Carlos Díaz Chavarría
“Tú eres la vida, la semilla, el fruto y la flor; / la Chispa Divina, que encendió en las tinieblas el sol / el Espíritu de la Creación. / Manantial que no se agota jamás; / la luz encendida que nos guía en el camino a la paz; / la esperanza de un futuro mejor: el Rostro del Amor”. Estos simbólicos versos, magistralmente interpretados por la reconocida y afamada cantante argentina Amanda Miguel, son los que le dan cuerpo a la canción El rostro del amor, tema emblema que México le dedicara a Juan Pablo II en su tercera visita, a dicho país, en mil novecientos noventa y tres.
Sin duda una melodía que encarna el reflejo de lo que constituyó la Santa Misión de un hombre, quien bajo la insignia del amor verdadero al prójimo, plasmó en la tierra la necesidad de que cultiváramos los más profundos principios espirituales como la manera más idónea para alcanzar nuestra paz social e interna. Son precisamente esos principios de esperanza, compromiso social, perfeccionamiento y conciliación humana los que, en estos momentos en que nos acercamos a su beatificación, este primero de mayo, debemos anteponer en nuestras vidas.
Hoy, más que nunca, ante la cercanía del palpitar de este nuevo beato entre nosotros, debemos regocijarnos por la resurrección de su amoroso legado de luz, fe, perdón y esperanza que le heredó a la humanidad entera, y que hoy se revitalizan con tan especial reconocimiento. Hoy es tiempo oportuno para resucitar en nuestros espíritus la esencia de este hombre quien, con extrema solidaridad, se hermanó con su pueblo; con los enfermos física y espiritualmente; los desvalidos; los encarcelados; con quien atentó en contra de su vida; con quienes tenían diferentes ideologías; con los marginados; los que padecieron hambre y la guerra, con los jóvenes, y, en especial, con los niños, quizás porque vio en el corazón de ellos la encarnación misma del amor que Dios nos profesa.
Pues este virtuoso hombre, con perseverancia, sabiduría y fortaleza, intentó hacerle comprender al mundo que el poder de Dios nos debe llevar lejos de cualquier tipo de intolerancias, nacionalismos exasperados, racismos e injusticias; así lo manifestaba en su libro El umbral de la esperanza: “Para liberar al hombre contemporáneo del miedo a sí mismo, del mundo, de los otros hombres, los poderes, las intolerancias o los sistemas opresores, es necesario que cultive en su corazón el verdadero temor de Dios que es el principio de la sabiduría”.
Definitivamente, la de Juan Pablo II fue, sin duda, una humanista misión, la cual, más allá de cualquier credo, todos deberíamos comprometernos a emular, pues, finalmente, en estos tiempos de tantas injusticias y de tanta pérdida de valores, es con el ejemplo de esos grandes líderes espirituales que podremos alimentar nuestros espíritus y nuestra sociedad de esa paz, fraternidad, empatía, respeto y justicia tan necesarias para seguir creyendo que la fe todavía mueve montañas.
“Me voy, pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo con ustedes”, ese fue uno de los mensajes que el Sumo Pontífice expresó en una de sus visitas a México. Por ello, ciertamente, aunque en su momento gran parte del mundo lloró su partida, hoy nos debemos alegrar por la merecida beatificación de este eterno joven evangelizador; de esa poesía viva que se quedó espiritualmente entre nosotros, para morar y vibrar ahora, como beato, aún con más destello en nuestros pensamientos y nuestras almas mediante sus excepcionales enseñanzas. ¡Hoy nos congratulamos contigo nuestro amado peregrino de luz!, y te suplicamos que tu sagrada mirada siga llenando de bendiciones a nuestro mundo, en especial, a esta bendita tierra costarricense. ¡Así sea!
“Tú eres la vida, la semilla, el fruto y la flor; / la Chispa Divina, que encendió en las tinieblas el sol / el Espíritu de la Creación. / Manantial que no se agota jamás; / la luz encendida que nos guía en el camino a la paz; / la esperanza de un futuro mejor: el Rostro del Amor”. Estos simbólicos versos, magistralmente interpretados por la reconocida y afamada cantante argentina Amanda Miguel, son los que le dan cuerpo a la canción El rostro del amor, tema emblema que México le dedicara a Juan Pablo II en su tercera visita, a dicho país, en mil novecientos noventa y tres.
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Cada Semana Santa siempre se nos alecciona, desde los púlpitos, las alegorías de las procesiones o los múltiples discursos en los diferentes medios de comunicación, con grandes enseñanzas como el valor del amor hacia el prójimo, la espiritualidad como fuente de vida en un mundo cada vez más insustancial y el compromiso con los valores cristianos de la solidaridad o la justicia. Por supuesto, la pasada Semana Mayor no fue la excepción.
Mas la gran inquietud que aflora después de estos días santos, es ¿si realmente se siguen cumpliendo estos sagrados mandatos pasado el período santo?, o, si por el contrario, y como pareciera suceder en la mayoría de los casos, quedan en un asunto meramente tradicional de una semana para desvanecerse en la apatía de la población.
En este sentido, entonces, si lo que se desea es tener una sociedad cimentada en el acato al valor espiritual y humanista, con el propósito de forjar ciudadanos concientes de su rol social y un país que haga efectivo su sello de paz, son, precisamente, estos mensajes los que deben fomentarse y perdurar cada día de nuestras existencias más allá de la Semana Santa.
Pues nada productivo sería el haber pasado una Semana Santa sumidos en la meditación, en oficios religiosos, cuando acabado este período se sigue, por ejemplo, menospreciando al prójimo con la crítica destructiva, la burla, la intolerancia o la discriminación.
Preguntémonos de qué nos habría servido el haber dejado de comer carne cuando, posterior a este ayuno, nuestras mesas revientan de alimentos que se los negamos al hambriento quien nos llega a tocar nuestra puerta o el que habita en la calle, ¿acaso no tendría más valor compartir ese alimento con alguien que no tiene qué comer?..., ¿acaso aquella máxima de “tuve hambre y me diste de comer” no fue una de las grandes enseñanzas de Jesucristo?...
Para qué el habernos abocado a la meditación cuando se permite que siga existiendo tanta violencia doméstica, violencia en los estadios, abuso en contra de los niños, de los adultos mayores, desprecio a quienes pertenecen a otra cultura, o la primacía, pese a las leyes, de la “ley de la selva” en nuestras carreteras.
De nada nos sirve haber vivido el compromiso de amor de Jesucristo con su pueblo, cuando nosotros, como ciudadanos, no hacemos nada para salvaguardar la paz y democracia de nuestra nación al convertimos en fariseos quienes están en contra del progreso de la nación con opiniones sin sustento, cuando criticamos sin proponer alguna solución, cuando le achacamos toda la culpa al gobierno o, peor aún, cuando no nos interesan los destinos de la Nación y nos sumimos en una actitud de indiferencia.
Por supuesto que el compromiso de hacer el bien a los demás, ser justo, honesto y diligente que nos deja la Semana Mayor es grande y ambicioso, y esto va más allá de la religiosidad pues, finalmente, las religiones basan su fundamento en la creencia de un Dios, indistintamente del nombre que se le dé y la manera en como expresan su fe y sus principios. Sin embargo, el llevar a la práctica diariamente esa vivencia de sacrificio y amor ejemplificados en Jesús, para hacer de la resurrección el elemento clave de la reconstrucción de una nueva sociedad más humana, activa y solidaria, es un deber que nos compete a todos. Ello es, sin duda, la principal garantía para que este sagrado compromiso perdure por siempre.
Cada Semana Santa siempre se nos alecciona, desde los púlpitos, las alegorías de las procesiones o los múltiples discursos en los diferentes medios de comunicación, con grandes enseñanzas como el valor del amor hacia el prójimo, la espiritualidad como fuente de vida en un mundo cada vez más insustancial y el compromiso con los valores cristianos de la solidaridad o la justicia. Por supuesto, la pasada Semana Mayor no fue la excepción.
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En estos Días Santos que se aproximan el recogimiento interior se vuelve una necesidad imperiosa, no sólo como una forma de contemplar, intensamente, el sacrificio de amor perpetrado por Jesús mediante la fortaleza de su pasión, la misericordia de su muerte y la esperanza de su resurrección; sino, también, como una manera de corresponder a todas las gracias obtenidas por Él.
Porque aunque asistamos activamente a las respectivas celebraciones de la Semana Mayor, podríamos quedarnos en lo meramente anecdótico sin que exista un vínculo congruente con nuestra fe. Pues vivir las directrices de Jesús, no se debe limitar a la simple participación de las celebraciones litúrgicas pues estas en realidad tienen razón de ser cuando existe en el corazón y en la mente de los humanos una actitud cristiana solidaria.
Ciertamente los costarricenses hemos sido testigos, y cuidado sino protagonistas, de egoísmos, violencia, intolerancias o injusticias, entre otras malsanas situaciones, tanto hacia nuestros compatriotas como hacia nuestros hermanos extranjeros. Por ello es válido preguntarse ¿cuántos de los que asistimos a las celebraciones de la Semana Mayor no estamos asumiendo una actitud superflua porque somos incapaces de hacer manifiesto, internamente, el real mensaje de Jesús?
Que no se nos olvide que el mensaje de luz de la Semana Santa no es sólo hablar de Dios y de su salvación, sino de que exista, efectivamente, una coherencia entre nuestra fe y nuestra actuación diaria. Significa que esas simbólicas manifestaciones litúrgicas se traduzcan en un sincero mensaje de paz, esperanza, respeto, tolerancia y perdón en nuestros hogares, o fuera de ellos.
Por eso, esta venidera Semana Santa, al igual que las próximas, tendría que ser un oportuno momento para respondernos ¿cuál es el Dios de mi fe?... ¿Será el Dios afectuoso quien por amor nos entregó a su hijo para nuestra redención?, o ¿uno que está hecho a nuestra conveniencia?... ¿A cuál Dios dirigimos nuestras oraciones?... ¿Esos favores que solicitamos a Dios son los que responden a su plan de salvación o son los que nos interesan exclusivamente a nosotros?...
En definitiva, en estos próximos Días Santos deberíamos dejar un espacio en nuestras vidas para pensar ¿cuál es el Dios en el que creo?, ¿a quién considero mi hermano?, ¿cuál es la verdadera razón por la que Jesús fue crucificado, murió y resucitó?, ¿de qué manera nos aprestamos a vivir la venidera Semana Santa?... Pues, ciertamente, esta vocación de amor por nuestros hermanos y por nosotros, requiere, absolutamente, la imitación del maestro; es decir, la muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a suprimir el egoísmo, la injusticia, la indiferencia y la falta de respeto en miras de alcanzar nuestra resurrección a la comprensión para con nuestros semejantes.
Resucitar en Cristo es, más allá de las plegarias y los rituales, volver nuestra mirada al hambriento, al sediento, al pobre, al forastero, al desnudo, al enfermo, o al encarcelado, así, mediante este firme propósito de manifestar auténticamente nuestra fe para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús adquirirán un sentido más profundo, nuevo y trascendente, que nos lleve a gozar, por toda la eternidad, y pese a las tribulaciones de la vida, de la presencia de Cristo resucitado. Pues como escribiera el evangelista Juan: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En estos Días Santos que se aproximan el recogimiento interior se vuelve una necesidad imperiosa, no sólo como una forma de contemplar, intensamente, el sacrificio de amor perpetrado por Jesús mediante la fortaleza de su pasión, la misericordia de su muerte y la esperanza de su resurrección; sino, también, como una manera de corresponder a todas las gracias obtenidas por Él.
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Dicen que las palabras son música para los oídos cuando son agradables, alimentan el espíritu y sobre todo ayudan a canalizar emociones.
Dice María Ester Flores, psicóloga de familia que al nacer un niño se siente indefenso, atemorizado, posiblemente con angustia, necesita consuelo de inmediato.
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Expresaba el escritor José Cardoso que “la literatura no debe ser el adorno de los pueblos, sino el reconocimiento de las imperfecciones de una sociedad”. Y esto se hace tan necesario en la actualidad pues, desgraciadamente, en esta banal época que nos ha tocado vivir para muchas personas, por ejemplo los padres, les es más importante que sus hijos posean el video-juego más moderno, el mejor teléfono celular o la computadora más avanzada, en lugar de darles la oportunidad de explotar su intelecto y su capacidad creativa. Es verdad que la tecnología hace más fácil el desenvolvernos en un mundo globalizado, pero ello no debe ser excusa para evadir manifestaciones culturales que bien podrían alimentar de enseñanzas y sensaciones nuestro espíritu como la literatura. Recordemos que la literatura es, para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo, esto quiere decir que la literatura le trae al lector energía e inspiración en sus vidas, o como manifestaba Rubén Darío, “constituye la fuerza, el valor, el alimento, la antorcha de pensamientos y el manantial de amor de nuestras existencias”.
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En nuestra sociedad existen noticias que aunque no de gran envergadura, cubren las páginas de muchos periódicos y los minutos de algunos noticieros, en cambio hay otras que, aunque de gran relevancia, no se les da el espacio debido. Y esto es aún más lamentable cuando la información se refiere a personas quienes se han destacado en el entorno costarricense. Por eso hoy deseo brindarle un homenaje a doña Estela Quesada cuya muerte, en días pasados, pasó casi inadvertida, pese a lo que ella representó para el ámbito político-social de nuestro país.
A doña Estela la conocí hace unos años quince años, era de esas personas que de primera entrada uno percibía su elocuencia, su conciencia social y su amor por la política. Su rostro emanaba una fuerza misteriosa, revestido de gran dignidad y energía; poseía una tranquilidad avasallante pero, a la vez, una furia en sus pupilas por las muchas injusticias sociales existentes. Era dueña de una personalidad que imponía, que invitaba a emularla. Era una fanática del estudio, la disciplina y la responsabilidad. Una defensora a ultranza de sus ideales, abanderada de la honestidad, sencillamente, una amante de la libertad…
En definitiva doña Estela era una mujer con temple, y es que hay que tenerlo para mantenerse de pie, como lo hizo ella con tanta dignidad, ante las tormentas que regularmente se presentan en el ámbito político. Sí, sin duda doña Estela fue una mujer que pasó de las palabras a las acciones. Tenía la justicia metida en su alma. La libertad brotando de su garganta. La rebeldía emanando de sus manos. Su sonrisa jugueteando en sus pupilas. Su firmeza escrita en la piel, y la voluntad irradiando desde su intelecto…, su currículum así lo confirma.
Realizó estudios en la Universidad de Costa Rica en la carrera de Pedagogía y Derecho, lo cual le permitió seguir de cerca la discusión de la Constitución Política de mil novecientos cuarenta y nueve que otorgó derechos políticos a las mujeres. Formó parte del Partido Liberación Nacional desde su fundación. Fue electa diputada, Ministra de Educación en el Gobierno del Lic. Mario Echandi, Delegada Alterna de Costa Rica ante la Organización de las Naciones Unidas, Regidora de la Municipalidad de San Carlos y Ministra de Trabajo y Seguridad Social. Sus últimos años los vivió en el Hogar de Ancianos Santiago Crespo Calvo, en donde formaba parte de la Junta Directiva del Hogar, lo cual le permitió apoyar proyectos como la construcción de una piscina para masajes y un gimnasio.
Definitivamente me enorgullece el haber tenido la gran fortuna de conocer y compartir en varias ocasiones con esta gran mujer porque es de las pocas quienes, desde muy joven, con su accionar como ciudadana y como funcionaria pública, se caracterizó por la defensa de los intereses nacionales y la búsqueda del bien común. Ojalá existieran más Estelas Quesadas con ese compromiso político, con esas venas de justicia, con esas luchas incansables, con esa voz de independencia y vehemencia en la toma de decisiones. Gracias doña Estela por haber hecho de Costa Rica, con cada uno de sus trazos, una mejor Patria. ¡Que en paz descanse!
En nuestra sociedad existen noticias que aunque no de gran envergadura, cubren las páginas de muchos periódicos y los minutos de algunos noticieros, en cambio hay otras que, aunque de gran relevancia, no se les da el espacio debido. Y esto es aún más lamentable cuando la información se refiere a personas quienes se han destacado en el entorno costarricense. Por eso hoy deseo brindarle un homenaje a doña Estela Quesada cuya muerte, en días pasados, pasó casi inadvertida, pese a lo que ella representó para el ámbito político-social de nuestro país.
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A través de la historia, han fluido una multitud de mujeres quienes con su aporte han contribuido a forjar el desarrollo político, cultural, científico o social de la humanidad. En lo que respecta a Costa Rica existen mujeres conocidas o anónimas, con una extraordinaria capacidad de liderazgo, actitud de concertación y, ante todo, ese espíritu tenaz, humanista y crítico que las ha capacitado, y las capacita, con sobrados méritos, a plasmar, en nuestro país, huellas con rostro de mujer. Mujeres quienes han levantado, poco a poco, su entereza para testificar que ellas, también, pueden ser parte activa y productiva de la sociedad.
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