Jueves, 19 Enero 2012 04:51

¿EL SER O TENER?

Finalizaba el año y corría para atender asuntos en los tribunales, cuando sorpresivamente alguien me saludó. Como no recordé quién era, éste obeso y pequeño hombre, con aires de sorprendido, acomodándose su mostacho y con fuerte voz, me recordó que habíamos sido compañeros de primaria. Igual, no recordé. No obstante, luego de saludarnos y tratar de hacer memoria, sin mayor preámbulo me preguntó qué había hecho “con mi vida”.

Le conté que ejercía como abogado y, por lo demás,  todo bien. Con cara de pocos amigos, y como si no le hubiera gustado  que me hubiera dedicado casi toda mi vida a estudiar, me increpó que no se explicaba cómo alguien "perdía el tiempo" en pasarse entre libros si había tanto "negocio en la calle".

No pude decir nada. Sólo pensaba que mi lentes bifocales, mis canas en ciernes, mi corbata que apretaba mi asfixiada garganta y mis "libros" (códigos) que cargaba en mi me pesado bulto, no le significaban nada. Por el contrario se presentó como un próspero comerciante y que si andaba por los pasillos judiciales era porque un "hijo de madre" había osado acusarlo, "injustamente".

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De igual forma, con no poca jactancia me aclaró que  "no era la primera vez que lo acusaban". De pronto, supe que trataba con alguien sin mucho escrúpulo y que de seguro me llevaría, arrastrado hasta la oficina en que se tramitaba su querella. Pero no fue así. ¡Por dicha! Pero lo que sí me hizo desear que el piso de abriera fue cuando se dejó decir, a voz en cuello, que “no le importaba que lo acusaran las veces que fuera”,  pues él era “más que pudiente, para comprar a cualquiera”.

Fue entonces cuando intenté la primera huida y con no poco disimulo me eché hacia atrás pero éste, atento a mi escape, me mandó la segunda pregunta: "Y, ¿cuánto tenés de ser abogado?", con sorna y viéndome de pies a cabeza. Sólo atiné a responder, un tanto  desconcertado: "voy para 30 años".

Entonces  me miró, con sus achicados ojos, a la vez que una luz salía de ellos como láser y me espetó: "Pero, ¡y diay, hermano, tantos años para que todavía andés en carreras!". Le sonreí su supuesta "salida", que desde mis adentros califique como una broma y él continúo: "Mirá, yo con la misma edad tuya puedo “rajar” que soy millonario, tengo buenos carros, muchas fincas, empleados hasta para botar y... me sobran las mujeres. Y eso sin que nunca necesitara matarme estudiando y todas esas babosadas...Vos sabés; ¡el “chorizo” está en la calle! ¿Para qué tanto brete?". En ese momento, los idílicos recuerdos de mi escuela se esfumaron y, entonces, sí me despedí y me alejé lo más rápido posible. No obstante, de camino no dejé de preguntarme, no de quién se trataba aquella persona (que nunca la recordé), sino qué es un fracaso y quién es un fracasado. ¿Él, yo o ambos? ¿Es el ser o el tener? Hoy ya no me lo pregunto más. Días después supe que a aquel poderoso comerciante, el mismo día, un juez, quizá “carrereado” como yo, le había impuesto prisión preventiva por una supuesta estafa.

Ciertamente, hay muchos fracasados que no saben qué es el fracaso. O, como dijo Elbert Hubbard, “Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero que no es capaz de convertirlo en experiencia”