Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

Sin lugar a dudas, la vida laboral es uno de los aspectos que ocupa una gran parte de la existencia de los individuos, en ocasiones se pasa más tiempo en el trabajo que con la misma familia. A pesar de ello, para algunas personas el trabajo, más que satisfacción, pareciera ser una obligación impuesta; es decir, solamente un medio para obtener dinero con el cual sufragar sus necesidades.
Sin embargo, el trabajo podría ser una actividad enteramente distinta. El trabajo ha de ser la expresión creativa de los humanos para manifestar, e ir desarrollando, las inmensas capacidades que existen dentro de cada uno de nosotros. De esta manera, el trabajo podría constituir un medio extraordinario de satisfacción y crecimiento, pues al ser el trabajo una expresión de uno mismo, podría ser, a la vez, un medio de autorrealización.
Además, el trabajo debería ser asumido como la manifestación de la vocación acompañada de un espíritu de servicio hacia los demás, de esta manera dicha entrega por parte de uno se convierte también en una utilidad, y esa utilidad es la que podría traducirse, a la vez, en un ingreso económico. No obstante, el inconveniente es que muchas personas no están desempeñando un trabajo que los satisfaga, entonces trabajan de un modo forzado, sienten disgusto por su actividad, porque, en el fondo, realizan su trabajo pensando sólo en el dinero que necesitan para vivir, pagar sus deudas o caprichos.
A la vez, se encuentra el problema de que muchas veces el trabajo se realiza sólo como un instrumento para demostrar el propio valor; es decir, para conseguir un prestigio. Ello significa que los individuos sentirán siempre colgados sobre sí la insatisfacción de una carrera sin final porque, continuamente, habrá una nueva cumbre de prestigio por escalar. Y no es que la superación esté mal, el problema es cuando se convierte en una obsesión. Por lo tanto, se debe comprender que el verdadero sentido del éxito profesional puede consistir en que la persona, mediante cualquier labor que realice, se exprese profundamente y disfrute de su trabajo.
En este sentido, el verdadero éxito del trabajo dependerá de la eficacia real, de la utilidad efectiva que este tenga para los demás, porque el trabajo puede ser un medio de servicio, una manera de crear acciones que le sean útiles a los demás y que, en cierto sentido, sólo uno puede llevar a cabo de una manera óptima.
No olvidemos que el trabajo nos lleva a desarrollar habilidades y competencias como el trabajo en equipo, la cooperación, la empatía, la creatividad, la disciplina y la responsabilidad. Nos colma de satisfacción, de orgullo por el deber cumplido, nos hace sentir útiles, eficientes, fomenta la confianza y nos eleva la autoestima. El trabajo es importante si se desea ser alguien, avanzar en la vida, alcanzar la prosperidad y realizarnos.
Definitivamente es hasta que la persona descubra su vocación auténtica, y encuentre lo mejor de sí, que no vivirá forzada en todo lo que realice, y que le permitirá dignificar, como es debido, esa noble expresión humana que representa el trabajo. Por eso, bendito sea el trabajo, y bienaventurados quienes lo aman, porque contribuye a que nuestra vida sea útil, productiva, dichosa y dignificante, ya lo expresó muy bien la Beata Teresa de Calcuta: “No puedo parar de trabajar, amo el trabajo, para descansar tendré toda la eternidad”…
Sin lugar a dudas, la vida laboral es uno de los aspectos que ocupa una gran parte de la existencia de los individuos, en ocasiones se pasa más tiempo en el trabajo que con la misma familia. A pesar de ello, para algunas personas el trabajo, más que satisfacción, pareciera ser una obligación impuesta; es decir, solamente un medio para obtener dinero con el cual sufragar sus necesidades.
De entre todos los asuntos de la agenda nacional, sin duda, el combate a la pobreza y, desde luego, a las condiciones estructurales que la hacen posible, es uno de los que tiene que ser acometido con mayor urgencia. Ya se trate de movilizaciones de empleados públicos en demanda de compensaciones económicas, huelgas de trabajadores, enfrentamientos entre la autoridad pública y vecinos de barrios marginales o  la proliferación de la violencia intra familiar, todos estos hechos, en sus orígenes e impactos, tienen a la inequidad como un denominador común.
Ahora bien, no se pretende negar que existan otros asuntos en la agenda nacional que requieren, también, de inmediata atención. Sin embargo, ante estudios los cuales confirman que el porcentaje de familias pobres, en nuestro país, ha aumentado, obliga a tomar  serias y prontas medidas que busquen un desarrollo económico y social en beneficio de cada uno de los ciudadanos. En este sentido, según el último Informe Estado de la Nación, 600.000 personas reciben menos del salario mínimo, el desempleo abierto creció en 0,3% y el nivel de pobreza y pobreza extrema aumentaron 1 y 3,5 puntos porcentuales, respectivamente.
Aunado a esto, la señora Isabel Román, investigadora del Estado de la Nación, señaló que “durante los últimos 20 años no se ha logrado armar una política de combate a la pobreza aunque existen bastantes programas para atender a la población con mayores necesidades, por lo que urge colocarlos en una sola vía para potenciar los recursos con los que se cuentan, y que se conviertan en objetivos que trasciendan las administraciones”.
De ahí el imperativo de que todos los actores sociales, políticos, autoridades gubernamentales, dirigentes empresariales, líderes sindicales, o académicos, alcancen un sólido consenso de qué necesita realmente Costa Rica para superar los índices de desigualdad e injusticia que separan y marginan a las personas. Pero también es necesario puntualizar que el reto no es sólo combatir la pobreza y la marginalización, sino que la desigualdad que empuja a la insatisfacción de la sociedad y amenaza con corroer los cimientos del orden, obliga a asumir una perspectiva más integral de los rezagos y las carencias de la población.
Pues la ausencia de coordinación en la ejecución de programas impide enfrentar la pobreza de manera integral y en sus causas, ya que, muchas veces, se atienden las necesidades de forma separada lo cual no facilitan las condiciones de promoción humana tendientes a generar un bienestar sostenible; es decir, en nuestro país los pobres perciben soluciones parciales y separadas de un conjunto institucional con inopia de coordinación.
Por lo tanto, en una gestión pública sustentada en valores éticos, en un renovado sistema educativo, en una gobernabilidad democrática, en políticas económicas más eficaces que conquisten un mayor desarrollo social y un crecimiento con equidad para todos, descansa, en gran medida, la cuestión central de reducir, significativamente, ese cáncer insidioso de la pobreza con el fin de restaurar nuestro tejido social.
Por eso, desde cualquier perspectiva que se mire, el trabajo del gobierno es conseguir que la población pueda disfrutar de mejores condiciones de vida. Ojalá el actual Gobierno logre cumplir lo que tantas veces nos ha señalado de apuntar por una nación equitativa, solidaria y próspera, con un desarrollo sostenible y potenciada por la retroalimentación de logros económicos, sociales, ambientales y políticos; ojalá que sea firme en su compromiso por la continuidad de los esfuerzos para combatir, desde diversos frentes, la pobreza y la exclusión, porque no se debe olvidar que un país no sucumbe más ante la pobreza que cuando mancilla los derechos y la dignidad de sus habitantes. Ya lo dijo el filósofo chino Confucio “en donde no hay justicia, persiste más la pobreza”.
De entre todos los asuntos de la agenda nacional, sin duda, el combate a la pobreza y, desde luego, a las condiciones estructurales que la hacen posible, es uno de los que tiene que ser acometido con mayor urgencia. Ya se trate de movilizaciones de empleados públicos en demanda de compensaciones económicas, huelgas de trabajadores, enfrentamientos entre la autoridad pública y vecinos de barrios marginales o  la proliferación de la violencia intra familiar, todos estos hechos, en sus orígenes e impactos, tienen a la inequidad como un denominador común.
¡Querer es poder!, y en el caso del maestro colombiano Luis Humberto Soriano parece que esta frase cobra suma relevancia. Don Luis es un profesor colombiano de literatura quien desde hace más de diez años, ante la dificultad de muchas poblaciones del Departamento del Magdalena en Colombia de educarse, se ha dado a la tarea de armar una biblioteca móvil, con la ayuda de sus dos fieles y esforzados burritos llamados Alfa y Beto, para llevarles a estas comunidades más de 120 libros para que se informen, disfruten la lectura y descubran el mundo mágico y de enseñanza que poseen los libros, a esta biblioteca ambulante es a la que se le ha llamado el “biblioburro”.
Definitivamente la labor que el profesor Luis Humberto Soriano está llevando a cabo a favor de los niños colombianos mediante la implementación del biblioburro, pareciera seguir a cabalidad el derrotero de una eficaz educación a distancia, pues aunque para algunos pueda parecer una estrategia muy rudimentaria en un mundo de un significativo avance tecnológico, representa una adecuada, y a lo mejor la única manera de que estas personas tengan acceso a los libros, de lo contrario sería muy difícil que los tuvieran y sería casi imposible incentivar la cohesión de la comunidad mediante la socialización con los libros.
A todas luces, la acción del profesor Soriano en zonas apartadas y, muchas veces, cargadas de violencia, nos habla de amor por su trabajo, de un férreo compromiso por la enseñanza, de la responsabilidad que como formador posee, de su vocación, su capacidad de servicio, su entrega, su labor social, su solidaridad y su creatividad, lo cual pone ante nuestros ojos un ejemplo de perseverancia, entereza, humildad y hasta de amor que pareciera se han perdido, en gran medida, en nuestra sociedad. Ciertamente es una noble labor que es muy digna de destacar y, de alguna manera y según nuestra realidad, de emular, pues a pesar de que el profesor Soriano no posee herramientas modernas que le faciliten su trabajo, constituye uno de los más valiosos aportes, y de los que se ven poco, que se han dado para mejorar el ámbito cultural y educativo.
Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cuántos docentes estarían dispuestos a emular este comportamiento?, ¿cuántos docentes hoy, aún teniendo las herramientas de enseñanza a la mano, entre ellas las tecnológicas, no las utilizan en pro de una educación de calidad?, ¿cuántos docentes, a la primera dificultad, se valen de ella para no cumplir con sus obligaciones como formadores?, ¿podría considerarse, como lo hicieron en una ocasión mis alumnos, al profesor colombiano un ejemplo de buen pensador crítico por el desarrollo de habilidades como la empatía, la perseverancia, la entereza y la integridad?..., ¿deseamos dejar huella desde nuestra labor docente?, y si se requiriera, ¿nos convertiríamos en biblioburros?, ¿conocemos qué iniciativas como estas se están dando en Costa Rica?...,  ¿y las apoyaríamos?...
Qué orgulloso se debe sentir el profesor Soriano de saber que está transitando por esta vida dejando huella, que su labor está cultivando la mentalidad crítica, constructiva e imaginativa de sus conciudadanos, y que sus acciones sirven de ejemplo e inspiración a otros más allá de Colombia, estos son los héroes anónimos, los beneméritos a quienes no se les oficializa su título, los quijotes de nuestra época, los seres imprescindibles para seguir teniéndole fe a los humanos y quienes deben ser un referente de acción para construir un mejor mundo, por ello, en hora buena, la destacada labor del educador Soriano ha quedado registrada en un documental del profesor de la Universidad del Magdalena Carlos Rendón, y en Italia la bibliotecóloga Lucía Pignatelli, con su burro Serafino, se dedica a repartir libros, no porque no los haya, sino para fomentar más la pasión por la lectura.
Decisivamente iniciativas como la del biblioburro nos debe servir de reflexión, de ejemplo, de inspiración, de un llamado de atención, pero especialmente, de una toma de acción para incrementar el nivel de calidad de la enseñanza que se está brindando en nuestro país, pues tal y como señalara el poeta y dramaturgo alemán Johann Wolfgang Goethe: “No basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer”. El profesor Luis Soriano es ejemplo patente del cumplimiento de esta máxima, ahora la pregunta es: ¿lo estaremos siendo nosotros?...
¡Querer es poder!, y en el caso del maestro colombiano Luis Humberto Soriano parece que esta frase cobra suma relevancia. Don Luis es un profesor colombiano de literatura quien desde hace más de diez años, ante la dificultad de muchas poblaciones del Departamento del Magdalena en Colombia de educarse, se ha dado a la tarea de armar una biblioteca móvil, con la ayuda de sus dos fieles y esforzados burritos llamados Alfa y Beto, para llevarles a estas comunidades más de 120 libros para que se informen, disfruten la lectura y descubran el mundo mágico y de enseñanza que poseen los libros, a esta biblioteca ambulante es a la que se le ha llamado el “biblioburro”.
Es muy común, actualmente, escuchar hablar de crisis económica. Pareciera que es una de las palabras de moda a la que se le están dedicando libros, artículos, debates o congresos. Sin embargo, no se trata de una moda, y menos, solamente, de una crisis económica, también se puede decir que la sociedad actual nos ofrece un ambiente altamente nocivo para cultivar valores. Por ejemplo los casos de corrupción suscitados, mayormente en el entorno político, la irresponsabilidad en las carreteras, la inseguridad ciudadana o la mediocridad en gran parte del  servicio público y privado, brindan unos claros ejemplos acerca de lo que es, verdaderamente, la causa de las grandes crisis: la crisis de valores.
Ahora bien, lo paradójico es que cuando, precisamente, nuestra sociedad necesita con urgencia cimentar más valores para enfrentar situaciones de riesgo social, paradójicamente es la apatía, la ignorancia y la falta de conciencia las que priman en muchos casos. En este sentido sería bueno que nos planteáramos ¿si sabemos realmente a qué clases de crisis nos hemos enfrentado o nos estamos enfrentando actualmente?, ¿qué estamos haciendo para enfrentar esa crisis de la que tanto se habla desde hace ya bastante tiempo?, ¿hemos moderado nuestro comportamiento de consumo?, ¿será también producto esta crisis de una devaluación de nuestros valores?...
Ciertamente la crisis de valores no consiste en una ausencia de estos sino en una falta de orientación frente a cuál rumbo seguir en nuestra vida y qué valores usar para lograrlo; es decir, parte de la crisis por la que atravesamos, y hemos estado atravesando desde hace mucho, es una crisis en nuestra capacidad para cultivar y orientar valores como el conocimiento, la verdad, justicia, unidad, libertad, paz, armonía, solidaridad, sabiduría y toma de conciencia.
Frente a este tema salen a relucir otras interrogantes interesantes: ¿Qué rol desempeñan la educación y la familia en el fomento de los valores?, ¿cómo se promueve la participación activa de la familia en la educación de sus hijos? o ¿hasta qué punto nuestros gobernantes, los medios de comunicación y los centros educativos ponen todo lo necesario para impulsar calidad en el aprendizaje académico y humano?... Lamentablemente no siempre se obtienen los mejores resultados por parte de estas instancias, sin embargo,  todavía se puede recuperar el camino desandado.
Para ello es fundamental que cada persona, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los efectos que deja sus actitudes en la construcción de un país más justo donde impere el fomento de valores pues de ellos depende, en gran medida, el buen desarrollo de los programas de vida de las personas, el fortalecimiento de la ética social y la posibilidad de ser exitosos en el estudio, trabajo o en el contexto familiar.
Porque, ¿hasta cuándo comprenderán las personas que no fuimos hechos para ser prisioneros de la moda, de la mezquindad, la superficialidad o la indiferencia?... ¿Cuál es, finalmente, nuestra actitud ante estas situaciones de crisis tan remarcadas a diestra y siniestra?, ¿acaso tenemos que esperar realmente una situación nefasta para reconsiderar el lugar que ocupan los valores en el desarrollo social, económico y moral de nuestra sociedad?...
Definitivamente es momento de transformar esta crisis de valores por una actitud positiva y reflexiva frente al sentido de nuestras vidas, pues tal y como lo señala el filósofo español Eugenio Trías, “en esta vida hay que morir varias veces para después renacer, esa es una virtud, pues las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra”. Pero recordemos que esto sólo vale en el tanto nosotros lo hagamos valer…
Es muy común, actualmente, escuchar hablar de crisis económica. Pareciera que es una de las palabras de moda a la que se le están dedicando libros, artículos, debates o congresos. Sin embargo, no se trata de una moda, y menos, solamente, de una crisis económica, también se puede decir que la sociedad actual nos ofrece un ambiente altamente nocivo para cultivar valores.
Hace unos días sufrí la pérdida de un querido amigo; además del dolor que me embargó este hecho, también he sentido indignación, enojo, frustración e impotencia por la manera tan sensacionalista en la que algunos medios de comunicación abordaron la noticia de su muerte.
Sencillamente no se vale ganar la atención del auditorio, despertar el morbo de la población o competir en el mercado informativo o lucrar valiéndose, inescrupulosamente, del dolor ajeno. ¿Qué se logra con abordar una noticia añadiendo información irrelevante o irrespetuosa?..., ¿qué  se pretende al exponer la vida privada de la víctima sin pensar que puede acrecentar el sufrimiento de los familiares?..., ¿qué se obtiene exponiendo fotografías que reflejan la brutalidad de un crimen?..., ¿qué se gana con enlodar el recuerdo de quien ya no está para defenderse?... ¿Cuál de estos comunicadores se hará responsable de mermar el impacto psicológico y emocional provocado al ver una imagen de un ser querido sangrante e inerte en la calle?... ¡Sencillamente no se vale!…
Es innegable que los medios de comunicación se han convertido en un instrumento de enorme poder social, de ahí que puedan ser la diferencia entre una sociedad informada y culturalmente preparada, o una que se oriente a la descomposición social. Por ello, ante esta invaluable responsabilidad de los medios, es preocupante y alarmante la actitud de algunos de ellos de seguir desvirtuando  las informaciones al plagarlas de altas dosis de sensacionalismo.
Me duele ver cómo en algunos medios, en especial televisivos y escritos, dominan las informaciones cargadas de pesimismo, sangrientas imágenes que parecen sacadas de la más terrible  película de terror, la falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, rostros abatidos por el dolor ante una hostigadora cámara o lágrimas profanadas por las miradas de extraños. Por eso es lamentable que, ya sea por costumbre o ignorancia, muchas personas prefieran consumir este “espectáculo” noticioso amarillista de drama, sangre, dolor y negativismo, sin anteponer el dolor y la dignidad de parientes y amigos de las víctimas.
Ciertamente los medios de comunicación que así lo hacen deben dejar de lado ese amarillismo y superficialidad existentes, para volver a ser espacios de respetuosa convivencia pública; es decir, en donde el conjunto de profesionales, espectadores y consumidores de información, sea un epicentro de respeto, tolerancia y cultura de paz que nos lleve a consumir más sanas y  dignificantes informaciones a pesar de los sinsabores que este mundo acarrea.
Indudablemente todos los humanos no poseemos otro camino que el de realizarnos a nosotros mismos mediante el servicio a los demás. En este sentido, si hay una profesión que se asoma más a este propósito es la de los comunicadores, por ello debe ser un mandato ético y moral de cada comunicador el ser absolutamente sensible a las injusticias de este mundo, y a todo lo que merma la dignidad de las personas.
Sea este comentario una muestra de solidaridad con quienes han vivido y padecido este nefasto tipo de sensacionalismo; a la vez, un pequeño, pero muy emotivo homenaje, para ese especial hijo, esposo, padre y amigo que fue Greivin, y, también, una patente muestra de apoyo para su familia a quien le profeso un gran e imperecedero cariño.
Ojalá en algún momento ese distorsionado periodismo sensacionalista recobre la conciencia y vuelva su accionar a un periodismo de empatía, respeto y prudencia. Se trata, sencillamente, de un asunto de dignidad y humanidad…
Hace unos días sufrí la pérdida de un querido amigo; además del dolor que me embargó este hecho, también he sentido indignación, enojo, frustración e impotencia por la manera tan sensacionalista en la que algunos medios de comunicación abordaron la noticia de su muerte.
Resulta irónico que en una sociedad en donde la educación y el trabajo representan un papel de vital importancia para alcanzar una sociedad más próspera, las personas dejen de lado sus aspiraciones de excelencia para sumirse en un abismo de ignorancia, conformismo, mediocridad o apatía.
Y no es que se exagere en esta idea, son cientos los casos de falta de excelencia que vemos diariamente, ya sea en los centros de enseñanza en donde los alumnos se conforman con obtener un siete; cuando en las ventanillas de alguna institución nos encontramos con empleados sumidos en la inoperancia llegando al extremo de enojarse cuando se les solicita alguna información, o aquel profesional que realiza un trabajo a medias aunque cobre como si lo hubiera realizado con la excelencia requerida.
Por supuesto siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, por eso bien vale preguntarse si nosotros también estamos cayendo en este tipo de comportamiento; si somos personas mediocres, desinteresadas, conformistas, carentes de sentido común y poder de decisión, o, por el contrario, somos de aquellos quienes desean dar en todo lo que realizan un matiz de excelencia para nuestro respectivo crecimiento emocional, espiritual, personal y laboral.
Pues cuando una persona es excelente quiere decir que es un privilegiado como humano porque está en desarrollo constante. Ser excelente es saber entregar respeto a los demás, aprovechar puntos de oportunidad, transformar dificultades en acciones positivas y no hacer por otros lo que estos pueden hacer por sí mismos. Significa saber guiar sin imponer, saber motivar a los que están a su cargo para que también puedan desarrollarse y ver siempre las cualidades de las otras personas con el fin de buscar, constantemente, su bienestar. Es ejercer nuestra libertad y ser responsables de cada una de nuestras acciones. Es saber decir “me equivoqué” y proponerse a no cometer el mismo error. En definitiva, implica trascender a nuestro tiempo legando a las futuras generaciones un mundo mejor.
Ante este panorama, urge, en una sociedad como la nuestra sacudida por el materialismo y la pereza emocional e intelectual, hacer de  la excelencia un requisito esencial de vida, teniendo como norte el constituirnos sólidamente como  humanos, con piezas de calidad como los valores de la justicia, la empatía, el respeto, la humildad o la entereza, fomentando pensamientos de calidad, la creatividad,  el surgimiento de un espíritu de superación, de una constante responsabilidad y visión positiva para incrementar nuestro potencial y ser cada día mejores.
Como lo decía el filósofo griego Aristóteles: "La excelencia es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Por eso, el único camino para lograr convertir nuestra riqueza potencial en real es, precisamente, a través del compromiso intenso, responsable, comprometido y de calidad. Todo individuo que tome conciencia, en su ámbito familiar, laboral, educativo, político o social, de lo que es, siente, piensa, hace, desea y dice, está en un darse cuenta de sí mismo y de lo que le rodea.
Recuérdese que en la vida prácticamente todo es posible, y naturalmente alcanzar la excelencia no es una excepción pues esta no tiene límites. Las personas excelentes no nacieron así, la excelencia se construye sobre la base de un mejoramiento personal continuo. Mas el momento para comenzar a ser excelente es ahora, no después, así lo demanda nuestra sociedad; es cuestión de tomar una decisión para cambiar definitivamente los antiguos y peligrosos pensamientos de mediocridad y conformismo e iniciar un sólido trayecto hacia la excelencia.
Resulta irónico que en una sociedad en donde la educación y el trabajo representan un papel de vital importancia para alcanzar una sociedad más próspera, las personas dejen de lado sus aspiraciones de excelencia para sumirse en un abismo de ignorancia, conformismo, mediocridad o apatía.
Expresaba el beato Juan Pablo Segundo que "hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz". Qué certeras y oportunas palabras de este gran líder espiritual, en especial ante la incongruente, absurda, denigrante, cínica y humillante situación sucedida el pasado Primero de Mayo en la Asamblea Legislativa por parte de quienes tienen el gran honor, pero ante todo la gran obligación, desde la óptica de la ética pública, de ser realmente los representantes del pueblo costarricense. Desgraciadamente pareciera que esta misión de representar a la población y procurar ofrecerle soluciones a los problemas nacionales en lugar de estarlos generando, se les ha ido olvidando a muchos muy fácilmente en Cuesta de Moras, además con el agravante de que también pareciera que el pueblo costarricense se está acostumbrando a este tipo de inacción y absurdos legislativos lo cual está, definitivamente, muy lejos de contribuir, al fortalecimiento y crecimiento democrático.
Discutiendo sobre este tema, una colega me decía que por lo menos aquí los diputados no se tiraban las sillas o se golpeaban como en otros países, pero el asunto no es encontrarle lo menos grave a estas situaciones para justificarlas, si verdaderamente queremos plasmar un sistema democrático sano y hacer efectiva esa paz de la que tanto nos vanagloriamos, comportamientos basados en risas, ofensas, golpes de mesa, confrontaciones irrespetuosas, acusaciones, ataques…, no son para nada justificables. ¡Cómo es posible que se haya permitido que un cargo de servicio público tan valioso se haya denigrado de tal manera!..., ¡cómo es posible que muchas de las personas quienes ostentan y llegan a dichas posiciones no comprendan la esencia de su envestidura!... Entonces ¿en donde quedan los intereses del pueblo?, ¿y la sana democracia?, ¿y el juramento que hacen ante Dios y la Patria?..., ¿con qué tranquilidad llegarán a la casa muchos de ellos sabiendo que su actuar dista bastante de lo que es la ética en la función pública?, ¿con qué tranquilidad pueden vivir algunos de ellos si con sus acciones, como la del pasado Primero de Mayo, están deslegitimando nuestro sistema político-democrático?..., ¿o es que aquí aplica muy bien aquello de que mientras tenga el poder se hace lo que me venga en gana?...
Este acontecimiento es un signo de que es hora de una reflexión profunda por parte de los partidos políticos, de un análisis a conciencia de quienes están, o están aspirando, a un cargo público y de atención al pueblo de que no nos podemos mantener pasivos ante incongruencias como las del pasado Primero de Mayo. Es hora de exigir que quienes lleguen a la Asamblea más allá de los títulos o de los cargos que han desempeñado, tengan el título y el cargo de la honestidad, la equidad, del sentido común, del diálogo, de la inteligencia práctica, del humanismo, la lógica, el respeto, la tolerancia y la congruencia, y sí, que muestren autoridad, pero que nunca lleguen a ser autoritarios… No olvidemos que la conducta de los funcionarios públicos dentro de un régimen democrático debe sustentarse, de forma permanente, en los valores superiores de la lealtad, imparcialidad, eficiencia, justicia, responsabilidad y vocación de servicio para evitar contrariar el interés público.
Pero se trata de hacer, no sólo de querer. Ahora bien, si son incapaces de realizar éticamente sus funciones, lo menos que se puede esperar es que, por voluntad propia, y por respeto a la Patria, por respeto al pueblo costarricense cuya protección y defensa les han sido asignadas, no aspiren a otros cargos públicos, o se retiren de ellos; pues si queremos el progreso y el bienestar nacional entonces nada mejor que aquello de que “quien no sirva, que no estorbe”. ¡Basta ya costarricenses de perpetuar y aceptar tantas incongruencias, tantos despropósitos, tantas amenazas y perogrulladas en contra de nuestro sistema democrático!
Expresaba el beato Juan Pablo Segundo que "hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz". Qué certeras y oportunas palabras de este gran líder espiritual, en especial ante la incongruente, absurda, denigrante, cínica y humillante situación sucedida el pasado Primero de Mayo en la Asamblea Legislativa por parte de quienes tienen el gran honor, pero ante todo la gran obligación, desde la óptica de la ética pública, de ser realmente los representantes del pueblo costarricense.