Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

Si hay un medio de comunicación que se arraiga, de manera más efectiva, íntima y profunda en el pensamiento y el corazón de la gente, es la Radio. Sencillamente porque la Radio ha sido valorada positivamente por la ciudadanía en diversas encuestas como un medio de gran confiabilidad, honestidad, cercanía y credibilidad, esto aunado al hecho de que está más segmentada respecto del público a quien va dirigida, es un medio económicamente más accesible para adquirirlo y posee cualidades como la inmediatez, la simultaneidad y el alcance, que la hacen un medio idóneo para el entretenimiento, la información o la función educativa.

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Si hay un medio de comunicación que se arraiga, de manera más efectiva, íntima y profunda en el pensamiento y el corazón de la gente, es la Radio. Sencillamente porque la Radio ha sido valorada positivamente por la ciudadanía en diversas encuestas como un medio de gran confiabilidad, honestidad, cercanía y credibilidad, esto aunado al hecho de que está más segmentada respecto del público a quien va dirigida, es un medio económicamente más accesible para adquirirlo y posee cualidades como la inmediatez, la simultaneidad y el alcance, que la hacen un medio idóneo para el entretenimiento, la información o la función educativa.

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Según declaró la Organización de Naciones Unidas en mil novecientos ochenta y uno: “Los Estados deben adoptar medidas para hacer que la sociedad tome mayor conciencia de las personas discapacitadas, sus derechos, sus necesidades, sus posibilidades y su contribución”.
Pese a esto, la persona con discapacidad, como sujeto pleno de derecho que estudia, trabaja, se casa, procrea y envejece, no existe, actualmente, en la vida social y política como el resto de los integrantes de la sociedad. Ni la misma persona con discapacidad, en muchos casos, se reconoce como tal, pues no conoce sus derechos, ni reclama la posibilidad de ejercerlos.
De ahí que, difícilmente, la palabra discapacidad encuentra relación con voces tales como eficiencia, rendimiento o capacidad; sino, más bien, con lástima e indiferencia, y cuando se hace, se toman como casos excepcionales.
El problema es que, muchas veces, cuando se habla de discapacidad la sociedad olvida el respeto hacia la persona. El individuo no es sólo la discapacidad, sino que debe ser comprendido como un todo, como una persona que merece respeto y posee una propia dimensión subjetiva. Son jardineros, maestros, albañiles, artistas, hijos, padres, abuelos... Trabajan en relación de dependencia o independientemente, van al cine, salen, se divierten, ríen, lloran y se enamoran.
Sin embargo, para hacer más visible esta realidad, se requiere de la concientización mediante el uso de la empatía, pues a medida que las personas puedan ponerse en el lugar de sus semejantes con discapacidad empiezan a entender sus problemáticas diarias. Por ejemplo, si hiciéramos el experimento de salir  a la calle en sillas de ruedas o con los ojos vendados, o de comer en un cuarto completamente a oscuras, ¿acaso esto no nos cambiaría, definitivamente, la perspectiva hacia esta población?
Si  uno recorriera las calles en sillas de ruedas, ahí realmente se pondría en el lugar de una persona con discapacidad, se sentiría por un rato cómo se ve el mundo desde las sillas, cómo se siente tener que bajar una vereda sin que haya una rampa o quedarse atascado en un hueco.  Sin duda,  con esta experiencia uno tomaría conciencia de lo inconsciente que se es. ¿Cuántas veces usted ha dejado un objeto o una bolsa de basura mal puesta en la acera sin pensar que puede ser un obstáculo para alguna persona discapacitada?
Precisamente la discapacidad está muy ligada a la relación con el medio ambiente, máxime cuando el entorno no está preparado para relacionarse con la persona. Un ejemplo claro es  que  pocos supermercados rotulan sus productos en braille.
En este sentido, los medios de comunicación cumplen un papel importante en producir mensajes de concientización, advirtiendo y educando  a un público masivo para generar un cambio de mirada y actitud social acerca de las habilidades que pueden desarrollar las personas con discapacidad.
También, como señala el director interino del Centro Nacional de Rehabilitación, Federico Montero, “las instituciones responsables del transporte, trabajo, vivienda, deporte y recreación, de la educación y todos los otros servicios públicos y privados, tienen la obligación de tomar en cuenta la discapacidad para planificar y actuar con lógica y justicia”.
En definitiva, formar conciencia será una tarea de todos, que beneficiará a la interacción y comprensión de una sociedad inclusiva, tolerante y, sobre todo, respetuosa de los problemas, los cuales dejarán de ser ajenos para asumirlos como propios.
Según declaró la Organización de Naciones Unidas en mil novecientos ochenta y uno: “Los Estados deben adoptar medidas para hacer que la sociedad tome mayor conciencia de las personas discapacitadas, sus derechos, sus necesidades, sus posibilidades y su contribución”.
Según declaró la Organización de Naciones Unidas en mil novecientos ochenta y uno: “Los Estados deben adoptar medidas para hacer que la sociedad tome mayor conciencia de las personas discapacitadas, sus derechos, sus necesidades, sus posibilidades y su contribución”.
Pese a esto, la persona con discapacidad, como sujeto pleno de derecho que estudia, trabaja, se casa, procrea y envejece, no existe, actualmente, en la vida social y política como el resto de los integrantes de la sociedad. Ni la misma persona con discapacidad, en muchos casos, se reconoce como tal, pues no conoce sus derechos, ni reclama la posibilidad de ejercerlos.
De ahí que, difícilmente, la palabra discapacidad encuentra relación con voces tales como eficiencia, rendimiento o capacidad; sino, más bien, con lástima e indiferencia, y cuando se hace, se toman como casos excepcionales.
El problema es que, muchas veces, cuando se habla de discapacidad la sociedad olvida el respeto hacia la persona. El individuo no es sólo la discapacidad, sino que debe ser comprendido como un todo, como una persona que merece respeto y posee una propia dimensión subjetiva. Son jardineros, maestros, albañiles, artistas, hijos, padres, abuelos... Trabajan en relación de dependencia o independientemente, van al cine, salen, se divierten, ríen, lloran y se enamoran.
Sin embargo, para hacer más visible esta realidad, se requiere de la concientización mediante el uso de la empatía, pues a medida que las personas puedan ponerse en el lugar de sus semejantes con discapacidad empiezan a entender sus problemáticas diarias. Por ejemplo, si hiciéramos el experimento de salir  a la calle en sillas de ruedas o con los ojos vendados, o de comer en un cuarto completamente a oscuras, ¿acaso esto no nos cambiaría, definitivamente, la perspectiva hacia esta población?
Si  uno recorriera las calles en sillas de ruedas, ahí realmente se pondría en el lugar de una persona con discapacidad, se sentiría por un rato cómo se ve el mundo desde las sillas, cómo se siente tener que bajar una vereda sin que haya una rampa o quedarse atascado en un hueco.  Sin duda,  con esta experiencia uno tomaría conciencia de lo inconsciente que se es. ¿Cuántas veces usted ha dejado un objeto o una bolsa de basura mal puesta en la acera sin pensar que puede ser un obstáculo para alguna persona discapacitada?
Precisamente la discapacidad está muy ligada a la relación con el medio ambiente, máxime cuando el entorno no está preparado para relacionarse con la persona. Un ejemplo claro es  que  pocos supermercados rotulan sus productos en braille.
En este sentido, los medios de comunicación cumplen un papel importante en producir mensajes de concientización, advirtiendo y educando  a un público masivo para generar un cambio de mirada y actitud social acerca de las habilidades que pueden desarrollar las personas con discapacidad.
También, como señala el director interino del Centro Nacional de Rehabilitación, Federico Montero, “las instituciones responsables del transporte, trabajo, vivienda, deporte y recreación, de la educación y todos los otros servicios públicos y privados, tienen la obligación de tomar en cuenta la discapacidad para planificar y actuar con lógica y justicia”.
En definitiva, formar conciencia será una tarea de todos, que beneficiará a la interacción y comprensión de una sociedad inclusiva, tolerante y, sobre todo, respetuosa de los problemas, los cuales dejarán de ser ajenos para asumirlos como propios.
Según declaró la Organización de Naciones Unidas en mil novecientos ochenta y uno: “Los Estados deben adoptar medidas para hacer que la sociedad tome mayor conciencia de las personas discapacitadas, sus derechos, sus necesidades, sus posibilidades y su contribución”.
Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se  engendra directamente por la educación.  Se engendra por la aplicación de la educación.  Y la aplicación de la educación es acción,  acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
Ciertamente la educación debe implicar un cambio hacia la liberación y el desarrollo de los humanos y los pueblos. Es requisito indispensable para hacer productivo el trabajo, es un medio privilegiado de movilidad social, una puerta a la información, al conocimiento y a la historia tanto individual y colectiva que afirma la identidad; es decir, el ser propio. Por ello fortalecer al sistema educativo es la inversión más noble, rentable y estratégica que el Estado y la sociedad pueden llevar a cabo pues invertir en la formación de las nuevas generaciones, en su capital humano, es concurrir a la riqueza social para colocarnos en la senda de un desarrollo humanista, democrático y sustentable.
Este perece ser el consenso más evidente en, prácticamente, todo espacio: lo mismo en una conversación familiar que en un seminario de académicos; en los medios de comunicación o en las reuniones de gabinetes especializados; en las aulas educativas como fuera de ellas..., definitivamente la educación es, a un tiempo, el principal problema del país y su esperanza más grande.
Ante este panorama, es evidente que, en  materia de educación, se deben multiplicar los espacios para que los docentes e investigadores, las autoridades educativas, los padres de familia, los alumnos, las organizaciones sociales o empresariales, y todas los agentes comprometidos con el fenómeno educativo, discutan, con sentido de urgencia, sobre avances, temas pendientes, problemas y retos, con una visión estratégica y una clara visión de cambio.
Por ejemplo, hay que avanzar firme y pronto sobra la calidad y la pertinencia de la educación; sobre los contenidos y los recursos; sobre el imperativo de fortalecer los valores cívicos como la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, al ambiente y a los derechos humanos, pero también a la diversidad étnica, cultural, religiosa, y el respeto por la Patria. En definitiva, replantear la educación costarricense desde una visión más crítica, innovadora y activa se hace hoy una tarea imperiosa si lo que buscamos es la formación de alumnos con capacidad de liderazgo y ciudadanos con mayor participación social.
Por lo tanto, acompañar al nuevo tiempo político de equilibrio de poderes, de responsabilidades compartidas, de un sólido sustento democrático que tanto exige Costa Rica, con un esfuerzo inédito en el terreno educativo, será no sólo la mejor, sino, la única fórmula eficaz de sustentar, en bases firmes, un proyecto de nación en este siglo veintiuno. De esta manera podrá aclimatarse, en nuestra tierra, una pedagogía democrática que ayude al ejercicio de un proceso educativo de excelencia.
Como señalara el investigador alemán Derry Hannam, “la Educación Democrática se basa en el respeto a los alumnos; ocurre cuando se les honra y se les reconoce como individuos que participan activamente en su camino por la educación y la democracia;  es, sencillamente, una educación basada en la sana convivencia, el diálogo  y los derechos humanos que logra no solo preparar profesionales eficaces sino ciudadanos responsables".
Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se  engendra directamente por la educación.  Se engendra por la aplicación de la educación.  Y la aplicación de la educación es acción,  acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se  engendra directamente por la educación.  Se engendra por la aplicación de la educación.  Y la aplicación de la educación es acción,  acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
Ciertamente la educación debe implicar un cambio hacia la liberación y el desarrollo de los humanos y los pueblos. Es requisito indispensable para hacer productivo el trabajo, es un medio privilegiado de movilidad social, una puerta a la información, al conocimiento y a la historia tanto individual y colectiva que afirma la identidad; es decir, el ser propio. Por ello fortalecer al sistema educativo es la inversión más noble, rentable y estratégica que el Estado y la sociedad pueden llevar a cabo pues invertir en la formación de las nuevas generaciones, en su capital humano, es concurrir a la riqueza social para colocarnos en la senda de un desarrollo humanista, democrático y sustentable.
Este perece ser el consenso más evidente en, prácticamente, todo espacio: lo mismo en una conversación familiar que en un seminario de académicos; en los medios de comunicación o en las reuniones de gabinetes especializados; en las aulas educativas como fuera de ellas..., definitivamente la educación es, a un tiempo, el principal problema del país y su esperanza más grande.
Ante este panorama, es evidente que, en  materia de educación, se deben multiplicar los espacios para que los docentes e investigadores, las autoridades educativas, los padres de familia, los alumnos, las organizaciones sociales o empresariales, y todas los agentes comprometidos con el fenómeno educativo, discutan, con sentido de urgencia, sobre avances, temas pendientes, problemas y retos, con una visión estratégica y una clara visión de cambio.
Por ejemplo, hay que avanzar firme y pronto sobra la calidad y la pertinencia de la educación; sobre los contenidos y los recursos; sobre el imperativo de fortalecer los valores cívicos como la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, al ambiente y a los derechos humanos, pero también a la diversidad étnica, cultural, religiosa, y el respeto por la Patria. En definitiva, replantear la educación costarricense desde una visión más crítica, innovadora y activa se hace hoy una tarea imperiosa si lo que buscamos es la formación de alumnos con capacidad de liderazgo y ciudadanos con mayor participación social.
Por lo tanto, acompañar al nuevo tiempo político de equilibrio de poderes, de responsabilidades compartidas, de un sólido sustento democrático que tanto exige Costa Rica, con un esfuerzo inédito en el terreno educativo, será no sólo la mejor, sino, la única fórmula eficaz de sustentar, en bases firmes, un proyecto de nación en este siglo veintiuno. De esta manera podrá aclimatarse, en nuestra tierra, una pedagogía democrática que ayude al ejercicio de un proceso educativo de excelencia.
Como señalara el investigador alemán Derry Hannam, “la Educación Democrática se basa en el respeto a los alumnos; ocurre cuando se les honra y se les reconoce como individuos que participan activamente en su camino por la educación y la democracia;  es, sencillamente, una educación basada en la sana convivencia, el diálogo  y los derechos humanos que logra no solo preparar profesionales eficaces sino ciudadanos responsables".
Señalaba el profesor Jaime Vera que “la transformación social no se  engendra directamente por la educación.  Se engendra por la aplicación de la educación.  Y la aplicación de la educación es acción,  acción inteligente, pero acción”. Y esto no se hace más pertinente ante la complejidad de las demandas políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XXI, en donde el ámbito educativo también se ve inmerso en un eminente proceso de formación dentro de lo que es la sociedad global del conocimiento, de la era tecnológica, de exigencias del mercado y de diversidades sociales.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva. Pero ¿realmente nos estamos preocupando por lograr estándares eficaces de conocimiento?, ¿acaso el ambiente en que nos desenvolvemos nos está permitiendo develar esa ceguera intelectual que tanto está agobiando a la población?, ¿estarán siendo nuestros ámbitos educativos espacios propicios para el fomento de habilidades cognitivas como el análisis, la interpretación, la evaluación o autorregulación?...
Ciertamente muchas veces la sociedad se enfoca más en resolver conflictos de índole físico, como por ejemplo las ya conocidas crisis económicas, sin embargo los aspectos intelectuales, esas crisis de conocimiento tan abundantes en nuestro entorno, se dejan de lado. Y no es que no existan maneras para erradicar esta carencia o apatía al conocimiento porque sí las hay, y una realmente efectiva es la lectura. Porque con respecto a la lectura es realmente preocupante que muchas personas, por apatía intelectual, no hayan comprendido a cabalidad, o no lo quieran hacer, que leer es una de las habilidades intelectuales más asequibles, sencillas y productivas.
¿Cuántas de las personas quienes conocemos, o nosotros mismos, realmente le dedicamos tiempo a la lectura?... Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado. Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae. Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.