Navidad: oportunidad de reflexión y cambio
El recordatorio del nacimiento de Jesús es testimonio vivo de que el amor de Dios es fuerza de vida. Ello debería ser razón suficiente para buscar nuestro propio nacimiento mediante la conversión de nuestros pensamientos y nuestras acciones, con el fin de hacer más fraterno, íntegro y dignificante el accionar social de nuestra Patria.
Ciertamente a todos, como deber humano, se nos exige la solidaridad, el respeto, la generosidad y la justicia con los demás. Nuestro vecino, quien comparte el mismo suelo, y lo cobija el mismo cielo, es también nuestra familia.
Bien valdría, entonces, que en este simbólico tiempo navideño volviéramos nuestras miradas al Supremo para orar por todos nosotros, por nuestros familiares, por nuestros hijos, por todas las almas que integran este nuestro mundo, por la eterna fortaleza de nuestra fe y por la luz de nuestro entendimiento.
Por la tranquilidad social de nuestro planeta, por el bienestar de nuestra infancia, por los alcohólicos, por los drogadictos, por las mujeres agredidas, por los encarcelados, por los ancianos y por los inmigrantes.
Por los que han partido de este mundo, por los damnificados, por los que sufren intolerancia, por los niños prostituidos, por los que hoy yacen en un hospital, por los que hoy viven en un asilo y por los huérfanos.
Por las víctimas de las guerras, por los guías espirituales, por los gobernantes, por los marginados, por los indigentes, por los hogares disfuncionales, por los que carecen de un techo digno, por los que son despreciados, por el discernimiento de nuestros jóvenes y por las personas con discapacidad.
Por los que padecen hambre, por los que no tienen abrigo, por los que viven en desesperanza, por los que están cegados de poder, por los que carecen de hermandad, por los que han hecho del dinero su Dios, por los que viven presos de sus egoísmos, por la humildad de nuestras acciones, por nuestros hermanos extranjeros, por los afligidos, por el progreso de nuestra Patria, por la paz de nuestro planeta y por el bien de toda la humanidad.
Por nuestros temores, fracasos, triunfos, por nuestras debilidades, fortalezas, caídas, por nuestros propios renacimientos, simplemente, por el hecho de estar vivos y tener la gran oportunidad de seguir redescubriendo y perfeccionando nuestras existencias. Por eso, si cumpliéramos, realmente, aquello de que “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con seguridad, este país, y este mundo, serían mejores lugares de convivencia fraterna.
En este sentido, tratemos de tener siempre presentes aquellas certeras palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “La vida sin amor, no vale nada. La justicia sin amor, te hace duro. La inteligencia sin amor, te hace cruel. La religión sin amor, te hace inquisidor. La fe sin amor, te hace fanático. Por eso, vive con amor, amor a la vida, a la naturaleza, al prójimo..., al que es diferente a ti; al que piensa diferente a ti; al que vive diferente a ti”.
Por lo tanto, no desaprovechemos esta oportunidad de reflexión y cambio que nos dan estos días navideños para empezar a abocarnos al pronto nacimiento de nuestra sociedad, y la de nuestros propios espíritus, mediante el cumplimiento de ese mensaje de justicia, esperanza, paz y fraternidad que, aquel Niño del amor, sembró en la tierra para que fuera cultivado, disfrutado y compartido, plenamente, por todos nosotros.
El recordatorio del nacimiento de Jesús es testimonio vivo de que el amor de Dios es fuerza de vida. Ello debería ser razón suficiente para buscar nuestro propio nacimiento mediante la conversión de nuestros pensamientos y nuestras acciones, con el fin de hacer más fraterno, íntegro y dignificante el accionar social de nuestra Patria.
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