Es muy común, actualmente, escuchar hablar de crisis económica. Pareciera que es una de las palabras de moda a la que se le están dedicando libros, artículos, debates o congresos. Sin embargo, no se trata de una moda, y menos, solamente, de una crisis económica, también se puede decir que la sociedad actual nos ofrece un ambiente altamente nocivo para cultivar valores. Por ejemplo los casos de corrupción suscitados, mayormente en el entorno político, la irresponsabilidad en las carreteras, la inseguridad ciudadana o la mediocridad en gran parte del servicio público y privado, brindan unos claros ejemplos acerca de lo que es, verdaderamente, la causa de las grandes crisis: la crisis de valores.
Ahora bien, lo paradójico es que cuando, precisamente, nuestra sociedad necesita con urgencia cimentar más valores para enfrentar situaciones de riesgo social, paradójicamente es la apatía, la ignorancia y la falta de conciencia las que priman en muchos casos. En este sentido sería bueno que nos planteáramos ¿si sabemos realmente a qué clases de crisis nos hemos enfrentado o nos estamos enfrentando actualmente?, ¿qué estamos haciendo para enfrentar esa crisis de la que tanto se habla desde hace ya bastante tiempo?, ¿hemos moderado nuestro comportamiento de consumo?, ¿será también producto esta crisis de una devaluación de nuestros valores?...
Ciertamente la crisis de valores no consiste en una ausencia de estos sino en una falta de orientación frente a cuál rumbo seguir en nuestra vida y qué valores usar para lograrlo; es decir, parte de la crisis por la que atravesamos, y hemos estado atravesando desde hace mucho, es una crisis en nuestra capacidad para cultivar y orientar valores como el conocimiento, la verdad, justicia, unidad, libertad, paz, armonía, solidaridad, sabiduría y toma de conciencia.
Frente a este tema salen a relucir otras interrogantes interesantes: ¿Qué rol desempeñan la educación y la familia en el fomento de los valores?, ¿cómo se promueve la participación activa de la familia en la educación de sus hijos? o ¿hasta qué punto nuestros gobernantes, los medios de comunicación y los centros educativos ponen todo lo necesario para impulsar calidad en el aprendizaje académico y humano?... Lamentablemente no siempre se obtienen los mejores resultados por parte de estas instancias, sin embargo, todavía se puede recuperar el camino desandado.
Para ello es fundamental que cada persona, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los efectos que deja sus actitudes en la construcción de un país más justo donde impere el fomento de valores pues de ellos depende, en gran medida, el buen desarrollo de los programas de vida de las personas, el fortalecimiento de la ética social y la posibilidad de ser exitosos en el estudio, trabajo o en el contexto familiar.
Porque, ¿hasta cuándo comprenderán las personas que no fuimos hechos para ser prisioneros de la moda, de la mezquindad, la superficialidad o la indiferencia?... ¿Cuál es, finalmente, nuestra actitud ante estas situaciones de crisis tan remarcadas a diestra y siniestra?, ¿acaso tenemos que esperar realmente una situación nefasta para reconsiderar el lugar que ocupan los valores en el desarrollo social, económico y moral de nuestra sociedad?...
Definitivamente es momento de transformar esta crisis de valores por una actitud positiva y reflexiva frente al sentido de nuestras vidas, pues tal y como lo señala el filósofo español Eugenio Trías, “en esta vida hay que morir varias veces para después renacer, esa es una virtud, pues las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra”. Pero recordemos que esto sólo vale en el tanto nosotros lo hagamos valer…
Es muy común, actualmente, escuchar hablar de crisis económica. Pareciera que es una de las palabras de moda a la que se le están dedicando libros, artículos, debates o congresos. Sin embargo, no se trata de una moda, y menos, solamente, de una crisis económica, también se puede decir que la sociedad actual nos ofrece un ambiente altamente nocivo para cultivar valores.
Por ejemplo los casos de corrupción suscitados, mayormente en el entorno político, la irresponsabilidad en las carreteras, la inseguridad ciudadana o la mediocridad en gran parte del servicio público y privado, brindan unos claros ejemplos acerca de lo que es, verdaderamente, la causa de las grandes crisis: la crisis de valores.
Ahora bien, lo paradójico es que cuando, precisamente, nuestra sociedad necesita con urgencia cimentar más valores para enfrentar situaciones de riesgo social, paradójicamente es la apatía, la ignorancia y la falta de conciencia las que priman en muchos casos. En este sentido sería bueno que nos planteáramos ¿si sabemos realmente a qué clases de crisis nos hemos enfrentado o nos estamos enfrentando actualmente?, ¿qué estamos haciendo para enfrentar esa crisis de la que tanto se habla desde hace ya bastante tiempo?, ¿hemos moderado nuestro comportamiento de consumo?, ¿será también producto esta crisis de una devaluación de nuestros valores?...
Ciertamente la crisis de valores no consiste en una ausencia de estos sino en una falta de orientación frente a cuál rumbo seguir en nuestra vida y qué valores usar para lograrlo; es decir, parte de la crisis por la que atravesamos, y hemos estado atravesando desde hace mucho, es una crisis en nuestra capacidad para cultivar y orientar valores como el conocimiento, la verdad, justicia, unidad, libertad, paz, armonía, solidaridad, sabiduría y toma de conciencia.
Frente a este tema salen a relucir otras interrogantes interesantes: ¿Qué rol desempeñan la educación y la familia en el fomento de los valores?, ¿cómo se promueve la participación activa de la familia en la educación de sus hijos? o ¿hasta qué punto nuestros gobernantes, los medios de comunicación y los centros educativos ponen todo lo necesario para impulsar calidad en el aprendizaje académico y humano?... Lamentablemente no siempre se obtienen los mejores resultados por parte de estas instancias, sin embargo, todavía se puede recuperar el camino desandado.
Para ello es fundamental que cada persona, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los efectos que deja sus actitudes en la construcción de un país más justo donde impere el fomento de valores pues de ellos depende, en gran medida, el buen desarrollo de los programas de vida de las personas, el fortalecimiento de la ética social y la posibilidad de ser exitosos en el estudio, trabajo o en el contexto familiar.
Porque, ¿hasta cuándo comprenderán las personas que no fuimos hechos para ser prisioneros de la moda, de la mezquindad, la superficialidad o la indiferencia?... ¿Cuál es, finalmente, nuestra actitud ante estas situaciones de crisis tan remarcadas a diestra y siniestra?, ¿acaso tenemos que esperar realmente una situación nefasta para reconsiderar el lugar que ocupan los valores en el desarrollo social, económico y moral de nuestra sociedad?...
Definitivamente es momento de transformar esta crisis de valores por una actitud positiva y reflexiva frente al sentido de nuestras vidas, pues tal y como lo señala el filósofo español Eugenio Trías, “en esta vida hay que morir varias veces para después renacer, esa es una virtud, pues las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra”. Pero recordemos que esto sólo vale en el tanto nosotros lo hagamos valer…