Expresaba el escritor José Cardoso que “la literatura no debe ser el adorno de los pueblos, sino el reconocimiento de las imperfecciones de una sociedad”. Y esto se hace tan necesario en la actualidad pues, desgraciadamente, en esta banal época que nos ha tocado vivir para muchas personas, por ejemplo los padres, les es más importante que sus hijos posean el video-juego más moderno, el mejor teléfono celular o la computadora más avanzada, en lugar de darles la oportunidad de explotar su intelecto y su capacidad creativa. Es verdad que la tecnología hace más fácil el desenvolvernos en un mundo globalizado, pero ello no debe ser excusa para evadir manifestaciones culturales que bien podrían alimentar de enseñanzas y sensaciones nuestro espíritu como la literatura. Recordemos que la literatura es, para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo, esto quiere decir que la literatura le trae al lector energía e inspiración en sus vidas, o como manifestaba Rubén Darío, “constituye la fuerza, el valor, el alimento, la antorcha de pensamientos y el manantial de amor de nuestras existencias”.
Entonces deberíamos reconocer que una sociedad que no aprecie sus manifestaciones literarias es como un cuerpo sin alma. La literatura representa lo más íntimo de una sociedad, sus alegrías, sus tristezas o aflicciones; la literatura nos lleva a lugares inimaginables, nos entretiene, nos informa y logra abrir nuestra mente pues pone en nuestras manos ese conocimiento que nos enseña a ser personas socialmente tolerantes. Cuando se lee un libro debemos desligarnos del miedo de que la literatura nos confunda, porque tal proceso es una excusa que nos hace pensar reflexivamente, más temor debería darnos de que todo nos fuera claro y dado, porque se nos estaría invitando a cerrar las páginas de la imaginación de los libros para siempre. Por eso, ante ese evidente materialismo de gran parte de nuestra sociedad, bien valdría, como una manera de sublimar el arte, abocarnos a consumir, degustar y regalar más literatura.
Recuerdo como hace unos años, en una de las paredes cerca de la Catedral Metropolitana, estaba pintado un grafiti que decía: “La poesía es algo que anda por la calle”, ciertamente con esas palabras, tomadas prestadas a Federico García Lorca, se subrayaba lo cotidiano que tiene la literatura en nuestra sociedad. A pesar de que muchos creen que esta manifestación del arte es ajena a nuestras vidas, y que la enseñanza de la literatura en las escuelas y colegios se ha vuelto aburrida y limitada, esa frase, en aquella pared josefina, nos señalaba lo contrario pues, definitivamente, la literatura les ha servido a las personas, en todos los lugares y en todos los tiempos, como un medio de transformación social y espiritual. Así lo entendieron los grandes escritores costarricenses Eunice Odio, Isaac Felipe Azofeifa y Jorge Debravo Y lo siguen comprendiendo los consagrados, Yadira Calvo, Emilia Macaya, Alfonso Chase, Julieta Dobles y Ana Istarú. O los de generaciones más recientes como Frank Ruffino, Mauricio Molina, María Montero y Alejandra Castro.
No es contradictorio, entonces, que algunos sintamos que a medida de que el mundo, y nuestra patria, se ven seducidos por tanta superficialidad, la literatura se nos perfile como un arma para combatir esta peligrosa actitud, tal y como lo comprendía el poeta español Gabriel Celaya cuando expresaba que “la literatura es un arma cargada de futuro”. Tal vez así, valorando en todos los rincones del país el arte de los grandes escritores nacionales e internacionales y regalando en abundancia esas palpitaciones culturales para que todos nos alimentemos de ese sentir literario, podamos rendirle un verdadero y sentido homenaje a esa literatura que, diariamente, impregna la historia de la humanidad y podamos crecer no sólo en conocimiento sino en sensibilidad y espiritualidad, porque como expresaba Alejo Carpentier, “mediante la literatura nos hacemos hermanos de todos los humanos, y ciudadanos de todos los países”.
Expresaba el escritor José Cardoso que “la literatura no debe ser el adorno de los pueblos, sino el reconocimiento de las imperfecciones de una sociedad”. Y esto se hace tan necesario en la actualidad pues, desgraciadamente, en esta banal época que nos ha tocado vivir para muchas personas, por ejemplo los padres, les es más importante que sus hijos posean el video-juego más moderno, el mejor teléfono celular o la computadora más avanzada, en lugar de darles la oportunidad de explotar su intelecto y su capacidad creativa. Es verdad que la tecnología hace más fácil el desenvolvernos en un mundo globalizado, pero ello no debe ser excusa para evadir manifestaciones culturales que bien podrían alimentar de enseñanzas y sensaciones nuestro espíritu como la literatura. Recordemos que la literatura es, para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo, esto quiere decir que la literatura le trae al lector energía e inspiración en sus vidas, o como manifestaba Rubén Darío, “constituye la fuerza, el valor, el alimento, la antorcha de pensamientos y el manantial de amor de nuestras existencias”.
Entonces deberíamos reconocer que una sociedad que no aprecie sus manifestaciones literarias es como un cuerpo sin alma. La literatura representa lo más íntimo de una sociedad, sus alegrías, sus tristezas o aflicciones; la literatura nos lleva a lugares inimaginables, nos entretiene, nos informa y logra abrir nuestra mente pues pone en nuestras manos ese conocimiento que nos enseña a ser personas socialmente tolerantes. Cuando se lee un libro debemos desligarnos del miedo de que la literatura nos confunda, porque tal proceso es una excusa que nos hace pensar reflexivamente, más temor debería darnos de que todo nos fuera claro y dado, porque se nos estaría invitando a cerrar las páginas de la imaginación de los libros para siempre. Por eso, ante ese evidente materialismo de gran parte de nuestra sociedad, bien valdría, como una manera de sublimar el arte, abocarnos a consumir, degustar y regalar más literatura.
Recuerdo como hace unos años, en una de las paredes cerca de la Catedral Metropolitana, estaba pintado un grafiti que decía: “La poesía es algo que anda por la calle”, ciertamente con esas palabras, tomadas prestadas a Federico García Lorca, se subrayaba lo cotidiano que tiene la literatura en nuestra sociedad. A pesar de que muchos creen que esta manifestación del arte es ajena a nuestras vidas, y que la enseñanza de la literatura en las escuelas y colegios se ha vuelto aburrida y limitada, esa frase, en aquella pared josefina, nos señalaba lo contrario pues, definitivamente, la literatura les ha servido a las personas, en todos los lugares y en todos los tiempos, como un medio de transformación social y espiritual. Así lo entendieron los grandes escritores costarricenses Eunice Odio, Isaac Felipe Azofeifa y Jorge Debravo Y lo siguen comprendiendo los consagrados, Yadira Calvo, Emilia Macaya, Alfonso Chase, Julieta Dobles y Ana Istarú. O los de generaciones más recientes como Frank Ruffino, Mauricio Molina, María Montero y Alejandra Castro.
No es contradictorio, entonces, que algunos sintamos que a medida de que el mundo, y nuestra patria, se ven seducidos por tanta superficialidad, la literatura se nos perfile como un arma para combatir esta peligrosa actitud, tal y como lo comprendía el poeta español Gabriel Celaya cuando expresaba que “la literatura es un arma cargada de futuro”. Tal vez así, valorando en todos los rincones del país el arte de los grandes escritores nacionales e internacionales y regalando en abundancia esas palpitaciones culturales para que todos nos alimentemos de ese sentir literario, podamos rendirle un verdadero y sentido homenaje a esa literatura que, diariamente, impregna la historia de la humanidad y podamos crecer no sólo en conocimiento sino en sensibilidad y espiritualidad, porque como expresaba Alejo Carpentier, “mediante la literatura nos hacemos hermanos de todos los humanos, y ciudadanos de todos los países”.