de algunas ciudadelas marginales en las que es evidente la situación de necesidad en que viven.
Como lo escribí antes, eso fue domingo por la noche; el lunes, al leer La Nación, me encontré un amplio reportaje bajo el título de “Riqueza guanacasteca aun no baña a sus pobladores”. Allí, cuadros, cifras y entrevistas demuestran el realismo de nuestros. El desempleo (9,6 %) es más de dos puntos mayor al del promedio nacional (7,3 %). La pobreza es del 24 % y la pobreza extrema del 13,7 %. Esos porcentajes adquieren más cuerpo cuando hablamos de casi 120 mil personas en condición de pobreza y cerca de 70 mil que ya viven –o más bien subsisten- en extrema pobreza, es decir, que día a día padecen hambre > y otras privaciones vitale.
Sí esa Guanacaste a la que se le cantan loas y se les gritan piropos, padece de hambre; y la peor enfermedad que aqueja hoy al país, la inequidad, se ha ensañado con una buena parte de sus pobladores.