Mauricio Víquez Lizano

Mauricio Víquez Lizano

Tengo una impresión que, me parece, tienen la mayoría de los costarricenses y de todas las edades. Y ella consiste en que la fracción legislativa de gobierno se está comprometiendo demasiado de cara a causas perdidas.
Justamente, pensando en esto, llegó a mis manos gracias al favor de un amigo, el último volumen de las obras completas de Ignacio Ellacuría que se ha publicado y que tiene como título “Cursos Universitarios”.
Originado en 1977 aparece en esta obra recién publicada, el curso de ética que en ese momento de su vida impartió Ellacuría y en el que planteaba una enseñanza que, en parte, fue incorporada a su famosa “Filosofía de la realidad histórica”.
En este curso, este notorio discípulo de Xavier Zubiri, hace ver que la gran pregunta ética es una pregunta por el quehacer humano y, más en concreto, qué se requiere hacer  para ser auténticamente humano y qué debe aportar el ser humano mismo de cara a humanizar y plenificar la historia.
En esa ruta, andada como se debe, el ser humano va siendo, se va realizando poco a poco y ello mediante un proceder configurado con obras a la altura de lo que se espera de él en cuanto persona.
En este punto de su curso, Ellacuría hace una referencia al tema político y llegaba a una idea especialmente importante y digna de ser destacada a propósito de este comentario. Se trata de la noción de “político ético”.
Un político ético será, de esta manera, aquel que se empeña por construir un orden justo desde una conciencia recta y bien formada. En un hombre o una mujer marcado por este talante sabe anteponer el bien común al particular y tienen el suficiente ánimo como para lanzarse a la defensa a capa y espada de su propia honorabilidad personal mostrándola siempre sin tacha ni mancilla. Solo así el quehacer político será creíble y los ciudadanos aún pensarán en él como posibilidad generadora de otras muchas y más ricas posibilidades adicionales que hasta pueden significar bienestar para las  mayorías.
En este momento, me parece, tanto para los legisladores de la bancada oficial como para otras personas llamadas a tomar decisiones desde el poder judicial y el mismo poder ejecutivo, con respecto a escandalosas acciones ventiladas recientemente por los medios de comunicación, esta noción de “político ético” les sería muy útil. Vale la pena que se le considere y que de paso lleve a tomar posiciones más seguras desde del punto de vista puramente ético y también desde la perspectiva política. En esta línea hay riesgos que es mejor no tomar y compromisos que es mejor pensar antes con mucho detenimiento previamente a  ser asumidos.
Tengo una impresión que, me parece, tienen la mayoría de los costarricenses y de todas las edades. Y ella consiste en que la fracción legislativa de gobierno se está comprometiendo demasiado de cara a causas perdidas.
El influyente Instituto Legatum ha medido una vez más los niveles de felicidad y calidad de vida de la mayoría de las naciones del mundo. Unas 110 que equivalen a casi el 90% de la población mundial.
El Instituto Legatum es una organización privada con base en Londres, que se caracteriza por la investigación global.  Y en su nuevo informe aparece Costa Rica en el puesto 33. Con respecto al pasado informe, nuestro país pierde un lugar y fue superado por Uruguay que pasó del puesto 33 al 28.
Este informe es la única evaluación global de la riqueza y el bienestar en el ámbito mundial. Se evalúa sobre la base de una definición de la prosperidad que combina el crecimiento económico junto con medidas de felicidad y calidad de vida.
Estas mediciones ayudan a entender que la libertad personal, la seguridad y la buena salud constituyen la receta del éxito; en cambio, queda claro que una deficiente gobernabilidad limita la prosperidad general.
Por otra parte se afirma, por parte de quienes lideran el Instituto Legatum, que la verdadera prosperidad consiste en más que dinero. De esta manera se hace ver que también incluyen la felicidad, la salud y la libertad. El Índice de Prosperidad de que hablamos muestra que, además del éxito económico, la prosperidad de una sociedad se basa en familias y comunidades sólidas, libertad política y religiosa, educación y oportunidad, y un entorno saludable.
Bien, pues se supone que en esto estamos bien en el contexto latinoamericano. Antes liderábamos este índice. Hoy vamos por debajo de Uruguay, Chile está a un punto de igualarnos y Panamá pasó del puesto 42 al puesto 40 y se acerca.
Un dato bueno. Sin embargo, no hemos de llamarnos a engaño. Cuanto nos falta de cara a quienes lideran listas es mucho y es grave. Se dice que somos un país feliz y próspero, sin embargo y con frecuencia, las gentes en la calle perciben otras cosas. Quien es atendido por las instituciones públicas es, a menudo, poco feliz y, además, quien sufre nuestra pésima infraestructura se angustia e indispone con más frecuencia de la debida.
Puede que sí seamos ese país 33 el la lista del Índice de Prosperidad de Legatum. Y puede que no seamos del todo una población triste y marcada por la angustia o la agonía por sobrevivir. Pero lo que queda ahora es mirar hacia los primeros de la lista y descubrir en el estilo de vida de Noruega, Dinamarca o Finlandia pistas para superar las oscuridades que aún nos hacen padecer y que poco a poco son los culpables de que perdamos escaños en este índice que, puede ser, que su nueva edición, no nos trate tan bien.
El influyente Instituto Legatum ha medido una vez más los niveles de felicidad y calidad de vida de la mayoría de las naciones del mundo. Unas 110 que equivalen a casi el 90% de la población mundial.
Estamos, dicen algunos, en el país más feliz del mundo. Parece ser que el índice aplicado mide cierto optimismo, expectativa de vida, solidaridad con el medio y alguna que otra actitud optimista ante la vida.
Eso es lo que se ha informado últimamente. Sin embargo, a la par de ese éxito en la tabla de la felicidad  hay realidades en las que deberíamos detenernos un momento y reflexionar.
Un elemento inicial es más que evidente. Los felices ticos viven en un país que tiene un gobierno que no gobierna o, lo que es peor, se la ponen bien difícil para que no pueda hacerlo. Y ello los de dentro y los de fuera del partido de gobierno.
El déficit fiscal se va haciendo gigante y el gobierno no puede ya ni pagar intereses de deudas adquiridas ni salarios. Y mientras tanto, la propuesta de reforma fiscal y de algunas aspecto que harían más funcional la gestión de gobierno, se van posponiendo y encuentran de día en día más y más oposición.
Y para añadir otro lunar en la vida cotidiana de este feliz país, se ha desatado una prematura precampaña política que, innecesaria a todas luces, enrarece nuestra realidad e impide centrarse en la solución de problemas urgentes que van desde nuestra horriblemente deteriorada infraestructura hasta los problemas tan vivos aún derivados de la invasión que sufrimos en el norte y en la que, aparentemente, cada día menos gente piensa cada semana.
En este feliz país, por otra parte, aumenta de una manera sorprendente el número de los jóvenes que se ubican dentro de la llamada generación “Ning”, esto es, los “ni-ni”. En otras palabras y para darme a entender, los jóvenes que ni estudian ni trabajan. En resumen, no hacen nada pero tienen a su disposición mucha tecnología, juegos de video en abundancia, licor de sobra el fin de semana y un ritmo de vida nocturno que los obliga a dormir todo el día con la complicidad de sus familias.
Hace poco miraba un enlace muy popular en Facebook que gustaba a una enorme cantidad de navegadores en la red. Se llamaba literalmente así: “para los que tenemos.....TV.....PC......INTERNET....CELULAR....y aun estamos aburridos”. Un link que deja ver con claridad la realidad de una juventud que, muy probablemente, se sumará a las generaciones perdidas que vienen repitiéndose en las últimas décadas de manera sorprendente. Generaciones vinculadas al ese Ning de que se hablaba antes o bien, a esa otra que vive en las universidades nacionales, públicas o privadas, la dura realidad de ser analfabetos relativos.
Pero bueno, dicen algunos que somos el país más feliz del mundo. Las filas en la Caja siguen ahí, la natalidad decrece, la familia se deteriora, las calles están cada día peor, la corrupción no parece ceder mucho y la pobreza decrece en todo el continente menos entre nosotros. Son solo pequeños detalles y hay algunos que creen que eso no cuenta.
Nada anda muy bien que digamos, pero somos felices. Una buena definición de lo que significa ser tico. Una horrible definición, por cierto.
Estamos, dicen algunos, en el país más feliz del mundo. Parece ser que el índice aplicado mide cierto optimismo, expectativa de vida, solidaridad con el medio y alguna que otra actitud optimista ante la vida.
Recientemente tuve ocasión de releer el mensaje que el Papa pronunció con motivo de la audiencia que el pasado 3 de diciembre concedió al nuevo embajador de nuestro país ente la Santa Sede y he vuelto a tener la certeza de que se trata de una pieza llena de una gran riqueza de contenido que, lamentablemente, nuestros medios de comunicación supieron hábilmente acallar para destacar solamente alguna que otra idea secundaria y disimular el resto del discurso de cara al gran público.
Luego de recordar el año jubilar mariano que vive nuestro país, hizo ver el Papa cómo la fe cristiana ha de cristalizarse en opciones muy concretas a favor de los más urgidos y de situaciones tan concretas como la pobreza, la violencia doméstica, el desempleo y la corrupción. E invitó a compromisos concretos –de los que nadie puede sentirse ajeno- con respecto a la promoción de la justicia social, el bien común y el progreso integral de las personas.
No obvió recordar el deber de la autoridad pública por resguardar al ser humano desde la concepción tal y como lo anota el Pacto de San José que, justamente, Benedicto XVI recordó como firmado en nuestra capital y que resguarda los derechos de los no nacidos. Una perspectiva muy distinta de la asumida por algunos medios de nuestro país que han hecho una opción violenta en contra del embrión humano y su estatuto de persona.
En la parte final del discurso, el Papa animó a recorrer el camino hacia un solemne acuerdo jurídico entre la Santa Sede y el estado de Costa Rica que plasme la larga historia de colaboración entre ambos estados y que permita resguardar la independencia y el respeto mutuos. Una manera de mirar el tema del estado laico que, como resulta claro, difiere bastante de las iras de más de un grupo extremo que en nuestro medio aborda el tema una y otra vez con un tono extrañamente hostil.
Invitando el Papa a atender las consecuencias del narcotráfico, la seguridad ciudadana y la atención integral de la juventud, los privados de libertad y los ancianos, lo mismo que la protección de la familia, cerraba su discurso sin obviar el tema medioambiental que es tan fundamental en la perspectiva social de este pontífice.
Como se ve, se trata de una reflexión muy integral y empobrecida por el acostumbrado modo de informar de los mass media locales en temas relacionados con la Iglesia. El tema destacado más ampliamente, incluso en enormes titulares, no llega a abarcar –como es notorio en el texto oficial-, ni dos renglones de todo el discurso pontificio.
Allí queda una reflexión que, en pocas palabras, nos pone ante temas esenciales que, ojalá muy pronto, puedan ser abordados por el gobierno del país más feliz del mundo que, sin embargo, descubre un día sí y otro también que el estado está entrabado de tal manera que hace imposible dar los pasos que la realidad presente exige si no queremos comenzar a hacer más agua de la que ya, de por sí, amenaza con hundirnos y quitarnos la sonrisa de los rostros.
05:24 a.m. 28/01/2011
Recientemente tuve ocasión de releer el mensaje que el Papa pronunció con motivo de la audiencia que el pasado 3 de diciembre concedió al nuevo embajador de nuestro país ente la Santa Sede y he vuelto a tener la certeza de que se trata de una pieza llena de una gran riqueza de contenido que, lamentablemente, nuestros medios de comunicación supieron hábilmente acallar para destacar solamente alguna que otra idea secundaria y disimular el resto del discurso de cara al gran público.

En Ruta hacia la Navidad

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En Ruta hacia la Navidad.

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Una cosa es ser pacifista y otra es caer en la trampa de los irenismos desproporcionados e ingenuos; así como una cosa es ser un pueblo desarmado y otra es dar la impresión de resultar indefensos, condición que, de paso valga ser dicho, es la condición que, tradicionalmente, más envalentona a los agresores.
Tengo la  impresión que de frente a la crisis limítrofe que vivimos no estamos haciendo las cosas bien. No hemos mantenido una sola línea, ha faltado liderazgo desde el ejecutivo y la diplomacia se ha mostrado muy desigual en  los momentos decisivos.
Primero, hablemos de la falta de coherencia. En los primeros momentos de la crisis el gobierno de la república ensayó mostrarse fuerte, atento, firme. Mostró sus dientes: armas, personal, buenos medios de transporte, presencia y anuncio de recurrir a gobiernos amigos en caso de ser necesario. Luego se produjo un giro. Niños, banderas blancas, palomas de paz y anuncio de gestiones diplomáticas infinitas.
En cuanto al liderazgo desde el ejecutivo ha sido errático. Se ha dejado llevar por presiones, las críticas y el exceso de consejos. Deja la impresión de que no se tiene idea acerca de cuál ha de ser el rumbo correcto para enfrentar una crisis que pinta cada día más grave y con nuevos y más serios rasgos.
En el caso de nuestra diplomacia, hay que decir que ella se ha mostrado con un actuar altamente desigual. La cancillería ha cometido errores desde el primero momento de las dificultades en río San Juan, el famoso dragado y todo lo que le ha acompañado. A pesar del brillante desempeño del embajador Castillo en la OEA, lo demás ha sido más dominado por sombras que otra cosa. Ni siquiera se ha aprovechado el masivo apoyo en OEA y no tengo muy claro cuánto se ha agradecido a los gobiernos amigos su solidaridad.
Lamentablemente, hemos sido testigos, en general,  de un proceder errático, contradictorio y demasiado condescendiente de frente a actitudes extremadamente agresivas y desafiantes por parte de las autoridades nicaragüenses.
Es necesario mostrar una actitud un poco diferente. Las cosas no parecen andar demasiado bien y los tonos van subiendo y, poco a poco, involucran a la población de los dos países que, de día en día, se muestran más agresivas u ofensivas.
Nicaragua luce internamente más unida a este momento de la crisis. Ortega se siente acuerpado. Universitarios, partidos y hasta la iglesia local le han mostrado una cercanía que raya en lo inadecuado. En cambio, entre nosotros parece que las cosas no andan tan monolíticas, aquellos que siempre dicen defender la soberanía no aparecen y las voces que se levantan hablan un idioma que parece no corresponder con la realidad del problema y se muestran altamente ingenuas. Y además, para empeorar el panorama, desde Zapote no hay señales de claridad ni de habilidad de frente a lo que se ha de hacer.
Se impone un giro. Un movimiento de timón que denote más coherencia, liderazgo más claro y una mayor habilidad diplomática. Están en juego muchas cosas y lo que se ha de defender no se logra solo observando y valorando cómo se pierde territorio nacional, se talan hectáreas de bosques o se proyectan obras catastróficas para nuestros intereses en la zona limítrofe.
Una cosa es ser pacifista y otra es caer en la trampa de los irenismos desproporcionados e ingenuos; así como una cosa es ser un pueblo desarmado y otra es dar la impresión de resultar indefensos, condición que, de paso valga ser dicho, es la condición que, tradicionalmente, más envalentona a los agresores.