Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo, y a la sociedad en general, a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, diariamente, para que se haga realidad esta civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse, o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”; también, sobre esta filosofía del amor manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King, Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia.
Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es la filosofía más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista y de bien común. Ojalá sea este ideal el amanecer de una renovada era, en especial, en esta época navideña en donde, una vez más, nos abocamos a revivir el milagro espiritual del nacimiento de Cristo en nuestros propios corazones.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo, y a la sociedad en general, a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, diariamente, para que se haga realidad esta civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse, o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”; también, sobre esta filosofía del amor manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King, Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia.
Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es la filosofía más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista y de bien común.
Ojalá sea este ideal el amanecer de una renovada era, en especial, en esta época navideña en donde, una vez más, nos abocamos a revivir el milagro espiritual del nacimiento de Cristo en nuestros propios corazones.