A raíz de la invasión de Nicaragua a nuestro territorio, algunas personas han salido a la prensa, condenando cualquier intento de confrontar la agresión por la fuerza y abogando por una solución pacífica al conflicto ante los foros internacionales. Considerando que desde el año l949, al proscribir constitucionalmente el ejército como institución permanente, nuestro país renunció a la autodefensa de su territorio, no parece que tengamos por el momento, otra alternativa que la que el actual Gobierno ha escogido. Después de recurrir inútilmente a la OEA, en donde obtuvimos el apoyo casi unánime de los países miembros, pero sin ningún logro positivo, el Gobierno llevó el caso ante la Corte Internacional de Justicia, con un resultado que en principio podríamos considerar favorable, pero que en realidad constituye un triunfo pírrico, pues se da por descontado que la sentencia definitiva se dictará dentro de tres o cuatro años, cuando el conflicto ya esté resuelto en alguna otra forma o la invasión se haya consolidado. Por el momento ya hemos visto que las turbas que manipula el gobierno del vecino país ni siquiera permiten que funcionarios internacionales imparciales entren en paz al área del conflicto, para valorar los daños causados. La situación no resulta muy halagüeña, sin que se vislumbre la posibilidad de una pronta solución al conflicto, al menos mientras los sandinistas continúen en el poder, pues estos populistas manipulan cínicamente el artificial problema que han creado, para exacerbar en las masas un confuso sentimiento nacionalista, mediante el cual logran desviar la atención de un vasto sector del electorado de la calamitosa situación en que se encuentra su país. No sabemos cómo terminará este embrollo, pero por el momento mi interés es referirme brevemente a la extraña dicotomía que los autores de los citados comentarios parecen encontrar entre el Derecho en sentido objetivo y la fuerza, a los que consideran como conceptos opuestos, cuando en realidad son complementarios. El Derecho sin la fuerza es papel mojado y la fuerza bruta sin el Derecho que la legitime, resulta simple opresión. Es curioso que incluso quienes se dicen abogados, incurran en el error de separar el Derecho y la fuerza, cuando nuestra propia Constitución Política , en su artículo 153 y la Ley Orgánica del Poder Judicial en su artículo 1, mandan con toda claridad, que los Tribunales deben recurrir a la fuerza, cuantas veces sea necesario para hacer respetar sus mandatos. Por eso la Justicia, simbolizada a la entrada de nuestra Corte Suprema, se la representa como una doncella con los ojos vendados, que sostiene en una mano la balanza, con la que debe pesar los argumentos de los contendientes y en la otra, empuña una espada, para imponer sus decisiones en caso de que no sean voluntariamente acatadas. En uno de esos comentarios, pacifistas a ultranza, se califica absurdamente a “la defensa de la frontera” como un “concepto abstracto”, por el que no vale la pena sacrificar ni una gota de sangre, pues para eso están los abogados y los tribunales internacionales. Considero que ante los resultados decepcionantes de las gestiones de nuestro Gobierno, ya todos sabemos qué podemos esperar de tales Tribunales! Un verdadero jurista, el ilustre romanista Rudolf von Ihering, posiblemente desconocido por los autores de esos comentarios leguleyos a los que nos referimos, en un pequeño opúsculo titulado “La Lucha por el Derecho”, decía que “la energía y el amor con que un pueblo defiende sus leyes y sus derechos, están en relación proporcional con los esfuerzos y trabajos que les haya costado el alcanzarlos” y más adelante agregaba: “El cobarde que abandona el campo de batalla, salva lo que otros sacrifican- su vida- pero la salva al precio de su honor”. Este pequeño país lo forjaron anteriores generaciones que supieron luchar con honor y valor, para asegurarnos el país que hoy tenemos. A las actuales, les corresponde defender en el terreno que sea, el legado de nuestros mayores, y para esto debemos prepararnos con responsabilidad y patriotismo, pues nuestro actual estado de indefensión, que los pacifistas inexplicablemente califican como “nuestra fortaleza”, solo sirve para incitar a la camarilla que nos amenaza, a mostrarse cada día más agresivos e irrespetuosos.
12 de Abril de 2011.
A raíz de la invasión de Nicaragua a nuestro territorio, algunas personas han salido a la prensa, condenando cualquier intento de confrontar la agresión por la fuerza y abogando por una solución pacífica al conflicto ante los foros internacionales. Considerando que desde el año l949, al proscribir constitucionalmente el ejército como institución permanente, nuestro país renunció a la autodefensa de su territorio, no parece que tengamos por el momento, otra alternativa que la que el actual Gobierno ha escogido.
Después de recurrir inútilmente a la OEA, en donde obtuvimos el apoyo casi unánime de los países miembros, pero sin ningún logro positivo, el Gobierno llevó el caso ante la Corte Internacional de Justicia, con un resultado que en principio podríamos considerar favorable, pero que en realidad constituye un triunfo pírrico, pues se da por descontado que la sentencia definitiva se dictará dentro de tres o cuatro años, cuando el conflicto ya esté resuelto en alguna otra forma o la invasión se haya consolidado.
Por el momento ya hemos visto que las turbas que manipula el gobierno del vecino país ni siquiera permiten que funcionarios internacionales imparciales entren en paz al área del conflicto, para valorar los daños causados. La situación no resulta muy halagüeña, sin que se vislumbre la posibilidad de una pronta solución al conflicto, al menos mientras los sandinistas continúen en el poder, pues estos populistas manipulan cínicamente el artificial problema que han creado, para exacerbar en las masas un confuso sentimiento nacionalista, mediante el cual logran desviar la atención de un vasto sector del electorado de la calamitosa situación en que se encuentra su país.
No sabemos cómo terminará este embrollo, pero por el momento mi interés es referirme brevemente a la extraña dicotomía que los autores de los citados comentarios parecen encontrar entre el Derecho en sentido objetivo y la fuerza, a los que consideran como conceptos opuestos, cuando en realidad son complementarios. El Derecho sin la fuerza es papel mojado y la fuerza bruta sin el Derecho que la legitime, resulta simple opresión. Es curioso que incluso quienes se dicen abogados, incurran en el error de separar el Derecho y la fuerza, cuando nuestra propia Constitución Política , en su artículo 153 y la Ley Orgánica del Poder Judicial en su artículo 1, mandan con toda claridad, que los Tribunales deben recurrir a la fuerza, cuantas veces sea necesario para hacer respetar sus mandatos.
Por eso la Justicia, simbolizada a la entrada de nuestra Corte Suprema, se la representa como una doncella con los ojos vendados, que sostiene en una mano la balanza, con la que debe pesar los argumentos de los contendientes y en la otra, empuña una espada, para imponer sus decisiones en caso de que no sean voluntariamente acatadas. En uno de esos comentarios, pacifistas a ultranza, se califica absurdamente a “la defensa de la frontera” como un “concepto abstracto”, por el que no vale la pena sacrificar ni una gota de sangre, pues para eso están los abogados y los tribunales internacionales. Considero que ante los resultados decepcionantes de las gestiones de nuestro Gobierno, ya todos sabemos qué podemos esperar de tales Tribunales! Un verdadero jurista, el ilustre romanista Rudolf von Ihering, posiblemente desconocido por los autores de esos comentarios leguleyos a los que nos referimos, en un pequeño opúsculo titulado “La Lucha por el Derecho”, decía que “la energía y el amor con que un pueblo defiende sus leyes y sus derechos, están en relación proporcional con los esfuerzos y trabajos que les haya costado el alcanzarlos” y más adelante agregaba: “El cobarde que abandona el campo de batalla, salva lo que otros sacrifican- su vida- pero la salva al precio de su honor”. Este pequeño país lo forjaron anteriores generaciones que supieron luchar con honor y valor, para asegurarnos el país que hoy tenemos. A las actuales, les corresponde defender en el terreno que sea, el legado de nuestros mayores, y para esto debemos prepararnos con responsabilidad y patriotismo, pues nuestro actual estado de indefensión, que los pacifistas inexplicablemente califican como “nuestra fortaleza”, solo sirve para incitar a la camarilla que nos amenaza, a mostrarse cada día más agresivos e irrespetuosos.
12 de Abril de 2011.