Decía el insigne pensador Martin Luther King que “la esperanza hace libre a los pueblos; los llena de justicia; pero, ante todo, le regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que las palabras justicia, paz, armonía y, ante todo, esperanza, recobran mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.
Para nadie es un secreto que los últimos años han sido verdaderos períodos de prueba para nuestro país en especial a lo que inseguridad, salud y crisis se refieren, en los que bien hemos necesitado hacer surgir, desde las raíces mismas de nuestra tierra, un renovado sentimiento de esperanza.
Pues una sociedad en donde tantos viven sumidos en la pobreza, en donde se ha presentado un progresivo deterioro de valores, en donde la falta de tolerancia e irrespeto hacia nuestros ancianos, mujeres, niños o algunos extranjeros se han vuelto pan de cada día, nos debe invitar a volver a nacer con esperanza tanto en el plano personal como comunitario.
Por eso, precisamente, debemos hacer de esta Navidad un tiempo que nos invite a abrir nuestro corazón a la esperanza, pues ella es la principal virtud que se impone sobre el desánimo y el desaliento que nos podrían provocar las complejas situaciones actuales: esperanza de que llegaremos a ser mejores ciudadanos, mejores profesionales, hijos, hermanos, compañeros, amigos…, esperanza de que llegaremos a ser mejores humanos.
En este sentido, bien valdría que hiciéramos de esta Navidad el momento propicio para comprometernos a trabajar por nuestro prójimo y nuestra Costa Rica, con el firme propósito de que ese espíritu de confraternidad se vuelva una constante en nuestras vidas. Este requiere ser un tiempo para hacer nacer, en cada uno de nosotros, el fortalecimiento de los valores éticos y espirituales, el deseo de trascendencia, las ansias de justicia y la renovación de nuestras vidas desde el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la empatía, la fraternidad y el bien común.
La Navidad, tal y como lo afirmaba el Beato Juan Pablo Segundo, tiene que ser “un auténtico acontecimiento espiritual que tiene lugar en el hoy de nuestras vidas”; solamente así, podremos rescatar de ella esa verdadera dimensión como escenario de reflexión y búsqueda interna y social que tanto requerimos en la actualidad.
Innegablemente nosotros podemos hacer, a pesar de estos tiempos tan complejos, que esta sea la mejor de las Navidades mediante la real conciencia de que las problemáticas que nos acechan nos dan la oportunidad única de descubrir, en la esperanza, ese cambio positivo tan necesario en nuestra dimensión esencial y humanista. De ahí que sea sano el hacer un alto, aprovechar el conocimiento del pasado y beneficiarse del pulso del presente. Costa Rica ha sido un país fraterno y sensible, sólo hace falta canalizar esas grandes virtudes en acciones que beneficien a la mayoría.
Ojalá que esa confianza por un mundo mejor simbolizado en el nacimiento de ese gran héroe universal que fue Jesús. Ojalá que la presente Navidad nos deje, pues, la perseverancia final de confiar firmemente en que la luz que debe iluminarnos, en todo complejo camino, debe ser la del valor de la esperanza.
Hago mías para ustedes las palabras de Juan Pablo Segundo: ¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en sus corazones, en sus familias y en todos los pueblos.
Decía el insigne pensador Martin Luther King que “la esperanza hace libre a los pueblos; los llena de justicia; pero, ante todo, le regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que las palabras justicia, paz, armonía y, ante todo, esperanza, recobran mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.
Para nadie es un secreto que los últimos años han sido verdaderos períodos de prueba para nuestro país en especial a lo que inseguridad, salud y crisis se refieren, en los que bien hemos necesitado hacer surgir, desde las raíces mismas de nuestra tierra, un renovado sentimiento de esperanza.
Pues una sociedad en donde tantos viven sumidos en la pobreza, en donde se ha presentado un progresivo deterioro de valores, en donde la falta de tolerancia e irrespeto hacia nuestros ancianos, mujeres, niños o algunos extranjeros se han vuelto pan de cada día, nos debe invitar a volver a nacer con esperanza tanto en el plano personal como comunitario.
Por eso, precisamente, debemos hacer de esta Navidad un tiempo que nos invite a abrir nuestro corazón a la esperanza, pues ella es la principal virtud que se impone sobre el desánimo y el desaliento que nos podrían provocar las complejas situaciones actuales: esperanza de que llegaremos a ser mejores ciudadanos, mejores profesionales, hijos, hermanos, compañeros, amigos…, esperanza de que llegaremos a ser mejores humanos.
En este sentido, bien valdría que hiciéramos de esta Navidad el momento propicio para comprometernos a trabajar por nuestro prójimo y nuestra Costa Rica, con el firme propósito de que ese espíritu de confraternidad se vuelva una constante en nuestras vidas. Este requiere ser un tiempo para hacer nacer, en cada uno de nosotros, el fortalecimiento de los valores éticos y espirituales, el deseo de trascendencia, las ansias de justicia y la renovación de nuestras vidas desde el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la empatía, la fraternidad y el bien común.
La Navidad, tal y como lo afirmaba el Beato Juan Pablo Segundo, tiene que ser “un auténtico acontecimiento espiritual que tiene lugar en el hoy de nuestras vidas”; solamente así, podremos rescatar de ella esa verdadera dimensión como escenario de reflexión y búsqueda interna y social que tanto requerimos en la actualidad.
Innegablemente nosotros podemos hacer, a pesar de estos tiempos tan complejos, que esta sea la mejor de las Navidades mediante la real conciencia de que las problemáticas que nos acechan nos dan la oportunidad única de descubrir, en la esperanza, ese cambio positivo tan necesario en nuestra dimensión esencial y humanista. De ahí que sea sano el hacer un alto, aprovechar el conocimiento del pasado y beneficiarse del pulso del presente. Costa Rica ha sido un país fraterno y sensible, sólo hace falta canalizar esas grandes virtudes en acciones que beneficien a la mayoría.
Ojalá que esa confianza por un mundo mejor simbolizado en el nacimiento de ese gran héroe universal que fue Jesús. Ojalá que la presente Navidad nos deje, pues, la perseverancia final de confiar firmemente en que la luz que debe iluminarnos, en todo complejo camino, debe ser la del valor de la esperanza.
Hago mías para ustedes las palabras de Juan Pablo Segundo: ¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en sus corazones, en sus familias y en todos los pueblos.