Trabajé en el campo cuando era muy joven, tanto que incluso me temo que la palabra trabajar, para mi caso, sea un poco exagerada. Pero bueno, en algo ayudaba a mi papá y a mis hermanos mayores y al menos aprendí cómo era que se llevaban a cabo las labores básicas de nuestra agricultura: sembrar maíz, frijoles, café, caña, yuca, piña; limpiar a machete los sembradíos: las milpas, los frijolares, los cafetales, los cañales, los yucales, los piñales; coger el maíz –tapizcar como llaman algunos- arrancar frijoles, coger café, arrancar yuca, cortar piñas. (Nótese los diferentes verbos que se utilizan según el producto cosechado).
También aprendí con papá a cuidar las vacas: arrearlas de un potrero a otro, regarles cogollos de caña en el potrero y picarles vástagos de guineo para complementar el alimento de los pastos, sobre todo en verano; prepararles agua con miel de purga y algún concentrado; llevarlas al ordeño.
Con mamá aprendí a ordeñar. Recuerdo que amarrábamos la vaca a un árbol de guachipelín, cerca de la casa; después había que manearla, es decir, atar sus piernas cerca de las patas con un mecate corto para evitar que patearan al ordeñador o al recipiente donde se echaba la leche. Luego había que ir a traer al ternero que dormía en un pequeño encierro, soltarlo y arrimarlo a la ubre de la vaca para que lo estimulara y bajara la leche. Era necesario calcular el tiempo apropiado para esta maniobra pues si se dejaba más de la cuenta el ternero nos dejaba sin leche. Lo que seguía, apartar la cría de la ubre para proceder al ordeño, era asunto serio, sobre todo si se trataba ya de un mamulón de tres o más meses que no quería soltar la teta.
Mi papá fue boyero, un consumado boyero. Tuvo bueyes lindos, animales hermosos que él se esmeraba en atender bien para el trabajo y para lucirlos, porque le encantaba que la gente los admirara. Y ni qué decir de su esmero con las carretas, los yugos y el resto de aperos: las fajas, las testeras, los barzones, los chuzos. Con él aprendí los fundamentos del boyeo pero nunca llegué a practicarlo solo, aunque de vez en cuando me dejaba que llamara los bueyes –guiarlos yendo delante de ellos- o los arriara desde la carreta, después de haber entregado la carga de caña en el trapiche o de café en el recibidor, o de haber vaciado la leña en la galera.
En los últimos tres años, luego de jubilado después de casi cuarenta años como profesor, he regresado a poquitos al surco.
Es un trabajo muy duro. A las manos, desacostumbradas a esos menesteres, se les hacen ampollas por el roce con el espeque, la macana o el machete. El sol inclemente, la humedad que brota de la tierra. Los dolores musculares por el esfuerzo también desacostumbrado. Todo cuenta, todo pesa. Pero qué trabajo tan reparador. Después de unas horas uno está empapado de pies a cabeza, con el cuerpo adolorido pero rejuvenecido y el espíritu pleno de satisfacción. Después de unos meses de espera, llega la cosecha y se siente por dentro una emoción.
Brota entonces, desde el fondo del alma, una oración para dar gracias a Dios por la vida, por la salud y por esa tierra bendita que nos alimenta cada día.
Trabajé en el campo cuando era muy joven, tanto que incluso me temo que la palabra trabajar, para mi caso, sea un poco exagerada. Pero bueno, en algo ayudaba a mi papá y a mis hermanos mayores y al menos aprendí cómo era que se llevaban a cabo las labores básicas de nuestra agricultura: sembrar maíz, frijoles, café, caña, yuca, piña; limpiar a machete los sembradíos: las milpas, los frijolares, los cafetales, los cañales, los yucales, los piñales; coger el maíz –tapizcar como llaman algunos- arrancar frijoles, coger café, arrancar yuca, cortar piñas. (Nótese los diferentes verbos que se utilizan según el producto cosechado).
Según mis papeles viejos, he estado formalmente en Panorama desde Junio de 1996. Camilo insiste en que estoy aquí desde que él andaba con un yo-yo en la bolsa y mandaba sus comentarios en hojas de cuadernos de la escuela, pero lo dice para quitarse años (…y de paso dejarme como viejo).
Como sea, son varios años de disfrutar este privilegio de dirigirme diariamente a los costarricenses con la misión de dejar algo bueno en unos minutos. Privilegio que he disfrutado muchísimo tratando a la vez de cumplir con dignidad y respeto al oyente.
En estos años ha habido momentos difíciles (de los cuales no me acuerdo), y otros muy bonitos. Como ese primer concurso en que regalamos computadoras a 3 estudiantes, en los lejanos tiempos en que cada una costaba lo que un carro usado, los Premios Marconi, después Róger Barahona, que dejaban por igual lágrimas de alegría y de tristeza, y para mí el más hermoso de todos; la serie Héroes de la Patria, para los 150 años de la Campaña Nacional de 1856.
He gozado muchísimo realizando varias campañas de impacto nacional, sobre las cuales lo mejor que puede decirse es no decir nada, por aquello de la discreción profesional.
Y por supuesto, he disfrutado del raro privilegio de contar con la confianza, espero que merecida, de todas las Juntas Directivas que se han sucedido en estos 14 años, lo que rara vez uno se detiene a reconocer. Lo hago hoy en la persona del actual Presidente de Canara, Luis Enrique Ortiz, con quien hemos enfrentado tiempos interesantes, olas grandes y chiquitas, acuerdos y desacuerdos, y quien se ha ganado mi respeto por la dedicación con que ha ejercido ese ingrato puesto.
Mi equipo, como dicen en la feria del agricultor: “solo bueno”. Un grupo de profesionales que conoce su oficio y lo ha ejercido creciendo con cada tarea. Sumando y restando a todos los que nos han acompañado en estos años, me enorgullece haber dirigido un equipo de esta categoría. Lo difícil ha sido ser justo con Orietta, a la vez mi locutora favorita y mi esposa. Por temor a que el amor me haga perder imparcialidad (como ocurre), he sido demasiado estricto con su trabajo y parco en reconocerle sus méritos profesionales. Qué se le va a hacer...
Aquí también tuve otro raro privilegio, conocer a uno de esos hombres de quienes antes se decía que eran de una sola pieza. De esos que dejaban un pelo del bigote y 20 años después volvían a buscarlo. Que hayamos estado siempre (o casi) en desacuerdo en todo no quita ni suma al respeto que he aprendido a tenerle, y que a veces le haya dicho, en serio y en broma “cuando yo sea grande quiero ser como usted”. Ese hombre es Rigoberto Urbina Pinto, y si no hubiera nacido en tiempo y lugar tan calmados, habría terminado sus días cargando contra los moros sarracenos bajo las murallas de San Juan de Acre, o defendiendo el Alcázar de Toledo de alguna ideología disolvente y subversiva.
Han sido varios años tratando de abrir ventanas, de dejar más preguntas que respuestas, de encender bombillos y no de apagar candelas. En dos platos, de hacer radio de la buena, de esa que le permite a uno mirarse al espejo cada día y decir que hoy no ayudó a embrutecer a nadie sino que, por lo menos, intentó hacer lo contrario.
Y hasta ahí, porque pretender más es buchonada. Además de ilusorio. Y para peor, una pedantería.
Debe ser por eso que me cuesta tanto despedirme, dejar estas teclas que escribieron cosas sabiendo que mañana alguien las iba a escuchar.
Será entonces nostalgia, cabanga anticipada, goma moral y también vanidad herida. Alguien podrá decir que es la sensación del deber inconcluso, o en palabras de día domingo, de fallarle al imperativo moral.
Lo que sea, pero cuesta.
Y a pesar de eso tengo que hacerlo, tengo que despedirme de estas teclas, de estos compañeros, de estos jefes y de la que ha sido mi casa por más de 20 años, y pasar el relevo a quien no lo hará como yo lo hubiera hecho, pero lo hará mejor, porque verá esta tarea con ojos nuevos. Los que yo ya no tengo.
Yendo a la parte práctica, me despido de Panorama porque otros amigos con corazones igualmente generosos me han hecho ni más ni menos una oferta que no puedo rechazar (en el buen sentido), y faltándome dos pasos para la sesentena, he decidido arriesgarlo todo y empezar una nueva aventura lejos de los micrófonos, en el mundo de la industria.
Parafraseando, dejo aquí mis más puras esperanzas de comunicador y lo más querido entre mis seres queridos, para emprender un camino que espero recorrer aprendiendo en cada paso y generando, como corresponde, beneficios para mis futuros empleadores.
Y si no, pues Alá es grande y generoso.
Pero sigue siendo tan difícil decir Adiós, que prefiero: Nos vemos en la radio.
Juan Sepúlveda T.
Según mis papeles viejos, he estado formalmente en Panorama desde Junio de 1996. Camilo insiste en que estoy aquí desde que él andaba con un yo-yo en la bolsa y mandaba sus comentarios en hojas de cuadernos de la escuela, pero lo dice para quitarse años (…y de paso dejarme como viejo).
Siempre, desde nuestra independencia, en 1821, cuando Costa Rica asumió su propia “administración política”, se ha discutido sobre el mejor sistema para la elección de los Magistrados que administrarán justicia y dirigirán el gobierno del Poder Judicial.
Aunque lo que podría llamarse “independencia jurídica” de España no se tuvo sino hasta que se promulgó el Código de Carrillo, en 1842, la cuestión “judicial” sí se definió, a grandes rasgos, desde el Pacto de Concordia de 1821 y decretos legislativos para la administración de justicia “en cualquier instancia”, instalándose la Suprema Corte de Justicia, el 1 de octubre de 1826, luego de muchos intentos fallidos por la carencia de quienes conocieran mínimamente los rudimentos legales de la época, pues no se contaba con abogados “criollos”, dada la gran pobreza del país, cuyos habitantes se dedicaban a la agricultura de subsistencia. De tal modo que los primeros integrantes de nuestra Corte y otros tribunales de justicia la integraron legos en la materia o abogados, que eran llamados de Nicaragua y Guatemala.
De los asuntos de mayor interés que se dispusieron en aquélla y las otras Cartas Políticas que le sucedieron, estuvo lo relativo al nombramiento de los Magistrados. Primero se dispuso que la designación de estos altos funcionarios de Estado, fuera por elección directa del pueblo, pero dada la pobreza imperante, nunca se contaba con candidatos que de asumir el cargo tuvieran el capital necesario que exigía la ley como “seguro de fidelidad”; luego, en épocas de Braulio Carrillo, se dispuso que fuera el Poder Ejecutivo el que hiciera tal nombramiento, hasta que, como lo es actualmente, lo fue por elección indirecta, por medio de la Asamblea Legislativa, a cargo de los diputados, como representantes populares. Unos y otros sistemas se han sustituido y alternado, siendo el último el que más tiempo tiene, pues data de 1847.
Mucho se ha discutido en torno a este tema y mucho falta por decirse. Ha habido muchos proyectos de reforma legal y constitucional -hoy archivados-, que nacen al calor de la discusión en cada nombramiento o reelección de algún Magistrado.
Las lógicas diferencias políticas de cada partido en la Asamblea, hace pensar que la forma por la que se nombra a esta clase de funcionarios, debe ser sumamente cuidadosa para no afectar al Poder Judicial, que como poder político que es, se constituye, junto a los otros dos, en Pilar Fundamental del Estado de Derecho costarricense.
Si en el siglo XIX y la primera mitad del XX este Poder lo era tan sólo formalmente (en el papel de las muchas constituciones políticas), desde hace sesenta años éste ha pasado a ser un verdadero poder político y se ha logrado democratizar la integración de la Corte, con el acceso de personas no necesariamente provenientes de las familias políticas tradicionales, como era bastante normal, hace un siglo, en que el Presidente de la República pasaba, fácilmente a ser el Presidente del Parlamento o de la Corte, o que sus Ministros pasaran a ser Magistrados.
El sistema de elección actual, aunque criticado, no ha tenido una mejor alternativa y debe fortalecerse en su base democrática y eso se ha logrado en buena parte con la creación de la llamada Comisión de Nombramientos, lo que constituye un gran acierto y deben reconocerse sus méritos. Y aunque no está reglado por ley especial, como en el caso del nombramiento de Defensor y Defensor Adjunto de los Habitantes, debe ampliarse sus competencias, conforme a la actual experiencia en el caso del escogimiento de Magistrados y demás altos funcionarios públicos que corresponde hacer a la Asamblea Legislativa.
El sólo hecho de ver a colegas, jueces o abogados, presentándose ante una Comisión de Diputados, quienes escuchan y preguntan, sin formalismos y formulismos, pero con mucho respeto y deferencia, es muy satisfactorio.
Sea cual fuere los candidatos propuestos al plenario legislativo, de la lista de quienes legítimamente concursan en esta ocasión para varias Salas de la Corte Suprema de Justicia, es, sin duda alguna, rescatar la majestad del cargo de Magistrado, tan venida a menos cuando simplemente se imponía un nombre, por amistad o compromiso político.
También fue muy destacable, y eso debe de llenar de optimismo a todos los costarricenses, contrario a lo que vivió Costa Rica al iniciarse en su vida independiente, que se cuente con excelentes abogado/as en quienes hacer la mejor escogencia para ocupar un cargo de Magistrado Judicial.
Por la reconocida integridad moral y ética de quienes componen esa Comisión; por la experiencia que está adquiriendo, por los propósitos por la que fue creada, por la sanidad del sistema, ya caduco y antidemocrático, ojalá que con el transcurrir del tiempo, se fortalezca el espacio abierto y que en ésta y cualquier otra elección prevalezca los mejores criterios que garanticen idoneidad real, efectiva y constatable de los candidatos y se descarten consideraciones de filiación o herencia o cercanía política, , pues para que el sistema funcione debe desterrarse desde esas nefastas prácticas, sin que por ello se pierda la perspectiva de que cada ciudadano por el hecho de serlo tendrá la opción política que desea, pero que no sea esa circunstancia la determinante para ocupar un cargo de tanta relevancia nacional pues flaco favor harían los señores Diputados a la Patria y al pueblo que representan.
Siempre, desde nuestra independencia, en 1821, cuando Costa Rica asumió su propia “administración política”, se ha discutido sobre el mejor sistema para la elección de los Magistrados que administrarán justicia y dirigirán el gobierno del Poder Judicial.
Aunque los negros fueron traídos primeramente a Costa Rica durante el tráfico esclavo colonial para cumplir labores domésticas, o como trabajadores en la construcción de la línea de ferrocarril que comunicaría a San José con el naciente Puerto Limón, una vez adquirida su emancipación, la inmigración de los negros empezó a ser permanente, y lo suficientemente valiosa, como para que ellos dejaran las huellas de su sangre, su trabajo y costumbres en la identidad costarricense.
De ahí que, sin duda alguna, la comunidad afro caribeña ha enriquecido, muchísimo, el heterogéneo panorama cultural de nuestra tierra.
Sus típicas viviendas de madera sobre postes, sus característicos cánticos colmados de religiosidad, su ritmo palpitando en la sangre sus costumbres rebosantes de tradición y prácticas rituales.
Su vestimenta desbordante de color y belleza, su lenguaje ejemplo vivo de unidad étnica y cultural, su maravillosa gastronomía, sus emblemáticos espacios geográficos, y su destacado aporte político, deportivo y literario, han sido los artífices para que la población negra pueda llegar a sentirse, con absoluto derecho, orgullosa del positivo aporte desplegado en el devenir histórico costarricense.
Acertadamente la poetisa costarricense Delia Mc Donald evidencia este honor de ser parte de la cultura negra cuando expresa: “Nací negra, y, como el birimbao, soy leyenda... Soy una mujer negra, tan fuerte como un cedro, tan fuerte como el sol, pero aún más, soy el mar y habré de escribir mi nombre en las arenas interminables, por siempre, siempre”.
Un orgullo que debería ser conocido, disfrutado y difundido por todos los que habitamos esta Nación. Porque si existe algún aspecto del que nos debemos sentir realmente satisfechos, es de esa valiosa contribución cultural recibida por las diferentes etnias que, como la afro caribeña, cohabitan en nuestro País.
Ante esta consigna, cada treinta y uno de agosto, asignado así vía Decreto durante el gobierno de don Rodrigo Carazo Odio, y por iniciativa del Sindicato de Educadores Costarricenses, se celebra en nuestro país el Día del Negro y la Cultura Afrocostarricense, como un reconocimiento, y una muestra de gratitud, por todo ese aporte que la cultura afro caribeña le ha otorgado a Costa Rica.
Además, como un significativo recordatorio de la necesidad de ser, día tras día, más tolerantes ante la diversidad cultural que nos caracteriza, mediante una lucha abierta y urgente contra las exclusiones y los prejuicios étnicos que, lamentablemente, todavía hoy persisten, pues solamente en una sociedad democrática basada en la participación y en la búsqueda de niveles cada vez altos de igualdad en la valoración de las diferencias, se puede esperar una liberación contra las discriminaciones.
De ahí que comprender, valorar y sentirnos orgullosos de estas huellas afro caribeñas es, también, reconocer e incrementar la riqueza de nuestra identidad; ya que, como expresara el activista Leonardo Boff: “Si no soy negro por raza, puedo ser negro por opción política, quiero decir, que sin ser negro puedo asumir la causa de libertad de los negros, defender el derecho de sus luchas, reforzar su organización y sentirme aliado en la construcción de un tipo de sociedad que vuelva cada vez más imposible la discriminación racial y la opresión social, que vea como riqueza la diferencia y la acoja como complemento”.
Sea este comentario un homenaje para nuestras hermanas negras y nuestros hermanos negros, a esa valiosa cultura afro- costarricense, quien gracias a su entereza y esencia, ha logrado darle más vida, riqueza espiritual y alma a la idiosincrasia costarricense, al revalorizar y enaltecer, de una positiva manera, las raíces histórico-culturales de nuestro pueblo.
Aunque los negros fueron traídos primeramente a Costa Rica durante el tráfico esclavo colonial para cumplir labores domésticas, o como trabajadores en la construcción de la línea de ferrocarril que comunicaría a San José con el naciente Puerto Limón, una vez adquirida su emancipación, la inmigración de los negros empezó a ser permanente, y lo suficientemente valiosa, como para que ellos dejaran las huellas de su sangre, su trabajo y costumbres en la identidad costarricense.
Si existe un aspecto que está caracterizando la época actual, son los vertiginosos cambios tecnológicos que se están generando en diferentes ámbitos del acontecer nacional e internacional. Ahora bien, ninguna disciplina del quehacer humano se ha visto más impactada por tales transformaciones que el sector educativo mediante la educación virtual.
Según la Ley número siete mil seiscientos, del 29 de mayo de 1996, “todas las instituciones públicas, privadas y gobiernos locales, son responsables de garantizarles, a las personas con discapacidad, el ejercicio de sus derechos y deberes en igualdad de oportunidades”.
La armonización y coordinación de iniciativas en el Sector Justicia es el mandato que dio origen a la Comisión Nacional para el Mejoramiento de la Administración de Justicia (Conamaj) hace 25 años y que hoy permanece con gran vitalidad al orientar cada uno de los programas y proyectos desarrollados por esta Comisión.
Constituida en 1985, Conamaj funciona como centro de articulación de esfuerzos destinados a la administración de justicia, con miras a optimizar los recursos y alcanzar un desarrollo transparente y eficaz del sector.
La ejecución de proyectos pioneros ha sido la constante de Conamaj. Múltiples temáticas se convirtieron en las líneas de acción estratégicas a seguir para esta Comisión. Sin embargo, las temáticas no se han quedado únicamente en el ámbito interinstitucional, sino que, de manera muy atinada, Conamaj las ha llevado a la ciudadanía, siendo un instrumento que facilita la comunicación en doble vía: institucionalidad – población civil.
A modo de ejemplo se puede citar que en la década de los ochenta Conamaj dio un fuerte impulso a la interconexión sectorial basándose en el uso de nuevas tecnologías en el ámbito jurídico. Posteriormente, se concentró al combate y la prevención de la corrupción así como la divulgación y lucha por el respeto de los derechos humanos y fundamentales, sobre todo en poblaciones en condición de vulnerabilidad. Con el cambio de siglo, el tema fue el desarrollo de habilidades y destrezas de oralidad en los profesionales y operadores jurídicos; y finalmente, en años más recientes, la promoción de la justicia restaurativa y la participación ciudadana en la administración de justicia han sido las nuevas prioridades.
El éxito en la ejecución de los proyectos y su impacto en el sector se debe en gran medida a la agrupación de nueve instituciones de los diferentes poderes de la República, así también del sector académico y gremial, las cuales conforman Conamaj, establecido así por Decreto Ejecutivo No. 34798-J.
Las Instituciones Miembro Conamaj, como son conocidas, son el Poder Judicial, Ministerio de Justicia y Paz, Procuraduría General de la República, Defensoría de los Habitantes, Colegio de Abogados, Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica, Comisión de Asuntos Jurídicos de la Asamblea Legislativa, Tribunal Supremo de Elecciones y Contraloría General de la República.
La representación de estas instituciones recae en sus máximos jerarcas, lo que brinda gran respaldo institucional a los acuerdos tomados. Asimismo, Conamaj se convierte en un espacio para coordinar, aunque sea de manera informal, asuntos pertinentes entre los jerarcas.
A lo largo de su trayectoria, Conamaj se ha caracterizado por trabajar en procura de una justicia más accesible, independiente, justa y oportuna en sus respuestas. La misión se enfoca en consolidar un sector justicia equilibrado y eficiente, de acuerdo con los requerimientos de un Estado Democrático de Derecho y de un servicio público satisfactorio para los ciudadanos y las ciudadanas.
La trayectoria histórica y operativa de la Comisión ha fructificado y rendido numerosas satisfacciones al Sector Justicia. Fieles al cumplimiento del mandato de creación y en el marco de la celebración de los 25 años, Conamaj asume el compromiso de continuar explorando nuevos caminos, desde una visión humana y una perspectiva de la más alta responsabilidad en el ejercicio de un servicio público de calidad, tan vital para una democracia como es la administración de justicia en Costa Rica.
La armonización y coordinación de iniciativas en el Sector Justicia es el mandato que dio origen a la Comisión Nacional para el Mejoramiento de la Administración de Justicia (Conamaj) hace 25 años y que hoy permanece con gran vitalidad al orientar cada uno de los programas y proyectos desarrollados por esta Comisión.
Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, no se puede obviar que gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de la adaptación a las nuevas condiciones sociales, a los nuevos roles del hombre y de la mujer y al creciente protagonismo de los hijos que se desarrollan, cada vez más, exigiendo autonomía.
Unos hijos quienes están dispuestos a llevar esa autonomía a la práctica en el modo de vivir con sus pares, en los estudios, en el trabajo, pero que, desde nuestra perspectiva latinoamericana, siempre comprenden que su hogar, su ámbito familiar de origen, el de sus padres, seguirá siendo el suyo hasta bien decidir crear su propio espacio.
Entonces si en nuestro país se le da tanto valor a la familia, esta se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, o los otros integrantes de esta; con capacidad de transmitir sana y libremente puntos de vista y creencias; en donde impere el respeto; que sea abierta a la escucha y a los cambios; y en donde las opiniones de cada miembro sean particularmente tomadas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, no deja de ser una familia exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los también nuevos roles de sus integrantes. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este renovado modelo familiar las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
En este sentido nos enfrentamos a la fundación de una familia de la “negociación”, de la búsqueda de consensos, del fomento de la tolerancia y la empatía, y del desarrollo del diálogo en procura del bien común entre los respectivos integrantes.
De ahí la de la necesidad de ir creando una nueva cultura familiar cuyos integrantes interioricen, y pongan en práctica, una convivencia sana mediante el cultivo de valores como el respeto, la honradez, el compromiso, la paz, la armonía y la lealtad, pues es muy sencillo decir que la familia es el elemento central de la sociedad, es muy fácil llamarse padre, madre o hijo, pero es muy difícil hacer efectivas tal consignas.
Por ello, ¿acaso no sería más pertinente y lógico, en estas épocas de evidentes cambios sociales, que nos diéramos la oportunidad de establecer una revaloración de nuestro ámbito familiar?..., finalmente es allí en donde la mayoría de personas comienza sus primeros pasos de socialización para lograr insertarse y adaptarse, armoniosa y autónomamente, a las exigencias de la sociedad actual y del futuro.
La familia es, sencillamente, el lugar en donde nacemos, nos criamos, nos educamos y hasta morimos; en donde la libertad, la autonomía, la identidad y el amor florecen; y en donde se nos presenta la oportunidad de ser mejores humanos. Por tanto bien valdría la pena que tengamos en cuenta las palabras de Su Santidad Juan Pablo Segundo: “El futuro depende, en gran parte, de la familia; lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz y un presente de justicia”.
Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.
Pero ¿realmente nos estamos preocupando por lograr estándares eficaces de conocimiento?, ¿acaso el ambiente en que nos desenvolvemos nos está permitiendo develar esa ceguera intelectual que tanto está agobiando a la población?, ¿estarán siendo nuestros ámbitos educativos espacios propicios para el fomento de habilidades cognitivas como el análisis, la interpretación, la evaluación o autorregulación?...
Ciertamente muchas veces la sociedad se enfoca más en resolver conflictos de índole físico, como por ejemplo las ya conocidas crisis económicas, sin embargo los aspectos intelectuales, esas crisis de conocimiento tan abundantes en nuestro entorno, se dejan de lado.
Y no es que no existan maneras para erradicar esta carencia o apatía al conocimiento porque sí las hay, y una realmente efectiva es la lectura.
Porque con respecto a la lectura es realmente preocupante que muchas personas, por apatía intelectual, no hayan comprendido a cabalidad, o no lo quieran hacer, que leer es una de las habilidades intelectuales más asequibles, sencillas y productivas.
¿Cuántas de las personas quienes conocemos, o nosotros mismos, realmente le dedicamos tiempo a la lectura?... Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado.
Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae.
Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida.
Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.
La solidaridad es uno de los principios regentes de la concepción cristiana de la organización social y política de un Estado y constituye el fin último de toda organización social.
Es de tan vital importancia para el buen desarrollo de una colectividad que tiene por eje singular al ser humano en sociedad.