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¿Son las organizaciones públicas medios o fines en sí mismas?

Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.

¿Son las organizaciones públicas medios o fines en sí mismas?

Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.
Otro hecho que consume en forma irracional los fondos públicos, esos que, un día sí y otro también, los gobernantes de turno, nos dicen que no alcanzan, es la existencia de diferentes instituciones para atender una misma materia.
En el campo de la lucha contra la pobreza, por el ejemplo, el número instituciones que se ocupan de este tema, alcanza más de una veintena, todas con una planilla y costos operativos importantes pero con logros bastante modestos, sobretodo si consideramos tanto el número de entidades como de las personas involucradas, supuestamente, en dar su concurso para erradicar la pobreza de manera eficaz y eficiente.
Cuando uno como ciudadano vive, estoicamente, los efectos de una gestión pública, mayoritariamente, insuficiente por ineficaz, para satisfacer las necesidades de las personas, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que gran parte de las instituciones públicas, se han convertido en fines en sí mismos, donde su razón de ser, pareciera estar en la existencia misma de la institución y no los objetivos y las metas que le dieron origen.
Por lo anterior, cualquier iniciativa tributaria que el actual o cualquier futuro gobierno vaya a pretender, necesariamente, debe considerar como punto medular, el gasto debe realizarse de manera racional e inteligente y no solo limitarse como, hasta ahora, se ha hecho, a buscar nuevas fuentes de ingreso.
Cualquiera otra iniciativa por poner impuestos, por parcial, va a tener de seguro una gran oposición de diferentes sectores del conglomerado social, que no están dispuestos a seguir aportando sus esfuerzos y sus recursos financieros para que un grupo de burócratas públicos, sigan viviendo a costillas del resto de la sociedad, al convertir a las instituciones públicas en fines en sí mismas y no en lo que deben ser, medios para llevar bienestar a toda la ciudadanía.
Hace unos días, leí el titular de primera página de La República  que decía: “Desbocado gasto de Aresep”, también en no pocas oportunidades, he escuchado que las planillas de la mayoría de las instituciones públicas, consumen un porcentaje importante de sus ingresos totales, con lo que queda muy poco para realizar obra o sea para cumplir de manera eficaz con las metas y objetivos que en primer y última instancia, fueron y son las que justifican su existencia como organización.

LA MÍA ES MÁS GRANDE

Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Estamos siempre pendientes de decir “eso no es nada”, para después introducir la historia que superará la de la persona que habló antes.
¿Para qué hacemos esto? me pregunto, sin llegar a una respuesta satisfactoria. ¿Será el animal que habita dentro de nosotros y debe superar a su adversario para comer más o lograr aparearse? ¿Será la envidia o el gusto por el reconocimiento? ¿Será el intento de dejar boquiabiertos a nuestros interlocutores, o simplemente la forma en que se nos enseñó a relacionarnos?
Me atrevo a sugerir que quizá lo que buscamos es dejar constancia de nosotros mismos. Cada vez que nos golpeamos el pecho con más fuerza, subimos una rama más alta, presumimos tener más cosas o las mayores miserias, lo que buscamos es recordarle al otro que estamos aquí y queremos ser tomados en cuenta.
Tal vez creemos, sin notarlo, que si estamos en el promedio (ni el más, ni el menos) las demás personas no se percatarán de nuestra existencia. Es decir, en el bosque sobresale el árbol más alto o el que hace ruido al caer al suelo, el resto son solo parte del paisaje.
En algunas especies, ese instinto competitivo puede ser el propulsor de la selección natural que permite a los ejemplares más adaptados perpetuarse.
En nuestro caso, ese instinto se manifiesta claramente en las faenas deportivas tanto como en el manejo de los negocios, pero también se vuelve en opositor de nuestra propia supervivencia cuando inspira guerras y conflictos, solo por demostrar la superioridad de unos sobre otros.
Competimos, por primitivo que parezca. Es un motor que nos mueve siempre hacia delante. Lo que conviene es canalizar ese instinto hacia algo que sea útil y recordar que tener éxito y pisotear a las otras personas, son cosas diferentes.
Rafael León Hernández
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.

LA MÍA ES MÁS GRANDE

Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.
Estamos siempre pendientes de decir “eso no es nada”, para después introducir la historia que superará la de la persona que habló antes.
¿Para qué hacemos esto? me pregunto, sin llegar a una respuesta satisfactoria. ¿Será el animal que habita dentro de nosotros y debe superar a su adversario para comer más o lograr aparearse? ¿Será la envidia o el gusto por el reconocimiento? ¿Será el intento de dejar boquiabiertos a nuestros interlocutores, o simplemente la forma en que se nos enseñó a relacionarnos?
Me atrevo a sugerir que quizá lo que buscamos es dejar constancia de nosotros mismos. Cada vez que nos golpeamos el pecho con más fuerza, subimos una rama más alta, presumimos tener más cosas o las mayores miserias, lo que buscamos es recordarle al otro que estamos aquí y queremos ser tomados en cuenta.
Tal vez creemos, sin notarlo, que si estamos en el promedio (ni el más, ni el menos) las demás personas no se percatarán de nuestra existencia. Es decir, en el bosque sobresale el árbol más alto o el que hace ruido al caer al suelo, el resto son solo parte del paisaje.
En algunas especies, ese instinto competitivo puede ser el propulsor de la selección natural que permite a los ejemplares más adaptados perpetuarse.
En nuestro caso, ese instinto se manifiesta claramente en las faenas deportivas tanto como en el manejo de los negocios, pero también se vuelve en opositor de nuestra propia supervivencia cuando inspira guerras y conflictos, solo por demostrar la superioridad de unos sobre otros.
Competimos, por primitivo que parezca. Es un motor que nos mueve siempre hacia delante. Lo que conviene es canalizar ese instinto hacia algo que sea útil y recordar que tener éxito y pisotear a las otras personas, son cosas diferentes.
Rafael León Hernández
Los seres humanos estamos en constante competición, sean asuntos importantes o superfluos: desde quién cuenta el mejor chiste, hasta el que conduce más rápido; desde el que tiene la casa más grande, hasta quién escupe más lejos. Si alguno presume tener un trabajo horrible, saldrá otro diciendo que el suyo es peor.

POR UNA SOCIEDAD MÁS HUMANISTA

Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.

POR UNA SOCIEDAD MÁS HUMANISTA

Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.

POR UNA SOCIEDAD MÁS HUMANISTA

Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.

POR UNA SOCIEDAD MÁS HUMANISTA

Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.

Solicito aplicar Decreto de Anticorrupción a Vivienda

El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Es importante saber a dónde se dirigen los fondos públicos, por las manifestaciones del Gerente del BANHVI Manuel Párraga realizadas a la Ministra de Vivienda “no puedo ver como una simple casualidad, que como telón de fondo de nuestro almuerzo de ayer, en el que el tema central fue “los eventuales actos de corrupción” en el manejo de los fondos FOSUVI” y además agregó “no tengo una sola prueba contundente contra nadie, si la tuviera inmediatamente hubiera interpuesto la demanda respectiva.
Sin embargo,  usted y yo tenemos suficientes indicios como para pedir actuar inmediatamente en la prevención de actos de corrupción, tomando las medidas para descentralizar el exceso de poder que otras administraciones le han dado a FOSUVI”.
Si se hubieran atendido a tiempo los indicios de corrupción del Conavi con el proyecto de la Trocha Fronteriza, hoy no estaríamos dudando del costo aproximado de ¢43.000 millones de la obra.
Hoy en Control Político esta Diputada solicita a la Presidenta de la República Laura Chinquilla aplicar el tan mencionado Decreto de Anticorrupción, dado a conocer el viernes 11 de mayo, con el objetivo de sepultar los actos corruptivos que se han venido dando de la mano de funcionarios gubernamentales.
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?

Solicito aplicar Decreto de Anticorrupción a Vivienda

El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?
Es importante saber a dónde se dirigen los fondos públicos, por las manifestaciones del Gerente del BANHVI Manuel Párraga realizadas a la Ministra de Vivienda “no puedo ver como una simple casualidad, que como telón de fondo de nuestro almuerzo de ayer, en el que el tema central fue “los eventuales actos de corrupción” en el manejo de los fondos FOSUVI” y además agregó “no tengo una sola prueba contundente contra nadie, si la tuviera inmediatamente hubiera interpuesto la demanda respectiva.
Sin embargo,  usted y yo tenemos suficientes indicios como para pedir actuar inmediatamente en la prevención de actos de corrupción, tomando las medidas para descentralizar el exceso de poder que otras administraciones le han dado a FOSUVI”.
Si se hubieran atendido a tiempo los indicios de corrupción del Conavi con el proyecto de la Trocha Fronteriza, hoy no estaríamos dudando del costo aproximado de ¢43.000 millones de la obra.
Hoy en Control Político esta Diputada solicita a la Presidenta de la República Laura Chinquilla aplicar el tan mencionado Decreto de Anticorrupción, dado a conocer el viernes 11 de mayo, con el objetivo de sepultar los actos corruptivos que se han venido dando de la mano de funcionarios gubernamentales.
El BANHVI destina actualmente 100 mil millones de colones para dotar de techo digno a las familias más necesitadas. La intención es muy buena, pero ¿Dónde están los informes? ¿Dónde se nuestra de qué forma se distribuyó o invirtió esta cantidad de dinero?

Lecciones políticas del último año

Cuando el Directorio de la Asamblea Legislativa fue tomado por la Alianza, se esperaba que se dieran al menos dos efectos; por un lado que el Partido Liberación Nacional aprendiera la lección para mejorar las relaciones y acuerdos políticos con las distintas fracciones, en circunstancias como las que vive el país, donde la individualidad del ser humano es cada vez mayor y por lo tanto la representatividad de las distintas fracciones legislativas, y en segunda instancia, que la Alianza como tal, lograra llegar a acuerdos con miras a las elecciones de 2014.
Un año después se nota que las lecciones aprendidas por “ambas agrupaciones” dejan mucho que desear, y que todavía falta mucho camino por recorrer.
En la Alianza propiamente se notó que las fracciones legislativas nunca cedieron su identidad individual y dentro de estas también se han dado indicios de resquebrajamiento (al menos en algunas).
En Liberación Nacional, de nada vale la mayoría si se actúa en contra de la institucionalidad jurídica.
Otra lección de naturaleza muy distinta que nos queda es que nuestro sector privado, a pesar de las señales contradictorias que se emitieron desde el sector público, tiene una base muy sólida para seguir creciendo, gracias a la capacidad empresarial existente, a la diversificación lograda y a la apertura que desde hace muchos años se dio.
Lo que no se logra entender es por qué nuestro Gobierno sigue insistiendo en establecer nuevos impuestos o ampliar la base de cobro de los existentes, como ha sido la reciente inclusión de algunos artículos de consumo con el 13% de ventas (donde el cobro de estos es incierto, a pesar de que se tenga certeza que los precios de los artículos, producto del impuesto, sí van a aumentar) para atraer recursos a sus arcas, sin hacer mayor esfuerzo por mejorar los mecanismos de recaudación.
Con el avance tecnológico que existe en el mundo, el no atacar la evasión de los impuestos es inaceptable.
Sin embargo, y para citar solo un ejemplo, desde hace casi tres años se compraron dos escáneres de contenedores, con los cuales se identifica el contendido de mercaderías que se transportan y con ello evitar, entre otras cosas, la evasión de impuestos. ¡Pero resulta que esos escáneres ni siquiera han sido instalados!
Estos escáneres como tales, en su conjunto son insuficientes, pues se requeriría adquirir una cantidad mucho mayor para ponerlos en cada puesto de embarque y desembarque de mercancías, tanto de importaciones como de exportaciones de productos. Pero si no se instalan los existentes, menos se está haciendo por adquirir otros adicionales.
También están pululando los ejemplos de corrupción, que muestran una vez más que se puede hacer mucho por lograr la eficiencia en el gasto público y con ello, desde mejorar la prestación de los servicios públicos a un menor costo, hasta hacer mucho más de lo que en la actualidad se ha venido haciendo.
¡Hasta cuándo se seguirá jugando con la paciencia de un pueblo cansado de que lo obvio se deje de lado y se arremeta en contra de este para disimular la mala administración y el juego politiquero!
Randall Castro Vargas
Economista
Cuando el Directorio de la Asamblea Legislativa fue tomado por la Alianza, se esperaba que se dieran al menos dos efectos; por un lado que el Partido Liberación Nacional aprendiera la lección para mejorar las relaciones y acuerdos políticos con las distintas fracciones, en circunstancias como las que vive el país, donde la individualidad del ser humano es cada vez mayor y por lo tanto la representatividad de las distintas fracciones legislativas, y en segunda instancia, que la Alianza como tal, lograra llegar a acuerdos con miras a las elecciones de 2014.