Resulta irónico que en una sociedad en donde la educación y el trabajo representan un papel de vital importancia para alcanzar una sociedad más próspera, las personas dejen de lado sus aspiraciones de excelencia para sumirse en un abismo de ignorancia, conformismo, mediocridad o apatía.
Y no es que se exagere en esta idea, son cientos los casos de falta de excelencia que vemos diariamente, ya sea en los centros de enseñanza en donde los alumnos se conforman con obtener un siete; cuando en las ventanillas de alguna institución nos encontramos con empleados sumidos en la inoperancia llegando al extremo de enojarse cuando se les solicita alguna información, o aquel profesional que realiza un trabajo a medias aunque cobre como si lo hubiera realizado con la excelencia requerida.
Por supuesto siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, por eso bien vale preguntarse si nosotros también estamos cayendo en este tipo de comportamiento; si somos personas mediocres, desinteresadas, conformistas, carentes de sentido común y poder de decisión, o, por el contrario, somos de aquellos quienes desean dar en todo lo que realizan un matiz de excelencia para nuestro respectivo crecimiento emocional, espiritual, personal y laboral.
Pues cuando una persona es excelente quiere decir que es un privilegiado como humano porque está en desarrollo constante. Ser excelente es saber entregar respeto a los demás, aprovechar puntos de oportunidad, transformar dificultades en acciones positivas y no hacer por otros lo que estos pueden hacer por sí mismos. Significa saber guiar sin imponer, saber motivar a los que están a su cargo para que también puedan desarrollarse y ver siempre las cualidades de las otras personas con el fin de buscar, constantemente, su bienestar. Es ejercer nuestra libertad y ser responsables de cada una de nuestras acciones. Es saber decir “me equivoqué” y proponerse a no cometer el mismo error. En definitiva, implica trascender a nuestro tiempo legando a las futuras generaciones un mundo mejor.
Ante este panorama, urge, en una sociedad como la nuestra sacudida por el materialismo y la pereza emocional e intelectual, hacer de la excelencia un requisito esencial de vida, teniendo como norte el constituirnos sólidamente como humanos, con piezas de calidad como los valores de la justicia, la empatía, el respeto, la humildad o la entereza, fomentando pensamientos de calidad, la creatividad, el surgimiento de un espíritu de superación, de una constante responsabilidad y visión positiva para incrementar nuestro potencial y ser cada día mejores.
Como lo decía el filósofo griego Aristóteles: "La excelencia es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Por eso, el único camino para lograr convertir nuestra riqueza potencial en real es, precisamente, a través del compromiso intenso, responsable, comprometido y de calidad. Todo individuo que tome conciencia, en su ámbito familiar, laboral, educativo, político o social, de lo que es, siente, piensa, hace, desea y dice, está en un darse cuenta de sí mismo y de lo que le rodea.
Recuérdese que en la vida prácticamente todo es posible, y naturalmente alcanzar la excelencia no es una excepción pues esta no tiene límites. Las personas excelentes no nacieron así, la excelencia se construye sobre la base de un mejoramiento personal continuo. Mas el momento para comenzar a ser excelente es ahora, no después, así lo demanda nuestra sociedad; es cuestión de tomar una decisión para cambiar definitivamente los antiguos y peligrosos pensamientos de mediocridad y conformismo e iniciar un sólido trayecto hacia la excelencia.
Resulta irónico que en una sociedad en donde la educación y el trabajo representan un papel de vital importancia para alcanzar una sociedad más próspera, las personas dejen de lado sus aspiraciones de excelencia para sumirse en un abismo de ignorancia, conformismo, mediocridad o apatía.
Y no es que se exagere en esta idea, son cientos los casos de falta de excelencia que vemos diariamente, ya sea en los centros de enseñanza en donde los alumnos se conforman con obtener un siete; cuando en las ventanillas de alguna institución nos encontramos con empleados sumidos en la inoperancia llegando al extremo de enojarse cuando se les solicita alguna información, o aquel profesional que realiza un trabajo a medias aunque cobre como si lo hubiera realizado con la excelencia requerida.
Por supuesto siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, por eso bien vale preguntarse si nosotros también estamos cayendo en este tipo de comportamiento; si somos personas mediocres, desinteresadas, conformistas, carentes de sentido común y poder de decisión, o, por el contrario, somos de aquellos quienes desean dar en todo lo que realizan un matiz de excelencia para nuestro respectivo crecimiento emocional, espiritual, personal y laboral.
Pues cuando una persona es excelente quiere decir que es un privilegiado como humano porque está en desarrollo constante. Ser excelente es saber entregar respeto a los demás, aprovechar puntos de oportunidad, transformar dificultades en acciones positivas y no hacer por otros lo que estos pueden hacer por sí mismos. Significa saber guiar sin imponer, saber motivar a los que están a su cargo para que también puedan desarrollarse y ver siempre las cualidades de las otras personas con el fin de buscar, constantemente, su bienestar. Es ejercer nuestra libertad y ser responsables de cada una de nuestras acciones. Es saber decir “me equivoqué” y proponerse a no cometer el mismo error. En definitiva, implica trascender a nuestro tiempo legando a las futuras generaciones un mundo mejor.
Ante este panorama, urge, en una sociedad como la nuestra sacudida por el materialismo y la pereza emocional e intelectual, hacer de la excelencia un requisito esencial de vida, teniendo como norte el constituirnos sólidamente como humanos, con piezas de calidad como los valores de la justicia, la empatía, el respeto, la humildad o la entereza, fomentando pensamientos de calidad, la creatividad, el surgimiento de un espíritu de superación, de una constante responsabilidad y visión positiva para incrementar nuestro potencial y ser cada día mejores.
Como lo decía el filósofo griego Aristóteles: "La excelencia es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Por eso, el único camino para lograr convertir nuestra riqueza potencial en real es, precisamente, a través del compromiso intenso, responsable, comprometido y de calidad. Todo individuo que tome conciencia, en su ámbito familiar, laboral, educativo, político o social, de lo que es, siente, piensa, hace, desea y dice, está en un darse cuenta de sí mismo y de lo que le rodea.
Recuérdese que en la vida prácticamente todo es posible, y naturalmente alcanzar la excelencia no es una excepción pues esta no tiene límites. Las personas excelentes no nacieron así, la excelencia se construye sobre la base de un mejoramiento personal continuo. Mas el momento para comenzar a ser excelente es ahora, no después, así lo demanda nuestra sociedad; es cuestión de tomar una decisión para cambiar definitivamente los antiguos y peligrosos pensamientos de mediocridad y conformismo e iniciar un sólido trayecto hacia la excelencia.