Carlos Díaz Chavarría
Ya en la década de los ochenta se había planteado en algunos de los países industrializados, sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, la necesidad de lograr una educación más integral y dinámica cuando un grupo de expertos, entre ellos educadores, filósofos, filólogos y psicólogos observaron las deficiencias educativas presentes en los ámbitos universitarios en donde se daba un modo de pensar desinformado, prejuiciado, arbitrario, memorístico o parcializado; un tipo de enseñanza muy elaborada y acrítica en donde, de acuerdo con la opinión del educador Henry Giroux, se anestesia el razonamiento de los estudiantes.
Ello los encaminó a esbozar una nueva metodología la cual fomentara un aprendizaje más dinámico e interactivo, y que tomara en cuenta las necesidades y habilidades de los alumnos desde la aplicación de un pensamiento más lógico, esto significó la aplicación del pensamiento crítico al ámbito educativo para fomentar lo que se denominó educación liberal, en donde el alumno fuera partícipe directo y activo del proceso de enseñanza- aprendizaje, tal y como la aplicaban en la Antigua Grecia filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles.
El propósito es formar alumnos, ciudadanos, quienes desarrollen una manera de pensar con criterios propios, a partir de la investigación, de una reflexión constante, con el fin de que puedan ver y analizar la realidad desde diversas perspectivas y lecturas para replantearse los modelos establecidos, y muchas veces impuestos, mediante la propuesta de ideas y opciones nuevas. De ahí que en un mundo en donde parte del sistema educativo parece extraviarse en el individualismo y la instrumentalización, el llamado que debe imperar es el de rescatar al humano que está detrás de cada alumno, para devolverle el control soberano sobre su existencia en el ámbito intelectual y espiritual. De lo que se trata es de ir más allá del contenido para trascender con el fin de enfocarse e invertir más en el pensamiento y el capital humano de los estudiantes.
En este sentido, tanto la implementación de la educación liberal, como las competencias del pensamiento crítico y los nuevos enfoques de enseñanza constructivistas, han ayudado a establecer los parámetros de una educación transformadora con una clara misión social y desde una evidente inspiración humanista; esto significa adoptar una perspectiva diferente con el fin de que los actores educativos pasen de ser simples receptores de un producto a miembros activos del proceso, es decir, formadores por derecho y productores de cultura.
Por ello el pensamiento crítico y humanista se convierte en una manera muy adecuada para formar estudiantes con una visión de compromiso más equitativa con su sociedad, que vaya más allá de la especialización, pues e está en una época de trasformaciones en donde lo que se requiere es alejarse del sistema tradicional memorístico, pasivo y autoritario de enseñanza para, fundamentalmente, preparar alumnos pensantes, creativos, participativos, sedientos de conocimiento, con criticidad, curiosidad intelectual, valores, artífices de reflexiones, toma de conciencia y proyección social…
Tal objetivo no debe postergarse, o no debe enfocarse de manera superficial, de ahí que se haga una tarea imperiosa garantizar la calidad de las universidades mediante una pronta, efectiva y eficaz relectura de la enseñanza y el aprendizaje educativo. De hecho la exagerada proliferación de centros educativos obliga a las universidades tanto públicas como privadas, desde una óptica ética, moral y profesional, a contar con un currículo impregnado del sustento del pensamiento crítico que le permita al centro educativo, en especial al profesorado, ofrecerle a los estudiantes una enseñanza en donde los saberes guarden relación con el mundo real y los conocimientos y las herramientas tanto cognitivas como afectivas necesarias como la convivencia, el respeto o la autoestima para ejercer idóneamente sus profesiones, enfrentar las demandas que la sociedad les exigirá y llevar a cabo un proceso de conocimiento individual que los haga mejores profesionales y humanos.
Ya en la década de los ochenta se había planteado en algunos de los países industrializados, sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, la necesidad de lograr una educación más integral y dinámica cuando un grupo de expertos, entre ellos educadores, filósofos, filólogos y psicólogos observaron las deficiencias educativas presentes en los ámbitos universitarios en donde se daba un modo de pensar desinformado, prejuiciado, arbitrario, memorístico o parcializado; un tipo de enseñanza muy elaborada y acrítica en donde, de acuerdo con la opinión del educador Henry Giroux, se anestesia el razonamiento de los estudiantes.
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Durante los últimos años, los niveles de violencia han aumentado considerablemente en América Latina. Por ejemplo la tasa de homicidios se ha incrementado en más de un cuarenta por ciento, dándole a Latinoamérica y al Caribe la no muy honrosa distinción de ser la segunda región más violenta del mundo. Paradójicamente, en la medida en que crece la conciencia moderna que condena la violencia, esta se intensifica mimetizándose en cada una de las prácticas sociales. Por desgracia, Costa Rica no ha sido la excepción.
Ciertamente el combate a la inseguridad, la delincuencia, al crimen organizado, ha dejado de ser, en nuestro país, una redituable promesa y tema de cada campaña política para transformarse en un delicado problema de Estado. Y no es para menos. Millones de costarricenses viven aterrados porque hoy, más que nunca, es cierto aquello de que sabemos cuándo salimos de nuestras casas, pero no cuándo regresaremos...
En lo cotidiano, por desgracia, la nota roja es el ingrediente fundamental de la información de los medios, lo cual nos lleva a darnos cuenta de que la lucha parece ser que la están ganando los detractores de la paz social. Definitivamente lo que está sucediendo en Costa Rica es muy preocupante, y va más allá del miedo de los ciudadanos, pero ante este hecho no basta solamente con preocuparse. Hay que ocuparse del hecho, es decir, hacer una seria reflexión acerca de lo que nos está pasando, tomar las medidas pertinentes y actuar responsablemente.
¿Cuántas veces se nos ha dicho que no portemos objetos de valor cuando transitemos a pie, que no los dejemos a la vista en el carro o evitemos sacar el celular en plena calle?..., una infinidad de veces ciertamente, pero muchas personas siguen sin hacer caso. Tratemos en este caso de ser un poco más prudentes y humildes, pues a veces a las personas les gusta presumir los bienes materiales que poseen lo cual es un comportamiento muy conveniente para los delincuentes.
No se trata de predecir desastres, pero lamentablemente ya se han registrado casos en los cuales, ante la falta de una respuesta efectiva, la gente llega al límite de ejercer justicia por su propia mano. De ahí que no se pueda llegar a aceptar que la violencia es inherente al temperamento de los ticos, y que por ello todo lo que sucede es normal. Esto sería lo peor que pudiera sucedernos.
Nadie puede ser insensible ante la violencia, mas el cambio y la lucha no consiste en la simple aceptación de que la inseguridad es un problema muy complejo, tampoco se puede dejar que todo lo haga el Gobierno, porque sería recorrer los mismos caminos de falta de compromiso ciudadano.
Este es un momento crucial para que, como ciudadanos, nos unamos y planteemos nuestras legítimas exigencias. A lo que ahora nos enfrentamos es el resultado de un gran número de descuidos y omisiones que tanto autoridades como ciudadanos hemos permitido durante años. Hoy nuestro país requiere de soluciones de fondo, exige una manera diferente de actuar y una manifiesta responsabilidad ciudadana.
Por eso leyes más efectivas, revisión severa al sistema de impartición de la justicia, una lucha frontal y sin cuartel a la corrupción, o un enérgico programa de educación en valores, siguen siendo asignaturas pendientes en esa necesaria lucha contra la violencia. Una ardua lucha en la que la participación es fundamental; pero en donde lo más importante es, sin duda, el compromiso, el esfuerzo y la voluntad de todos para llevarla a cabo, pues como dijera Mahatma Gandhi: “La tarea que enfrentan los devotos de la no violencia es muy difícil; pero ninguna dificultad puede abatir a los humanos que tienen fe en su misión”.
Durante los últimos años, los niveles de violencia han aumentado considerablemente en América Latina. Por ejemplo la tasa de homicidios se ha incrementado en más de un cuarenta por ciento, dándole a Latinoamérica y al Caribe la no muy honrosa distinción de ser la segunda región más violenta del mundo. Paradójicamente, en la medida en que crece la conciencia moderna que condena la violencia, esta se intensifica mimetizándose en cada una de las prácticas sociales. Por desgracia, Costa Rica no ha sido la excepción.
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Aunque pareciera que en este nuestro mundo característicamente convulsionado es imposible alejarnos de todo tipo de violencia, lo cierto es que si los humanos deseamos poner en vigencia una sociedad de paz, perfectamente podemos lograrlo.
Ahí tenemos el ejemplo de esos grandes héroes de la Paz como Jesús, quien, a pesar de ser perseguido, lo brindó todo en aras de sus semejantes; Teresa de Calcuta, quien vivió por los más necesitados con un amor inconmensurable; Martin Luther King, luchador incondicional contra esa incesante pandemia de la discriminación; Juan Pablo Segundo, el papa peregrino de la paz y la tolerancia; Ghandi, con su emblemática lucha por los derechos humanos sin utilizar la violencia, o Rigoberta Menchú, incansable luchadora de la paz en los pueblos indígenas.
Muchos los escucharon, muchos siguieron sus filosofías de paz, muchos creyeron en sus propósitos de vida, muchos hoy siguen emulando esas acciones a favor de un mundo más pacífico. Esto confirma que la humanidad tiene la capacidad y la responsabilidad de transformar la amenaza en desafío.
Por eso, ahora, que iniciamos un nuevo año, sencillamente nos compete a nosotros, con nuestras pequeñas o grandes acciones, proponernos a construir una sociedad en donde el odio, el miedo, la inseguridad o la apatía queden de lado.
Necesitamos anteponer el trabajo, la voluntad y la educación para reforzar, sólidamente, valores, actitudes y estilos de vida no violentos, que respeten el derecho de las personas a una existencia pacífica y segura dentro de su comunidad como un elemento clave para construir la paz.
Definitivamente los problemas pueden ser resueltos por personas e instituciones que aprenden nuevas actitudes y comportamientos, y que actúen con espíritu de solidaridad, tolerancia, colaboración y armonía.
Llegó la hora, en este nuevo año, de ponerle un alto al hecho, absolutamente inhumano, de no poder vivir con tranquilidad por la proliferación de asaltos, asesinatos, violencia, xenofobias o indiferencias. No podemos seguir caminando por este sendero de la cultura de muerte, inseguridad o apatía ciudadana que ha prevalecido por tanto años.
La cultura de paz supone el diálogo y conocimiento de los otros mediante el amplio y libre flujo de ideas, por lo cual es indudable que también los medios de comunicación pueden dar una contribución capital a una cultura de paz al divulgar información sin violencia y con sentimientos tanto de comprensión como de respeto hacia el prójimo. En este sentido, confiemos en la potencialidad educativa de los medios de comunicación para transmitir valores inspirados en el respeto de la vida y la dignidad de los humanos, y motivar a la cooperación para consolidar esta imprescindible cultura de paz.
Pero, también, confiemos en que cada uno de nosotros, desde nuestros diferentes ámbitos y con absoluto compromiso, iniciemos este 2012 haciendo patente este humanista y cívico propósito de impregnar de paz las venas sociales de nuestra Costa Rica. Recordemos lo que decía Isaac Newton: “Los hombres construimos demasiados muros pero no suficientes puentes”. De nosotros depende, definitivamente, crear esos puentes de paz como uno de los más sanos y pertinentes propósitos en este nuevo año que apenas comienza a dar sus primeros pasos…
Aunque pareciera que en este nuestro mundo característicamente convulsionado es imposible alejarnos de todo tipo de violencia, lo cierto es que si los humanos deseamos poner en vigencia una sociedad de paz, perfectamente podemos lograrlo.
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Iniciar un año como si nada, es una enorme irresponsabilidad, pues un año de vida es un regalo muy grande como para desperdiciarlo. El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor tiempo de la vida, porque el que se proponga convertir este en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para convertir la vida, el hogar o el trabajo en ámbitos distintos. "Quiero una vida diferente”, “voy a comenzar bien”, “sí puedo lograrlo”, “¿qué requiero para hacerlo?”, “¿por qué no cumplí las metas en este año?”, “¿qué dejé de hacer?”, “¿en qué debo cambiar?”…, son algunos pensamientos que podrían ayudarnos a terminar bien el dos mil diez y comenzar mejor el dos mil once.
Quizá el 2011 no fue el mejor año, pero por qué no pensar que el 2012 va a ser distinto; es un deseo, es un propósito, es una voluntad, y no debemos echarlo a perder. No olvidemos que tenemos otra oportunidad la cual no debemos desperdiciar porque la vida es realmente breve. Ya lo afirmaba el poeta inglés Robert Browning: “Ama un solo día, y el mundo habrá cambiado”.
Entonces por qué no aventurarnos a decir: "Desde hoy, desde este primer día, desde bien temprano, todo será distinto” En mi hogar, voy a desterrar ese egoísmo e indiferencia que tantos males provoca, voy a estrenar un nuevo amor con mi familia, seré mejor padre, madre, hermano o hijo.
Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiarlo, sino por el firme compromiso de ser mejor en él, en vez de quejarme por levantarme temprano y salir tarde, agradeceré que tengo con qué obtener el pan de cada día mientras hay tantos quienes hoy están desempleados.
Incluso podríamos desempolvar nuestra solidaridad para poner un poco más de empatía y generosidad en nuestra jornada diaria. La sociedad debería cansarse de seguir siendo egoísta, apática, intolerante, violenta, irrespetuosa e injusta. Aspiremos a otro estilo de vida, a otra forma de ser, una más positiva, más fraterna, juiciosa y humana…, ¿por qué no intentarlo?...
De ahí deberíamos sacar los grandes argumentos para enfrentar el 2012, las grandes razones para un cambio radical en donde no queramos resignarnos a ser iguales, sino a luchar, a trabajar, a crecer, progresar, y a querer empezar un nuevo año positivamente. De nosotros, exclusivamente, depende el qué vamos a hacer con él, cuáles serán nuestras metas y con cuál actitud vamos a enfrentarlo…
Por ello, el momento es propicio para reflexionar internamente sobre experiencias pasadas, situaciones presentes y el porvenir. Para aprender del pasado, disfrutar el presente y construir un futuro mejor. Lógicamente, siempre podemos escoger entre vivir el mundo tal cual lo conocemos o cambiarlo por el que deseamos, la decisión al final es, si así lo queremos, de cada uno según decida ejercitar su albedrío.
Definitivamente me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que rechazan el conformismo y la apatía, a los que piensan y actúan en grande, a los optimistas, y a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor, por un 2012 colmado de paz, amor, salud, armonía, unión, felicidad y prosperidad para todos. ¿Y usted?...
Iniciar un año como si nada, es una enorme irresponsabilidad, pues un año de vida es un regalo muy grande como para desperdiciarlo. El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor tiempo de la vida, porque el que se proponga convertir este en su mejor año, lo puede lograr.
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Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo, y a la sociedad en general, a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, diariamente, para que se haga realidad esta civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse, o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”; también, sobre esta filosofía del amor manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King, Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia.
Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es la filosofía más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista y de bien común. Ojalá sea este ideal el amanecer de una renovada era, en especial, en esta época navideña en donde, una vez más, nos abocamos a revivir el milagro espiritual del nacimiento de Cristo en nuestros propios corazones.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo, y a la sociedad en general, a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
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Decía el insigne pensador Martin Luther King que “la esperanza hace libre a los pueblos; los llena de justicia; pero, ante todo, le regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que las palabras justicia, paz, armonía y, ante todo, esperanza, recobran mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.
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