Hace algunos días tuve ocasión de escuchar una historia que, por lo que enseña, me parece ideal poder compartirla.
Esa historia tiene que ver con un aprendiz de leñador. Joven y hábil aprendió muy pronto de su maestro todos los trucos y hasta pensó en poder aventajar a su instructor si en algún momento pudieran competir talando árboles del voluminoso bosque en que vivían y que, de paso, les daba de comer.
Anualmente, aquella comuna organizaba una competencia. El joven aprendiz pensó que ya era tiempo de mostrar cuánto había aprendido. Se anotó y, al final del plazo establecido, notó que su único competidor era, precisamente, su maestro.
El día de la competición se lanzó el joven con todo a vencer a su preceptor. No dudaba que vencería.
Al final, recibió la mala noticia de que su maestro, le había vencido. De inmediato reclamó y llegó a decir que le extrañaba el resultado porque cada vez que, durante la competencia, miraba a su rival, éste descansaba.
Más sin embargo, el leñador curtido y experto que era su maestro le hizo ver lo siguiente: -Cuando me mirabas no descansaba, sino que afilaba el hacha.
Hasta aquí la historia.
Me parece un relato útil y digno de ser contado aquí porque hoy día ese detenerse y afilar el hacha parece ser algo que deberíamos hacer también nosotros y con frecuencia lo olvidamos. Acabamos cortando los árboles con instrumentos inadecuados, poco afilados y que, a la postre, hacen más difícil la tarea.
Afilar el hacha con frecuencia sería, en este aquí y ahora nuestro, por ejemplo, cuidar la propia salud con más atención y detalle de lo que hasta ahora lo hacemos.
Afilar el hacha, también, podría ser hoy cuidar la vida en familia y no desatender los deberes vinculados con las propias responsabilidades y el rol concreto que nos corresponde en el marco de nuestros seres queridos.
Afilar el hecha, obviamente, también sería atender nuestra formación permanente, lo mismo que el desarrollo de nuestras virtudes humanas en el contexto de nuestra labor profesional y del trabajo de cada día. Y, obviamente, afilar el hacha hoy también sería potenciar nuestra virtudes patrias para ser cada día ciudadanas y ciudadanos más responsables y maduros.
Imitar al maestro de la historia es, como se ve, muy útil. Lo fue en su momento para él mismo y lo puede ser también para nosotros. El tema es no apresurarnos y detenernos a menudo a afilar lo más importante que tenemos: la salud, la vida en familia, la propia formación o nuestro rol responsable de ciudadanos.
Hace algunos días tuve ocasión de escuchar una historia que, por lo que enseña, me parece ideal poder compartirla.
Esa historia tiene que ver con un aprendiz de leñador. Joven y hábil aprendió muy pronto de su maestro todos los trucos y hasta pensó en poder aventajar a su instructor si en algún momento pudieran competir talando árboles del voluminoso bosque en que vivían y que, de paso, les daba de comer.
Anualmente, aquella comuna organizaba una competencia. El joven aprendiz pensó que ya era tiempo de mostrar cuánto había aprendido. Se anotó y, al final del plazo establecido, notó que su único competidor era, precisamente, su maestro.
El día de la competición se lanzó el joven con todo a vencer a su preceptor. No dudaba que vencería.
Al final, recibió la mala noticia de que su maestro, le había vencido. De inmediato reclamó y llegó a decir que le extrañaba el resultado porque cada vez que, durante la competencia, miraba a su rival, éste descansaba.
Más sin embargo, el leñador curtido y experto que era su maestro le hizo ver lo siguiente: -Cuando me mirabas no descansaba, sino que afilaba el hacha.
Hasta aquí la historia.
Me parece un relato útil y digno de ser contado aquí porque hoy día ese detenerse y afilar el hacha parece ser algo que deberíamos hacer también nosotros y con frecuencia lo olvidamos. Acabamos cortando los árboles con instrumentos inadecuados, poco afilados y que, a la postre, hacen más difícil la tarea.
Afilar el hacha con frecuencia sería, en este aquí y ahora nuestro, por ejemplo, cuidar la propia salud con más atención y detalle de lo que hasta ahora lo hacemos.
Afilar el hacha, también, podría ser hoy cuidar la vida en familia y no desatender los deberes vinculados con las propias responsabilidades y el rol concreto que nos corresponde en el marco de nuestros seres queridos.
Afilar el hecha, obviamente, también sería atender nuestra formación permanente, lo mismo que el desarrollo de nuestras virtudes humanas en el contexto de nuestra labor profesional y del trabajo de cada día. Y, obviamente, afilar el hacha hoy también sería potenciar nuestra virtudes patrias para ser cada día ciudadanas y ciudadanos más responsables y maduros.
Imitar al maestro de la historia es, como se ve, muy útil. Lo fue en su momento para él mismo y lo puede ser también para nosotros. El tema es no apresurarnos y detenernos a menudo a afilar lo más importante que tenemos: la salud, la vida en familia, la propia formación o nuestro rol responsable de ciudadanos.