Una cosa es ser pacifista y otra es caer en la trampa de los irenismos desproporcionados e ingenuos; así como una cosa es ser un pueblo desarmado y otra es dar la impresión de resultar indefensos, condición que, de paso valga ser dicho, es la condición que, tradicionalmente, más envalentona a los agresores.
Tengo la impresión que de frente a la crisis limítrofe que vivimos no estamos haciendo las cosas bien. No hemos mantenido una sola línea, ha faltado liderazgo desde el ejecutivo y la diplomacia se ha mostrado muy desigual en los momentos decisivos.
Primero, hablemos de la falta de coherencia. En los primeros momentos de la crisis el gobierno de la república ensayó mostrarse fuerte, atento, firme. Mostró sus dientes: armas, personal, buenos medios de transporte, presencia y anuncio de recurrir a gobiernos amigos en caso de ser necesario. Luego se produjo un giro. Niños, banderas blancas, palomas de paz y anuncio de gestiones diplomáticas infinitas.
En cuanto al liderazgo desde el ejecutivo ha sido errático. Se ha dejado llevar por presiones, las críticas y el exceso de consejos. Deja la impresión de que no se tiene idea acerca de cuál ha de ser el rumbo correcto para enfrentar una crisis que pinta cada día más grave y con nuevos y más serios rasgos.
En el caso de nuestra diplomacia, hay que decir que ella se ha mostrado con un actuar altamente desigual. La cancillería ha cometido errores desde el primero momento de las dificultades en río San Juan, el famoso dragado y todo lo que le ha acompañado. A pesar del brillante desempeño del embajador Castillo en la OEA, lo demás ha sido más dominado por sombras que otra cosa. Ni siquiera se ha aprovechado el masivo apoyo en OEA y no tengo muy claro cuánto se ha agradecido a los gobiernos amigos su solidaridad.
Lamentablemente, hemos sido testigos, en general, de un proceder errático, contradictorio y demasiado condescendiente de frente a actitudes extremadamente agresivas y desafiantes por parte de las autoridades nicaragüenses.
Es necesario mostrar una actitud un poco diferente. Las cosas no parecen andar demasiado bien y los tonos van subiendo y, poco a poco, involucran a la población de los dos países que, de día en día, se muestran más agresivas u ofensivas.
Nicaragua luce internamente más unida a este momento de la crisis. Ortega se siente acuerpado. Universitarios, partidos y hasta la iglesia local le han mostrado una cercanía que raya en lo inadecuado. En cambio, entre nosotros parece que las cosas no andan tan monolíticas, aquellos que siempre dicen defender la soberanía no aparecen y las voces que se levantan hablan un idioma que parece no corresponder con la realidad del problema y se muestran altamente ingenuas. Y además, para empeorar el panorama, desde Zapote no hay señales de claridad ni de habilidad de frente a lo que se ha de hacer.
Se impone un giro. Un movimiento de timón que denote más coherencia, liderazgo más claro y una mayor habilidad diplomática. Están en juego muchas cosas y lo que se ha de defender no se logra solo observando y valorando cómo se pierde territorio nacional, se talan hectáreas de bosques o se proyectan obras catastróficas para nuestros intereses en la zona limítrofe.
Una cosa es ser pacifista y otra es caer en la trampa de los irenismos desproporcionados e ingenuos; así como una cosa es ser un pueblo desarmado y otra es dar la impresión de resultar indefensos, condición que, de paso valga ser dicho, es la condición que, tradicionalmente, más envalentona a los agresores.
Tengo la impresión que de frente a la crisis limítrofe que vivimos no estamos haciendo las cosas bien. No hemos mantenido una sola línea, ha faltado liderazgo desde el ejecutivo y la diplomacia se ha mostrado muy desigual en los momentos decisivos.
Primero, hablemos de la falta de coherencia. En los primeros momentos de la crisis el gobierno de la república ensayó mostrarse fuerte, atento, firme. Mostró sus dientes: armas, personal, buenos medios de transporte, presencia y anuncio de recurrir a gobiernos amigos en caso de ser necesario. Luego se produjo un giro. Niños, banderas blancas, palomas de paz y anuncio de gestiones diplomáticas infinitas.
En cuanto al liderazgo desde el ejecutivo ha sido errático. Se ha dejado llevar por presiones, las críticas y el exceso de consejos. Deja la impresión de que no se tiene idea acerca de cuál ha de ser el rumbo correcto para enfrentar una crisis que pinta cada día más grave y con nuevos y más serios rasgos.
En el caso de nuestra diplomacia, hay que decir que ella se ha mostrado con un actuar altamente desigual. La cancillería ha cometido errores desde el primero momento de las dificultades en río San Juan, el famoso dragado y todo lo que le ha acompañado. A pesar del brillante desempeño del embajador Castillo en la OEA, lo demás ha sido más dominado por sombras que otra cosa. Ni siquiera se ha aprovechado el masivo apoyo en OEA y no tengo muy claro cuánto se ha agradecido a los gobiernos amigos su solidaridad.
Lamentablemente, hemos sido testigos, en general, de un proceder errático, contradictorio y demasiado condescendiente de frente a actitudes extremadamente agresivas y desafiantes por parte de las autoridades nicaragüenses.
Es necesario mostrar una actitud un poco diferente. Las cosas no parecen andar demasiado bien y los tonos van subiendo y, poco a poco, involucran a la población de los dos países que, de día en día, se muestran más agresivas u ofensivas.
Nicaragua luce internamente más unida a este momento de la crisis. Ortega se siente acuerpado. Universitarios, partidos y hasta la iglesia local le han mostrado una cercanía que raya en lo inadecuado. En cambio, entre nosotros parece que las cosas no andan tan monolíticas, aquellos que siempre dicen defender la soberanía no aparecen y las voces que se levantan hablan un idioma que parece no corresponder con la realidad del problema y se muestran altamente ingenuas. Y además, para empeorar el panorama, desde Zapote no hay señales de claridad ni de habilidad de frente a lo que se ha de hacer.
Se impone un giro. Un movimiento de timón que denote más coherencia, liderazgo más claro y una mayor habilidad diplomática. Están en juego muchas cosas y lo que se ha de defender no se logra solo observando y valorando cómo se pierde territorio nacional, se talan hectáreas de bosques o se proyectan obras catastróficas para nuestros intereses en la zona limítrofe.