Desde su independencia, en 1821, Nicaragua más que un país o una verdadera república, con todo y que se ha dado por llamársele así, no ha sido sino una gran hacienda, o finca, de administración medieval, que ha estado en manos de unos cuantos, que como gamonales, hacen y deshacen a su antojo.
Desde Manuel de la Cerda, su primer “jefe de estado” o “Supremo Director” como le llamó su primera Constitución, pasando por Fruto Chamorro, su primer presidente, hasta llegar a la larga dictadura de los Somoza y luego la de los sandinistas, con pasantías “dinásticas” liberales que no hicieron más que consolidar la corrupción, para volver a manos del actual usufructuario, Daniel Ortega, Nicaragua no ha dado visos de constituirse en una verdadera República y, mucho menos, ser un Estado Democrático de Derecho.
En otras palabras, lo que Costa Rica tiene como vecino al norte es una enorme finca, con señores feudales y “una peonada”, a la que llaman pueblo y que son, por esa misma condición, como en el medioevo, son siervos obligados a seguir las órdenes del gran hacendado Ortega, que, como lo fue Somoza, se cree dueño y señor de almas, bienes y honras. Eso, y nada más, es y ha sido Nicaragua desde su independencia, en su rica extensión territorial.
Ya lo dijo Somoza García, durante su terrorífica dictadura, cuando se le preguntó acerca de sus muchas fincas y posesiones: "¡que yo sepa sólo tengo una finca y se llama Nicaragua!".
Si contamos largos períodos, después de su independencia en Nicaragua no pararon las cruentas guerras civiles entre liberales y conservadores; 15 años a cargo de “Supremos Directores”; “30 años conservadores”, el turbulento gobierno de José Santos Zelaya; la época de Sacasa, con un destino “epopéyico”; el crimen de Cesar Augusto Sandino y la ascensión al poder de Anastacio Somoza García, iniciador de la “dinastía”, que se mantuvo en el poder 43 años, hasta 1979, cuando triunfa la revolución sandinista, y, salvo algunos años de aparente calma, en que asumieron meros “administradores de la finca” ( Violeta Chamorro, el corrupto convicto Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños), 17 años después retoma y retorna al poder, en votaciones arregladas, el actual gamonal Daniel Ortega, esta vez dispuesto a quedarse por siempre y que ha hecho de la tal revolución su versión bolivariana, para gusto de su mentor Hugo Chávez, con lo que no sólo ha vuelto a sus piñatas internas sino que ahora, muy gallito, ante el apoyo del “imperialismo chavista”,• se las da de invasor, desconociendo toda institución jurídica, incluidos tratados internacionales cuando no son a su medida.
La invasión a isla Calero, en territorio costarricense, ordenada por Ortega no es sino propio de quien se cree dueño de una gran finca, como Nicaragua, y que, a hurtadillas y en complicidad con quien fuera su enemigo, hoy aliado y testaferro, Edén Pastora, se atreven a tal despreciable acto, pues para ellos es como correr la cerca de púas de “su” finca y decir, como sus antecesores somocistas: ¡De mi parte y la del cura que la misa sea a oscuras!
No será sino hasta que los mismos nicaragüenses hagan conciencia del tremendo error que cometieron al sentar de nuevo en la poltrona gubernativa a un usurpador de tierras, incluso de aquellas que están más allá de lo que considera su “finca”, que quizá acabe la diáspora de un pueblo que merece, ya, ser gobernado por un verdadero demócrata, que los saque del aislamiento, el hambre, la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad, con guerras e invasiones constantes y epidemias apocalípticas y que así como pusieron fin a la dictadura somocista, sepan qué hacer con Ortega y “la Rosarito”.
¡También los ticos queremos que se acabe tanta rabia!
Desde su independencia, en 1821, Nicaragua más que un país o una verdadera república, con todo y que se ha dado por llamársele así, no ha sido sino una gran hacienda, o finca, de administración medieval, que ha estado en manos de unos cuantos, que como gamonales, hacen y deshacen a su antojo.
Desde Manuel de la Cerda, su primer “jefe de estado” o “Supremo Director” como le llamó su primera Constitución, pasando por Fruto Chamorro, su primer presidente, hasta llegar a la larga dictadura de los Somoza y luego la de los sandinistas, con pasantías “dinásticas” liberales que no hicieron más que consolidar la corrupción, para volver a manos del actual usufructuario, Daniel Ortega, Nicaragua no ha dado visos de constituirse en una verdadera República y, mucho menos, ser un Estado Democrático de Derecho.
En otras palabras, lo que Costa Rica tiene como vecino al norte es una enorme finca, con señores feudales y “una peonada”, a la que llaman pueblo y que son, por esa misma condición, como en el medioevo, son siervos obligados a seguir las órdenes del gran hacendado Ortega, que, como lo fue Somoza, se cree dueño y señor de almas, bienes y honras. Eso, y nada más, es y ha sido Nicaragua desde su independencia, en su rica extensión territorial.
Ya lo dijo Somoza García, durante su terrorífica dictadura, cuando se le preguntó acerca de sus muchas fincas y posesiones: "¡que yo sepa sólo tengo una finca y se llama Nicaragua!".
Si contamos largos períodos, después de su independencia en Nicaragua no pararon las cruentas guerras civiles entre liberales y conservadores; 15 años a cargo de “Supremos Directores”; “30 años conservadores”, el turbulento gobierno de José Santos Zelaya; la época de Sacasa, con un destino “epopéyico”; el crimen de Cesar Augusto Sandino y la ascensión al poder de Anastacio Somoza García, iniciador de la “dinastía”, que se mantuvo en el poder 43 años, hasta 1979, cuando triunfa la revolución sandinista, y, salvo algunos años de aparente calma, en que asumieron meros “administradores de la finca” ( Violeta Chamorro, el corrupto convicto Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños), 17 años después retoma y retorna al poder, en votaciones arregladas, el actual gamonal Daniel Ortega, esta vez dispuesto a quedarse por siempre y que ha hecho de la tal revolución su versión bolivariana, para gusto de su mentor Hugo Chávez, con lo que no sólo ha vuelto a sus piñatas internas sino que ahora, muy gallito, ante el apoyo del “imperialismo chavista”,• se las da de invasor, desconociendo toda institución jurídica, incluidos tratados internacionales cuando no son a su medida.
La invasión a isla Calero, en territorio costarricense, ordenada por Ortega no es sino propio de quien se cree dueño de una gran finca, como Nicaragua, y que, a hurtadillas y en complicidad con quien fuera su enemigo, hoy aliado y testaferro, Edén Pastora, se atreven a tal despreciable acto, pues para ellos es como correr la cerca de púas de “su” finca y decir, como sus antecesores somocistas: ¡De mi parte y la del cura que la misa sea a oscuras!
No será sino hasta que los mismos nicaragüenses hagan conciencia del tremendo error que cometieron al sentar de nuevo en la poltrona gubernativa a un usurpador de tierras, incluso de aquellas que están más allá de lo que considera su “finca”, que quizá acabe la diáspora de un pueblo que merece, ya, ser gobernado por un verdadero demócrata, que los saque del aislamiento, el hambre, la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad, con guerras e invasiones constantes y epidemias apocalípticas y que así como pusieron fin a la dictadura somocista, sepan qué hacer con Ortega y “la Rosarito”.
¡También los ticos queremos que se acabe tanta rabia!