Lunes, 17 Enero 2011 05:17

¿Existe Costa Rica?

Según la conocida definición de Ernesto Renán, que con machacona insistencia se nos obligaba a recitar en las lecciones de Educación Cívica que recibíamos en el Colegio, la patria se definía “por tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho juntos grandes cosas, querer hacer otras más; he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo… En el pasado, una herencia de glorias y remordimientos: en el porvenir, un mismo programa que realizar…

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La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano”.  La excepcional fortuna de esta definición, radica en su invocación a un futuro común que aglutine a todos los habitantes de un territorio bajo una sola bandera. Como nos hace notar Ortega y Gasset, un pasado común no basta para formar una nación. Pese a los muchos elementos que los pueblos de Centro y Sur América compartían con España, en el momento en  que faltó un programa de porvenir colectivo, estos pueblos buscaron su independencia y  rompieron sus lazos con la Madre Patria.

En estos momentos, en que una parte del territorio nacional ha sido invadida por un ejército extranjero y  cuando el país debiera reaccionar como un haz de voluntades para repeler esa intolerable ocupación,  que  compromete nuestra existencia como nación,   nos acongoja la apatía de un pueblo  fragmentado en múltiples grupos, motivados por intereses disímiles y excluyentes entre sí. Es cierto que somos un país  joven; que nacimos a la  vida independiente,  hace menos de dos siglos, librados a nuestros escasos recursos y quizás no podamos ufanarnos de un pasado glorioso, como exige  la definición de Renan, pero es innegable  que  siempre , en el pasado, hemos podido  responder a los retos del destino con dignidad y decoro.

No me refiero únicamente a la gesta de 1856, cuando logramos derrotar a los filibusteros, sino a las duras luchas del diario bregar: cuando con una población de menos de medio millón de habitantes construimos un ferrocarril interoceánico, abandonado posteriormente por la miopía de nuestros últimos  gobernantes; cuando en 1885,  acudimos presurosos a las armas para detener las ambiciones de quien pretendía imponernos a la fuerza la Unión centroamericana; cuando también por las armas derrocamos  a  la  oprobiosa tiranía  introducida en el país  en 1917, a raíz del golpe de Estado al Presidente  Alfredo González Flores: cuando en 1921  estuvimos a punto de librar una guerra con Panamá por una diferencia limítrofe y finalmente cuando en l948 nos enfrascamos en una lucha fratricida para defender el derecho al sufragio.

Pero lamentablemente, en los últimos tiempos, el temple que nos llevó a reaccionar virilmente en los momentos de prueba, se han  ido aflojando y adormecidos por las prédicas de un insulso y desvitalizado pacifismo nos hemos convertido en fácil presa del crimen organizado y de gobernantes inescrupulosos de países vecinos, que abusando de la posición de vulnerabilidad en que irresponsablemente nos hemos colocado, nos irrespetan impunemente. No esperemos que Nicaragua se someta de grado a la sentencia de ningún tribunal.

El gobernante de turno en ese país, aunque inculto es sagaz y envalentonado  por otros gobernantes de la misma estirpe, le promete a su pueblo la construcción de un canal interoceánico,  lo que ha sido, es y será el sueño dorado de los nicaragüenses y de esa forma pretende recuperar su declinante popularidad. No esperemos que él abandone su juego maquiavélico por respeto a unos engominados jueces que se encuentran allende el océano, los que, en el mejor de los casos, postergarán la resolución de nuestro casos para las calendas griegas. Es urgente que el Gobierno le informe al pueblo que medidas de hecho tomará ante la amenaza que se cierne y que el país recupere la conciencia de su nacionalidad y que todos, como un solo hombre, nos preparemos para defenderla,  como nuestros mayores supieron hacerlo  en el pasado.